La crisis del coronavirus

As¨ª perdimos a la generaci¨®n que cambi¨® Espa?a

Crecieron en la dureza de la guerra y la posguerra y cimentaron la democracia. Muchos han acabado sus d¨ªas solos. ?Qu¨¦ fall¨® para que les fall¨¢ramos? Esta historia es un homenaje a los 37.000 muertos de m¨¢s de 70 a?os que de forma directa o indirecta dej¨® la pandemia

| El coronavirus ha sido la ¨²ltima prueba de resistencia para toda una generaci¨®n. El 86% de los casi 30.000 muertos reconocidos oficialmente en Espa?a ten¨ªa m¨¢s de 70 a?os. De ellos, el mayor porcentaje superaba los 80. Y podr¨ªan ser muchos m¨¢s, seg¨²n los datos del exceso de fallecimientos de este a?o respecto al anterior publicados por el Instituto Nacional de Estad¨ªstica. Pertenecen a una generaci¨®n que creci¨® en la posguerra y que, tras atravesar la dictadura, protagoniz¨® una regeneraci¨®n formidable de su pa¨ªs. Su esfuerzo fue el catalizador del ascenso social de su hijos y nietos. Su lucha ciment¨® la democracia. Al final, en sus casas, en hospitales o en residencias, aut¨¦nticas trampas sin salida, muchos fallecieron solos, despu¨¦s de haber dado tanto. Esta es la historia de vida y muerte de algunos de ellos, contada por los que les han sobrevivido. |

A los que sufrieron la guerra; los que pasaron hambre durante la t¨ªsica posguerra; los que atravesaron la larga noche de piedra del franquismo, ?Franco! ?Franco! Franco!; los que tuvieron que emigrar y luego volvieron y los que vieron emigrar a los que no volvieron; los que fueron obligados desde ni?os a creer en Dios; los que iban a misa a rega?adientes y los que iban dichosos; los hombres que trabajaron y trabajaron y trabajaron y las mujeres que criaron ¨Cy trabajaron y trabajaron y trabajaron¨C; los que impulsaron el desarrollismo y pudieron comprarse su primer coche (un Simca 1200, un Renault 6, un Seat 850) y disfrutarlo, cuidarlo, venerarlo; las que necesitaron permiso paterno para independizarse antes de los 25 a?os o permiso de su marido para poder tener un empleo y, tambi¨¦n, las que despu¨¦s de todo eso pudieron ponerse un bikini; los que nutrieron el movimiento sindical y, tambi¨¦n, los que no lo hicieron; los que escucharon ¡°Espa?oles, Franco ha muerto¡± y los que escucharon ¡°Puedo prometer y prometo¡±; los que no pudieron estudiar pero un d¨ªa vieron a sus hijos y a sus nietos sacarse carreras y ser abogados, doctoras, arquitectas, ingenieros, profesores, cient¨ªficas y tantas otras cosas que tanto los llenaron de orgullo; los que votaron al PSOE y los que votaron al PP; los que llegaron a comprarse una segunda vivienda en la costa; los que despu¨¦s de una vida de tanto curro pusieron los pies a remojo en las playas de Benidorm; los que despu¨¦s de que cayera Lehman Brothers abrieron la hucha para apoyar a sus hijos, a sus familias y a la econom¨ªa nacional; los que viv¨ªan jubilados en sus casas; los que viv¨ªan jubilados en residencias; a los miles, miles, miles, miles de mayores que se trag¨® la bola de nieve del coronavirus. Descansen en paz.

Cap 1.

Todo saldr¨¢ bien

JOSEFA SALA VA?? (1936-2020) Alcoi (Alicante)

En Alcoi (Alicante) hay un edificio del siglo XIX que es objeto de leyenda desde que, durante una reforma, un guardia nocturno dijo haber visto a una mujer en bata blanca que se apareci¨® y se esfum¨® enseguida filtr¨¢ndose por un muro de piedra.

