¡°Mam¨¢, ?Qu¨¦ llevas en la bolsa?¡±, ¡°Traigo alb¨®ndigas y mascarillas¡±
Un relato del confinamiento a trav¨¦s de lo visto y o¨ªdo desde las ventanas de la capital
Con el decreto del estado de alarma, la vida en el plano horizontal de la calle ha dado paso a una comunicaci¨®n vertical, de edificio a edificio, que est¨¢ generando nuevas relaciones entre vecinos y numerosas an¨¦cdotas, con lo que se puede elaborar una cr¨®nica de un d¨ªa en los edificios de Madrid, a trav¨¦s de los testimonios de decenas de vecinos de diferentes barrios y diferentes alturas. Visto y o¨ªdo entre las ventanas y las terrazas de la capital.
Primera hora de la ma?ana. Comienzan a a...
Con el decreto del estado de alarma, la vida en el plano horizontal de la calle ha dado paso a una comunicaci¨®n vertical, de edificio a edificio, que est¨¢ generando nuevas relaciones entre vecinos y numerosas an¨¦cdotas, con lo que se puede elaborar una cr¨®nica de un d¨ªa en los edificios de Madrid, a trav¨¦s de los testimonios de decenas de vecinos de diferentes barrios y diferentes alturas. Visto y o¨ªdo entre las ventanas y las terrazas de la capital.
Primera hora de la ma?ana. Comienzan a asomar los primeros fumadores. Apoyan los dos antebrazos sobre el balc¨®n. Siguen con la mirada a los pocos transe¨²ntes que caminan por la calle. A las diez, comienza el movimiento.
Desde la segunda planta, una chica joven tira de una cuerda a la que va atada una bolsa:
¡ª?As¨ª, as¨ª haces fuerza!¡ª le indican desde la calle.
¡ªMam¨¢, ?qu¨¦ hay en la bolsa?
¡ªAlb¨®ndigas y mascarillas.
¡ª?Qu¨¦?
¡ª?Alb¨®ndigas y mascarillas!¡ª insiste la madre subiendo el volumen.
¡ª?Vale!
¡ªMarta, ?t¨² quieres a tu padre?
¡ª?Qu¨¦?
¡ª?Que si quieres a tu padre?
¡ªS¨ª
¡ª?Pues tira una cuerda gorda que te lo vas a subir tambi¨¦n!
En el piso de al lado, Diana termina el desayuno. Se asoma con un caf¨¦ en la mano. Ha estado 15 d¨ªas luchando contra el virus. Desde su casa, ha visto nevar, llover y brillar el sol. Hoy es el primer d¨ªa en que abre la ventana.
Se oyen campanas.
Hay tres mujeres, de tres pisos diferentes, que salen a tomar el sol. Se quedan quietas durante largo rato, como si hicieran la fotos¨ªntesis. Es la hora del aperitivo y empiezan a subir los decibelios. Se oye m¨²sica de fondo. La sesi¨®n verm¨² eleva el nivel de las conversaciones:
¡°?Pero qu¨¦ reflexi¨®n ni qu¨¦ reflexi¨®n? Si la gente no sabe estar consigo misma. De esto vamos a salir ya en la tercera edad y mucho peor de lo que est¨¢bamos. ?No has visto que el otro d¨ªa sali¨® ya uno con dos catanas a la calle?¡±, lanza una vecina al edificio de enfrente.
Sube tambi¨¦n la temperatura:
¡°?Vamos a tener que vivir del satysfier!¡±, se oye desde otro piso.
La respuesta habla del amor en los tiempos del coronavirus: ¡°Calla, que ayer me cont¨® una amiga una historia de no creer. Resulta que estaba quedando con un chico que hab¨ªa conocido por Tinder. ?l es de un pueblo de fuera de Madrid y siempre ven¨ªa a verla a ella, pero justo antes del estado de alarma vino a buscarla para irse de fin de semana a su pueblo. Ella se fue con la ropa justa para el fin de semana¡ ?Y ahora resulta que no se gustan! Han intentado bajar a Madrid en tres ocasiones, pero les han dado la vuelta a la entrada. Primero intentaron decir que iban a por medicinas y la ¨²ltima ya le dijeron al Guardia Civil la verdad, pero nada, de vuelta al pueblo¡±. La respuesta hablaba m¨¢s bien del no amor en los tiempos del coronavirus, y de que siempre se puede estar peor.
