Rodrigo y Manuel: el amor que nunca fue
En 1984, Rodrigo Mu?oz public¨® el c¨®mic ¡®Manuel¡¯, cr¨®nica de la relaci¨®n plat¨®nica con su amigo heterosexual: una obra ic¨®nica en el Madrid gay de los ochenta. Cuarenta a?os despu¨¦s, los reunimos en una larga charla y en un dibujo original que resucita su historia.
Esta es la historia de un Cupido sin sus flechas, o algo as¨ª. El cotizado angelote se las debi¨® de dejar en casa una ma?ana de amores imposibles como quien se deja el paraguas una tarde de lluvia. Mal negocio. A trabajar se va con las herramientas necesarias.
Corr¨ªa un d¨ªa de agosto de 1977, segundo a?o de gloria tras la muerte del general¨ªsimo, cuando Rodrigo Mu?oz, un artistazo ensimismado que hab¨ªa nacido en T¨¢nger en 1953 y que viv¨ªa en un s¨®tano de la madrile?a calle de la Madera ¡°donde br...
Esta es la historia de un Cupido sin sus flechas, o algo as¨ª. El cotizado angelote se las debi¨® de dejar en casa una ma?ana de amores imposibles como quien se deja el paraguas una tarde de lluvia. Mal negocio. A trabajar se va con las herramientas necesarias.
Corr¨ªa un d¨ªa de agosto de 1977, segundo a?o de gloria tras la muerte del general¨ªsimo, cuando Rodrigo Mu?oz, un artistazo ensimismado que hab¨ªa nacido en T¨¢nger en 1953 y que viv¨ªa en un s¨®tano de la madrile?a calle de la Madera ¡°donde brincaban las ratas¡±, cogi¨® el ba?ador, la toalla y el metro y se plant¨® en la piscina del Lago de la Casa de Campo. Cuando se par¨® a descansar apoyado en el borde de la pileta despu¨¦s de unas cuantas brazadas, vio a Dios. O crey¨® ver a Dios. O al menos a su Dios. Aquella divinidad carnal, barbuda y peluda de s¨¢bado por la ma?ana que atend¨ªa al nombre de Manuel ni se fij¨® en ¨¦l. ?l en ella, s¨ª. Seguramente ya estaba pregunt¨¢ndose Rodrigo, sin siquiera saberlo, d¨®nde diantre estaban las dichosas flechas de Cupido. Se las apa?¨® para entablar conversaci¨®n ¡ªcon Manuel, no con Cupido¡ª, no sin antes haber desistido y haberse largado a pillar el metro de vuelta ¡ªpobre diablo¡ª para finalmente, ya en el and¨¦n, volver sobre sus pasos pensando ¡°?y si¡?¡±. Y el ¡°si¡¡± se convirti¨® en ¡°s¨ª¡±. All¨ª estaba la divinidad peluda y granadina, esper¨¢ndolo y dispuesto para la charleta. Aquella noche acabaron juntos en una discoteca de la calle de Atocha, bailando rumbas al son de Los Chunguitos, Manuel mirando los culos de las se?oras y Rodrigo mirando el culo de Manuel. Se hicieron amigos. Empezaron a verse con asiduidad, iban a bares, a conciertos, a obras de teatro, a musicales, a ver pel¨ªculas, Rodrigo era carne de far¨¢ndula; Manuel, un chico de pueblo dispuesto a comerse la gran ciudad; Rodrigo era gay, Manuel tampoco; y el chico de pueblo le dej¨® claro desde el principio al de ciudad que vale, que amigos para siempre pero amantes para nunca. Pese a todo, Rodrigo se empe?¨® en demostrarle a Manuel que su mundo no mord¨ªa. Pero resulta que su mundo s¨ª mord¨ªa.
Un d¨ªa, seguramente para demostrarle de lo que era capaz por ¨¦l, Rodrigo llev¨® a Manuel a ver en el teatro Pr¨ªncipe el musical ?Oh, Calcuta!, todo un hito del espect¨¢culo er¨®tico, un aut¨¦ntico esc¨¢ndalo en aquellos momentos, venga tetas y culos a porrillo sobre el escenario. ?l andaba ya por aquel tiempo inmerso en el mundillo de la noche madrile?a, con una agenda de lo m¨¢s apetecible, y cuando acab¨® el show, le dijo a su amado: ¡°De todas las mujeres que has visto en pelotas sobre el escenario, elige la que m¨¢s te guste y yo te consigo su tel¨¦fono¡±.
