Al encuentro de historias callejeras en plena pandemia
Recorriendo las calles, de d¨ªa y de noche, nos encontramos con algunas historias que merec¨ªan una cr¨®nica, relata el fot¨®grafo de EL PA?S David Exp¨®sito
El viernes 13 de marzo, a las tres y media del mediod¨ªa, andaba dando vueltas por Carabanchel para hacer unos retratos en el mercado de Vistalegre. Apenas hab¨ªa movimiento y todo estaba extra?amente en silencio. A trav¨¦s de una cristalera, una escena llam¨® poderosamente mi atenci¨®n.
En un bar, un grupo de cinco o seis personas ¡ªincluidos los camareros¡ª miraban la televisi¨®n sin pesta?ear. Pedro S¨¢nchez comparec¨ªa de manera extraordinaria para decretar el estado de alarma por primera vez en la historia de Espa?a. Entr¨¦ r¨¢pidamente y, con un simple intercambio de miradas, el due?o me dio ...
El viernes 13 de marzo, a las tres y media del mediod¨ªa, andaba dando vueltas por Carabanchel para hacer unos retratos en el mercado de Vistalegre. Apenas hab¨ªa movimiento y todo estaba extra?amente en silencio. A trav¨¦s de una cristalera, una escena llam¨® poderosamente mi atenci¨®n.
En un bar, un grupo de cinco o seis personas ¡ªincluidos los camareros¡ª miraban la televisi¨®n sin pesta?ear. Pedro S¨¢nchez comparec¨ªa de manera extraordinaria para decretar el estado de alarma por primera vez en la historia de Espa?a. Entr¨¦ r¨¢pidamente y, con un simple intercambio de miradas, el due?o me dio permiso para fotografiar. Ambos fuimos r¨¢pidamente conscientes de que est¨¢bamos ante uno de esos momentos en los que todo el pa¨ªs est¨¢ pendiente del televisor porque algo gordo se nos viene encima. Nadie se atrevi¨® a hablar ni a interrumpir la escucha y, al t¨¦rmino de las palabras del presidente, hubo unos segundos de silencio que ser¨ªan premonitorios.
En los dos meses siguientes el silencio no nos abandonar¨ªa a muchos. Mi labor como fot¨®grafo se ha centrado en cubrir la pandemia en Madrid junto con otros compa?eros del peri¨®dico. Las ciudad par¨® de golpe su actividad y toda aquella persona cuyo trabajo no era considerado esencial ech¨® el cierre para marcharse a casa y confinarse. Nos quedamos solos en medio de una inmensidad vac¨ªa, buscando historias y testimonios que pudieran poner rostro a tanta cifra y tanto drama.
Durante las primeras semanas hubo desconcierto general y la sensaci¨®n de que era necesario reinventarse cada d¨ªa, pues no exist¨ªa gui¨®n ni agenda que especificara qu¨¦ hab¨ªa que hacer. La mejor soluci¨®n era salir a la calle ¡ªcon todas las medidas preventivas posibles¡ª y andar con los ojos bien abiertos ante cualquier cosa que pudiera suceder. Recuerdo largas jornadas yendo de un sitio a otro, caminando por los barrios con la incredulidad y el temor de cualquier ciudadano pero sintiendo a la vez la responsabilidad de contarlo. Nos par¨¢bamos a hablar con cualquiera que apareciera a nuestro paso, y as¨ª, de cuando en cuando, encontr¨¢bamos a alguna persona que merec¨ªa una buena cr¨®nica. Este tipo de historias son, a mi juicio, las que demuestran el verdadero latir de una ciudad.
Lo que venga a partir de ahora depender¨¢ de la responsabilidad individual de cada uno, de lo que hayamos querido aprender de todo esto
As¨ª fue como un mi¨¦rcoles a las tres de la madrugada conocimos a Emilio, un ex narcotraficante que encontr¨® trabajo como celador en La Paz despu¨¦s de a?os de prisi¨®n, o a Manuel, un vagabundo que pasa las noches escondido en un ba?o de la T4. Tambi¨¦n a Lola, una mujer de 89 a?os llena de ternura que no dud¨® en ir a la peluquer¨ªa el primer d¨ªa que reabrieron, despu¨¦s de llevar dos meses sola en casa contando las baldosas del pasillo. As¨ª pudimos ver la desesperaci¨®n y el drama de muchas familias que pasaban por la puerta del padre Jos¨¦ Luis en el Cementerio Sur de Carabanchel, en un momento en el que se despachaban los entierros en apenas cinco minutos. All¨ª quedaron Manuel ?lvarez, un ex campe¨®n de Espa?a de boxeo que falleci¨® en una residencia, o Marisa, que fue secretaria de Raphael y a la que apenas pudieron despedir tres personas.
Estos meses hemos vivido momentos surrealistas en la calle. La ciudad te aplastaba al principio. En ocasiones, recuerdo haber perdido en cierto modo el sentido de la orientaci¨®n, caminar sin rumbo, porque no hab¨ªa lugar al que acudir. Un desierto de asfalto, ruidos de sem¨¢foro y polic¨ªas par¨¢ndote cada dos calles. Al cabo de unas semanas, ese espacio deshabitado empez¨® a evocarme nada m¨¢s que recuerdos, secretos que uno lleva consigo y que te hac¨ªan esbozar una media sonrisa al percatarte de que en esta o aquella esquina sucedi¨® algo en alg¨²n momento de tu vida. En el camino de la ¡°nueva normalidad¡±, volvemos a poblar las calles, los parques y las terrazas. Con ello hemos recuperado, c¨®mo no, los vicios de siempre. El desprecio, la rabia y la inquina entre unos y otros se han manifestado de nuevo, a base de caceroladas y bocinazos. Nunca cre¨ª demasiado en eso de que de esta ¨ªbamos a salir mejores, pero s¨ª pensaba que al menos durar¨ªa un poco m¨¢s la tregua.
Hace unas semanas, en la reapertura del autocine, mientras se proyectaba Grease en la pantalla, vi una pareja dentro de su coche que se besaba t¨ªmidamente, como si fuera la primera vez. Felices, sin mascarillas, abstra¨ªdos de todo. Ellos fueron el primer signo de normalidad que pude ver desde que se hizo el silencio en aquel bar el 13 de marzo, y me sent¨ª esperanzado. El devenir en cambio es mucho menos id¨ªlico que esa pareja enamorada. Lo que venga a partir de ahora depender¨¢ de la responsabilidad individual de cada uno, de lo que hayamos querido aprender de todo esto y de si somos o no capaces de pensar m¨¢s all¨¢ de nosotros mismos y perder un poco de presente para tener futuro.