Miedo, bulos y prop¨®leos en Igualada
En el segundo d¨ªa de confinamiento, la ciudad parec¨ªa vivir en domingo. Sol manso, aire fresco. Un silencio de misa o de adi¨®s
El fin del mundo caer¨¢ cualquier d¨ªa, pero se sentir¨¢ como un domingo en sus horas finales. Mustio, lento, agobiante. El s¨¢bado 14, en el segundo d¨ªa del confinamiento ordenado por la Generalitat, Igualada parec¨ªa vivir en domingo. Un sol manso, el aire fresco. Todo cerrado. Un silencio de misa o de adi¨®s.
La capital de la comarca de la Anoia dio un vuelco. El viernes 13 los parroquianos todav¨ªa echaban las...
El fin del mundo caer¨¢ cualquier d¨ªa, pero se sentir¨¢ como un domingo en sus horas finales. Mustio, lento, agobiante. El s¨¢bado 14, en el segundo d¨ªa del confinamiento ordenado por la Generalitat, Igualada parec¨ªa vivir en domingo. Un sol manso, el aire fresco. Todo cerrado. Un silencio de misa o de adi¨®s.
La capital de la comarca de la Anoia dio un vuelco. El viernes 13 los parroquianos todav¨ªa echaban las ancas en los caf¨¦s y bares para charlar a poca distancia sin cubrirse las bocas y met¨ªan las manos sin guantes en los cajones de fruta de los supermercados, pero el s¨¢bado Igualada parec¨ªa reci¨¦n barrida. Los supermercados estaban vac¨ªos, los bares cerrados y la poca gente que sali¨® a despejarse se cruzaba con sus vecinos por las aceras a dos metros de distancia, como si estuvieran malolientes o, vaya, portasen alguna enfermedad extra?a.
Igualada se encerr¨® a cal y canto y el silencio se apoder¨® de todo. Y ese silencio trajo con ¨¦l un problema mayor: en la soledad del confinamiento, la sugesti¨®n se vuelve un habitante m¨¢s de casa. El silencio del aislamiento ¡ªa¨²n con tele, a¨²n con Twitter, a¨²n con los memes de tu madre en WhatsApp¡ª convierte la espera y el paso del tiempo en un velorio privado. Puedes escuchar el reloj de pared. O, como sucede en las crisis, imaginar cosas, inventar soluciones, sentenciar culpables.
El problema de ese silencio es mayor cuando la informaci¨®n se vuelve un bien escaso o excesivo. En las redes estamos saturados de informaci¨®n, mucha mala. Y la sucesi¨®n incesante de datos, datitos y datotes narcotiza, paraliza y confunde. Pero tambi¨¦n la ausencia de informaci¨®n deja en ¡®shock¡¯. Del hospital de Igualada o de la Generalitat, por ejemplo, salen a cuentagotas los datos que nadie quiere o¨ªr pero igual quiere conocer: cu¨¢ntos enfermos nuevos, cu¨¢ntos ¡ªsi hubiere¡ª graves; cu¨¢ntos m¨¢s ¡ªsi hubiere¡ª muertos. Es una loter¨ªa que revienta los nervios.
Como nos cuesta manejar la incertidumbre, fabulamos. Nuestro cerebro se ve obligado a encontrar alg¨²n sentido al desmadre. Si eso pasa en circunstancias m¨¢s triviales, lleven el fen¨®meno a un pueblo como Igualada, sellada por los cuatro costados, obligada a convivir con un virus que muchos suponen ¡ªporque nadie sabe qu¨¦ sucede all¨ª¡ª flota por los pasillos del hospital donde debieran ir a curarse, no a morir. Estar encerrados en una ciudad con una elevada proporci¨®n de enfermos por habitante nos hace part¨ªcipe de un r¨¦cord indeseable. Eso desestabiliza los nervios.
De manera que, en ausencia de informaci¨®n, las personas llenan el vac¨ªo. En muchas ocasiones, eso se traduce en abrir un arc¨®n de bulos, chismes y estupideces varias. Este s¨¢bado, por ejemplo, en la fila de un supermercado, una jovencita contaba a otra que su t¨ªo estaba internado en el hospital a una o dos camas de un infectado. (No: las personas infectadas est¨¢n confinadas.) La otra amas¨® m¨¢s morbo diciendo que ¡°un amigo¡± le hab¨ªa contado que enfermeras y m¨¦dicos estaban sin mascarillas ¡°desde el brote¡±. (Tampoco es cierto.)
Suma y sigue. Un d¨ªa antes, el viernes, en un caf¨¦ ¡ªse sabe: los caf¨¦s crean las revoluciones, arreglan el mundo y destrozan reputaciones¡ª, unos jubilados se convenc¨ªan unos a otros de que el caso cero de Igualada eran, alternativamente, a) un viajero que hab¨ªa estado en Italia, b) una anciana transferida desde Barcelona, c) un m¨¦dico o una enfermera, d) o un empleado, e) o un familiar de un enfermo. No se pusieron de acuerdo, as¨ª que buscaron el denominador com¨²n: todos especulaban, con ¨¢nimo de detectives y convicci¨®n de epidemi¨®logos, que ¡°algo raro¡± deb¨ªa pasar para que tanta gente en ese Hospital se contagie.
Una m¨¢s. Una farmac¨¦utica de la ciudad me cont¨® que las ventas de ibuprofeno y aspirinas han subido como nunca: la gente prev¨¦ que lo que viene ser¨¢ un dolor de cabeza. Y otra me dijo que, junto con guantes y desinfectantes, los productos m¨¢s demandados son un jarabe de herbolario hecho de prop¨®leos, jalea real, hongo shitake, reishi y vitamina B6 y las c¨¢psulas de Apis¨¦rum Defensas, otra jalea similar, pero con zinc y vitamina C. ¡°Creen que justo ahora van a mejorar las defensas con esto¡±, me dijo. ¡°Est¨¢ en cualquier WhatsApp¡±.
Uno podr¨ªa insistir: hay informaci¨®n, de sobra, en fuentes confiables, pero tal vez sea que el morbo o el absurdo son m¨¢s confortables que una verdad indeseable. Autoridades superadas por una enfermedad inimaginable e imprevista deben intentar llevar calma a una poblaci¨®n a la que se ha pedido que se a¨ªsle. Pero esa informaci¨®n es infrecuente y, en general, negativa (m¨¢s enfermos, m¨¢s muertos) cuando lo que pide quien se siente acorralado es alguna esperanza. Algo con que llenar el silencio. Es perentorio combatir el virus que se ensa?a con los pulmones, pero alguien tambi¨¦n debe pesar en plantarle mejor cara al que se adue?a de las cabezas.