¡°?Y todo por agradarle!¡±, recuerda hoy Rodrigo Mu?oz (74 a?os) sentado en un bar de Granada, la ciudad en la que vive Manuel Lozano (71) y donde los hemos reunido despu¨¦s de 23 a?os sin verse. El reencuentro de los viejos amigos a la sombra de la Alhambra no fue f¨¢cil. Dicen que el tiempo lo cura todo. No es seguro. Puede incluso que a veces hurgue en la herida, o puede que simplemente las personas no seamos capaces de suturar bien ciertas cicatrices. Manuel acept¨® el reencuentro pero avis¨®: no pensaba viajar a Madrid. Rodrigo tambi¨¦n lo acept¨®, y dijo ¡°s¨ª¡± a este viaje a Granada. Lo hizo pensativo y tenso. Puede que con miedo. Un miedo que se confirm¨® en el primer abrazo, en el primer cruzarse de ojos, en la decepci¨®n ante lo evidente: aquel amor ni le tocaba ni le miraba, o lo hac¨ªa de manera fugaz. Rodrigo prefer¨ªa insistir en el pasado -aunque reconoce que aquella historia forma parte ya de eso, de la Historia-, Manuel prefer¨ªa el presente. Uno parec¨ªa sentir nostalgia de los d¨ªas que fueron; el otro, abierta satisfacci¨®n por los d¨ªas que son. Y as¨ª no hab¨ªa manera, y as¨ª estuvo a punto de irse todo al traste y de que esta idea de reunir a los viejos amigos fuera una mala idea. Hasta que, andando los minutos y las horas, en una callejuela del Albaic¨ªn granadino, junto al mirador de San Nicol¨¢s, Rodrigo le cont¨® a Manuel su decepci¨®n y le implor¨®: ¡°No te pido mucho¡, aunque sea una mirada, aunque sea que me toques¡±. Y entonces los dos se miraron y se hablaron y se tocaron y rieron. Ahora s¨ª, acababan de reencontrarse de verdad. Luego ya en una terracita sombr¨ªa, delante de unas cervezas, insisti¨® Rodrigo en los d¨ªas de vino y rosas: ¡°?A que no te acuerdas de aquella tarde que fuimos al cine a ver Muerte en Venecia y en la escena cumbre, cuando m¨¢s guapo sal¨ªa el chaval aquel, te quedaste dormido, cabr¨®n?¡±. El aspirante (al amor), intent¨¢ndolo todo para que las flechas de Cupido, etc¨¦tera, etc¨¦tera, etc¨¦tera, tambi¨¦n llevaba a su Dios a cosas m¨¢s finas, no todo iban a ser culos y tetas: ¡°Le llev¨¦ un d¨ªa a ver a la compa?¨ªa de danza y teatro de Lindsay Kemp, que era lo m¨¢s mariquita que se pod¨ªa ser, pero buen¨ªsimo, de lo mejor que hab¨ªa en aquel momento en los escenarios, y que hac¨ªan Notre-Dame-des-Fleurs en el teatro Santa Br¨ªgida con m¨²sica de Pink Floyd, una cosa loqu¨ªsima. Yo es que le daba una de cal y una de arena para ver si entraba¡ Pero nunca entr¨®, el t¨ªo¡±. ¡°S¨ª, me acuerdo, ja, ja, ja¡±, r¨ªe Manuel, ¡°y tambi¨¦n me acuerdo de una noche que me regal¨® un coraz¨®n de barro esculpido y metido en un ata¨²d peque?ito, y cuando lo abr¨ª y vi lo bien hecho que estaba me dije: ?Este t¨ªo ha matado a alguien y le ha arrancado el coraz¨®n para regal¨¢rmelo!¡±.
Pero no todo fueron alegr¨ªas. Manuel a¨²n recuerda la noche de aquella fiesta maldita. Rodrigo compart¨ªa por entonces casa con un amigo muy colgado, cerca de la plaza de Castilla. ¡°Yo estaba viviendo en una residencia para aprendices de mec¨¢nica y electricidad, en Moratalaz. Y al lado viv¨ªan unas chicas en una residencia de monjas, y yo las invit¨¦ a una fiesta en casa de Rodrigo. Y cuando llegamos all¨ª, unos amigos suyos a los que hab¨ªa invitado se empezaron a despelotar, y enseguida se pusieron a follar entre ellos, all¨ª, delante de nosotros. Las chicas empezaron a gritar y a llorar y salieron de all¨ª despavoridas, y claro, yo con ellas. Y al d¨ªa siguiente le dije a Rodrigo: ¡®Pero hombre, ?c¨®mo me haces esto?¡±.
