El fin del exilio de Alberto: la obra del fundador de la escuela de Vallecas vuelve a Toledo
El escultor y dibujante fue un creador clave en el arte espa?ol del siglo XX... y casi un desconocido para el gran p¨²blico. Sesenta a?os despu¨¦s de su muerte en Mosc¨², donde vivi¨® tras huir del franquismo, tiene por fin un espacio estable en su ciudad natal.
Ni?o pobre de las Covachuelas de Toledo, ni?o de tahona vieja. De fragua, de taller de zapatos, de la calle, de padre ¨¢spero como la piedra p¨®mez; chaval de miseria, repartidor de pan a lomos de un caballo viejo por los cigarrales toledanos, cuidador de cerdos, carretero de trigo. Ni?o sin arte ni parte, sin educaci¨®n, solo parvulitos y adi¨®s a aquella quimera de la escuela, las m¨¢s de las veces sin mucho que llevarse a la boca, Espa?a de los albores del siglo XX, pero ni?o predestinado: a la imaginaci¨®n, a la creaci¨®n, al saber ver m¨¢s all¨¢ de donde se mira. ...
Ni?o pobre de las Covachuelas de Toledo, ni?o de tahona vieja. De fragua, de taller de zapatos, de la calle, de padre ¨¢spero como la piedra p¨®mez; chaval de miseria, repartidor de pan a lomos de un caballo viejo por los cigarrales toledanos, cuidador de cerdos, carretero de trigo. Ni?o sin arte ni parte, sin educaci¨®n, solo parvulitos y adi¨®s a aquella quimera de la escuela, las m¨¢s de las veces sin mucho que llevarse a la boca, Espa?a de los albores del siglo XX, pero ni?o predestinado: a la imaginaci¨®n, a la creaci¨®n, al saber ver m¨¢s all¨¢ de donde se mira. Alberto S¨¢nchez (Toledo, 1895-Mosc¨², 1962) ten¨ªa la escultura metida en el entrecejo ya cuando obraba como aprendiz de forja. Y, frente a la terca realidad de la vida que le toc¨® vivir, acabar¨ªa logr¨¢ndolo: ser un escultor mayor en el devenir de las vanguardias hist¨®ricas. Lo que no logr¨® fue ni notoriedad ni reconocimiento popular. Las exposiciones que se le dedicaron en 1970 en el Museo Espa?ol de Arte Contempor¨¢neo y en 2001 en el Reina Sof¨ªa fueron las dos grandes excepciones en una trayectoria mucho menos reconocida por el gran p¨²blico de lo que deber¨ªa haber sido.
Casi an¨®nimo vivi¨® y casi an¨®nimo en relaci¨®n con los grandes cen¨¢culos del arte muri¨® Alberto, as¨ª, a secas, por su nombre art¨ªstico, despu¨¦s de sucesivos exilios. Primero, en 1910, de Toledo a Madrid con su familia, malviviendo, visitando a Goya y Zurbar¨¢n en el Prado y la escultura ib¨¦rica del Museo Arqueol¨®gico Nacional; frecuentando a los Dal¨ª, Garc¨ªa Lorca, Alberti o el pintor uruguayo Rafael Barradas en las tertulias de los caf¨¦s de Oriente y Pombo, buscando hacerse artista y tratando de ingresar en la Escuela de Artes y Oficios. Intento malogrado: el chico apenas sab¨ªa ni leer ni escribir ni contar, y no lo supo hasta que un tal Jim¨¦nez, un amigo suyo empleado de botica, le ense?¨®. Luego, de Madrid a Valencia como enviado especial del Gobierno de la Rep¨²blica (Alberto ya era por entonces un comprometido militante socialista). Y, despu¨¦s, el exilio definitivo, de Valencia a Mosc¨² como profesor de dibujo de ni?os refugiados. Mosc¨², que acabar¨ªa siendo su tumba con 67 a?os tras una vida rusa de necesidades y malvivir junto a su esposa, Clara Sancha, maestra, jugadora de hockey y una de las pioneras del deporte profesional femenino en Espa?a.
