Raspando mi nombre en el Parten¨®n
Solo se alcanzar¨¢ la paz si alguien consigue seguir creyendo en ella, aunque nuestro cielo inclemente escupa fuego
Ser articulista es un trabajo curioso. Una de las peculiaridades m¨¢s evidentes consiste en contar con un d¨ªa de entrega. Esto es, has de estar ingeniosa y tener algo propio que decir con fecha y hora fija, as¨ª llueva o truene en tu vida interior y aunque en ese momento est¨¦s particularmente atocinada. Y as¨ª, recuerdo haber escrito hace a?os una columna en EL PA?S sobre la gripe, mientras moqueaba y mord¨ªa un term¨®metro en la cama.
El caso es que esos art¨ªculos que luego suenan m¨¢s o menos templ...
Ser articulista es un trabajo curioso. Una de las peculiaridades m¨¢s evidentes consiste en contar con un d¨ªa de entrega. Esto es, has de estar ingeniosa y tener algo propio que decir con fecha y hora fija, as¨ª llueva o truene en tu vida interior y aunque en ese momento est¨¦s particularmente atocinada. Y as¨ª, recuerdo haber escrito hace a?os una columna en EL PA?S sobre la gripe, mientras moqueaba y mord¨ªa un term¨®metro en la cama.
El caso es que esos art¨ªculos que luego suenan m¨¢s o menos templados han sido muchas veces concebidos en mitad de la tribulaci¨®n. Por ejemplo, durante los dos primeros meses del confinamiento no pude escribir ni una sola columna que no tratara de la maldita pandemia. Ten¨ªa el cerebro chupado por el asunto. Algo as¨ª me sucedi¨® ayer. Porque este texto empez¨® su andadura ayer. Como quiz¨¢ sabes (lo he dicho mil veces), por razones de imprenta entrego el art¨ªculo 15 d¨ªas antes de que se publique. Esta es otra de las peculiaridades del oficio, el posible desfase temporal, que en ocasiones resulta insoportable. Como ahora. Hoy escribo atrapada por ese retraso. Soy una mosca en el ojo del hurac¨¢n, en la aterradora calma chicha antes de que los cielos se desplomen. Porque, mientras tecleo, la incursi¨®n terrestre israel¨ª en Gaza parece inminente; la mitad de los habitantes han abandonado sus hogares, y en los hospitales casi no queda agua potable, ni medicinas, ni combustible, ni camas para atender a los m¨¢s de 10.000 heridos. Todo este horror est¨¢ pasando justo ahora, en mi ahora. Dentro de dos semanas, cuando salga este texto, puede haber sucedido mucho m¨¢s. Puede haberse completado un genocidio.
Deber¨ªa escribir de otra cosa m¨¢s intemporal, por supuesto, pero es casi imposible aislarse de esta tormenta de dolor. Para cuando mis palabras se publiquen, sin embargo, ya estar¨¢ todo dicho y todo hecho, no servir¨¢n de nada. Aunque creo que, en general, los art¨ªculos sirven para poco; que no convences a nadie que no est¨¦ previamente en las proximidades de tu pensamiento. En cualquier caso, como cuando la pandemia, experimentas la aguda necesidad de tratar el tema. Y as¨ª estamos todos los articulistas estos d¨ªas, d¨¢ndole al asunto, repartiendo culpas y mandobles, juzgando como dioses. A los columnistas enseguida nos dan arrebatos de divinidad. Yo ayer hice lo mismo. Dije que llevamos d¨¦cadas en una guerra larvada terrorista de Occidente contra el fundamentalismo ¨¢rabe; que el tr¨¢gico conflicto palestino-israel¨ª se inserta en ese ¨¢mbito; que Ham¨¢s es un monstruo y no lucha por su pueblo sino obedeciendo las ¨®rdenes de Ir¨¢n, que es quien paga. Por cierto, Ham¨¢s es mi enemigo. Y los talibanes. Y el Gobierno iran¨ª. Y los fundamentalistas isl¨¢micos. Todos ellos ponen en riesgo no solo mi estilo de vida, sino mi propia vida, as¨ª que creo que debemos defendernos. Pero, aun comprendiendo bien el dolor de Israel ante los feroces asesinatos y lo muy dif¨ªcil que les resulta protegerse, arrasar Gaza y machacar a la poblaci¨®n civil es una atrocidad inadmisible. Un crimen a ojos vistas. Y lo estamos viendo y permitiendo de manera indecente. Eso dije, o sea, lo de todos. Lo hice, sin duda, movida por la desesperaci¨®n: por la necesidad de echarle palabras al horror, como quien apaga un fuego. Pero tambi¨¦n, me supongo, por la costumbre o el vicio del articulista de dejar su comentario, su peque?a opini¨®n que a nadie importa, su firma en el viento de la Historia, como el turista idiota que pone su nombre, rasc¨¢ndolo con la punta de una llave, sobre una columna del Parten¨®n.
Entregu¨¦ ese texto ayer, en fin, y dorm¨ª sobre ¨¦l, muy a disgusto por su obviedad, percibiendo, quiz¨¢ m¨¢s que nunca, la in¨²til vaciedad de esas frases manidas frente a los dolores m¨¢s urgentes y aut¨¦nticos. As¨ª que hoy lo reescribo, hoy raspo de nuevo mi nombre en la piedra, intentando atrapar alguna palabra verdadera. De esperanza, quiz¨¢. Recuerdo que, durante los largos a?os de plomo del terrorismo de ETA, estaba convencida de que esa carnicer¨ªa nunca tendr¨ªa fin. Y, sin embargo, acab¨®. S¨¦ que el problema palestino-israel¨ª es mucho m¨¢s complejo y que se inserta en un conflicto mayor, y es una pena que, hasta llegar a un acuerdo, haya que pagar un precio tan sangriento, pero todo termina, como termin¨® la guerra de los Cien A?os. Eso s¨ª: solo se alcanzar¨¢ la paz si alguien consigue seguir creyendo en ella, aunque nuestro cielo inclemente escupa fuego.