Y un buen d¨ªa del verano de 1978, Manuel desapareci¨®. Se fue por ah¨ª por las espa?as a trabajar en sus instalaciones telef¨®nicas y en sus tendidos el¨¦ctricos, primero en Badajoz, luego en Ja¨¦n y al final se volvi¨® a Aldeire, su pueblo granadino. Y otro buen d¨ªa, Rodrigo decidi¨® ir en su busca. Lo localiz¨® y cuando lleg¨® a Aldeire lo vio una tarde viniendo de frente por una carretera, ¡°alto, guapo y maravilloso¡±¡, pero del brazo de una mujer, ¡°una chica guap¨ªsima de siete kil¨®metros de eslora de caderas, vamos, perfecta¡± (Carmen, la que acabar¨ªa siendo su esposa). Entonces Manuel le dijo: ¡°Pero ?qu¨¦ haces aqu¨ª?¡±, Y Rodrigo: ¡°Pues no s¨¦, he venido a verte¡±. Y Manuel: ¡°Ma?ana tengo que ir a sembrar patatas al campo, vete a verme all¨ª¡±. Y Rodrigo fue al d¨ªa siguiente a verle sembrar patatas. Lo contempl¨® de lejos, desde una colina, y se pregunt¨® a s¨ª mismo qu¨¦ hac¨ªa all¨ª, y se dio la vuelta y se volvi¨® para la pensi¨®n, y la due?a de la pensi¨®n le canturre¨®: ¡°Vino cantandoooo y se va llorandoooo¡±, y ¨¦l crey¨® que en aquel pueblo todo el mundo le estaba echando, y vio que no pintaba nada all¨ª y entonces cogi¨® la alforja (literal: Rodrigo usa alforjas, lo mismo en aquel viaje maldito a Aldeire que a este de ahora a Granada 46 a?os despu¨¦s) y regres¨® a Madrid, fin de la historia, The end.
Entonces, el estudiante de Arquitectura que hab¨ªa dejado la geometr¨ªa descriptiva por los pinceles y los caballetes volc¨® su frustraci¨®n de amor plat¨®nico en el arte. En concreto, en una escultura de yeso, papel mach¨¦, metacrilato y circuito el¨¦ctrico con lamparita de cuarzo incorporada que le llev¨® seis a?os y en la que ¨¦l aparec¨ªa ¡ªaparece¡ª en el regazo de un Manuel a tama?o natural, desnudo y con unos atributos que para s¨ª los quisieran Nacho Vidal y Rocco Siffredi. En realidad era ¡ªes¡ª un autorretrato en el que el autor estaba ¡ªest¨¢¡ª en el regazo y al mismo tiempo dentro del propio Manuel. La obra fue expuesta en la galer¨ªa Seiquer durante la segunda edici¨®n de Arco, en 1983, y el pitote que mont¨® fue de dimensiones b¨ªblicas, aunque Rodrigo sostiene que en realidad tiene m¨¢s que ver con la imaginer¨ªa religiosa que con el esp¨ªritu de la Movida: ¡°Es como una piedad pero en descarao¡±. La obra fue adquirida por un coleccionista brit¨¢nico que se la llev¨®, primero, a Londres, y despu¨¦s, a Nueva York. El coleccionista muri¨®. Su pareja decidi¨® devolv¨¦rsela a Rodrigo, y aunque la escultura estuvo un buen tiempo en los almacenes de Barajas (donde le ped¨ªan a su autor una pasta por sacarla de all¨ª), al final un funcionario del aeropuerto se apiad¨® de ¨¦l y dej¨® que se la llevara gratis a su casa. Donde permaneci¨® hasta que, en la ¨²ltima edici¨®n de Arco, volvi¨® a ser expuesta, esta vez en el stand de la galer¨ªa madrile?a Jos¨¦ de la Mano. Rodrigo y el galerista siguen a la espera del mirlo blanco en forma de comprador. 80.000 euros vale la criatura.