Hoy queda en parte reparada la injusticia de una vida a la contra: la de un artista que bebi¨® de las fuentes del cubismo, primero, y del surrealismo, despu¨¦s ¡ªsiempre te?ido de lo que la exconservadora del Museo Reina Sof¨ªa Paloma Esteban ha denominado ¡°la textura de la naturaleza, de la tierra y las piedras, de los surcos de los campos¡±¡ª, y la de un aut¨¦ntico rojo consciente de serlo desde jovencito. Hoy Alberto regresa a Espa?a. Fin del exilio. La apertura en Toledo del primer espacio estable dedicado al arte de Alberto S¨¢nchez P¨¦rez constituye un acto de justicia po¨¦tica con quien en 1927, y en compa?¨ªa de Benjam¨ªn Palencia, ech¨® los cimientos de la Escuela de Vallecas, uno de los g¨¦rmenes capitales en el arte moderno espa?ol. La inauguraci¨®n el d¨ªa 28 de febrero del espacio dedicado a Alberto en la antigua sacrist¨ªa del convento de Santa Fe, tras casi un a?o de un complejo proceso de restauraci¨®n, es una de las grandes noticias culturales de los ¨²ltimos tiempos en Espa?a. Se cumple as¨ª la voluntad expresada en 1974 por el sobrino del artista Jorge Lacasa Sancha, que en una carta dirigida al entonces Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia ped¨ªa como condici¨®n para la donaci¨®n de obras ¡°la creaci¨®n de un museo o espacio ¨²nico para Alberto en Toledo¡±.
Las dimensiones del proyecto son peque?as, y su ambici¨®n, grande. Lo han llevado a cabo los gestores de CORPO (Colecci¨®n Roberto Polo-Centro de Arte Moderno y Contempor¨¢neo de Castilla-La Mancha), con su director art¨ªstico, Rafael Sierra, a la cabeza, que han trabajado en colaboraci¨®n con los arquitectos Javier Vell¨¦s y Jos¨¦ Ram¨®n de la Cal y con la Escuela de Arquitectura de Toledo. La rehabilitaci¨®n de la sacrist¨ªa no fue sencilla. A las intensas labores de picar m¨¢s de 20 cent¨ªmetros de cal en las paredes del edificio y reconstruir las molduras de escayola deterioradas se sum¨® la necesidad de excavar cerca de un metro en el subsuelo con el fin de instalar una serie de respiraderos que actuaran de barreras contra los problemas de humedad del edificio, que ahora es pr¨¢cticamente una c¨¢mara sellada.
En la vieja sacrist¨ªa descansan ya 9 esculturas en bronce del artista toledano y 13 de sus dibujos a l¨¢piz, tinta o aguada, en una especie de altar pagano que servir¨¢ de reencuentro entre Alberto y sus paisanos. Este regreso del artista en formato hijo pr¨®digo se produce 22 a?os despu¨¦s de que todas estas obras fueran enviadas a dormir a los almacenes del vecino Museo de Santa Cruz, procedentes del viejo Museo de Arte Contempor¨¢neo de Toledo, inaugurado en 1975 y clausurado en 2001. All¨ª, en el MACTO, convivi¨® Alberto con artistas como Antonio L¨®pez, Joan Mir¨®, Benjam¨ªn Palencia, Juan Barjola, Menchu Gal, Rafael Canogar y Amalia Avia, entre otros, antes de que la desidia pol¨ªtica y el desinter¨¦s popular diera al traste con el proyecto que lider¨® el entonces subdirector del Prado, Joaqu¨ªn de la Puente.
La mujer de la estrella, Mujer castellana, Minerva de los Andes, Reclamo de alondra, Maternidad, Toro, La pareja humana, Var¨®n din¨¢mico, Mujer sentada, Tres figuras, Escultura para un puerto, Perros aullando¡, obras donadas en su d¨ªa por los herederos del artista y propiedad del Ministerio de Cultura, conforman un conjunto que ¡ªen lo escult¨®rico¡ª enlaza con los universos de Picasso, de Brancusi, de Arp, de Henry Moore y, por supuesto, con la estatuaria ib¨¦rica, y m¨¢s concretamente con el extraordinario tesoro ¨ªbero del Cerro de los Santos en Montealegre del Castillo (Albacete), que puede visitarse en el Arqueol¨®gico Nacional y era una debilidad de Alberto.
Evidentemente, no est¨¢ en este min¨²sculo y pagano santuario la obra cumbre de Alberto, El pueblo espa?ol tiene un camino que conduce a una estrella. Y no lo est¨¢ por dos razones: una, los 12,5 metros de este monolito de cemento y bronce no cabr¨ªan de ning¨²n modo en la sacrist¨ªa de Santa Fe; y dos: el monolito, de hecho, no existe. Plantado por su autor en la entrada del pabell¨®n de la Rep¨²blica espa?ola en la Exposici¨®n Internacional de Par¨ªs de 1937, en plena Guerra Civil y a escasos metros del Guernica, de Picasso, se perdi¨® su rastro tras el final de aquella muestra y el desmantelamiento de los pabellones. Hoy, dos reproducciones de la ¨²nica obra que confiri¨® cierta notoriedad a su autor se elevan hacia los cielos de Madrid (en la explanada delante del Museo Reina Sof¨ªa) y Toledo (plaza del Barrio Nuevo). Pero s¨ª habr¨¢ en este espacio estable dedicado al artista un recuerdo de aquella su gran obra: una gran fotograf¨ªa que, junto a un retrato en blanco y negro de Alberto, presidir¨¢ la entrada en lo que supone una evocaci¨®n de la de aquel pabell¨®n republicano en Par¨ªs. De todo ello se da cuenta en el cat¨¢logo que acompa?a a la inauguraci¨®n de esta sala estable y que desde ya mismo se convierte en la gran obra editorial de referencia sobre el artista.
