Pintar el mundo de nuevo
Existe un ejercicio interesante para entrenar la resistencia y la fe: la entrada de los colegios
Me sienta mal madrugar. Las siete o las ocho de la ma?ana no son horas para m¨ª. Mi cuerpo ya se ha acostumbrado a despertarse a las nueve, pero salir de la cama sigue suponi¨¦ndome un esfuerzo capaz de quitarme la energ¨ªa para el resto del d¨ªa, dej¨¢ndome la cabeza en modo resaca. Hay ma?anas en las que deslizo la mano fuera del edred¨®n, cojo el iPad y trabajo sobre la profunda comodidad de mi colch¨®n. Enfrentarse al mundo no es tarea f¨¢cil y yo me permito ser un poquito cobarde cuando tengo sue?o.
Sin embargo, hay d¨ªas en los que mi cerebro se activa, como hoy, que escribo a primera hora...
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Me sienta mal madrugar. Las siete o las ocho de la ma?ana no son horas para m¨ª. Mi cuerpo ya se ha acostumbrado a despertarse a las nueve, pero salir de la cama sigue suponi¨¦ndome un esfuerzo capaz de quitarme la energ¨ªa para el resto del d¨ªa, dej¨¢ndome la cabeza en modo resaca. Hay ma?anas en las que deslizo la mano fuera del edred¨®n, cojo el iPad y trabajo sobre la profunda comodidad de mi colch¨®n. Enfrentarse al mundo no es tarea f¨¢cil y yo me permito ser un poquito cobarde cuando tengo sue?o.
Sin embargo, hay d¨ªas en los que mi cerebro se activa, como hoy, que escribo a primera hora este art¨ªculo mientras se decide la pr¨®xima presidencia de Estados Unidos. Todo lo que pasa all¨ª sacude al resto del mundo. Tras escuchar en algunos pa¨ªses de Europa ciertos discursos que solo son r¨¦plicas, he dejado de ver las locuras de un americano con poder como algo lejano. Est¨¢n aqu¨ª. Y tanta desuni¨®n, tanta ansia por la separaci¨®n, tanta fobia a la libertad, tanto todo vale, tanta desigualdad expresada en voz alta sin ning¨²n tipo de reparo, consigue sacarme de la cama. Necesito salir a la calle y cerciorarme de que existen lugares amables.
Cuando el desasosiego me invade, recurro al futuro para cobijar cierta esperanza, pero no ese que no existe, sino el futuro que tenemos delante de nosotros, el que todav¨ªa cruza en verde un paso de cebra o da palmadas en las cabezas de los perros para saludarles: los ni?os y ni?as.
Existe un ejercicio interesante para entrenar la resistencia y la fe: la entrada de los colegios. Mi barrio madrile?o, que lo adoro, es familiar y jovial. Las familias y la diversidad se mezclan y convierten las puertas de los centros en un batiburrillo de culturas, estilos de ropa o modos de vida. Los padres y madres se agrupan ¨Cquiz¨¢ de manera inconsciente¨C con sus iguales, aunque lo m¨¢s seguro es que sus conversaciones se parezcan m¨¢s de lo que ellos mismos creen. Sin embargo, los ni?os son solo uno. Si pudieran abrazarse sin temor al contagio, ser¨ªan un color fruto de todos los colores y podr¨ªan inventar un nuevo idioma que todo el mundo comprendiera. Mientras sus responsables se separan y marcan distancia, ellos ni siquiera ven los muros. A veces quisiera subirme a una escalera, salir del planeta, cogerlo con las dos manos y entreg¨¢rselo a un ni?o o una ni?a para que lo borre y lo pinte de nuevo.
Vuelvo a casa. El conteo sigue. Cuando salga este art¨ªculo, supongo que ya se sabr¨¢ el resultado. No s¨¦ si me meter¨¦ en la cama o lo celebrar¨¦ con un vino. Ahora mismo, despu¨¦s de volver de la calle, solo pienso en c¨®mo hacerlo para que esos ni?os y ni?as no pierdan el sue?o, sigan sin ver la diferencia, mantengan las manos abiertas y no escuchen a los monstruos con traje que vienen a contarnos que las pesadillas, a veces, se pueden cumplir.
Madrid me mata.