De forma paralela a aquella especie de terapia en forma de escultura, su autor se puso en 1982 a dibujar su historia de amores imposibles. Un d¨ªa, Rodrigo conoci¨® en la discoteca Rockola a Borja Casani, editor de la revista La Luna de Madrid ¡ªaut¨¦ntica biblia de la modernidad ochentera de la ciudad y ¨®rgano no oficial de la Movida¡ª, y le habl¨® de las vi?etas que ya ten¨ªa hechas. Quedaron, se las mostr¨® y Casani le propuso publicar aquello por entregas, a raz¨®n de cuatro p¨¢ginas mensuales. Dicho y hecho: Manuel tom¨® cuerpo en los n¨²meros del 1 al 12 de la revista, entre 1984 y 1985. La versi¨®n completa (52 p¨¢ginas) fue publicada en formato ¨¢lbum en 1985 (Ediciones Libertarias / La Luna de Madrid, hoy casi inencontrable), convirti¨¦ndose en una de las obras m¨¢s importantes del c¨®mic espa?ol, y en todo un manifiesto contracultural y militante en defensa de los derechos de la comunidad gay. Que, no hace falta decirlo, no eran exactamente los mismos hace 40 a?os que en los tiempos actuales del Orgullo. Rodrigo Mu?oz no pari¨® aquella obra pensando en modo activista ni nada parecido. Solo hay que escucharle: ¡°No me siento c¨®modo siendo portavoz de la bandera arco?¨ªris ni de nada. Y tengo claro que hubo un tiempo en que nos quemaban en la plaza Mayor por ser como ¨¦ramos, y a m¨ª me han dado una paliza al salir de una discoteca por acariciar a un hombre... pero no soy militante de nada. Y si me preguntan si me gustan las propuestas LGTBIQ, en general dir¨¦ que no, pero vaya, como no me gusta la gente que va a misa¡±. No se cas¨® con su adorado Manuel, pero tampoco con nadie.
De hecho, Rodrigo odia las etiquetas y las tipolog¨ªas, incluidas las sexuales. ¡°?Cada vez hay m¨¢s clasificaciones y ya est¨¢ bien! Por no hablar del tema mercantil: hay fruter¨ªas gays, playas gays, hoteles gays... ?pero qu¨¦ me est¨¢s contando?¡±. Ni homosexual, ni heterosexual, ni metrosexual, ni asexual, ni polisexual ni nada de nada de nada. Bueno, s¨ª: ¡°Rodrigosexual, yo soy rodrigosexual, que cada uno disfrute de cuerpo como le d¨¦ la pu?etera gana, que cada uno haga de su cabeza, su coraz¨®n y su entrepierna lo que le diga su intimidad, eso a nadie le incumbe m¨¢s que a uno mismo. Y en cada momento. Yo tengo una hija maravillosa de 30 a?os... ?y eso desde luego no lo hizo el arc¨¢ngel San Gabriel, lo hicimos una mujer y yo! ?Una vagina es la caja de Pandora!¡±. Las etiquetas y las tipolog¨ªas le parecen tretas y justificaciones puestas en marcha por las mayor¨ªas, categor¨ªas humanas que le interesan poco tirando a nada: ¡°La minor¨ªa tenemos un sitio en este mundo tanto o m¨¢s importante que la mayor¨ªa, me niego a lo contrario. La mayor¨ªa a veces nos mete en unos desastres impresionantes, y la minor¨ªa a veces tira del mundo¡±.
Se queda pensativo Rodrigo mirando a nada y vuelve a la g¨¦nesis de aquel c¨®mic inolvidable: ¡°Le ech¨¦ huevos, porque dibuj¨¦ una historia de amor entre dos t¨ªos y en aquella ¨¦poca eso desde luego no era lo habitual. No era una historia de mariconeo¡, era la historia de dos t¨ªos que ten¨ªan una relaci¨®n, uno al que le iban las t¨ªas y otro al que le iban los t¨ªos, uno m¨¢s loco que el otro, pero bueno¡¡±, reflexiona Rodrigo Mu?oz en una mesita del Lily, un bareto para ¨¦l muy querido del barrio de Chueca de Madrid. Las p¨¢ginas de Manuel rezuman, desde su academicismo exquisito y superdotado en el trazo (la recreaci¨®n de los inmensos edificios de la Gran V¨ªa resulta abrumadora), su revolucionaria disposici¨®n de vi?etas y sus perspectivas imposibles, una mezcla imbatible de poes¨ªa y mugre a partes iguales. Una historia tierna y dura al mismo tiempo. Aquello no era, como asegura su autor, la t¨ªpica historia del mariquita y el macho en tiempos del posfranquismo. ¡°No, no, yo ya hab¨ªa perdido mi virginidad tres a?os antes con un t¨ªo muy t¨ªo. Pero me qued¨¦ flipado. Manuel era una especie de Charlton Heston, Dios m¨ªo¡, qu¨¦ pedazo de t¨ªo, 24 a?itos, yo le ve¨ªa el flequillo y se me saltaban las l¨¢grimas, era tierno, peludo y enorme, un Apolo, un Dios griego. Aunque no te vayan los t¨ªos, si yo te ense?ara fotos de entonces de ¨¦l desnudo es que no te lo creer¨ªas¡±.