Hoy ese lugar es una residencia gestionada por la multinacional DomusVi, que cuenta con la mayor red de geri¨¢tricos en Espa?a. En el de Alcoi se encontraba Josefa Sala Va?¨®, una mujer nacida en 1936, con el inicio de la Guerra Civil, y que fue amamantada por una vecina porque su madre se pasaba el d¨ªa en una f¨¢brica que hac¨ªa ropa para los soldados republicanos. De ni?a la pusieron a estudiar corte y confecci¨®n, cuenta su hijo Jorge, dulce y ojeroso, y en la adolescencia entr¨® en el taller de una modista. M¨¢s tarde se cas¨® con Miguel, un empleado de Hidroel¨¦ctrica Espa?ola.

Miguel falleci¨® en 2015. Josefa guardaba sus alianzas enlazadas con un imperdible que ya se hab¨ªa puesto herrumbroso

Ama de casa, devota de Mar¨ªa Auxiliadora, disfrutaba de ir con su marido y sus dos hijos en verano a la playa para juntarse con otros alcoianos. En 1969 se compraron su primer coche, un Seat 850, y en 1980 su ¨²ltimo piso. Josefa se hab¨ªa trasladado a la residencia hace cuatro a?os. La casa est¨¢ desordenada, llena de cachivaches. ¡°Lo hondos que pueden ser los armarios¡±, suspira Jorge, revolviendo aqu¨ª y all¨¢. ¡°?Al fondo de uno me he encontrado un hacha! ?Para qu¨¦ querr¨ªa mi padre un hacha?¡±.

En una casa familiar abandonada cualquier objeto parece un enigma, como si tras su apariencia banal se escondiesen verdades insondables. Una plancha Philips. Una botella de brandy Veterano. El t¨ªtulo enmarcado de su hijo mayor, Miguel ?ngel, como Ingeniero T¨¦cnico de Electricidad concedido por el rey Juan Carlos. Un paquete de quitadeste?idos Iberia. Una carta del ministro de Seguridad Social en la que se dirige a Josefa como ¡°Estimada pensionista¡± y le comunica que el sistema p¨²blico de pensiones ¡°se asienta sobre bases extraordinariamente s¨®lidas¡±. Una caja llena de naipes, y otra grande que pone My First Real Microscope. En el sal¨®n sigue la mesa de madera donde comieron los cuatro toda la vida. Josefa preparaba a menudo puchero valenciano, pimientos rellenos de arroz o borreta, un guisote de acelga, bacalao y patata.

Jorge ha hecho un registro de lo que pudo saber de su madre a trav¨¦s del centro. Dice que era ¡°pr¨¢cticamente imposible enterarse de lo que ocurr¨ªa all¨ª dentro¡±. D¨ªa 26 de marzo: ¡°Videollamada. Mi madre postrada con mala cara. Solo unos minutos¡±. D¨ªa 27: ¡°12.00. El doctor me comunica que mi madre ha tenido una crisis. Quedo esperando a que me vuelva a llamar. En vista de que no lo hace y habiendo sobreentendido que podr¨ªa estar muri¨¦ndose, me decido a hacerlo yo. Siempre me contestan que le pasan el mensaje al doctor¡±. D¨ªa 28: ¡°14.10. Como parece que el doctor no tiene pensado llamarme y necesito saber algo m¨¢s, les env¨ªo un mensaje con una fotograf¨ªa de la ley 41/2002 sobre los derechos del paciente y el derecho a la informaci¨®n. A las 14.30 me contactan. No el doctor en persona. Cuando solicito una videollamada, me comunican que ya no es posible porque han sedado a mi madre. Han pasado 26 horas para que me digan esto¡±. ?ltima anotaci¨®n, 30 de marzo: ¡°13.00. Me comunican que mi madre ha fallecido en la m¨¢s estricta soledad¡±.

Jorge Santonja, en la vivienda de su madre Josefa Sala en Alcoi.

Durante las semanas m¨¢s cr¨ªticas fallecieron 73 de los 139 residentes de DomusVi en Alcoi, seg¨²n la propia empresa. Es un ejemplo de la cat¨¢strofe que se vivi¨® en los geri¨¢tricos. En los centros sociosanitarios, la mayor¨ªa residencias de ancianos, murieron, al menos, unas 19.613 personas con el virus o con s¨ªntomas compatibles, seg¨²n datos de las comunidades aut¨®nomas recogidos por este peri¨®dico.

