¡®Reinas¡¯, las chicas dentro de las bandas juveniles violentas
Informantes y reclutadoras en la pandilla, portan las armas y sufren violaciones para entrar y ¡°escalar¡±. Dentro son tratadas como ¡°cueros¡±
En la banda las llaman ¡°reinas¡±. Aunque no son las que pegan los machetazos en las reyertas callejeras (ca¨ªdas), desempe?an un papel crucial en estas organizaciones juveniles violentas, actualmente en expansi¨®n. Ellas son las que se encargan de las labores de informaci¨®n (¡±infiltr¨¢ndonos en otras bandas para descubrir sus planes e identificar a sus ¡°reinas¡±, cuenta una); son las que tradicionalmente portan y esconden las armas bla...
En la banda las llaman ¡°reinas¡±. Aunque no son las que pegan los machetazos en las reyertas callejeras (ca¨ªdas), desempe?an un papel crucial en estas organizaciones juveniles violentas, actualmente en expansi¨®n. Ellas son las que se encargan de las labores de informaci¨®n (¡±infiltr¨¢ndonos en otras bandas para descubrir sus planes e identificar a sus ¡°reinas¡±, cuenta una); son las que tradicionalmente portan y esconden las armas blancas (¡°porque no nos pueden cachear los polic¨ªas hombres¡±, explica otra). Adem¨¢s, se encargan de reclutar a otras chicas (¡°invitando a amigas, o a amigas de amigas, a las fiestas para introducirlas¡±, dicen). Sin embargo, y aunque ¡°entre ellas tambi¨¦n hay jerarqu¨ªas en funci¨®n de su proximidad al l¨ªder¡±, se?alan especializados investigadores de la Guardia Civil, ¡°no participan en las reuniones en las que se toman las decisiones, son tratadas como puros objetos sexuales¡±, a?aden. Y advierten los agentes: ¡°En la banda, las discriminaciones machistas alcanzan su m¨¢xima expresi¨®n, son tratadas como ¡°cueros¡±, y as¨ª las llaman tambi¨¦n¡±.
En un segundo plano, la implicaci¨®n de las chicas en las bandas juveniles violentas crece al mismo tiempo que proliferan y se expanden estos grupos. As¨ª lo certifican, sin que todav¨ªa haya datos espec¨ªficos al respecto, los grupos especializados de Polic¨ªa y Guardia Civil, donde aseguran que ¡°muchas veces todo comienza por la denuncia de una madre que ha perdido a su hija menor de edad, o han ido a buscarla a casa y la han pegado, o en el peor de los casos la han violado¡±.
As¨ª se present¨® Ana (nombre ficticio) en la comisar¨ªa de su barrio del centro de Madrid hace nueve meses. ¡°Desesperada. No pod¨ªa m¨¢s. En un a?o mi dulce ni?a de 14, a la que me traje de Guatemala con mucho esfuerzo con nueve a?os, se hab¨ªa convertido en un monstruo: yo pensaba que iba a casa de esas dos amigas a hacer las tareas (eso me dec¨ªa), luego empez¨® a ser arisca y herm¨¦tica (cre¨ª que se hab¨ªa echado novio), puso un pestillo en su habitaci¨®n, no me dejaba tocar sus cosas y menos su mochila (donde despu¨¦s descubr¨ª que llevaba los machetes y las armas), se volvi¨® agresiva, me pegaba, me robaba, me amenazaba, dej¨® los estudios (le hab¨ªa dicho a los profesores que yo estaba enferma para justificar sus faltas), ven¨ªa a casa tarde y drogada... Hasta que un d¨ªa me lo confes¨®: ¡°Estoy con los Trinitarios y que sepas que estoy escalando y no voy a parar hasta llegar a lo m¨¢s alto¡±, recuerda sus palabras. ¡°No sab¨ªa que hacer, ped¨ª ayuda en el instituto, fui a la polic¨ªa (pero dec¨ªan que no pod¨ªan hacer nada si no la pillaban in fraganti porque ten¨ªa 14 a?os), fui al