Un ojo en la ventana
Tras leer ¡®El ojo en la mitolog¨ªa. Su simbolismo¡¯, de Juan Eduardo Cirlot, me pongo gafas de sol y gorra para evitar maldiciones de mis vecinos
Las cosas se nos pueden aparecer en una de estas tres formas: como muros (la cerrada oposici¨®n del mundo), como espejos (reflejos de uno mismo) o como ventanas (abertura gozosa, posibilidades)¡ Suspenso total: as¨ª no puede empezar una cr¨®nica. En esta l¨ªnea, ya solo me sigue mi padre. O ni ¨¦l, solo en casa, envejecido de golpe, atemorizado, hastiado del confinamiento. Le entiendo, pero yo lo conllevo m¨¢s porque he descubierto las ventanas y el balconcito del comedor. Explicaci¨®n: como uno es un remero del Volga del periodismo, llega siempre a casa a las tantas, cuando las persianas suelen esta...
Las cosas se nos pueden aparecer en una de estas tres formas: como muros (la cerrada oposici¨®n del mundo), como espejos (reflejos de uno mismo) o como ventanas (abertura gozosa, posibilidades)¡ Suspenso total: as¨ª no puede empezar una cr¨®nica. En esta l¨ªnea, ya solo me sigue mi padre. O ni ¨¦l, solo en casa, envejecido de golpe, atemorizado, hastiado del confinamiento. Le entiendo, pero yo lo conllevo m¨¢s porque he descubierto las ventanas y el balconcito del comedor. Explicaci¨®n: como uno es un remero del Volga del periodismo, llega siempre a casa a las tantas, cuando las persianas suelen estar echadas para aislarse de la mirada de la oscuridad. Y cuando se izan por la ma?ana, ya suelo estar ausente.
No estos d¨ªas. He descubierto que la ventana es ese punto m¨¢gico entre la posibilidad de ver (o mostrar) una escena ¨ªntima y la voluntad de escapar. Y as¨ª ha aflorado mi ignoto vecindario. Controlo seis fincas. Pero no por chafardear, son m¨¢s las almas de objetos y personas lo que miro. Por ejemplo, intento comprender la naturaleza demon¨ªaca que anida en el faldero de agud¨ªsimo ladrido, incansable, que acabo de conocer, pero que llevo a?os oyendo a trav¨¦s de la pared y que se turna con la m¨²sica en dolby surround (s¨¢bados noche) de su joven due?o, a quien a¨²n no tengo el gusto. S¨ª de sus, conf¨ªo, dos hermanas, el pasado domingo en biquini cort¨¢ndose el pelo la una a la otra en la terracita.
S¨ª, hay mucho biquini, pero no es el caso de mi sirenita lectora, ya enfrente. Trapecista sin red, est¨¢ en shorts sentada en el alf¨¦izar, apuntalada con sus l¨¢nguidas y n¨ªveas piernas, cada tarde, cuando es el turno solar de ese lado de la calle. Suele sostener con displicencia libritos delgados, se me antoja poes¨ªa, que sucumben pronto ante el m¨®vil. El interior, sobrio juvenil: sobre una m¨ªnima repisa met¨¢lica, un cuadro gris vertical con cuatro fotos. Debo haber sido indiscreto porque ¨²ltimamente se turna ah¨ª, de improviso, un joven con barba, argentino (acento, mate cebado que liba) y, por complexi¨®n, un puma de la selecci¨®n de rugby de su pa¨ªs.