Muchos de ellos se incluyen en el c¨®mputo total oficial de v¨ªctimas mortales que dieron positivo en coronavirus, 28.330 personas. Otros, no, por lo que la cantidad final de mayores que perdieron la vida directa o indirectamente por la pandemia podr¨ªa ser muy superior. De hecho, desde el inicio de la crisis sanitaria en marzo hasta junio se registr¨® un exceso de mortalidad sobre lo previsto de m¨¢s de 37.000 personas de 70 a?os.

Los familiares de los fallecidos ya han acudido a los tribunales. Hasta el 15 de junio, la Fiscal¨ªa hab¨ªa contabilizado 224 denuncias. Una treintena de deudos del centro de Alcoi se han agrupado y analizan acciones legales. ¡°Necesitamos conocer el origen de esta tragedia¡±, dicen en un comunicado. La directora asistencial de DomusVi, Fini P¨¦rez, argumenta que era una situaci¨®n para la que no estaban preparados ¡°ni la Administraci¨®n ni las residencias¡± y vincula el desastre de Alcoi a la elevada media de edad de sus residentes y a que la Comunidad Valenciana fue uno de los focos m¨¢s tempranos de la crisis.

A mediados de mayo, el noble edificio del XIX donde un guardia vio una noche un espectro permanec¨ªa clausurado. En la acera dos vecinas hablaban de conocidos que murieron dentro: ¡°Una t¨ªa de mi marido. Dos, ?no? No, una infectada y la otra muri¨®. Pero no se supo si era de eso o no, porque no les hac¨ªan las pruebas. S¨ª, s¨ª, s¨ª se la hicieron. ?Ah! Y la madre de Lola tambi¨¦n. Y la de Amparo, mi amiga, tambi¨¦n. S¨ª, iba a dos o tres por d¨ªa. ?Uy, no par¨®, no par¨®!¡±. En una puerta del geri¨¢trico hab¨ªa una manta con letras de colores. Resistiremos. Todo saldr¨¢ bien. Muchas gracias.

Cap 2.

14 horas y 40 minutos

ALFONSO ALAIZ BA?OS (1940-2020) M?RTIRES CARRASCO MART?NEZ (1939-2020) Basauri (Vizcaya)

El jueves 19 de marzo, en Basauri, al lado de Bilbao, Alfonso Alaiz Ba?os es trasladado desde su casa al hospital a las dos de la tarde. Tiene 80 a?os. Ten¨ªa salud. Tras ocho horas de espera, le dicen que tiene el virus. Y escucha: ¡°Neumon¨ªa bilateral grave¡±.

Al d¨ªa siguiente, llama desde el hospital a su hija. No se le entiende bien. Se le oye la voz muy cansada. Su m¨¢scara de ox¨ªgeno hace ruido.

¨CCuida de ama ¨Cdice.

Ama es madre en euskera.

Marisol Alaiz, fotografiada en la casa de sus padres, fallecidos ambos por coronavirus.
Marisol Alaiz, fotografiada en la casa de sus padres, fallecidos ambos por coronavirus.

Alfonso naci¨® en Calzada de los Molinos, en Palencia. Su padre muri¨® joven y tuvo que ponerse a trabajar la tierra. Hizo la mili en Portugalete. De la mili ten¨ªa el recuerdo de un episodio memorable. En un ejercicio de supervivencia por el monte se perdi¨®. Pas¨® horas angustiado, hasta que se encontr¨® con una familia gitana que estaba acampando por all¨ª. Le explicaron c¨®mo recuperar el camino, pero antes le pidieron que fuese su hu¨¦sped y cenase con ellos. Hab¨ªan hecho un sabroso guiso de pollo. Al terminar y ver a Alfonso tan satisfecho, se rieron y le dijeron que no era pollo sino rata de r¨ªo, una clase de topillo de ribera ¨Cdistinto de la rata de alcantarilla¨C que exist¨ªa cuando las aguas iban limpias y que dignific¨® Miguel Delibes en su novela Las Ratas (1962). ¡°Fritas con una punta de vinagre son m¨¢s finas que las codornices¡±, dec¨ªa uno de sus personajes. Le gustaba contar aquello, a Alfonso, tanto como la historia de c¨®mo conoci¨® a su mujer. Un d¨ªa fue a una tienda de fotograf¨ªa para mandarle un retrato a su novia del pueblo. Se entretuvo charlando con la chica del mostrador. La foto nunca lleg¨® a Calzada de los Molinos.

