Diario de una escritora de 81 a?os que tendr¨¢ que dejar su casa: ¡°Los ricos que hab¨ªan abandonado la ciudad ahora la est¨¢n robando de nuevo¡±
Marjorie Kanter supo por un burofax que no podr¨ªa renovar el contrato de alquiler de su piso en el Barrio de las Letras, en el que ha vivido durante 30 a?os. Ahora busca piso
La escritora y poeta Marjorie Kanter, nacida hace 81 a?os en Cincinnati (Ohio), data su primer diario en 1986. Acababa de llegar a Tarifa junto a su marido, Jos¨¦ Luis, y su precario espa?ol le imped¨ªa dialogar en profundidad con nadie. ¡°Empec¨¦ a hablar conmigo misma en esas p¨¢ginas¡±, recuerda. Casi cuarenta a?os despu¨¦s, Marjorie ha vuelto a escribir para ¡°desahogar la pena¡±. Ha comenzado a trabajar en lo que podr¨ªa ser el diario personal de una mujer m¨¢s a la que la ...
La escritora y poeta Marjorie Kanter, nacida hace 81 a?os en Cincinnati (Ohio), data su primer diario en 1986. Acababa de llegar a Tarifa junto a su marido, Jos¨¦ Luis, y su precario espa?ol le imped¨ªa dialogar en profundidad con nadie. ¡°Empec¨¦ a hablar conmigo misma en esas p¨¢ginas¡±, recuerda. Casi cuarenta a?os despu¨¦s, Marjorie ha vuelto a escribir para ¡°desahogar la pena¡±. Ha comenzado a trabajar en lo que podr¨ªa ser el diario personal de una mujer m¨¢s a la que la gentrificaci¨®n de ¡°Madrilandia¡± ¡ªcomo ella denomina a la capital¡ª expulsa del centro. Su voz madur¨® entre las paredes de estos 85 metros cuadrados de la calle del Pr¨ªncipe en el Barrio de las Letras, un piso algo viejo pero luminoso que pensaba que era su casa. Kanter explica que nunca imagin¨® que las ¨²ltimas palabras que iba poner negro sobre blanco en su escritorio de madera caoba, junto a la ventana desde la que ve el Teatro Espa?ol, iban a ser de ¡°dolor y quebranto¡±. As¨ª lo cuenta en esas p¨¢ginas desordenadas que son todav¨ªa un boceto:
¡°Mi drama empez¨® oficialmente el 26 de septiembre de 2024, cuando firm¨¦ un burofax y recib¨ª la noticia de que en un mes deb¨ªa estar fuera del apartamento en el que he vivido y pagado sin falta el alquiler durante los ¨²ltimos 30 a?os. El 1 de noviembre ten¨ªa que renovar el contrato de alquiler, que vence siempre en esa fecha. Los ¨²ltimos contratos eran de a?o en a?o, anteriormente duraban un lustro. A finales de julio me enter¨¦ de que tres pisos de mi misma planta, entre ellos el m¨ªo, hab¨ªan sido vendidos a una promotora. Los nuevos due?os se pusieron en contacto conmigo para pasarles el n¨²mero de cuenta y que pudieran cobrar la cuota de cada mes: unos 800 euros. Dos meses despu¨¦s me anunciaron que no iban a renovar el contrato, que ten¨ªa que marcharme el 1 de noviembre y buscar un piso cuanto antes. A los otros dos vecinos les ha sucedido lo mismo. Yo tengo 81 a?os y esto me est¨¢ pasando una factura terrible. Tambi¨¦n a mi familia. Es un gran shock¡±.
