Hay vida allende la M-30, la M-40 y la M-50
Cientos de miles de madrile?os entran y salen cada d¨ªa de la capital para trabajar, estudiar o disfrutar. Las horas de viaje no cotizan, pero hacen mella en los huesos y las neuronas. As¨ª es la vida ¡®in itinere¡¯
Hola, me llamo Luz, soy periodista, vivo en Alcal¨¢ de Henares, trabajo en Madrid, Madrid, y llevo una doble vida. S¨ª, se?oras y se?ores candidatos. Quienes vivimos allende todas las emes ¡ªla M-30, la M-40, la M-45, la M-50¡ªexistimos, aunque a ustedes no se les haya perdido nada por estos lares, salvo los bolos que les han endosado sus jefes de campa?a, y piensen que somos entelequias con la sola misi¨®n de elegir su papeleta el d¨ªa D a la hora H. Tenemos, eso s¨ª, nuestras cositas que nos diferencian del madrile?o intramuros, que tambi¨¦n tiene las suyas, y que nosotros reconocemos porque ...
Hola, me llamo Luz, soy periodista, vivo en Alcal¨¢ de Henares, trabajo en Madrid, Madrid, y llevo una doble vida. S¨ª, se?oras y se?ores candidatos. Quienes vivimos allende todas las emes ¡ªla M-30, la M-40, la M-45, la M-50¡ªexistimos, aunque a ustedes no se les haya perdido nada por estos lares, salvo los bolos que les han endosado sus jefes de campa?a, y piensen que somos entelequias con la sola misi¨®n de elegir su papeleta el d¨ªa D a la hora H. Tenemos, eso s¨ª, nuestras cositas que nos diferencian del madrile?o intramuros, que tambi¨¦n tiene las suyas, y que nosotros reconocemos porque para eso tenemos la doble residencia que proporciona el abono-transporte, cosa que casi nunca sucede a la inversa. Como buenos catetos, digo perif¨¦ricos, sea por cuna, por gusto o expulsados del foro por el precio de la vivienda, seguimos diciendo subir o bajar a Madrid, al hecho de ir a la capital a trabajar, estudiar, de m¨¦dicos, de compras, o de bureo, aunque llevemos trienios haci¨¦ndolo. Por eso digo que vivo, vivimos, existencias paralelas. Porque si sum¨¢ramos a nuestra jornada laboral las horas que pasamos in itinere nos daba para jubilarnos un lustro antes que nuestros paisanos de la metr¨®poli. Aqu¨ª seguimos, sin embargo, uncidos al carro, y gracias, quienes tenemos la suerte de no estar en ERTE ni que se nos haya llevado el virus el curro por delante. Llevando una vida dura, ya lo dice Ayuso. Menos mal que nos quedan los bares para ahogar el estr¨¦s al final del d¨ªa.
El tren de las siete de la ma?ana, con salida en Alcal¨¢ de Henares y destino en Chamart¨ªn, con parada en todas las estaciones, va a tres cuartos de su aforo en plena hora punta de entrada al trabajo. Sin anchuras, pero sin agobios. Se nota que muchos pasajeros siguen teletrabajando y que los que pueden, van en coche para minimizar el riesgo de trincar el virus ahora que parece estar en las pen¨²ltimas. Lo que m¨¢s impresiona no es el gent¨ªo, sino el silencio. J¨®venes y no tanto con todos los orificios ocluidos ¡ªauriculares, gafas, mascarillas quir¨²rgicas y de pato pidiendo a gritos un recambio¡ª y ojos a media asta por sue?o acumulado. As¨ª luce qui¨¦n m¨¢s, qui¨¦n menos en un vag¨®n cualquiera. Luis, un ingeniero de Adif que va en tren a su oficina en Chamart¨ªn. Adacoun, un maestro senegal¨¦s que acude a su trabajo en una ONG con personas que viven en la calle. Samira, una empleada de hogar interna marroqu¨ª que vuelve a casa de sus se?ores en un barrio fin¨ªsimo de Madrid tras pasar el fin de semana con su hermana en Torrej¨®n. O Alicia, una integradora social asturiana que estrena trabajo en un instituto de Vic¨¢lvaro ayudando a chicos y chicas en riesgo de pobreza extrema. Madrid sobre ra¨ªles.
A mitad de ruta, a la altura de San Fernando de Henares, el tren se cruza con la A-2, atoradita de atestados buses de l¨ªnea y de la caravana de los coches de los que no van a bordo, bajo la panza de los pocos aviones que despegan y aterrizan en Barajas y sobre el puente del Jarama de Ferlosio convertido en r¨ªo de pol¨ªgono. Solo falta un ferry llevando mano de obra a la metr¨®poli con desembarco en Madrid R¨ªo. Los pasajeros, sin embargo, no le echan cuenta al espect¨¢culo, abducidos como est¨¢n por sus m¨®viles, sus cascos con las radios polariz¨¢ndolos de buena ma?ana y, los espec¨ªmenes m¨¢s adaptados al medio, ech¨¢ndose una cabezadita de equis minutos tasados a fuerza de experiencia para abrir los ojos justo cuando el tren entra en su estaci¨®n de destino y salir pitando, que es gerundio.
Al llegar a Atocha, desbandada general hacia el metro o los buses de la EMT, y cada currante a su curro. Puede que durante el d¨ªa, absortos en la faena y dopados con el men¨² del d¨ªa o el tupper de casa, se les olvide que viven a 20, 30, 60 kil¨®metros de donde trabajan. Hasta que, al salir, toca desandar lo andado con 8, 10, 12 horas de curro a la chepa.. Nadie dice entonces que baja o sube a su pueblo. Simplemente vuelve a casa. Puede que hasta coincida con alg¨²n conocido y, ahora s¨ª, derrengado pero con el d¨ªa hecho, pegue la hebra. O que alguna pareja de adolescentes se quite la mascarilla y se arree un morreo de 45 segundos ante la mirada entre envidiosa e indignada del pasaje a las mism¨ªsimas puertas de Alcal¨¢, fin de trayecto. Y de jornada. Otras dos horas de vida paralela que no cotizan, pero van haciendo mella en los huesos y en las neuronas. Ah¨ª fuera, como p¨¢jaros encaramados a las farolas, los carteles de Gabilondo, Ayuso, Bal, Iglesias, Garc¨ªa y Monasterio piden el voto el 4-M. Ya lo dijo Ayuso: la vida del madrile?o es dura. Menos mal que nos quedan los bares. Ahora, hay que tener cuerpo, tiempo, agenda y tres pavos de sobra para tomarse una ca?a sabiendo que a las siete vuelve a empezar la rueda.
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