La palabra palabro
Los que las emiten son la raza m¨¢s detestada ¨²ltimamente: los pol¨ªticos y dem¨¢s mercachifles
Nada m¨¢s raro que una lengua: que los sonidos de perro representen perro, que los de vaca, vaca, que los de trilobites, trilobites es un disparate gracias al cual vivimos y hacemos como que nos comunicamos. Las palabras son esas convenciones que aceptamos y en las que, habitualmente, no pensamos; los palabros son las que nos chocan.
Hay quienes creen que decir es poner en palabras familiares lo que se les ocurre; hay quienes creen que, al contrario, decir ¡ªoral o escritamente¡ª es ponerlo en las palabras m¨¢s extra?as. Hay quienes buscan la ilusi¨®n de una comunicaci¨®n m¨¢s o menos inmediat...
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Nada m¨¢s raro que una lengua: que los sonidos de perro representen perro, que los de vaca, vaca, que los de trilobites, trilobites es un disparate gracias al cual vivimos y hacemos como que nos comunicamos. Las palabras son esas convenciones que aceptamos y en las que, habitualmente, no pensamos; los palabros son las que nos chocan.
Hay quienes creen que decir es poner en palabras familiares lo que se les ocurre; hay quienes creen que, al contrario, decir ¡ªoral o escritamente¡ª es ponerlo en las palabras m¨¢s extra?as. Hay quienes buscan la ilusi¨®n de una comunicaci¨®n m¨¢s o menos inmediata; quienes, el espejismo de deslumbrar, de creerse que hacen diferente lo que todos hacemos parecido. Hay quienes hablan con palabras, quienes con palabros: son dos ideas distintas del mundo y de las vidas.
La palabra palabro reprueba esos sonidos que no nos dicen nada de inmediato: que nos chocan, que se chocan contra la extra?eza de no tenerlos nunca en la punta de la lengua. La palabra palabro se levanta contra la jactancia y, sin embargo, es tan hispana. O, por lo menos, yo nunca la hab¨ªa o¨ªdo en otro lugar del castellano; en Espa?a, sospecho, se empez¨® a decir mucho hace poco ¡ªo lo que un se?or mayor define como poco: 20, 30 a?os.
As¨ª que primero me extra?¨®, por supuesto; despu¨¦s empec¨¦ a usarla. Y m¨¢s despu¨¦s a¨²n supe que termin¨® de consagrarse en un suplemento de este diario, Tentaciones, que hace justo dos d¨¦cadas le dedic¨® una secci¨®n para que los lectores propusieran palabras nuevas compuestas a partir de otras. Dec¨ªan, por ejemplo, peseteuro, hipoterca, cutrefacto, internecio y un centenar m¨¢s, con sus explicaciones redundantes. (Otras siguen apareciendo en estos d¨ªas: sinfinamiento, zoomplea?os, cuarempena). Pero esa idea de que un palabro era la uni¨®n de dos palabras se fue difuminando. Y qued¨®, m¨¢s bien, la m¨¢s com¨²n: que es una forma complicada de decir lo que se podr¨ªa decir ¡ªm¨¢s¡ª simple.
As¨ª que palabro se fue volviendo un mote desde?oso o resentido: un arma arrojadiza. La palabra palabro ilumina un uso del lenguaje en el que a menudo no pensamos: la lengua como una forma de hacer alarde, de exhibir poder. Yo soy el que sabe las palabras que t¨² no sabes, dice el pretencioso, y le contestan no, lo que t¨² sabes son palabros. En esa econom¨ªa las palabras son para mostrar, los palabros son para mostrarse, y la lucha de clases sigue viva en el vocabulario.
As¨ª, quien quiere parecer lo que no es usa palabras que no son. Los que emiten palabros son la raza m¨¢s detestada ¨²ltimamente: los pol¨ªticos y dem¨¢s mercachifles, los vendedores de humos varios, los que se creen que hablar es solo un modo de embaucar al otro. All¨ª acecha esa versi¨®n period¨ªstica del palabro que llamamos ¡°segundas palabras¡±: son la trampa en que caen los que en lugar de escribir hospital escriben nosocomio, los que no suben sino ascienden, no miran sino contemplan, no dicen sino declaran puntualizan se?alan acotan expresan manifiestan ¡ªy no se chocan borrachos con ¨¢rboles sino en estado de embriaguez contra individuos arb¨®reos y los detienen, diligentes, servidores del orden.
Aunque nada es final: es cierto que hay palabros, a veces, que se transforman en palabras. Eso es una lengua: un aparato que se mueve y mueve, que usa y reh¨²sa, una m¨¢quina de adoptar y adaptar. Covid era un palabro hace dos a?os; ahora es la palabra que nos rige.
As¨ª que, pese a todo, palabra y palabro vienen juntas. Son, como todas, una pareja muy mal avenida ¡ª?aunque se calle. Son gajes de ese oficio tan antiguo que llamamos hablar: decir, callar diciendo. A m¨ª me gusta que toda la diferencia est¨¦ en el g¨¦nero. Que, ?mucho antes del triunfo feminista, una palabra fuera cosa tan propia y un palabro cosa tan ajena: que la rareza se consiga volviendo masculino lo que era femenino, y la verdad sea femenina y masculino el simulacro. Con perd¨®n, por supuesto, del palabro ¡ªque, a veces, es inevitable.