Lo que se juega el PP
La crisis del Partido Popular es solamente una r¨¦plica m¨¢s de un terremoto que ya hemos visto antes en Francia, en el Reino Unido o en Italia
Ha habido estos d¨ªas la tentaci¨®n f¨¢cil de explicar lo sucedido en el Partido Popular como una lucha faccional o de egos, ambiciones personales desmedidas, t¨ªpico navajeo pol¨ªtico, incluso el resultado de la mediocridad de partidos que ya no saben reclutar a sus dirigentes. Se trata de un relato demasiado novelesco que oculta un problema m¨¢s de fondo, y que es com¨²n a otras democracias parlamentarias de nuestro entorno: el declive de la derecha tradicional ante el ascenso de nuevos movimientos radicales a su derecha.
Como ilustra ...
Ha habido estos d¨ªas la tentaci¨®n f¨¢cil de explicar lo sucedido en el Partido Popular como una lucha faccional o de egos, ambiciones personales desmedidas, t¨ªpico navajeo pol¨ªtico, incluso el resultado de la mediocridad de partidos que ya no saben reclutar a sus dirigentes. Se trata de un relato demasiado novelesco que oculta un problema m¨¢s de fondo, y que es com¨²n a otras democracias parlamentarias de nuestro entorno: el declive de la derecha tradicional ante el ascenso de nuevos movimientos radicales a su derecha.
Como ilustra un reciente estudio sobre los partidos mainstream de la derecha en Europa, de Tim Bale y Crist¨®bal Rovira Kaltwasser, la crisis del PP es solamente una r¨¦plica m¨¢s de un terremoto que ya hemos visto antes en Francia, en el Reino Unido, en Italia y en otros pa¨ªses, y que se ha llevado por delante la unidad (o a veces la propia existencia) de las fuerzas que en el pasado siglo contribuyeron a consolidar la democracia representativa, la integraci¨®n europea y con ello la paz que estos d¨ªas vuelve a ponerse en cuesti¨®n en nuestras fronteras.
Cambian los paisajes, el trasfondo hist¨®rico y las reglas de cada entorno, pero en todos los casos acabamos en la misma inc¨®gnita: ?C¨®mo mantener unida una coalici¨®n de votantes dispar y de intereses divergentes, formada por grupos sociales bienestantes junto a otros sectores menos favorecidos, pero que ven las oportunidades para ascender socialmente en el mantenimiento del orden econ¨®mico y el predominio de la libertad individual? ?Y c¨®mo hacerlo cuando surge una voz m¨¢s radical a su derecha que se?ala las contradicciones e impotencias de quienes gobernaron estas d¨¦cadas atr¨¢s?
La importancia de disponer de una fuerza ideol¨®gicamente transversal en la derecha queda de manifiesto en otro estudio reciente de Daniel Ziblatt sobre los partidos conservadores. Seg¨²n este, la democracia liberal pudo triunfar all¨ª donde estas formaciones construyeron organizaciones suficientemente amplias y socialmente plurales para evitar el surgimiento de opciones m¨¢s radicales que pusieran en peligro los consensos democr¨¢ticos. All¨ª donde fracasaron, la democracia sucumbi¨® al populismo totalitario.
Es cierto que el Partido Popular posee algunos rasgos peculiares ante otras derechas europeas, que dan a¨²n m¨¢s valor al casi-monopolio del espacio liberal-conservador fraguado por Aznar hace m¨¢s de 25 a?os y que le han convertido en uno de los referentes del centroderecha europeo.
Esa f¨®rmula aznariana se erigi¨® sobre dos condiciones necesarias: un proyecto pol¨ªtico fuertemente anclado en el electorado moderado, que permit¨ªa una competici¨®n con el PSOE orientada al centro; y una estructura organizativa muy centralizada y extendida por todo el territorio, que lograba mantener unidas tendencias pol¨ªticas distintas, desde el espa?olismo m¨¢s o menos nost¨¢lgico hasta grupos regionalistas muy desconfiados con el centralismo emanado desde Madrid. No en balde, algunos estudios han puesto en evidencia la enorme disparidad de los programas electorales del PP en las diversas comunidades aut¨®nomas, mayor que la del PSOE.
Gracias a esa f¨®rmula, no siempre ganadora, pero altamente estable en sus apoyos sociales, el PP consigui¨® dos logros fundamentales para su consolidaci¨®n (y la de nuestra democracia, tambi¨¦n en sus claroscuros). Por un lado, mantuvo subordinada la extrema derecha dentro del encuadramiento institucional, al precio de dejarle compartir cargos e influencia pol¨ªtica sobre algunos ¨¢mbitos simb¨®licos. A cambio, esas voces perdieron relevancia en la conversaci¨®n p¨²blica, hasta el punto de que muchos llegaron a olvidar el arraigo que posee la ultraderecha en Espa?a.