Le ech¨¦ huevos, porque dibuj¨¦ una historia de amor entre dos t¨ªos y en aquella ¨¦poca eso no era lo habitual. No era una historia de mariconeo (Rodrigo)
?T¨², con tal de intentarlo, lo que fuera! Pero yo ya te lo dec¨ªa: como amigos lo que quieras pero nunca llegaremos a otra cosa (Manuel)
El original del c¨®mic fue adquirido por el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM), que lo atesora en su colecci¨®n, mientras que recientemente el sello Cielo El¨¦ctrico lo reedit¨® en un precioso volumen, incluyendo parte del material preparatorio de los dibujos y de la escultura, adem¨¢s del relato de su autor sobre las vivencias de aquellos a?os. Un c¨®mic cuyas primeras p¨¢ginas, antes de que Rodrigo Mu?oz se las mostrara a Borja Casani, hab¨ªan sido rechazadas por los responsables de El V¨ªbora, por aquel entonces gran templo underground en forma de revista de historietas. El V¨ªbora contaba entre sus estrellas a Nazario, autor de una criatura infernal en forma de travest¨®n del Barrio Chino de Barcelona llamada Anarcoma. El Manuel de Rodrigo era pura l¨ªnea clara, dibujos a Rotring en blanco y negro llenos de maestr¨ªa, vi?etas de trazo limpio y una especie de ingenuidad ba?ada de amores plat¨®nicos y buenos sentimientos, aunque no faltaban vi?etas muy a?os ochenta de cuarto oscuro, sexo en grupo y neonazis apalizando ¡°maricones¡±. El Anarcoma de Nazario era salvaje, en colores oscuros y chillones, inundado de sangre, semen, cuero, mala vida y escenas que limitaban a duras penas con el C¨®digo Penal. Normal que a los responsables de aquella revista volc¨¢nica de Barcelona no les interesaran los efluvios plat¨®nicos de Rodrigo. Manuel era un poema. Anarcoma, un aullido. El d¨ªa y la noche, la miel y la hiel, universos contrapuestos.
Como lo son las vidas de estos dos viejos amigos. Rodrigo vive en un pueblo de 100 habitantes de la sierra norte de Madrid en compa?¨ªa de sus 11 gatos, y no se relaciona con sus vecinos, y en general con muy poca gente. Queda de vez en cuando con su hija Mariana (excelente dibujante, como ¨¦l, y nacida de la relaci¨®n temporal con una amiga). Hace 18 a?os que huy¨® de la gran ciudad en busca del silencio, aunque habla sin pausa. Cuando baja a Madrid es como un animalillo asustado. Dan ganas de cuidarlo. Vive como en otra dimensi¨®n. Manuel vive en Granada, ayuda a su hija cuidando de sus dos nietas y se qued¨® viudo en febrero tras siete a?os cuidando a su esposa enferma de Alzheimer. Solo habla cuando se le pregunta y es rotundamente simp¨¢tico. Dan ganas de irse con ¨¦l de ca?as. Rodrigo fue artista, farandulero y canalla, y firm¨® ilustraciones en peri¨®dicos como EL PA?S, Diario 16 y El Mundo, adem¨¢s del mural de 170 metros que decora la estaci¨®n de metro de Nuevos Ministerios en Madrid. Manuel fue maestro mec¨¢nico y electr¨®nico en Sintel, SA, y form¨® parte de la tribu que, de enero a agosto de 2001, mont¨® en la Castellana de Madrid el Campamento de la Esperanza, con el que protestaban contra el despido de 1.800 trabajadores de esta compa?¨ªa subsidiaria de Telef¨®nica que Aznar sirvi¨® en bandeja al multimillonario cubano Mas Canosa, y que servir¨ªa de escenario para el documental El efecto Iguaz¨², premiado con un Goya en 2003.