El responsable conceptual de aquel pabell¨®n construido por los arquitectos Josep Llu¨ªs Sert y Luis Lacasa para la llamada Exposici¨®n Internacional de las Artes y las T¨¦cnicas en la Vida Moderna de 1937 hab¨ªa sido el ilustrador valenciano Josep Renau, por entonces director general de Bellas Artes del Gobierno de la II Rep¨²blica. El objetivo no era otro que armar un monumental artilugio de propaganda en favor de la Rep¨²blica para obtener el apoyo de las potencias occidentales contra Franco. En 1935, Renau, comunista convencido e incansable activista pol¨ªtico desde el entorno de la revista Nueva Cultura, ya hab¨ªa querido convencer a Alberto de que dejara de lado ¡°el individualismo y las reminiscencias peque?oburguesas¡± para establecer lo que ¨¦l llamaba ¡°un contacto espiritual con las masas¡±. Dicho en rom¨¢n paladino: que se dejara de devaneos neocubistas y surrealistas y se adscribiera a la causa del realismo socialista puro y duro procedente de la URSS. Adscripci¨®n en la que, evidentemente, y a pesar de su comprometida militancia primero en el socialismo y a partir de 1947 en el comunismo (a?o en que se afilia al PCE), Alberto nunca se vio, pues su arte mantuvo de principio a fin unas se?as de identidad que casaban mal con las etiquetas cerradas. As¨ª lo deja entrever ?ngel del Cerro en su libro Vida y obra del escultor Alberto S¨¢nchez (editorial Ledoria, 2022), cuando explica que Alberto ni cre¨® escuela ni tuvo disc¨ªpulos, y que la suya fue ¡°una trayectoria dedicada a un ideal est¨¦tico aislado¡±.
Una trayectoria de producci¨®n art¨ªstica limitada ¡ª?entre otras cosas, porque los bombardeos franquistas sobre Madrid durante la Guerra Civil destruyeron en gran parte su estudio de la calle de Joaqu¨ªn Mar¨ªa L¨®pez¡ª y de biograf¨ªa personal con zonas de sombra, por ejemplo, en lo referente a su amistad con Dolores Ib¨¢rruri, La Pasionaria. Pero, en cualquier caso, ¡°un magn¨¦tico inventor de formas¡±, como escribir¨ªa de ¨¦l su amigo Rafael Alberti.
Tras fallecer en Mosc¨² en 1962, el grueso de su obra fue a parar a la Fundici¨®n Capa, en la madrile?a localidad de Arganda del Rey, a la vez que su sobrino Jorge Lacasa, su viuda, Clara Sancha, y su hijo, Alca¨¦n S¨¢nchez, creaban en Madrid la Fundaci¨®n Alberto, cuya vocaci¨®n era poner de relieve la obra del artista, pero que se disolvi¨® a los pocos a?os.
Seguramente la propia personalidad de Alberto S¨¢nchez y la imposibilidad moral de desviarse un ¨¢pice del ideario izquierdista impidieron que su personaje y su obra adquirieran otra dimensi¨®n p¨²blica distinta de la que tuvieron. En Espa?a tuvo que resistir la acometida de comisarios pol¨ªticos de su misma ideolog¨ªa, primero, y el advenimiento del franquismo, despu¨¦s. Emprendido el camino del exilio como tantos otros artistas e intelectuales espa?oles, en la ¡°id¨ªlica¡± URSS tuvo que soportar, sobre todo hasta la muerte de Stalin en 1953, la furibunda intransigencia de los comisarios pol¨ªticos de la pureza comunista y de los paladines del realismo socialista en lo art¨ªstico. Frecuent¨® a figuras de la intelectualidad rusa, como los cineastas Sergu¨¦i Eisenstein (El acorazado Potemkin) o Grigori K¨®zintsev, con quien colabor¨® en los decorados para Don Quijote, primera pel¨ªcula sovi¨¦tica estrenada en Espa?a (1966) durante la dictadura. Pero desde 1938 y hasta el final de sus d¨ªas, Alberto se dedic¨® sobre todo a dar clases de dibujo a los ni?os de Rusia, hijos de aquel espanto en forma de guerra civil. Luego se march¨®. Como vino y como estuvo, sin mucho ruido. Ahora vuelve. La cita es en Toledo. Alberto ya est¨¢ en capilla.