Por otro lado, el PP asumi¨® una v¨ªa m¨¢s diversa hacia la unidad de Espa?a, al refrenar las actitudes m¨¢s centralistas de una parte de su electorado (y de sus propios l¨ªderes), generalizando el principio de autogobierno incluso entre quienes no lo reivindicaban. Ciertamente, a menudo hubo tras ello m¨¢s oportunismo que convicci¨®n, y siempre a condici¨®n de preservar ciertos engranajes de poder que el Estado hab¨ªa construido en torno a la capital.
Con la actual crisis del PP, lo que se pone en cuesti¨®n es la capacidad para mantener esa f¨®rmula de cara al futuro. Y lo que no debemos olvidar en las pr¨®ximas semanas es que tanto Casado como Ayuso, Feijoo y el resto de dirigentes regionales del PP plantean estrategias diferentes, a veces casi opuestas, para dar una misma y positiva respuesta a ese interrogante. Ese es el dilema que deber¨¢ seguir resolvi¨¦ndose la pr¨®ximas direcci¨®n nacional del partido: ?ha de mantener una orientaci¨®n privilegiando sus millones de votantes m¨¢s moderados, evitando la tentaci¨®n de las estrategias de polarizaci¨®n ensayadas en otros pa¨ªses, a la espera que los votantes de Vox regresen aburridos? ?O bien debe atreverse a asumir nuevas ret¨®ricas desinhibidas de la nueva derecha, acerc¨¢ndose a Vox hasta difuminarlo?
Para resolver ese desaf¨ªo, cabe no perder de vista esos dos logros mencionados. As¨ª, resulta inviable pensar en mayor¨ªas de gobierno del PP que no incluyan, de una forma u otra, esa extrema derecha en su interior, como siempre sucedi¨® antes. En Espa?a el l¨ªmite a la expansi¨®n de Vox no vendr¨¢ tanto de la mano de ¡®cordones sanitarios¡¯ como de la fuerza que el PP sea capaz de retener. Obviamente, ser¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil all¨ª donde su autoridad pol¨ªtica permita mantener el monopolio de la derecha, obstruyendo cualquier posibilidad para los de Vox, como en Galicia o Madrid.
Sin embargo, trasladar esas plantillas regionales al conjunto de Espa?a no ser¨¢ suficiente. La raz¨®n se halla en el segundo logro de la f¨®rmula Aznar: la necesidad de conjugar espa?olidad con diversidad.
Es ah¨ª donde la presencia de Vox va a resultar m¨¢s disruptiva. No solo por su ¨¦nfasis en un nacionalismo espa?ol sin matices, sino sobre todo porque los de Abascal son un potente inhibidor de apoyos, dentro y fuera de Espa?a. Para el PP, Vox expulsa, ahuyenta, incomoda, especialmente fuera de Madrid: la coalici¨®n social que apoya al PP en el resto Espa?a es sensiblemente m¨¢s heterog¨¦nea y la madrile?idad espa?olista no suele funcionar como recurso para representar su pluralidad. Por eso, las coaliciones parlamentarias para gobernar el Congreso son m¨¢s exigentes: excepto en caso de desmovilizaci¨®n general de la izquierda, la derecha ¨²nicamente puede gobernar con la tolerancia del bloque central de la tercera Espa?a: el PNV, el nacionalismo catal¨¢n, la pl¨¦yade territorial ib¨¦rica. Una representaci¨®n que, de momento, no encaja muy bien en la ret¨®rica de Ayuso ni en los esquemas anal¨ªticos de Vox.
Esa es la gran paradoja que la derecha debe resolver: aunque el PP siempre necesitar¨¢ al electorado de Vox para gobernar, ning¨²n partido pol¨ªtico alcanz¨® nunca el Gobierno desde una estrategia pol¨ªtica centr¨ªfuga. ?C¨®mo hacer compatibles ambos principios? El gran error de la direcci¨®n actual del PP fue no haber sabido explicar que la ¡®f¨®rmula Ayuso¡¯ no constitu¨ªa un atajo alternativo a la f¨®rmula Casado. Lo significativo es que la ¡®f¨®rmula Feijoo¡¯ no parece que plantee tampoco algo distinto a la que ahora se acaba de destronar. No tardaremos mucho en verlo.