Cuarenta a?os despu¨¦s, la conversaci¨®n que sigue, a caballo entre dos terrazas de la Carrera de la Virgen, a la ca¨ªda de la tarde en Granada, da una idea aproximada de lo que fue toda aquella historia.
¡ªManuel, la historia nuestra la conoce todo el mundo menos t¨², que no te enteras. T¨² es que nunca has sido consciente de lo que aquello supuso para mucha gente. O sea, el Manuel de verdad nunca se enter¨® del Manuel de mentira, que es del que se enter¨® todo el mundo.
¡ªA ver, que yo ten¨ªa 25 a?os¡ Yo me enter¨¦ de todo aquello por lo que t¨² me contaste.
¡ª24. Eras precioso. Un ideal de belleza. Nos ten¨ªamos que haber casado, Manuel, y habernos dejado de chorradas. Habr¨ªamos sido un ejemplo para la humanidad.
¡ª?T¨², con tal de intentarlo, lo que fuera! Pero yo ya te lo dec¨ªa desde el principio: como amigos, lo que quieras, pero nunca nunca vamos a llegar a otra cosa [aunque muchos lectores del c¨®mic pensaron que hab¨ªan llegado a tener relaciones].
¡ª?Pero si yo nunca te toqu¨¦ un pelo, y eso que arrasabas! ?Un beso en la cabeza te di una vez! Y te dije: ¡°Te quiero¡ demasiado¡±. Pero yo jam¨¢s me hice contigo ninguna pel¨ªcula¡ Me pon¨ªa el Ay, Ay, Ay de Lole y Manuel y me echaba pajas pensando en ti y unas l¨¢grimas que no veas.
¡ª?Ja, ja, ja! Pues s¨ª, la verdad es que en Madrid me com¨ªa el mundo. Entraba en las discotecas esas que estaban cerca de Sol y¡, bueno, yo all¨ª la verdad es que no ten¨ªa ning¨²n problema, ya me entiendes, ?ja, ja, ja! Los lunes ten¨ªa una pareja, los martes ten¨ªa otra, los mi¨¦rcoles otra¡ ?Es que aquellas discotecas abr¨ªan todos los d¨ªas!
¡ªYa, pero cuando fuimos la primera vez a aquella discoteca de tatas y soldaditos en la calle de Atocha, no te sacaba a bailar nadie, hasta que te saqu¨¦ yo¡
¡ªAh, ?s¨ª?
¡ªPero ?no te acuerdas? ?Una rumba nos bailamos juntos, con Los Chunguitos! Yo dec¨ªa: ?pero un chaval tan guapo y no le saca a bailar ninguna t¨ªa, pues le saco yo!
¡ªYo acababa de llegar del pueblo. Les pon¨ªa notas a las chicas: muy buena, buena, regular, mala. Un d¨ªa conoc¨ª a una tal Elena, que estaba muy muy bien pero era fascista, de aquellos que hab¨ªa entonces de¡
¡ªFuerza Nueva.
¡ª?Eso, los de Blas Pi?ar! En mi libreta puse: ¡°Elena fascista. Muy guapa y muy elegante. MB, o sea, muy buena¡±. Uf, creo que conoc¨ª todas las discotecas de Madrid.
¡ªYa, pero el tiempo pasa. Oye, Manuel, ?c¨®mo llevas esto de que nos queda ya poca vida? Somos mayores.
¡ªYo creo que me queda mucha. ?Yo hasta los 103 creo que los tengo aseguraos!
¡ªEso es muy tuyo. No, en serio, Manuel, y para cuando nos llegue la hora, ?t¨² tienes por ah¨ª alguna historia m¨¢gica, espiritual, religiosa¡?
¡ªAh, no, no, de religioso no tengo nada. Yo lo ¨²nico que quiero es que el tr¨¢nsito sea leve.
¡ªYa somos dos. Con la Iglesia, ni aunque me paguen.
Y un sol anaranjado ti?e las faldas de la Alhambra, y caen las ¨²ltimas birras en una tasca del paseo de los Tristes y Manuel y Rodrigo se miran y se abrazan y se despiden.
¡ªAdi¨®s, Rodrigo.
¡ªAdi¨®s, bonito.