El azar adverso
La historia que ilustra los varios malentendidos alrededor del concepto de ascenso social, y sobre todo de sus simplificaciones conceptuales
Hoy voy a contar, a prop¨®sito de la pol¨¦mica suscitada por la publicidad de La Grossa, una historia que me relataron hace ya muchos a?os, y que viene como anillo al dedo para ilustrar los varios malentendidos alrededor del concepto de ascenso social, y sobre todo de sus simplificaciones conceptuales. La historia me la cont¨® un compa?ero de mili, unos d¨ªas antes de licenciarnos.
Est¨¢bamos una tarde en la cantina del cuartel, cuando Ramiro, as¨ª se llamaba mi compa?ero, comenz¨® a despotricar de los sorteos del Gordo de Navidad. Le pregunt¨¦ por qu¨¦ le parec¨ªa tan mal comprar billetes de lot...
Hoy voy a contar, a prop¨®sito de la pol¨¦mica suscitada por la publicidad de La Grossa, una historia que me relataron hace ya muchos a?os, y que viene como anillo al dedo para ilustrar los varios malentendidos alrededor del concepto de ascenso social, y sobre todo de sus simplificaciones conceptuales. La historia me la cont¨® un compa?ero de mili, unos d¨ªas antes de licenciarnos.
Est¨¢bamos una tarde en la cantina del cuartel, cuando Ramiro, as¨ª se llamaba mi compa?ero, comenz¨® a despotricar de los sorteos del Gordo de Navidad. Le pregunt¨¦ por qu¨¦ le parec¨ªa tan mal comprar billetes de loter¨ªa (yo acababa de adquirir uno, en v¨ªsperas del sorteo). Me contest¨® con una historia que me qued¨® grabada para siempre. Ramiro era hijo de madre soltera. Desde su nacimiento hasta los cinco a?os, le era dif¨ªcil explicar c¨®mo hab¨ªa transcurrido su existencia con su madre. Era una especie de laguna que nadie, ni siquiera su propia madre, supo nunca llenar. Parece que esta nunca fue muy expl¨ªcita al respecto. S¨ª supo que hab¨ªa estado en distintas familias que lo cuidaban a cambio de un dinero que su madre les abonaba. Hasta que cumpli¨® cinco a?os. Entonces su madre consigui¨® entrar a trabajar como cocinera en una familia de abolengo. Era una familia de altos funcionarios del Estado y due?a de propiedades rurales en la provincia de Buenos Aires y en las costas del Atl¨¢ntico. Eran cat¨®licos y estrictos observantes de las pr¨¢cticas piadosas y compasivas. Por mor de ello, aceptaron a la madre de mi compa?ero de mili con ¨¦l siendo tan peque?o.
Esta gente era muy frugal en sus costumbres gastron¨®micas, mucha verdura y arroces hervidos y carne a la plancha. De vez en cuando un pastel de patatas, receta que parece que la madre de Ramiro dominaba a la perfecci¨®n. Eso hac¨ªa m¨¢s c¨®moda la vida de su madre. As¨ª transcurr¨ªa la existencia de mi compa?ero. Nunca vivimos tan bien como en esa ¨¦poca, me dec¨ªa con nostalgia. Ten¨ªamos un ba?o solo para nosotros, en un piso de unos 400 metros cuadrados (cada piso en ese barrio, cerca del cementerio de La Recoleta y rodeados de embajadas, ocupaba una planta, con un ascensor que daba al interior de la vivienda), me describ¨ªa. Ten¨ªa para m¨ª solo la habitaci¨®n de la plancha, donde jugaba y donde me montaba mis pel¨ªculas con los juguetes que mi madre se cuidaba de que nunca me faltaran. Por esa ¨¦poca ten¨ªa un novio 15 a?os mayor que ella. Este hombre me dio su apellido cuando supo que llevaba el de mi madre. Ella acept¨® gustosa. As¨ª fue que yo empec¨¦ a verlos como marido y mujer. Y a m¨ª mismo como su hijo, sigui¨® explic¨¢ndome Ramiro.
Un d¨ªa, un fatal d¨ªa, enfatiz¨®, mi repentino padre gan¨® un premio de loter¨ªa. Con ese dinero consider¨® oportuno que nuestra familia se reuniera en un domicilio com¨²n. Y as¨ª fue como se acabaron todas mis comodidades. De pronto, de un d¨ªa para otro, me encontr¨¦ compartiendo con mi flamante familia una habitaci¨®n de diez metros cuadrados, sita en un conventillo, y con un ba?o para repartir su turno entre 15 personas. (Un conventillo en Buenos Aires eran casas de una planta con un patio com¨²n, rodeado de habitaciones donde en cada una habitaba una familia, con un solo ba?o para todos los vecinos y dos picas para lavar la ropa y la vajilla). As¨ª empez¨® mi v¨ªa crucis personal, complet¨® Ramiro. Y en un barrio siniestro de Buenos Aires. Malas compa?¨ªas, hurtos diversos, deserci¨®n escolar. Hasta que lleg¨® el reformatorio. Siempre digo, me confiesa Ramiro, que ese maldito premio signific¨® mi descenso a los infiernos. Por lo menos hasta que conoc¨ª la biblioteca del reformatorio. Pero esta es otra historia, concluy¨® mi compa?ero de mili.
En la ¨¦poca en que mi compa?ero de mili me contaba esta historia, el concepto de ascensor social no exist¨ªa. Mal hubiera casado el eslogan de la Grossa de Cap d¡¯Any con el relato de Ramiro. La izquierda critic¨® severamente este desafortunado anuncio. Ramiro tambi¨¦n lo hubiera hecho. Pero creo que por razones algo distintas. ?l siempre (me enter¨¦ a?os despu¨¦s cuando volv¨ª a encontrarlo, hasta hace poco m¨¦dico en un hospital de Madrid) supo que ese n¨²mero victorioso del azar no solo le cambi¨® la vida para peor entonces, sino que hasta estuvo al borde de hacerle perder la noci¨®n del sentido verdadero del progreso moral y espiritual a que debe aspirar todo ser humano. Y no solo de su bienestar econ¨®mico y su confort social.