Educado en la culpa, descubierto, me siento como Indra, el dios hind¨²: tras seducir a la esposa del sabio Gautama, ¨¦ste logr¨® de las potestades superiores que aqu¨¦l hubiera de llevar sobre su cuerpo la impronta de mil figuras de yoni (¨®rgano femenino) que luego mutaron en ojos. La conexi¨®n simb¨®lica entre yoni y ojo es profunda, como constata el mito griego de Edipo, que se ciega como castraci¨®n por haber pose¨ªdo a su madre, Yocasta. Sexo y ojo: ¨®rganos como or¨ªgenes de poder vital, que reflejan esas figuras que pueblan medio inventario de mitos asi¨¢ticos con ojos en las manos (acci¨®n clarividente), que en el arte cristiano recalar¨¢n en las alas de los ¨¢ngeles¡
Gran met¨¢fora: descubrimos al otro cuando estamos confinados, parapetados, ocultos
El muchachote me reta. Me echa mal de ojo, pienso, hipocondr¨ªaco. Igual, bajo su forma humana, es un catoblepas, animal de las fuentes del Nilo cuya mirada mataba instant¨¢neamente, seg¨²n cuenta Plinio en su Historia Natural; ?o es una medusa antropomorfa y me petrificar¨¢ con mirarme?¡ Estoy inc¨®modo. Tampoco ayuda que est¨¦ con la lectura del delicioso El ojo en la mitolog¨ªa. Su simbolismo (1954), de Juan Eduardo Cirlot, semilla de su Diccionario de s¨ªmbolos y que repasa las apariciones irracionales del ojo en el relato de la humanidad. Lo ha recuperado Wunderkammer. Ah¨ª veo tambi¨¦n que ese mito de Indra salta a la leyenda griega del guardi¨¢n Argos, a quien no le salvaron ni sus 100 ojos: todos se durmieron ante la m¨²sica de Hermes, que lo decapit¨®.
Reflejo inconsciente de esas lecturas, me pongo gafas de sol y gorra. Viene a ser como la estrategia de fenicios, sirios, etruscos o cartaginenses y luego de taimados guerreros, que adornaban amuletos, yelmos o escudos con los que atra¨ªan el aojamiento del enemigo, que se distra¨ªa con ello. Y as¨ª se me ha desvelado esa vieja inquietud por mi vestuario, mecanismo de defensa para desviar la atenci¨®n del oponente de mi persona, dirigi¨¦ndola al traje. Tambi¨¦n debe ir por ah¨ª esa obsesi¨®n por no ostentar riqueza alguna, para no atraer miradas de mal fario. O quiz¨¢, influjo de las monjas de la escuela infantil, ese escalofr¨ªo ante el Cordero apocal¨ªptico de los siete ojos o la turbia Do?a Cuaresma, con otros tantos para vigilar el ayuno.
Bajo las gafas, cambio de piso y de bloque hasta el pelo gris sobre sof¨¢ rojo en barroco comedor (cortinaje, l¨¢mpara en mesa camilla, paredes con cuadros¡), la vida acumulada de una mujer sola. No la abre, pero se pega a los cristales de la ventana mientras un atril de pared le sujeta un libro, absorta tras las gafas. En el inmueble de al lado, a tres ventanas, otro atril, de pie, met¨¢lico, con una partitura, reina solo en una habitaci¨®n desnuda. Y me hace pensar que, desde el confinamiento, no oigo el estruendoso tromb¨®n que, s¨®lo cordialmente estos d¨ªas, odio, parte de la orquesta asesina que completa un rascador de guitarras a¨²n no ubicado.
De muchas ventanas s¨®lo conozco los pies que asoman a menudo, traviesos ante los rayos de sol sin importar arrugas, juanetes o arabescos digitales. Es chocante, como la obsesi¨®n del matrimonio del primer piso por pasar, casi a diario, el ruidoso aspirador por la alfombra que cuelgan de la barandilla o la surrealista charla que, en el ¨²ltimo bloque, sostiene desde arriba un hombre con su amigo: le ha reconocido tras la mascarilla y, en plena cuarentena, constatan que viven a una calle de distancia, desde hace dos a?os y medio. Gran met¨¢fora: descubrimos al otro cuando estamos confinados, parapetados, ocultos.
Por la noche, en mi met¨®dica ¨²ltima salida del d¨ªa (las luces de interior tambi¨¦n hablan: un blanco azulado, un ocre intenso, un punto que titila en las entra?as), pienso en si somos polifemos (para los griegos, el c¨ªclope como expresi¨®n de inferioridad: sin visi¨®n para lo espiritual), sue?os, recuerdos, fantas¨ªas encerradas que no dejan de ser ventanas de nuestra psique. Est¨¢ bien echarles un ojo y abrirlas, de la misma manera que los antiguos hac¨ªan cuando hab¨ªa un muerto en la casa y as¨ª pudiera liberarse su alma.