?Qu¨¦ l¨¢stima!
Supongamos que tiene usted una embarcaci¨®n de recreo con cerveza fresca y vodka helado en la nevera. Imaginemos que echa el ancla en medio del oc¨¦ano para tomar un aperitivo con las personas con las que comparte la traves¨ªa. De vez en cuando, se cruza con un velero lleno de gente guapa y se saludan alegremente unos a otros agitando en el aire sus gorras de marineros de boato. En esto, pasa junto al barco un ata¨²d y luego otro y otro, de modo que la superficie del mar se convierte en un extra?o tanatorio al aire libre.
Lo de los ata¨²des es una exageraci¨®n. Los muertos que viene trag¨¢ndose desde hace a?os el Mediterr¨¢neo van a cuerpo. Si acaso, cuelgan de sus miembros podridos o de sus osamentas desnudas algunos harapos que, como jirones de piel, han sobrevivido a la acci¨®n corrosiva del agua salada y a las mordeduras de los peces. Total, que a usted y a sus amigos se les ha estropeado el aperitivo. Lo m¨¢s probable es que rechacen comerse esa lubina a la brasa reci¨¦n pescada que quiz¨¢ se haya alimentado de los cuerpos de los cientos o miles de migrantes n¨¢ufragos.
Estamos exagerando, claro. Exagerando relativamente, a?adir¨ªamos. En el primer plano de la foto vemos precisamente una embarcaci¨®n de recreo que se ha cruzado con un cayuco lleno de precad¨¢veres. Se miran los unos a los otros como pregunt¨¢ndose:
¡ª?Por qu¨¦ yo no soy uno de los del yate?
O bien:
¡ª?C¨®mo me he librado yo de ser uno de los del cayuco?
Es un misterio que los seres humanos, pareci¨¦ndonos tanto, seamos a la vez tan desiguales. Pero esto es lo que hay, qu¨¦ l¨¢stima.
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