Marjorie Kanter, autora de tres libros, I displace the air as I walk (2004), Small Talk (2015), Field Notes/Notas de Campo (2023), se ha comprado un nuevo abalorio que esconde tras los fulares que protegen su cuello. Es rojo, blanco y gris, moderno y austero a partes iguales. De lejos parece que tiene forma de coraz¨®n aunque ella lo llama ¡°colgante de teleasistencia¡±. Adem¨¢s de servirle para avisar al 112, tambi¨¦n le es ¨²til para que sus manos fr¨¢giles jueguen tontamente con ¨¦l en las noches que no puede dormir. Es el signo m¨¢s visible de que su vida ha empeorado. Lo pidi¨® despu¨¦s de recibir el burofax de la promotora gallega que se hizo con el inmueble, cuando su ansiedad salt¨® por los aires. ¡°Muy a su pesar¡±, prefiere no dar el nombre de la compa?¨ªa por miedo a las represalias. Se trata de una empresa propiedad de dos hermanos, due?os tambi¨¦n de una constructora, a la que alg¨²n medio de comunicaci¨®n ya ha se?alado por intentar desahuciar en Galicia a familias con dificultades f¨ªsicas y econ¨®micas, despu¨¦s de intentar subirles el alquiler m¨¢s de un 30%. Kanter se agarra con fuerza a su colgante ¡ªa veces con tanta que la alarma se ha activa por error¡ª,y lee en el diario c¨®mo fue su caso:
¡°Los propietarios de mi apartamento eran una pareja de hermanos de unos noventa a?os a los que nunca conoc¨ª. Tambi¨¦n ten¨ªan los otros dos pisos. Mi marido Jose Luis y yo siempre tratamos con el administrador de la finca. El contrato era de cinco a?os en cinco a?os y el precio del alquiler sub¨ªa o bajaba conforme al IPC. A finales de junio, la empresa administradora nos dice que tienen que hacer el ITE (Inspecci¨®n T¨¦cnica de Edificaciones) para ver los desperfectos, y que vendr¨¢n en los pr¨®ximos d¨ªas. Nos mintieron. Cuando entraron en casa me di cuenta de que no eran del ITE. Se trataba de un agente inmobiliario junto con otra persona que ya hab¨ªa llamado a mi puerta hac¨ªa tiempo preguntando si vend¨ªa el piso. Hicieron fotos, lo miraron todo, y se marcharon. Pedimos explicaciones al administrador pero nunca nos las dieron. El piso ya lo hab¨ªan vendido¡±.
El proceso creativo de Marjorie es algo desordenado, disperso, pero sobre todo interactivo. Suele concretar sus ideas despu¨¦s de un di¨¢logo estimulante. En unas cartulinas de colores, en el ordenador o a veces directamente desde el m¨®vil, la mujer va anotando frases, p¨¢rrafos, palabras sueltas o preguntas que le surgen. Al regresar de Toronto, a donde viaj¨® a finales de octubre para participar en una conferencia de las Asociaci¨®n Americana de la Semi¨®tica, la escritora env¨ªa un mensaje de WhatsApp mientras encara de nuevo la calle de su casa:
¡ªAcabo de entrar en Pr¨ªncipe, no s¨¦ si lo puedo llamar casa. Creo que no tengo casa.
En el ¨²ltimo acercamiento con los representantes de la promotora ¡ªuna breve reuni¨®n en el sal¨®n de la vivienda¡ª al que asistieron Kanter, Jos¨¦ Luis y un tal Ignacio al que acompa?aba otra empleada de la que no recuerda el nombre, se les dej¨® claro que ¡°esa no es su casa¡±. Kanter, en un arrebato, dijo que iba a solicitar el certificado de vulnerabilidad, a lo que Ignacio respondi¨® con dureza: ¡°?Nos est¨¢s amenazando?¡±. Finalmente, accedieron a que Marjorie y Jos¨¦ Luis les enviaran una propuesta, pero les aseguraron que se iban a marchar ¡°s¨ª o s¨ª¡±.
¡ªEntonces, ayudadnos a buscar un piso¡ª, solicit¨® Marjorie.
¡ªNo. No somos una inmobiliaria¡ª, contestaron.
Despu¨¦s del encuentro, Jos¨¦ Luis envi¨® un burofax con una petici¨®n para ampliar su estancia cuatro meses y tener un poco m¨¢s de tiempo en la b¨²squeda del nuevo piso. Hasta el momento no han recibido contestaci¨®n. El primer pago que intentaron para la cuota de noviembre fue rechazado. El segundo lo realizaron unos d¨ªas despu¨¦s, y s¨ª parece que se acept¨®. Desde entonces no tienen noticias. Solo un silencio ¡°insoportable¡±.