CAI (Centro de Atenci¨®n a la Infancia), nada... Yo solo quer¨ªa que acabase el calvario, que la encerraran, que se la llevaran, que hicieran lo que fuera¡±, dice Ana, que se aferr¨® a la fe y acudi¨® al Centro de Ayuda Cristiano de Madrid, donde asegura que encontr¨® comprensi¨®n y orientaci¨®n. ¡°El d¨ªa que finalmente fui a a comisar¨ªa a denunciar, mi hija lleg¨® con las medias y las bragas rotas, magullada, con golpes, mordiscos, el pelo revuelto, el vestido mal puesto, sin sujetador, no logr¨® pasar de la puerta de casa, se cay¨® en el suelo del pasillo y ah¨ª se qued¨®. La hab¨ªan violado en grupo. Mi ni?a peque?a, por la que yo me desviv¨ª, ten¨ªa 15 a?os¡±. Cuenta Ana que, tras poner la denuncia, dos agentes de la UFAM (Unidades de Atenci¨®n a la Familia y Mujer) de la Polic¨ªa Nacional fueron a por ella a su casa, ¡°la llevaron al hospital, la vio un forense y luego al juzgado, pero no solt¨® prenda y hasta agredi¨® a una agente¡±.
¡°Te van a eliminar¡±
Semanas despu¨¦s, y pese a las amenazas de su hija (¡°en cuanto vean que me llevas al aeropuerto te van a eliminar¡±, le dijo), Ana la mont¨® en un avi¨®n con destino a Guatemala: ¡°All¨ª ha visto lo que es vivir sin nada, como yo, que empec¨¦ a trabajar con siete a?os, pasando hasta hambre, hasta hace un mes que la he tra¨ªdo de vuelta para darle una segunda oportunidad¡±, cuenta Ana. Ahora, con 16 a?os, su hija (¡°escarmentada y arrepentida¡±) trabaja como dependienta en una tienda de la ma?ana a la tarde y Ana vigila su m¨®vil, controla su bolso, repasa todos los bolsillos de su ropa y recoge su habitaci¨®n (¡°ya sin pestillo¡±) cada d¨ªa, mientras lucha contra una desconfianza feroz. Una de aquellas amigas, con las que supuestamente su hija iba a hacer los deberes, est¨¢ en prisi¨®n.
Sandra (nombre ficticio) tiene 23 a?os y es de las pocas que ha logrado salir de la banda, tras a?os de pertenencia al grupo de los ?etas, en un pueblo del sur de Madrid. ¡°Mis padres se mudaron y cambi¨¦ de instituto, all¨ª conoc¨ª a la que se convirti¨® en mi mejor amiga y me introdujo en su pandilla¡±, recuerda.
Tiene cara de ni?a, lleva brackets en los dientes, y su voz es suave y tierna. Nadie podr¨ªa decir que durante a?os fue una infiltrada: ¡°Yo estaba con mi amiga en los ?etas, pero ten¨ªa un familiar en los Latin King, me dediqu¨¦ a pasar informaci¨®n¡±, recuerda. ¡°Lo que m¨¢s me marc¨® fue saber que a un amigo m¨ªo de los Latin King lo mataron en Ecuador, despu¨¦s de que la madre lo hubiese sacado del pa¨ªs al saber que estaba amenazado por las pandillas: ¡°No estoy a salvo en ninguna parte¡±, pens¨®.
Un juego adolescente
¡°Entras de la mano de una amiga, en un juego adolescente, pero luego es muy dif¨ªcil salir, sobre todo cuando has manejado informaci¨®n: si sabes cosas, fuera te vuelves peligrosa¡±, cuenta, y recuerda que durante cuatro a?os deb¨ªa de avisar cuando sal¨ªa de trabajar en un bar para que le siguieran los pasos hasta su casa: ¡°Yo ve¨ªa c¨®mo se iban asomando a las ventanas, de madrugada, para comprobar mi ruta¡±. Harta de sentir que ¡°como mujer en una banda no vales, no tienes ni voz ni voto¡±, que ¡°solo te usan para sacar informaci¨®n, portar armas o para el sexo¡±, que ¡°eres un objeto que pueden desechar¡±, ¡°hasta que todo te da igual¡±, un d¨ªa ¡°cruc¨¦ la calle a sabiendas de que ven¨ªa un coche...¡± La esquiv¨®.
