Santuari del Far: Tradici¨®n desde las alturas
El establecimiento, a 1.123 metros de altitud, ofrece comida casera y las mejores vistas de la Catalu?a central
¡±Aqu¨ª arriba, las tormentas pueden dar un poco de miedo¡±. Carme Serrallonga, de 61 a?os, lleva 45 trabajando en el Santuari del Far, bar, restaurante y fonda, en lo m¨¢s alto de un risco de 1.123 metros de altura en Susqueda. Sabe de lo que habla. Un rel¨¢mpago destroz¨® a mediados del siglo pasado el santuario, y otra descarga el¨¦ctrica oblig¨® hace tres a?os a cerrar la hospeder¨ªa y la restauraci¨®n tras quemar la cocina. ¡°Mi madre, que trabajaba aqu¨ª, se qued¨® sin empleo cuando el establecimiento qued¨® deshabilitado por el primer r...
¡±Aqu¨ª arriba, las tormentas pueden dar un poco de miedo¡±. Carme Serrallonga, de 61 a?os, lleva 45 trabajando en el Santuari del Far, bar, restaurante y fonda, en lo m¨¢s alto de un risco de 1.123 metros de altura en Susqueda. Sabe de lo que habla. Un rel¨¢mpago destroz¨® a mediados del siglo pasado el santuario, y otra descarga el¨¦ctrica oblig¨® hace tres a?os a cerrar la hospeder¨ªa y la restauraci¨®n tras quemar la cocina. ¡°Mi madre, que trabajaba aqu¨ª, se qued¨® sin empleo cuando el establecimiento qued¨® deshabilitado por el primer rel¨¢mpago¡±, explica, ¡°y nosotros tuvimos que cerrar durante 15 d¨ªas para hacer una cocina nueva¡±.
Contra viento, lluvia y rel¨¢mpagos, el Far mantiene su esencia r¨²stica y tradicional. Los peus de porc llenan todo el plato y las galtes se sirven de dos en dos. Aqu¨ª se viene a disfrutar. Y a contemplar un paisaje ¨²nico que se extiende desde Montserrat hasta las islas Medas. Por la noche, el men¨² se ha mantenido casi inalterable a lo largo de los a?os. Nadie pregunta la oferta, porque es de sobras conocida, a pesar de tener una amplia propuesta culinaria. Sopa o verdura de primero, costillas de cordero, butifarra o tortilla de segundo. Bienvenidos al pasado.
Por todo ello, quien va una primera vez siempre vuelve. ¡°La gente es muy fiel al Far. Puede pasar mucho tiempo entre una visita y la otra, pero siempre acaban volviendo¡±, dice Carme, que no se atreve a explicar los motivos. Este a?o espera volver a recibir a un grupo de cinco parejas que celebra desde 1980 el fin de a?o en el Far, tras no haber podido subir el 2020 por la covid. ¡°Tras tanto tiempo se establece una relaci¨®n afectiva que traspasa la del cliente habitual¡±, destaca la trabajadora.
Ricard, de 77 a?os, es el mayor de este veterano grupo. Explica que echa de menos pasear por el mirador, sentir el fr¨ªo de diciembre, y mantener vivo el fuego de la chimenea. ¡°All¨ª nos hemos hecho viejos¡±, ilustra. ¡°Empezamos a subir de j¨®venes porque es un lugar encantador, tiene unas vistas preciosas, el trato es muy agradable y la comida es muy buena. Y all¨ª seguiremos¡±. Este a?o, dice, los hijos de todas las parejas han creado un grupo de wasap para fijar una fecha y subir de nuevo tras m¨¢s de una d¨¦cada sin verse, desde que dejaron de celebrar el fin de a?o con el grupo de mayores. ¡°Carme tiene raz¨®n. Al Far siempre quieres volver. Mira ahora a nuestros hijos¡±.
La vida en el Far cambi¨® cuando asfaltaron a finales de los 70 la ¨²nica pista que llega hasta la cima. De recibir casi exclusivamente a amantes del monta?ismo se pas¨® a una afluencia m¨¢s masiva. ¡°Antes solo ven¨ªa la gente que amaba mucho la monta?a¡±, recuerda Gemma Aulet, de 64 a?os, hija de la pareja que asumi¨® la gesti¨®n del establecimiento en 1970 tras la rehabilitaci¨®n del santuario, junto al mos¨¦n Josep Isern, designado por el obispado de Vic para dinamizar el santuario. ¡°Mi padre lo dec¨ªa a menudo: ¡®los que tienen man¨ªas dan media vuelta antes de llegar porque el camino es malo¡±, a?ade Gemma.
Con la mejora de las comunicaciones, la distancia entre Barcelona y el Far se acort¨®. Lo que no cambi¨® fue el sexto sentido del servicio. ¡°A los de la capital se les ve venir de lejos¡±, dice Gemma entre risas. Carme coincide, aunque no sabe concretar el porqu¨¦: ¡°No lo s¨¦, simplemente lo notamos cuando se acercan. Tambi¨¦n pasa con los extranjeros¡±. Y para no herir sensibilidades, Gemma le da la vuelta al asunto: ¡°Cuando yo voy a Barcelona tambi¨¦n notan que soy de pueblo, eh¡±. En todo este tiempo las han visto de todos los colores. ¡°Desde gente perdida por la monta?a, hasta alg¨²n cliente que le sorprende que aqu¨ª tengamos lavabos¡±, relata Carme divertida. Ricard recuerda una boda que coincidi¨® con una gran nevada y que acab¨® con los invitados muertos de fr¨ªo y sin poder regresar a casa porque la carretera acab¨® cortada. El peor recuerdo, sin embargo, es el caso de un padre que tir¨® en 2008 a su hija por el barranco y despu¨¦s se lanz¨® al vac¨ªo. ¡°Fue terrible¡±, rememora Carme.
La llegada de Carme y Gemma al Far fue diferente. ¡°Mi familia viv¨ªa en Rupit antes de trasladarnos al Far¡±, apunta Gemma, ¡°y quieras o no, llegar a un sitio nuevo donde no hay m¨¢s casas, se nota¡±. Para Carme, en cambio, vivir en el Far fue descubrir un nuevo mundo. ¡°Crec¨ª en una mas¨ªa aislada, con poco contacto social, y aqu¨ª ve¨ªa a mucha gente, hab¨ªa mucho ir y venir de personas¡±, recuerda.
El ir y venir se mantiene inalterable casi medio siglo despu¨¦s por ciclistas, excursionistas y turistas, siempre a la b¨²squeda de la tradici¨®n, a pesar incluso de la covid. Y de los rel¨¢mpagos.