A la sombra del Pirul¨ª
La colonia de la Fuente del Berro, construida hace casi un siglo, vive ahora bajo el omnipresente influjo de la torre de telecomunicaciones de Madrid
La calle de Jorge Juan tiene 2,1 kil¨®metros. Comienza en Serrano y termina en un muro. Un muro de verdad, con su verde saliendo de una grieta. En el ¨²ltimo tramo, antes de encontrarse con la tapia, se convierte en un silencioso paseo por un peque?o pueblo, mientras atraviesa la colonia de la Fuente del Berro.
Construida en dos fases entre 1926 y 1929, el proyecto original constaba de 184 hotelitos, distribuidos en grupos de dos, tres o cuatro viviendas pareadas. Es una de las cuatro colonias madrile?as que llevan el nombre de Gregorio Iturbe, promotor y constructor. Predominan las vivie...
La calle de Jorge Juan tiene 2,1 kil¨®metros. Comienza en Serrano y termina en un muro. Un muro de verdad, con su verde saliendo de una grieta. En el ¨²ltimo tramo, antes de encontrarse con la tapia, se convierte en un silencioso paseo por un peque?o pueblo, mientras atraviesa la colonia de la Fuente del Berro.
Construida en dos fases entre 1926 y 1929, el proyecto original constaba de 184 hotelitos, distribuidos en grupos de dos, tres o cuatro viviendas pareadas. Es una de las cuatro colonias madrile?as que llevan el nombre de Gregorio Iturbe, promotor y constructor. Predominan las viviendas de dos alturas -sin contar el s¨®tano y la buhardilla-, con las ventanas flaqueando la puerta. La mayor¨ªa de las casas mantiene la sencilla estructura original. La planta tipo era de algo m¨¢s de 60 metros cuadrados, a lo que habr¨ªa que a?adir el jard¨ªn delantero y trasero. A¨²n se conservan las cer¨¢micas en la base de algunas ventanas. Tambi¨¦n hay elementos contempor¨¢neos, como un drag¨®n trepando una fachada. Cuando se alza la vista, desde cualquier punto, se ve el Pirul¨ª.
De peque?os, hac¨ªamos guerras de globos de agua. Hoy se mantiene esa vida de barrio, sobre todo por las noches, pero es otra cosaCristina Zamora, una de las vecinas de la colonia
La periodista Cristina Zamora (45 a?os, Las Palmas de Gran Canaria) forma parte de la tercera generaci¨®n de su familia que vive en la colonia. Para ella, la calle de Ambr¨®s ejerce de l¨ªnea divisoria entre ¡°la colonia de arriba y la de abajo. De peque?os, hac¨ªamos guerras de globos de agua entre las dos zonas. Hoy se mantiene esa vida de barrio, sobre todo por las noches, pero es otra cosa, no sabr¨ªa explicarlo¡±.
A media tarde, apenas hay gente por la calle. Otra vecina desanima a llamar a una puerta sin cita previa: ¡°te pueden confundir con un merodeador¡±. Varios indican que, para conocer el sentir de la colonia, hay que ir a la pescader¨ªa de David Cabezas (Astorga, 59 a?os). All¨ª, en la hora punta, se montan debates sobre los temas de los que se habla en Espa?a.
David lleg¨® a Madrid con 11 a?os. De peque?o no le gustaba el pescado. A los 14, empez¨® a trabajar en el negocio de sus t¨ªos. Con 24, ten¨ªa su primera pescader¨ªa. Ha estado en tres locales diferentes, ¡°nunca a m¨¢s de 100 metros de la colonia¡±. Vive en Moratalaz. Cada d¨ªa se levanta a las cuatro de la ma?ana, va a comprar el pescado y abre. Come a las tres y media y vuelve a casa en torno a las diez de la noche. Es un relaciones p¨²blicas nato. Dice que recuerda al menos el nombre de 80 clientes.
Entra una se?ora con su carrito:
¡°D¨ªgame usted, Do?a Pilar¡±.
¡°Do?a Pilar le dice que quiere un gallo¡±.
¡°Y lo mismo lo quieres bueno¡ ?qu¨¦ tal te ha ido la semana? ?Qu¨¦ tal va tu hija? Tengo calamares reci¨¦n hechos, por si te quieres llevar¡¡±, dice mientras coloca con mimo la cola del emperador bajo el hielo.
El negocio no es solo una pescader¨ªa. La buena mano y la visi¨®n de su mujer, Clara Del Pozo (Madrid, 53 a?os), les ha permitido diversificar, ampliar y convertirse en un term¨®metro de los usos y costumbres. ¡°Cuando empez¨® la crisis econ¨®mica se empez¨® a vender menos pescado, decidimos poner unos pimientos asados, para probar¡ y se vendieron muy bien¡±, rememora. Hoy, ofrecen 71 platos caseros. ¡°Tambi¨¦n hay un cambio generacional en el barrio: ahora mucha gente prefiere llevarse la comida hecha, para llegar a casa y no tener que cocinar¡±, explica Clara, que asegura que aprendi¨® dando de comer a sus tres hijos y que el m¨¦rito est¨¢ en ¡°cocinar con aceite de oliva virgen extra¡±.
De vuelta a la colonia, hay pavos reales por las calles. ¡°La gente les debe dar de comer¡±, comenta una vecina. Vienen del otro lado del muro, en donde se encuentra el parque de la Quinta de la Fuente del Berro. Un enorme oasis de m¨¢s de 13 hect¨¢reas que es el orgullo de los habitantes de la colonia. Todos los consultados para este reportaje invitan a conocerlo y todos, sin excepci¨®n, lo ponen por delante en la comparaci¨®n con el Retiro.
Desde la colonia, se accede por la entrada de la calle de Enrique D?Almonte. Es una puerta encajada entre dos torres de ladrillo rematadas por almenas. Una vez dentro, da la sensaci¨®n de que el parque no se termina, de siempre hay un nuevo rinc¨®n. Cuando parece que llega a su fin, surgen unas escaleras de piedra que conducen a otro lugar. ¡°Es como una bombonera¡±, dice Cristina.
Una ni?a llora.
¡°?Vamos a ver a los patos?¡±, le pregunta su madre.
La ni?a asiente y deja de llorar.
En uno de los estanques tambi¨¦n vive, al menos, una tortuga.
Hay olmos, magnolios, bojs, cipreses, laureles, cedros del Himalaya, tejos, avellanos, tilos, hayas o madro?os. Hay un ginkgo que es la estrella de parque y cuyos colores marcan el paso de las estaciones.
Las pantallas ac¨²sticas no impiden que se oiga el ruido de la M-30 en la parte del parque m¨¢s cercana a la ronda.
Un padre le dice a su ni?o que d¨¦ dos vueltas a un estanque.
¡°Venga, que te cronometro¡±.
El ni?o da una vuelta de propina.
¡°Has tardado 43 segundos¡±. Lo ha cronometrado de verdad. Y el ni?o se abraza a su padre.