Sandra se arm¨® de valor y habl¨® con el jefe: ¡°Le dije que no quer¨ªa seguir, y se apiad¨® de m¨ª, yo nunca fui a las reuniones mensuales en las que se repart¨ªa el dinero, se cuantificaban los reclutamientos, las zonas conquistadas y se marcaba la estrategia¡±, explica.
Para entonces, la vida en su casa ya era un infierno, solo hab¨ªa ido a clase cuando no hab¨ªa fiesta en la casa de los amigos: ¡°En cuanto se iban los padres a trabajar por la ma?ana, ¨ªbamos a beber, a fumar y a drogarnos a las casas¡±. Estaba alcoholizada porque adem¨¢s ten¨ªa que ir a fiestas de contrarios en por informaci¨®n: ¡°Deb¨ªa conseguir que confiaran en mi¡±. Ahora se cruza a los de su banda por el barrio, se miran pero no se saludan. La ley del silencio impera. Sandra est¨¢ en la universidad.
Los testimonios de las pandilleras se repiten. Marta (nombre ficticio) acudi¨® a una matin¨¦, ¡°una discoteca para menores de edad¡± pr¨®xima a la parada de metro de Nuevos Ministerios, donde se reun¨ªan chicos y chicas de origen dominicano, como ella. Ten¨ªa 12 a?os ¡ªlo cuenta con 26¡ª y hab¨ªa cogido el tren en un pueblo de la periferia madrile?a con una amiga despu¨¦s de comer, ¡°para llegar al sitio del que nos hab¨ªan hablado a primera hora de la tarde¡±, recuerda. ¡°El ambiente me pareci¨® genial, con chicos diferentes, que bailaban con coreograf¨ªas y se?as que yo jam¨¢s antes hab¨ªa visto; el alcohol lo met¨ªan a escondidas, pregunt¨¦ quienes eran y enseguida me dijeron que eran miembros de la banda de los Trinitarios y que ellos controlaban qui¨¦n entraba y qui¨¦n no en el local, me enamor¨¦ del l¨ªder del grupo y mi objetivo fue estar a su nivel¡±. Reclut¨® a chicas (¡°para ellos ¨¦ramos carne fresca¡±, dice), vio c¨®mo las drogaban y las violaban sin enterarse, guard¨® armas, protegi¨® y ayud¨® a pagar abogados de miembros detenidos (¡±mi novio de entonces est¨¢ en la c¨¢rcel¡±, asegura), se infiltr¨® en otras bandas... ¡°Por un tiempo sent¨ª que ten¨ªa una misi¨®n importante que cumplir; yo, que antes no era nadie y sufr¨ªa bullying¡±, recuerda. Vivi¨® por y para la banda durante a?os, drogada, alcoholizada, hasta que acab¨® destruida y destruyendo a su familia. ¡°Toqu¨¦ fondo¡±.
Seg¨²n las investigaciones de la Guardia Civil, dentro de la jerarqu¨ªa de las ¡°reinas¡±, mandan m¨¢s las que est¨¢n cerca de los cabecillas, estas son las que ¡°les sirven¡± a otras chicas, ¡°las que les dan las ¨®rdenes, las que organizan las pruebas de ingreso en la banda, casi siempre consistentes en mantener relaciones sexuales con alg¨²n miembro del grupo o con varios a la vez, y son las que les pegan si se portan mal¡±, se?alan y muestran c¨®mo ellas incorporan los peores roles machistas dentro de la banda. ¡°Son objetos, trofeos, ¡°cueros¡± de usar y tirar¡±, dicen. Seg¨²n los investigadores, ¡°en los puestos altos las chicas suelen ser latinas, pero cada vez entran m¨¢s locales¡±.