La Orihuela de Miguel Hern¨¢ndez: la ciudad conservadora sigue honrando a su poeta comunista
Imposible no pensar en la Oleza de Gabriel Mir¨®, que es un poco como la Vetusta de Leopoldo Alas pero con playas
Recuerdo aquella higuera. Era el ¨¢rbol m¨¢s enraizado en la Eleg¨ªa a Ramon Sij¨¦, ese poema de 1936 que es un llanto por el amigo muerto pero tambi¨¦n un grito de esperanza: ¡°Volver¨¢s a mi huerto y a mi higuera¡±, proclama el poeta. Y esa higuera a¨²n est¨¢ all¨ª, en el patio de la casa de Miguel Hern¨¢ndez que hoy es su casa museo en Orihuela. Tiene m¨¢s de cien a?os y me recuerda, invariablemente, a una higuera nutricia y geneal¨®gica...
Recuerdo aquella higuera. Era el ¨¢rbol m¨¢s enraizado en la Eleg¨ªa a Ramon Sij¨¦, ese poema de 1936 que es un llanto por el amigo muerto pero tambi¨¦n un grito de esperanza: ¡°Volver¨¢s a mi huerto y a mi higuera¡±, proclama el poeta. Y esa higuera a¨²n est¨¢ all¨ª, en el patio de la casa de Miguel Hern¨¢ndez que hoy es su casa museo en Orihuela. Tiene m¨¢s de cien a?os y me recuerda, invariablemente, a una higuera nutricia y geneal¨®gica que plant¨® el padre de mi madre en Borriana. Este ¨¢rbol familiar tambi¨¦n hubiera llegado a centenario, pero unos productos qu¨ªmicos mal gestionados lo llevaron a la extinci¨®n.
Comprender¨¢ el lector mi alborozo cuando, en 2011, pude contemplar la peque?a higuera hernandiana, flanqueada por una coqueta chumbera, en el sitio exacto desde donde alimentaba al autor de El rayo que no cesa. Yo hab¨ªa recalado en Orihuela en el proceso de redacci¨®n de Viatge pel meu pa¨ªs (3i4). Con este volumen colosal (dos quilos al peso), ilustrado por las fotograf¨ªas de Joan Antoni Vicent, quise homenajear el medio siglo de la publicaci¨®n de El Pa¨ªs Valenciano de Joan Fuster (con fotograf¨ªas de Ramon Dimas).
El tiempo de Miguel Hern¨¢ndez, el de Fuster y el m¨ªo se triangularon entonces en una extra?a pirueta que dibujaba un escenario improbable pero exact¨ªsimo. El poeta comunista era exaltado en una ciudad cong¨¦nitamente conservadora, aunque la corporaci¨®n municipal surgida de las recientes elecciones le hab¨ªa dado el poder a una mayor¨ªa progresista encabezada por Los Verdes. Recuerdo mi perplejidad recorriendo la Ruta Hernandiana y encontr¨¢ndome con calles dedicadas al Caudillo, Jos¨¦ Antonio, el Alc¨¢zar de Toledo o la Divisi¨®n Azul. Por suerte ese mismo 2011 se llev¨® a cabo una en¨¦rgica revisi¨®n del callejero. Los herederos de los que denunciaron al poeta comunista ocultaron sus dientes apretados, pero el resto de la humanidad respir¨® aliviada¡
Orihuela, hoy, sigue honrando a su poeta y sus tesoros arquitect¨®nicos lucen m¨¢s que nunca: todo su casco hist¨®rico (BIC desde 1969), coronado por la catedral, est¨¢ plagado de iglesias, monasterios, conventos y palacetes¡ Su condici¨®n de sede episcopal dota a Orihuela de un aire de misa mayor y un olor inconcreto a incienso. Imposible no pensar en la Oleza de Gabriel Mir¨®, que es un poco como la Vetusta de Leopoldo Alas pero con playas.
Por cierto que a Fuster no le gustaba mucho el autor de El obispo leproso. Su opini¨®n no tiene desperdicio:
¡°Mir¨® era un Flaubert sense geni, un Flaubert reblanit com una confitura de monges, i es fa bastant pesat. Tanmateix, val la pena d¡¯intentar-ho. L¡¯Oriola lev¨ªtica i pobletana ¨Cl¡¯aut¨¨ntica i perdurada Oriola- qued¨¤ fixa en els seus papers amb una delicada irisaci¨® l¨ªrica¡±.
Sea como sea, Orihuela siempre merece una visita. El r¨ªo Segura proporciona en su t¨¦rmino una huerta ub¨¦rrima, un oasis imponente en el sur ¨¢rido de un pa¨ªs donde el desierto no deja de avanzar. No hay que confundir nunca a los oriolanos con los murcianos (a pesar de su acento). En Orihuela se habl¨® catal¨¢n hasta el siglo XVII: el Consejo municipal no pas¨® a redactar sus documentos en castellano hasta 1707. La crisis econ¨®mica oblig¨® a repoblar la ciudad con murcianos, pero el sentimiento ¨Cy un cierto orgullo- de valencianidad no ha abandonado a sus mejores esp¨ªritus.
La higuera de Hern¨¢ndez ha sido tratada este mismo a?o en previsi¨®n de un tr¨¢gico desenlace. Se han tapado sus oquedades, para evitar da?os por plagas o insectos, y se ha colocado una cu?a en una de sus ramas. Seg¨²n parece, le quedan dos o tres lustros de vida. Ya solo nos queda, entonces, entonar su canci¨®n: ?Porque soy como el ¨¢rbol talado que reto?o, porque a¨²n tengo la vida¡¡±