La cabeza de H¨¦rcules mira fijamente, por encima de todos y a todos. Cuatro leones le flanquean, no lo van a poner f¨¢cil. Sobre sus hombros descansa el balc¨®n de la Real Casa de Correos, due?a y se?ora de la Puerta del Sol. Todos la quieren, todos la pelean, todos la sue?an, todos la temen. En el cristal aparece ese oscuro objeto de deseo, con letras blancas instituteras: Presidencia Comunidad de Madrid.
Pero la vida tambi¨¦n pasa por otros lares, all¨ª mismo en la plaza. ¡°Compro oro¡±, gritan en una esquina con reflec...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
La cabeza de H¨¦rcules mira fijamente, por encima de todos y a todos. Cuatro leones le flanquean, no lo van a poner f¨¢cil. Sobre sus hombros descansa el balc¨®n de la Real Casa de Correos, due?a y se?ora de la Puerta del Sol. Todos la quieren, todos la pelean, todos la sue?an, todos la temen. En el cristal aparece ese oscuro objeto de deseo, con letras blancas instituteras: Presidencia Comunidad de Madrid.
Pero la vida tambi¨¦n pasa por otros lares, all¨ª mismo en la plaza. ¡°Compro oro¡±, gritan en una esquina con reflectantes chalecos sin quilates. ?Vende mucho la gente en estos tiempos pand¨¦micos? ¡°Ahora m¨¢s o menos como antes. En los primeros meses la gente s¨ª tra¨ªa m¨¢s joyas¡±, responde uno de los captadores. Al lado se va formando una cola, con saliva escondida tras las mascarillas. La Mallorquina tienta con su nombre en rosa, sin que ahora est¨¦ Villarejo grabando en su sal¨®n. Lo que m¨¢s piden los madrile?os para sus bocas: napolitanas de chocolate, crema o manzana. Confesiones de mostrador.
Alguien juega un cuponcito en tiempos duros, otros se paran en el escaparate lleno de zapas al aviso de Denzel Curry, hay quien espera desde primera hora para arreglar sus ¡®iphones¡¯ (m¨¢s manzanas), corren unos pocos hambrientos a comprar s¨¢ndwiches del Rodilla¡ Y en la esquina la eterna olvidada, la Mariblanca, esa Venus que antes presid¨ªa la plaza y que fue despojada del trono por Carlos III y su caballo. ?Todav¨ªa quedan seis cabinas!
¡°Desde los balcones de la Puerta del Sol se ven muchas cosas que se pueden elevar a reglas o definiciones generales. As¨ª, por ejemplo, se ve que la Humanidad tiene brazos cortos¡±Ram¨®n G¨®mez de la Serna
Los fisgones se sientan alrededor de las dos fuentes, donde el c¨¦sped trata de crecer in¨²tilmente. Manos en los bolsillos y muchos comiendo hamburguesas o noodles. Desde all¨ª se observan esos espec¨ªmenes que habitan la Puerta, esa gente que no se sabe si viene o va, si est¨¢ parada o se mueve, si es carterista o futura v¨ªctima de robo. Porque Sol, como Madrid, es esplendor cat¨®dico pero tambi¨¦n es sordidez, ese lado sucio que no queremos ver. Del cielo al infierno.
La plaza es greguer¨ªa hecha carne. Lo escrib¨ªa don Ram¨®n G¨®mez de la Serna: ¡°El que pasa por ella va pasando como quien pasa por la Puerta del Sol. Que no se haga el tonto que lo sabe y anda de un modo especial¡±. O esa que dice: ¡°Desde los balcones de la Puerta del Sol se ven muchas cosas que se pueden elevar a reglas o definiciones generales. As¨ª, por ejemplo, se ve que la Humanidad tiene brazos cortos¡±.
De sol no queda nada, noche (que no madrugada) madrile?a. Todo el rato pasan coches de polic¨ªa y furgones, sus luces se reflejan en las ventanas de las academias de idiomas y en los cristales de la ¡®ballena¡¯ para entrar al Cercan¨ªas. ¡°Qu¨¦ miedo, a ver si hacen un trompo¡±, le dice una amiga a otra. Al lado, dos franceses se l¨ªan un cigarrillo y le dan unos sorbos a una Mahou. ¡°Cerveza, cerveza¡±, les acosan unos vendedores ambulantes. Suena a mezcla de Olivier Arson y Alberto Iglesias. Las once, ?a correr!