Seg¨²n Idealista, el alquiler de un piso con las mismas prestaciones que el de Marjorie en la zona del Barrio de las Letras puede estar actualmente entre los 1.300 y 1.500 euros al mes. Algo muy por encima de los 800 que la mujer paga. ¡°Todos sabemos para qu¨¦ lo quieren. Nos ha llegado que nada m¨¢s me marche entrar¨¢n a reformar. No tardar¨¢n en meter a los turistas¡±, se lamenta. El bloque est¨¢ compuesto por cinco plantas y cuenta con un hostal bastante amplio en una de ellas. Tambi¨¦n hay varios airbnb con un continuo ir y venir de personas. Su intervenci¨®n en la conferencia de Toronto , que trataba precisamente sobre el ¡°esp¨ªritu del lugar¡±, la inici¨® mostrando una foto que tom¨® a?os atr¨¢s en el centro de Madrid. En la imagen puede verse el colch¨®n de una persona sin hogar bajo un r¨®tulo que reza: Local disponible 91 514¡ ¡°Cuando vi esta imagen me di cuenta de que, salvando las distancias con quien duerme en la calle, muchos en Madrid vivimos en pisos que t¨² crees que son tu casa pero que en realidad est¨¢n disponibles para el mejor postor. Y cuando t¨² dejes de ser rentable, como es mi caso, te ir¨¢s fuera sin importar tu edad ni tu estado de salud¡±, reflexiona. La mujer tiene lesiones en sendas rodillas. Caminar m¨¢s de 100 metros le supone un sobresfuerzo y toma diariamente pastillas para el dolor. Adem¨¢s, su tensi¨®n est¨¢ descontrolada. ¡°Muy baja¡±, asegura. A su marido, cuenta, la presi¨®n arterial le subi¨® a 200 en los d¨ªas despu¨¦s de recibir el burofax. Adem¨¢s, ninguno es capaz de descansar en condiciones. Ella lo define como ¡°sue?o alterado¡±, aunque realmente se trata de insomnio y ansiedad que se han acrecentado con la b¨²squeda apresurada de una nueva casa. La pasada semana fue a mirar un piso en la Latina, en el que nada m¨¢s llegar le dijeron que el precio era mayor del que hab¨ªan hablado. Cuando volv¨ªa en metro a casa, escribi¨®:
¡°Veamos c¨®mo suena esto mientras camino a casa despu¨¦s de ver el apartamento. Lloro, r¨ªo, me preocupo, me pongo muy ansiosa, mi cuerpo tiembla. No s¨¦ si tengo un hogar y me dicen que este no es mi hogar, es de ellos, este lugar donde he vivido durante 30 a?os. Siento miedo, pero me siento amada por otros, me siento apoyada, me siento ayudada. Tambi¨¦n me siento amenazada, me siento abusada, me siento utilizada. Siento la injusticia cometida sobre m¨ª por personas amorales y poco ¨¦ticas. Y pienso en los dem¨¢s. Siento por los dem¨¢s. No estoy sola en esta dif¨ªcil situaci¨®n. Somos miles y esto est¨¢ sucediendo en todo el mundo¡±.
¡°Vengo de ver un piso. Por tel¨¦fono me dice que son 950 euros al mes, pero al entrar dice que el precio ha cambiado, son 1.200. La gente rica se est¨¢ apoderando de las ciudades, haciendo que las ciudades sean imposibles para la gente que las ha habitado. Los ricos que hab¨ªan abandonado la ciudad ahora la est¨¢n robando de nuevo¡±.
La ¨²ltima visita que hizo a un piso fue el jueves pasado, a las 19.00, en Embajadores. Marjorie hab¨ªa pasado toda la tarde escuchando discos antiguos ¡°para ver cu¨¢les tirar y cu¨¢les no¡±. ¡°?Quieres alguno? Tengo que deshacerme de cosas¡±, preguntaba. Descart¨® unos cuantos, y se qued¨® con uno especial llamado Mucho coraz¨®n, de la cantante espa?ola Martirio. Al levantarse de la silla aseguraba que las piernas no le funcionaban. Lleg¨® cojeando hasta el piso en cuesti¨®n, y antes de salir del metro preguntaba si hab¨ªa escaleras mec¨¢nicas o ascensor. ¡°No puedo vivir sin ellas. Tengo que pensar no solo en c¨®mo me puedo mover hoy sino en c¨®mo podr¨¦ hacerlo dentro de dos o cinco a?os¡±, comentaba.
Un hombre espa?ol, de algo m¨¢s de 50 a?os, trajeado y perfumado, abre puntual la puerta del bloque. Invita a pasar. Es el due?o de todos los pisos del bloque. ¡°Eso me da mucho miedo¡±, reconoc¨ªa Marjorie. La vivienda es min¨²scula, poco m¨¢s de 30 metros cuadrados. El hombre apenas pone inter¨¦s en hablar con Marjorie, no hace ning¨²n esfuerzo por vender el inmueble. Al salir, la mujer, adem¨¢s de agotada, est¨¢ visiblemente confusa.
¡ª?Qu¨¦ te ha parecido?
¡ªNo s¨¦. Creo que no estoy preparada para tomar esta decisi¨®n. Era m¨¢s caro que el m¨ªo, y muy peque?o, tendr¨ªa que tirar casi todas las cosas de mi vida. Adem¨¢s, su sonrisa era falsa.
Al llegar a casa volvi¨® a escribir:
Esto me ha despertado. Me ha provocado a pensar en la existencia. Se acerca el final de la vida, el deterioro, el ser cada vez m¨¢s necesitado. Necesito unas condiciones especiales para vivir. Tengo que planificar esto mientras busco un nuevo hogar.