Isla de calor
Este art¨ªculo estival propone incentivar a comunidades de propietarios, a adquirentes y oferentes de pisos y locales para que piensen en la maravilla de disponer de una cubierta verde, de una azotea viva, o de una combinaci¨®n de ambas. De generalizarse, ser¨ªa una revoluci¨®n urbana
Como todas las urbes contempor¨¢neas, pero en mayor medida que bastantes otras, Barcelona es una isla de calor: es una ciudad muy densa; sus edificios, de cemento y muy juntos, dejan ver poco cielo, respiran poco. Pr¨¢cticamente todas sus calles est¨¢n asfaltadas de gris oscuro y son recorridas por veh¨ªculos movidos por motores t¨¦rmicos. Adem¨¢s, ni esta ciudad ni, en general, este pa¨ªs se?alan los l¨ªmites de las propiedades con vallas bajas de madera, sino con muros de dos o m¨¢s metros. Y cada vez hay m¨¢s puertas de hierro, cada vez hay menos rejas y las que quedan crecen en altura. El fen¨®meno e...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Como todas las urbes contempor¨¢neas, pero en mayor medida que bastantes otras, Barcelona es una isla de calor: es una ciudad muy densa; sus edificios, de cemento y muy juntos, dejan ver poco cielo, respiran poco. Pr¨¢cticamente todas sus calles est¨¢n asfaltadas de gris oscuro y son recorridas por veh¨ªculos movidos por motores t¨¦rmicos. Adem¨¢s, ni esta ciudad ni, en general, este pa¨ªs se?alan los l¨ªmites de las propiedades con vallas bajas de madera, sino con muros de dos o m¨¢s metros. Y cada vez hay m¨¢s puertas de hierro, cada vez hay menos rejas y las que quedan crecen en altura. El fen¨®meno es universal: el ejemplo m¨¢s conspicuo es la reja de la Casa Blanca, en Washington DC, que crece de 1,83 metros a 3,96. Aunque por lo menos los americanos no cambian su reja m¨¢s famosa por una plancha de hierro, como ocurre con frecuencia en Barcelona. Suerte que todav¨ªa hay propietarios sensatos que plantan un seto tras la reja que han decidido instalar o conservar. Otros, m¨¢s romos, hacen poner un seto de pl¨¢stico verde, una vulgaridad.
Dos de cada tres edificios de Barcelona tienen azotea, un terrado, normalmente oscuro. Creo que contamos 1.764 hect¨¢reas de azoteas, una superficie mayor que la de las calles y calzadas (1.267 sin contar aceras, otras 1.000). Este art¨ªculo estival propone incentivar a comunidades de propietarios, a adquirentes y oferentes de pisos y locales para que piensen en la maravilla de disponer de una cubierta verde, de una azotea viva, o de una combinaci¨®n de ambas. De generalizarse, ser¨ªa una revoluci¨®n urbana.
Hay tradici¨®n: la Casa Camb¨®, en Via Laietana, 30, construida en 1923, tiene un jard¨ªn en su ¨¢tico, de Nicolau Maria Rubi¨® i Tudur¨ª, arquitecto y jardinista considerable de quien aprecio en particular su Viver de Can Borni, en Horta. M¨¢s reciente es la azotea de Servei Estaci¨®, en Arag¨®, 270, Eixample, o la de la Biblioteca Zona Nord, en Vallcivera, 3 bis, Nou Barris. Ejemplares. Luego est¨¢n las cubiertas vivas, como el patio de juegos de la Escola Nostra Senyora de Lurdes, Via Augusta, 73-75. Y hay gu¨ªas de acci¨®n: la m¨¢s notable ¡ªy accesible en internet¡ª es la Gu¨ªa de azoteas vivas y cubiertas verdes, del Ayuntamiento de Barcelona.
Las islas de calor como Barcelona atrapan el calor durante el d¨ªa y lo devuelven por la noche. El punto m¨¢s caluroso es la plaza Universitat, las diferencias de temperatura entre el centro y la periferia de la ciudad pueden superar los siete grados, con una media de dos grados, y son mayores en invierno que en verano (Javier Mart¨ªn Vide, catedr¨¢tico de Geograf¨ªa F¨ªsica de la Universitat de Barcelona, documenta con profesionalidad extrema el clima de la ciudad desde hace muchos a?os).
Las azoteas verdes o, al menos, con una cubierta de color claro son un buen remedio: se cans¨® de recomendarlas Steven Chu, premio Nobel de F¨ªsica, quien trabaj¨® como secretario de Energ¨ªa en la primera Administraci¨®n Obama antes de volver a la universidad, que nunca hab¨ªa abandonado del todo. Y si la primera propuesta es refrescar las azoteas, la segunda es aclarar el color del asfalto de las calles. Una de las razones por las cuales en Barcelona hace m¨¢s calor hoy que hace medio siglo es que han desaparecido las calles sin asfaltar. No pido hoy volver a los caminos de tierra, no hay que volver atr¨¢s, sino, como dec¨ªa Chu, evolucionar hacia pavimentos m¨¢s frescos y permeables. Puede hacerse (EPA, Heat Island Compendium, cap¨ªtulo 5).
Los ¨¢rboles ayudan y mucho. En 2017 hab¨ªa en la ciudad casi un mill¨®n y medio de ellos, 200.000 en las plazas y aceras: casi el 25% de la superficie del municipio est¨¢ cubierta por arbolado (contando los parques, naturalmente). Las sucesivas administraciones municipales han ido plantando ¨¢rboles y m¨¢s ¨¢rboles, cada vez m¨¢s variados, m¨¦rito innegado de todas ellas, pero ahora toca pugnar por los pavimentos frescos y permeables. Como escrib¨ªa Chu, los humanos dejamos la Edad de Piedra, porque aprendimos a dominar una tecnolog¨ªa mejor, la de los metales. Hay que mover a la opini¨®n p¨²blica. En ocasiones, el quietismo de las buenas gentes del activismo verde es solo una confesi¨®n de la dificultad de aprender cosas m¨¢s ¨²tiles, limpias y eficientes que aquellas que ya controlamos: no se trata de prohibir, sino de innovar. La del asfalto fresco y permeable es una batalla m¨¢s prosaica que la de plantar ¨¢rboles, pero vale la pena.