A la hora de la comida, la actividad baja en las fachadas. Una abuela se asoma con su nieta. La joven golpea r¨ªtmicamente la barandilla del balc¨®n. Un, dos. Un, dos. La se?ora da palmas. Un, dos, tres. Un, dos, tres.
Se hace la siesta.
Se oyen los p¨¢jaros.
Algunas personas salen a fumar. Muchas se ponen de espaldas a la calle. Apoyan su cintura contra la barandilla. Como si quisieran ver su casa desde fuera. Como si estuvieran buscando una perspectiva distinta.
Dos chicos se asoman en el quinto piso. No hablan entre s¨ª. Uno de ellos se sienta en una silla. Pone los pies sobre la barandilla. El otro permanece de pie. Miran a la calle. Ni una palabra.
¡ª?Estaban buenas las torrijas?, se escucha.
En uno de los cuartos, estos d¨ªas, no se ve nunca a nadie. Es un apartamento tur¨ªstico.
A media tarde, un par de vecinos intenta concentrarse en la lectura. Est¨¢n sentados justo bajo el quicio de la puerta que da al balc¨®n. Uno de ellos fuma.
¡ªNo he podido leer nada desde que comenz¨® esta historia¡ª, les interpela otro¡ª ?Qu¨¦ le¨¦is?
¡ªYo, Ordesa¡ª, dice uno.
¡ªYo estaba d¨¢ndole vueltas a este verso: ¡°Ahora que vivir no es un verbo seguro¡±. Es de Antonio Lucas, contesta el segundo.
¡ª?Te gusta la poes¨ªa?, pregunta de nuevo el que inici¨® la conversaci¨®n, al tiempo que desaparece y vuelve con una libreta. Se anima a leerles algo que ha escrito: ¡°No es el olvido, es la memoria en baja mar, ver¨¢s cuando regrese el oleaje¡±.
La tarde crece y van subiendo los decibelios hasta que llega el momento ¨¢lgido. Se empieza a aplaudir a las 19.59. A veces, incluso, a las 19.58. Se oyen los aplausos. Hay gente que lanza gritos tribales.
Gonzalo, vecino del segundo centro, ha aprovechado para bajar la basura. Estaba un poco triste y cre¨ªa que sentir los aplausos desde la calle le har¨ªa bien. Igual es una tonter¨ªa, piensa al bajar.
En el tercero, Fernando reaparece tras cinco d¨ªas de ausencia. Lo hace detr¨¢s del cristal, que golpea a modo de aplauso. Ha estado ingresado. Lo ha pasado mal. Los vecinos de las ventanas de enfrente hab¨ªan preguntado a su mujer por ¨¦l. No asomarse es se?al de que algo no va bien. Pero ¨¦l hoy se asoma con los ojos, que se emocionan pensado en tanta vuelta a la vida, tanto abrigo, tanta alegr¨ªa com¨²n¡ Y recuerda unos versos que escribi¨® en el hospital: Nunca / la luz del d¨ªa / tanta luz.
En lo alto del edificio, bajo una ventana en bajo cubierta, se ve la cabeza con pa?uelo de una se?ora. Aplaude con las manos arriba.
En el cuarto aplaude Juan. Y se acuerda de su padre, que falleci¨® hace diez d¨ªas y al que no pudo despedir. Desde entonces, llora cada d¨ªa a la hora del aplauso. Tambi¨¦n cuando escucha una sirena.
Gonzalo vuelve a su casa. Ahora piensa que acert¨® con la idea de sentir los aplausos desde abajo. Le ha cambiado el ¨¢nimo.
Al final del aplauso, comienza el debate musical, que va desde David Bowie al D¨²o Din¨¢mico.
¡ª?De qu¨¦ pa¨ªs es esa bandera?, pregunta un se?or mayor en referencia a la bandera arco¨ªris que ondea en el primero.
¡ª?Por qu¨¦ hemos aplaudido antes hoy?, pregunta un despistado que no se acord¨® de cambiar la hora. Anochece y las ventanas y balcones se van cerrando. Se ven las luces y se intuye la vida en el interior. Pero eso corresponde ya a la intimidad y relatarlo ser¨ªa un ejercicio de ficci¨®n. Se perciben los ¨²ltimos cigarrillos encendidos en los balcones. Ma?ana ser¨¢ un nuevo d¨ªa, no tan diferente.
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