Avante todo
Puedes navegar tranquilo. Ahora eres t¨² el que nos espera, libre, y nosotros los que te seguimos. A toda m¨¢quina, padre
Nada interrumpiste, padre, con tu muerte. Como t¨² quer¨ªas, nada qued¨® en suspenso. Observo tu cad¨¢ver todav¨ªa y a¨²n aprecio en ¨¦l, cada d¨ªa de mi vida, todas las cosas que a¨²n ten¨ªas por ense?arme. Tu cad¨¢ver, padre, como el de Finlay Currie, se descar¨® del todo en el ¨²ltimo minuto para dec¨ªrmelo. Eras por fin Abel ?Magwitch, el pr¨®fugo, el infractor de las doscientas millas, el pescador del banco de coral. Yo hubiera preferido que fueras el David de Miguel ?ngel. O un jugador de la NBA, con todo tu cuerpo perfecto, sin una huella del combate. Pero de tu interior sali¨® en el ¨²ltimo minuto el h...
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Nada interrumpiste, padre, con tu muerte. Como t¨² quer¨ªas, nada qued¨® en suspenso. Observo tu cad¨¢ver todav¨ªa y a¨²n aprecio en ¨¦l, cada d¨ªa de mi vida, todas las cosas que a¨²n ten¨ªas por ense?arme. Tu cad¨¢ver, padre, como el de Finlay Currie, se descar¨® del todo en el ¨²ltimo minuto para dec¨ªrmelo. Eras por fin Abel ?Magwitch, el pr¨®fugo, el infractor de las doscientas millas, el pescador del banco de coral. Yo hubiera preferido que fueras el David de Miguel ?ngel. O un jugador de la NBA, con todo tu cuerpo perfecto, sin una huella del combate. Pero de tu interior sali¨® en el ¨²ltimo minuto el hombre de mar que eras, feroz como un mascar¨®n de proa, temible como un le?o esculpido a cuchillazos. Avante, padre. Avante todo.
Yo te hubiera construido un pante¨®n como el de los faraones, una pir¨¢mide, pero t¨² estabas esperando a que Cornelio te diera la se?al, y cuando no vigilaba la polic¨ªa inglesa te colaste. Hasta ese otro caladero, el prohibido, hasta Puerto Valent¨ªa. Avante, padre. No hay pir¨¢mide en el mundo que sea digna de ti.
Hasta el ¨²ltimo minuto me estuviste ense?ando cosas, y yo cre¨ªa entenderte. Pero s¨®lo t¨² comprendes la calidad elusiva de los maestros. Yo hubiera querido embalsamar tu cad¨¢ver. Hubiera querido adorarlo, conservarlo, y que tu cad¨¢ver me revelara algo nuevo cada d¨ªa. Doy gracias al cielo por haberte visto muerto, primero como Abel Magwitch y luego ya maquillado por las manos de un tanatopr¨¢ctico aplicado y muy joven. C¨®mo me hubiera gustado estar en esa sesi¨®n de maquillaje, padre. Acompa?ar esas manos que te moldearon, estar en esa comuni¨®n ¨²ltima, en ese ¨²ltimo trabajo al que te prestaste tan voluntarioso, t¨² como siempre el primero en los trabajos, tambi¨¦n en el de morir.
Y nada me hiere ahora, ninguna de tus m¨²ltiples formas. Tampoco esa ¨²ltima y prodigiosa de tu muerte. Tu boca de raya. Tus mejillas de hombre. Tus ojos por fin cerrados y conformes. Tan bello otra vez, como siempre.
Si no hubiera sido por ti, por tu lecci¨®n de amor, todo lo que hay m¨¢s all¨¢ de ti y antes de ti, todo ser¨ªa nulo. En cambio, padre, desde el otro lado tambi¨¦n ahora lo llenas todo, desde ese otro caladero, donde te imagino pescando las merluzas m¨¢s grandes. ?C¨®mo es Puerto Valent¨ªa, padre? Nada interrumpiste, te lo aseguro. Todo est¨¢ con tu marcha lleno de significado. Puedes navegar tranquilo, ya no habr¨¢ quien te aprese. Ahora eres t¨² el que nos espera, libre, y nosotros los que te seguimos. A toda m¨¢quina, padre. Avante. Avante todo.
Luisa Castro es poeta y directora del Instituto Cervantes de Burdeos (Francia).