Cuento de diciembre
Ni sus libros dejaban boquiabiertos a los cr¨ªticos m¨¢s severos ni los lectores acud¨ªan en tromba a disput¨¢rselos. | Columna de Javier Mar¨ªas.
El se?or Cotta era tan vanidoso, optimista y ufano que, sin apenas motivos, pas¨® la mayor parte de su vida en un estado pr¨®ximo a la felicidad. Pertenec¨ªa al escaso grupo de personas capaces de enga?arse permanentemente a s¨ª mismas y de negar o anular, o reinterpretar a una luz favorable, toda realidad que las contrar¨ªe o ponga sus talentos en duda. Hoy ya no son tan escasas, el mundo se ha llenado de narcisistas compulsivos en todos los ¨¢mbitos, no s¨®lo en los de relumbr¨®n, tambi¨¦n en los tradicionalmente modestos y t¨ªmidos.
?stos los hab¨ªa rehuido el se?or Cotta desde la temprana juve...
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El se?or Cotta era tan vanidoso, optimista y ufano que, sin apenas motivos, pas¨® la mayor parte de su vida en un estado pr¨®ximo a la felicidad. Pertenec¨ªa al escaso grupo de personas capaces de enga?arse permanentemente a s¨ª mismas y de negar o anular, o reinterpretar a una luz favorable, toda realidad que las contrar¨ªe o ponga sus talentos en duda. Hoy ya no son tan escasas, el mundo se ha llenado de narcisistas compulsivos en todos los ¨¢mbitos, no s¨®lo en los de relumbr¨®n, tambi¨¦n en los tradicionalmente modestos y t¨ªmidos.
?stos los hab¨ªa rehuido el se?or Cotta desde la temprana juventud. ?l aspiraba a la grandeza, y quiz¨¢ uno de sus mayores problemas fue no saber qu¨¦ campo elegir. Con pausa, parsimonia, tes¨®n, los fue eligiendo casi todos, siempre dentro del mundo art¨ªstico, porque lo atrajeron siempre los brillos diversos: por igual los del prestigio y el ¨¦xito, con preferencia por este orden. Seg¨²n le fueran las cosas, sin embargo, no descartaba invertir el orden, y de hecho as¨ª lo hac¨ªa de acuerdo con sus expectativas y las esperables oscilaciones de una carrera larga, inagotable. Si cre¨ªa haber terminado una obra que concitar¨ªa el respeto y la admiraci¨®n un¨¢nimes de los entendidos, valoraba esto por encima de todo y despreciaba el aplauso popular, consider¨¢ndolo algo vulgar y al alcance de muchos lerdos; si, por el contrario, daba a la imprenta o a las tablas una comedia que ¨¦l supon¨ªa hilarante y con la que el p¨²blico se volcar¨ªa, aseguraba con desparpajo que no hab¨ªa nada comparable a un ba?o de masas, o incluso de chusma, y que quienes lo criticaran por eso ser¨ªan fracasados y resentidos. Se imaginaba a s¨ª mismo saliendo a hombros como los toreros, con cuidado de no despeinarse con los vaivenes de los brutos, pues el pelo era para ¨¦l fundamental.
Su volubilidad era notable, y as¨ª, estaba dispuesto a elevar a un pedestal lo que le tocara en suerte. Si alguien elogiaba uno de sus textos o performances, ese alguien pasaba a ser de inmediato un individuo inteligent¨ªsimo y un ¨¢rbitro del buen gusto; si m¨¢s adelante no se mostraba tan fervoroso con sus logros, entonces era que se hab¨ªa estragado y hab¨ªa entrado en una decadencia irremediable. Porque ¨¦l s¨®lo admit¨ªa el halago constante e incondicional. Por el contrario, si alguien le pon¨ªa reparos o lo desde?aba, se convert¨ªa al instante en un zote que no entend¨ªa nada. Claro que, si el objetor rectificaba con el tiempo, encontraba digno de encomio que hubiera pulido su criterio, o se hubiera educado, o se hubiera afinado, y acababa teni¨¦ndolo por un grand¨ªsimo connaisseur.
Su desdicha objetiva era que nunca acertaba con ninguna tecla: ni sus libros dejaban boquiabiertos a los cr¨ªticos m¨¢s exigentes y severos ni los lectores acud¨ªan en tromba a disput¨¢rselos en los estantes de las librer¨ªas. Pero, como el fracaso no figuraba en su vocabulario, primero culpaba a su desidioso editor y a la envidia de los libreros y del distribuidor. Visitaba con frecuencia los locales de aqu¨¦llos, para comprobar que los ejemplares de sus obras estaban colocados en lugar prominente, y, si no era as¨ª, rega?aba sin pudor a los propietarios y les ped¨ªa cuentas. Si alguno de ellos osaba contestarle que no hab¨ªa demanda de su volumen reci¨¦n aparecido, se revolv¨ªa airado y le espetaba: ¡°Qu¨¦ sabr¨¢s t¨². Yo no tengo la culpa de que vendas literatura como si fueran embutidos¡±. Se gan¨® enemistades en el gremio, pero al cabo de no mucho tiempo se olvidaba de lo impertinente que hab¨ªa sido y s¨®lo se explicaba la animadversi¨®n de tal o cual librero por los celos que a la fuerza ha de padecer quien se limita a ver pasar y vender una mercanc¨ªa elevada de la que nunca es creador. Y, al cabo de unos pocos meses, se convenc¨ªa de que lo que hab¨ªa constituido un tremendo fracaso hab¨ªa sido un escandaloso ¨¦xito, tanto de cr¨ªtica como de ventas.
Estos pensamientos se le asentaban con admirable rapidez. Con ellos se levantaba cada d¨ªa, convencido de ser un ser superior por una falsa raz¨®n u otra, y as¨ª casi todas las jornadas de su satisfecha existencia. Se aseaba con esmero y lentitud, m¨¢s cuando sab¨ªa que lo esperaban un estreno de teatro o de cine o de ¨®pera, la inauguraci¨®n de una exposici¨®n de pintura o fotograf¨ªa, la presentaci¨®n de un libro, tanto daba. Nunca faltaba a nada, por exhibirse y para que quedara patente que ninguna manifestaci¨®n art¨ªstica le resultaba ajena. De todo era un entendido, hasta el punto de que sus amistades le tomaron el pelo m¨¢s de una vez, habl¨¢ndole con desenvoltura de alg¨²n rec¨®ndito genio s¨®lo conocido de los iniciados. Se trataba de un genio inexistente, inventado, pero el se?or Cotta (entonces no hab¨ªa internet para comprobar) se apresuraba a presumir: ¡°S¨ª, claro, Gordigorski, lo conozco desde la primera juventud¡±. Corr¨ªa despu¨¦s por las librer¨ªas de viejo para hacerse con obras de Gordigorski, y, al resist¨ªrsele, encargaba a sus amigas de Londres y Par¨ªs que se las buscaran all¨ª a toda prisa, porque no soportaba no haberlo le¨ªdo ¡ªo no haber visto sus cuadros o pel¨ªculas, lo mismo daba¡ª y no poder pontificar sobre ¨¦l a la siguiente ocasi¨®n, o, a¨²n mejor, no poder escribir un erudito art¨ªculo en alguna revista de vanguardia, sobre Gordigorski.