Adi¨®s a Inglaterra
No s¨¦ qui¨¦n dec¨ªa que el Reino Unido es una de las pocas naciones que mejoran cuando uno la mira desde cerca |?Columna de Ignacio Peyr¨®
Despu¨¦s de cinco a?os de vivir en Inglaterra, sigo sin ser creyente en el ruibarbo, las mejillas no se me ponen de color rosbif tras caminar un rato por la playa y solo recurro al t¨¦ en ocasiones muy concretas: esas ma?anas en las que uno lamenta la noche anterior. Mi asimilaci¨®n, como se puede ver, no ha sido completa, y nada he disfrutado m¨¢s que las excursiones en pos del pub perfecto, pero ¡ªgran ofensa¡ª todav¨ªa me resulta m¨¢s accesible la media pinta que la pinta entera. Tampoco s¨¦ cu¨¢ntas d¨¦cadas de pr¨¢ctica necesitar¨ªa para pedir perd¨®n ¡ªI¡¯m terribly sorry¡ª como saben pedir...
Despu¨¦s de cinco a?os de vivir en Inglaterra, sigo sin ser creyente en el ruibarbo, las mejillas no se me ponen de color rosbif tras caminar un rato por la playa y solo recurro al t¨¦ en ocasiones muy concretas: esas ma?anas en las que uno lamenta la noche anterior. Mi asimilaci¨®n, como se puede ver, no ha sido completa, y nada he disfrutado m¨¢s que las excursiones en pos del pub perfecto, pero ¡ªgran ofensa¡ª todav¨ªa me resulta m¨¢s accesible la media pinta que la pinta entera. Tampoco s¨¦ cu¨¢ntas d¨¦cadas de pr¨¢ctica necesitar¨ªa para pedir perd¨®n ¡ªI¡¯m terribly sorry¡ª como saben pedirlo los brit¨¢nicos: con mezcla de cara compungida e indiferencia marm¨®rea. E incluso es posible que sienta algunos alivios al salir del pa¨ªs: por fin podr¨¦ llevar zapatos marrones sin reproche, beber gin-tonics despu¨¦s y no antes de la cena y ponerme una corbata a rayas sin que nadie pregunte si pertenezco a alg¨²n oscuro club de cr¨ªquet. Sin embargo, no me enga?o: cinco a?os en Londres hacen que uno llegue a amar hasta el tiempo de Londres. Y ya me veo, a los 15 d¨ªas de irme, buscando en vano alg¨²n lugar para calmar el ansia del fish and chips de los viernes.
Frusler¨ªas aparte, no s¨¦ qui¨¦n dec¨ªa que el Reino Unido es una de las pocas naciones que mejoran cuando uno la mira desde cerca, y la observaci¨®n no me puede parecer m¨¢s atinada tras haber viajado de Blackpool a Norwich y de Truro a Newcastle. A punto de dejar el pa¨ªs, hago ahora las cuentas de las ¨²ltimas veces: ¡°Quiz¨¢ esta es mi despedida de Cambridge¡±; ¡°si no he ido a Jersey, ya no ir¨¦¡±; ¡°el pr¨®ximo junio estar¨¦ lejos¡±; ¡°?cu¨¢ntos d¨ªas voy a doblar a¨²n esta esquina de Pall Mall y St. James?¡±. S¨¦ que suena melanc¨®lico, pero el sentimiento se parece m¨¢s bien a esa mezcla de paz y conformidad de quien se termina su mejor botella con los amigos. O a una salva de despedida: de hecho, este era el nombre oficioso de los ¨²ltimos telegramas ¡ªen forma de carta de amor o de ajuste de cuentas¡ª enviados por los embajadores brit¨¢nicos a Londres al cumplir su misi¨®n.
El historiador John Lukacs escribi¨® precisamente que el amor por Inglaterra es siempre un amor no correspondido, pero ¡ªal cabo de un lustro¡ª he terminado m¨¢s angl¨®filo y no menos, capaz de celebrar cuanto hay de hermoso en tantos gestos de la britanidad: la ca¨ªda de la hiedra en un patio de Oxford, un puente victoriano para el ferrocarril, el ladrillo rojo sobre el que reincide la lluvia en M¨¢nchester. Hace siglos que se quiere enterrar a la Inglaterra eterna, cuando muri¨® la reina Victoria como cuando venci¨® el Brexit, pero ¡ªde alg¨²n modo¡ª ha logrado mantener una belleza que se sabe dar muy poco a poco. Cierro ahora los ojos y pienso en vislumbres de esa belleza. Los desayunos ¡ªhuevos y beicon humeante¡ª que ordenan el mundo el fin de semana. Coger un tren a cualquier ciudad que tenga una catedral, una calle mayor y una salchicha aut¨®ctona: Lincoln, Winchester, Salisbury. El mar en el condado de Kent, cuyos cielos cant¨® ¡ªy pint¨®¡ª Turner ¡ªcomo tambi¨¦n podr¨ªa haber cantado sus ostras¡ª. Esas semanas al a?o, apenas un suspiro, en que todo se llena de narcisos. Las parroquias rurales, con sus tumbas comidas de verd¨ªn y con sus estantes de libros viejos a una libra. Un momento ingl¨¦s: la solemnidad de los brindis. Y un milagro londinense: las bibliotecas de los clubes, donde la ¨²nica tragedia posible consiste en quedarte dormido y volcar el arma?ac sobre la alfombra.
Es llamativo: pocos viajeros por las islas han hecho la alabanza de sus gentes, y yo no quiero irme sin celebrar al taxista que te llama ¡°colega¡± y a la dependienta que te dice ¡°cielo¡±. Pero ustedes comprender¨¢n que tenga debilidad por los hispanistas brit¨¢nicos: hombres y mujeres que tal vez han nacido en Liverpool pero terminan de especialistas en Ausi¨¤s March o en Calder¨®n. Ellos nunca te llevar¨¢n a ¡°un restaurante tranquilo¡±, sino a ¡°un fig¨®n harto apacible¡±. Dios salve a la reina.