Un virus de rebajas
La dureza de las medidas no ha evitado ni el colapso de la atenci¨®n primaria, ni la desaz¨®n del personal sanitario, ni el cansancio de profesionales a los que ya nadie puede pedir m¨¢s y s¨ª dejar de darles menos
La pandemia camina hacia la gripalizaci¨®n. M¨¢s r¨¢pido de lo que algunos cient¨ªficos plantean, m¨¢s lentamente de lo que la ciudadan¨ªa ans¨ªa. La Generalitat levanta hoy la mayor¨ªa de las restricciones que han convertido Catalu?a en el fort¨ªn de la dureza sin que, en esta ¨²ltima ola, los resultados hayan correspondido al inter¨¦s aplicado. Al contrario. El toque de queda, reconvertido eufem¨ªsticamente en confinamiento nocturno, no ha tenido efecto alguno en los contagios. En el momento que se tom¨® la medida, justo antes de Navidad, los mismos expertos constituidos en comit¨¦ asesor oficial que hab¨ª...
La pandemia camina hacia la gripalizaci¨®n. M¨¢s r¨¢pido de lo que algunos cient¨ªficos plantean, m¨¢s lentamente de lo que la ciudadan¨ªa ans¨ªa. La Generalitat levanta hoy la mayor¨ªa de las restricciones que han convertido Catalu?a en el fort¨ªn de la dureza sin que, en esta ¨²ltima ola, los resultados hayan correspondido al inter¨¦s aplicado. Al contrario. El toque de queda, reconvertido eufem¨ªsticamente en confinamiento nocturno, no ha tenido efecto alguno en los contagios. En el momento que se tom¨® la medida, justo antes de Navidad, los mismos expertos constituidos en comit¨¦ asesor oficial que hab¨ªan redactado su correspondiente documento a tenor de la amenaza de la variante ?micron, se desmarcaron porque nada ten¨ªa que ver aquella prohibici¨®n con la enfermedad. Si se trataba del control del orden p¨²blico para evitar botellones y neutralizar especialmente el riesgo de la noche de fin de a?o, ese era otro cantar. Melod¨ªa que, por cierto, se contradijo cinco d¨ªas despu¨¦s con la permisividad de las Cabalgatas de Reyes alegando la mejor de las intenciones: que no se pod¨ªa frustrar de nuevo la ilusi¨®n de ni?os y ni?as. Conmovedor. Porque despu¨¦s se ha se?alado a los m¨¢s peque?os como los m¨¢s contagiosos y as¨ª han quedado de diezmadas las escuelas y perjudicados los padres que, para cuidar de sus hijos, no han podido tramitar una baja laboral porque en estos casos no toca.
Quedaba as¨ª doblemente acreditado en menos de una semana que la raz¨®n era pol¨ªtica, no cient¨ªfica, aunque avalada por la justicia. Fue entonces cuando algunos empezaron a entender que, de hecho, todas las decisiones tomadas desde el primer d¨ªa de estos fat¨ªdicos dos a?os, lo han sido. Pol¨ªticas y solo pol¨ªticas. Necesariamente recomendadas por cient¨ªficos, s¨ª, basadas en datos concretos y proyecciones matem¨¢ticas que dise?aban posibles riesgos y empujaban a sus correspondientes prevenciones, tambi¨¦n. Pero que la ¨²ltima palabra, la determinante y a quien compete tomarla, defenderla y asumirla es al gobierno de turno porque esta es su responsabilidad y conforma su obligaci¨®n, no tiene objeci¨®n posible. Por mucho que, a veces, hayan disimulado a beneficio propio pensando que, ante la confusi¨®n, los posibles inconvenientes convertidos en cr¨ªticas quedar¨ªan diluidos en esa falsa tierra de nadie.
O para dejar extra?a constancia del desvelo de los ejecutivos respectivos por la salud de sus ciudadanos cuando la causa principal era proteger el sistema sanitario duramente castigado y evitar que quienes necesitaran de ¨¦l por las mil y una afecciones habituales, recibieran la atenci¨®n debida y el trato necesario.
M¨¢s discutible para algunos, Ayuntamiento de Barcelona por ejemplo, es que aquella decisi¨®n excepcional no fuera acompa?ada de la reapertura del ocio nocturno. Pero este es otro punto oscuro de la larga trama por la falta de di¨¢logo de la administraci¨®n que el sector arguy¨®, del riesgo que sanidad defendi¨®, de la correcci¨®n que los propios empresarios se vieron obligados a hacer tras la permisividad del pasado oto?o y del desmentido por la v¨ªa de los hechos de la correlaci¨®n entre locales cerrados y desmadres callejeros. Lo que pas¨® en verano tampoco serv¨ªa en oto?o. No digamos en invierno.
La relatividad efectiva del resto de restricciones ha saltado a la vista. Y de ellas, la diariamente m¨¢s evidente es la obligatoriedad de llevar mascarilla en espacios abiertos que va decayendo conforme las semanas van avanzando. Otra decisi¨®n discutible por falta de base cient¨ªfica pero que se entendi¨® como una operaci¨®n cosm¨¦tica para influir en nuestra conducta social. Pero el gobierno espa?ol que fue quien lo orden¨® nunca nos lo vendi¨® as¨ª, con lo cual los negacionistas abstractos y los intolerantes concretos pudieron refunfu?ar porque sin convicci¨®n no hay condici¨®n. Y si no la hubo entonces, menos ahora cuando los ¨ªndices de contagio han superado todas las expectativas, se han instalado en el altiplano y siguen a la espera de un descenso que se espera en primavera. Mientras, autodiagn¨®stico, prudencia y paciencia.
Nada de esto pues, ha evitado ni el colapso de la atenci¨®n primaria, ni la desaz¨®n del personal sanitario, ni el cansancio de unos profesionales a los que ya nadie puede pedir m¨¢s y s¨ª dejar de darles menos. Pero, por si fuera poco, en este cap¨ªtulo se ha a?adido el descontrol de las escuelas, el desconcierto de los maestros y el desasosiego de los padres ante los cuatro protocolos aplicados en solo dos semanas cuando se hab¨ªa insistido que todo estar¨ªa controlado.
Es parcialmente cierto que se desconoc¨ªa el comportamiento de la variante. Las cr¨®nicas sudafricanas hab¨ªan advertido. Hay rastros y testigos. Pero como si de una reacci¨®n de nuevo apartheid se tratara, se aisl¨® al pa¨ªs informador y su voz languideci¨® mientras nuestros gobiernos sobreactuaban. Con medidas antiguas y a costa nuestra. Y as¨ª, lo que al principio era aceptable, dos a?os despu¨¦s ha sido incomprensible. Y se cumpli¨® el refr¨¢n: de tanto que te quiero¡