La palabra ¡®guerra¡¯
Estoy en contra de las patrias, y sin embargo, en estos d¨ªas, me emociono con esos muchachos mal vestidos que dicen que van a defender la suya | Columna de Mart¨ªn Caparr¨®s
La palabra ¡®guerra¡¯ nos sacude. La palabra ¡®guerra¡¯ suena con esa erre que resuena como un redoble de tambores, un grito de gargantas aguerridas. La palabra ¡®guerra¡¯ nos despierta ¡ªy despierta¡ª pesadillas olvidadas. La palabra ¡®guerra¡¯ nos ataca y, de tantas maneras, nos derrota: la guerra nos derrota. La guerra es esa tempestad en la que todo lo que suele estar detr¨¢s da un paso al frente: en la que no hay manera de no ver. La guerra nos cambia la mirada.
La guerra es uno de los grandes temas: desde siempre...
La palabra ¡®guerra¡¯ nos sacude. La palabra ¡®guerra¡¯ suena con esa erre que resuena como un redoble de tambores, un grito de gargantas aguerridas. La palabra ¡®guerra¡¯ nos despierta ¡ªy despierta¡ª pesadillas olvidadas. La palabra ¡®guerra¡¯ nos ataca y, de tantas maneras, nos derrota: la guerra nos derrota. La guerra es esa tempestad en la que todo lo que suele estar detr¨¢s da un paso al frente: en la que no hay manera de no ver. La guerra nos cambia la mirada.
La guerra es uno de los grandes temas: desde siempre se han contado guerras, se han cantado guerras, las miramos y admiramos y detestamos tanto, y la palabra ¡®guerra¡¯ es otro triunfo de la inmigraci¨®n, la mezcla de culturas. Los romanos para decir ¡®pelea¡¯ dec¨ªan bellum y en cambio los germanos dec¨ªan werra; hubo un momento, dicen, en que el ej¨¦rcito romano estaba tan lleno de soldados germanos que su palabra reemplaz¨® a la oficial. Y despu¨¦s werra desbord¨® a nuestras lenguas: durante siglos hicimos guerras, guerres, guerri. Pero ya no ¡ªo eso nos cre¨ªmos¡ª.
Lo logramos: conseguimos creer, como cada generaci¨®n de europeos, que las guerras eran cosas del pasado ¡ªy ahora esta nos golpea como si fuera algo imposible, y despierta emociones que en general preferimos mantener dormidas¡ª. Una guerra nos hace otros, o nos hace m¨¢s parecidos a nosotros: ah¨ª est¨¢ su peligro a la distancia.
Una guerra se impone: presencia ineludible. La seguimos, por supuesto, tratamos de enterarnos, buscamos sus horrores, tanteamos sus secretos, miramos muy mirones sus peque?as historias. Y entonces, creo, caemos en la trampa. La narrativa de la guerra es una de esas que forman nuestra forma de pensar el mundo: hay buenos y malos, hay h¨¦roes y cobardes, hay vencedores y vencidos. Son maneras m¨¢s o menos binarias, hechas de emociones simples, que esquivan el examen matizado ¡ªy, de pronto, se imponen aun si uno no querr¨ªa¡ª.
Yo, sin ir m¨¢s lejos, no querr¨ªa. Yo estoy en contra de las patrias. Me parecen un invento siniestro, la gran manera de enga?ar a tantos, de manejarlos bajo pretexto de banderas. Y sin embargo, en estos d¨ªas, me emociono con esos muchachos mal vestidos que dicen que van a defender la suya, que no pueden tolerar que se la ocupen otros. Y estoy en contra de los h¨¦roes, y los admiro cuando dicen que est¨¢n dispuestos a pelear con armas que ni siquiera saben manejar para defender a sus gentes, sus lugares. Y estoy en contra de las armas y me impresiono cuando muestran las que consiguieron para morir por esa idea que desprecio.
(E incluso los soldados. Un soldado es, de alg¨²n modo, un estafador: alguien que se pasa la vida prepar¨¢ndose para algo que espera no hacer ¡ªy cobra por ello¡ª. Un soldado es, en el mejor de los casos, tan distante: alguien que dedica su vida a la violencia, la jerarqu¨ªa, los poderes. Y sin embargo en estos d¨ªas me sorprendo pensando en sus miedos, sus tristezas, la zozobra de doblar una esquina cuando vuelan las balas. Y as¨ª nos entregamos y queremos que unos ganen y otros pierdan, y que unos maten y otros mueran, y nos alegramos con situaciones que no deber¨ªan alegrarnos y tomamos partido por personas y banderas que ni siquiera conoc¨ªamos d¨ªas antes y odiamos y amamos y sufrimos por ellos lo que no sufrimos por otros que lo merecen por lo menos tanto: nos hundimos de pronto en un raro pantano de emociones que deber¨ªan ser ajenas.)
La guerra, creo, nos amenaza las ideas: las ataca, a veces las derrota. Suelen decir que la primera v¨ªctima de una guerra es la verdad; quiz¨¢ lo sean las convicciones. En la paz es m¨¢s f¨¢cil tenerlas; una guerra te lleva a revisarlas, repensarlas. Quiz¨¢s hay que aceptar que en estado de guerra no se puede juzgar igual que siempre. Quiz¨¢s hay que aceptar que en estado de guerra no se puede juzgar. Quiz¨¢s hay que ser cabeza dura y buscar, si acaso, las maneras de creer las mismas cosas aun cuando hay gente que muere, mata, que defiende a los suyos, que se juega la vida por mentiras que, de pronto, se vuelven generosas. O, qui¨¦n sabe, aprender a callarse.
M¨¢s ¡ªsin dudas¡ª se perdi¨® en la guerra.