A la chica del mostrador, M¨¢rtires Carrasco Mart¨ªnez, aquel muchacho le gust¨® de primeras. Ella tambi¨¦n era castellana, de Hontanas (Burgos), donde naci¨® en 1939. En los sesenta, como all¨ª no hab¨ªa labor m¨¢s all¨¢ del campo, emigr¨® al Pa¨ªs Vasco.

M¨¢rtires tuvo tres hijos con Alfonso y se dedic¨® a la casa. Si ya la cultura espa?ola hab¨ªa relegado de siempre a la mujer al hogar, el franquismo, por convicci¨®n ideol¨®gica y por reacci¨®n al igualitarismo republicano, apret¨® a¨²n m¨¢s esa tuerca y dio un nuevo y sistem¨¢tico impulso al confinamiento de la mujer a lo dom¨¦stico y a la maternidad, con la Iglesia y la Secci¨®n Femenina de la Falange como encargadas de la operaci¨®n. En 1960, seg¨²n datos de Comisiones Obreras, las mujeres eran solo el 18% de la poblaci¨®n activa; hoy, son el 46%.

Alfonso entr¨® a trabajar en la f¨¢brica de ruedas de Firestone y los fines de semana ejerc¨ªa de fot¨®grafo de bodas, bautizos y comuniones, con M¨¢rtires como asistenta de producci¨®n. Lo hizo hasta los ochenta, cuando se met¨ªa incluso en las discotecas en fin de a?o a ofrecerles retratos de calidad, con toda cortes¨ªa, a chavales medio cocidos. Tras la prejubilaci¨®n empezaron a viajar. A la vuelta de un viaje del Imserso, anunciaron a sus hijos: ¡°Nos hemos comprado un piso en Benidorm¡±. Amaban Benidorm. Tanto ahorraron, que les vali¨® para permit¨ªrselo, as¨ª como para lo prioritario, que era dar estudios a sus hijos. Alfonso les dec¨ªa: ¡°Estudiad, que si yo hubiera podido en vez de estar haciendo ruedas estar¨ªa m¨¢s arriba¡±, recuerda en la sala del apartamento de sus padres en Basauri su hija Marisol, que buen disgusto le dio a su madre cuando se hizo punki. Sobre la mesilla hay un abanico, un bloc de notas con el tel¨¦fono de urgencias, un term¨®metro y una doncella rubia de porcelana.

El martes 24 de marzo, cinco d¨ªas despu¨¦s que su marido, M¨¢rtires, que padec¨ªa demencia y estaba siempre cuidada por ¨¦l, fue ingresada en el mismo hospital con igual diagn¨®stico: neumon¨ªa bilateral grave. Los doctores descartaron juntarlos. Alfonso se hab¨ªa deteriorado demasiado.

El mi¨¦rcoles por la ma?ana, Marisol recibi¨® una llamada.

¨CSinti¨¦ndolo mucho, a lo largo del d¨ªa su padre fallecer¨¢.

Alfonso muri¨® a las siete y media de la tarde.

Al d¨ªa siguiente, Marisol recibi¨® otra llamada.

¨CEl m¨¦dico estaba llorando. Me pidi¨® perd¨®n porque no les hab¨ªa dado tiempo ni a avisarnos para que pudi¨¦ramos haber ido a despedirnos de ama.

M¨¢rtires muri¨® a las diez y diez de la ma?ana.

¡°Es muy duro decirlo, pero yo lo prefiero as¨ª. Mi ama no podr¨ªa vivir sin mi aita¡±, dice su hija. Aita es padre en euskera.

M¨¢rtires y Alfonso se casaron en 1965 y estuvieron juntos hasta que se murieron, 55 a?os despu¨¦s, con 14 horas y 40 minutos de diferencia.

Cap 3.

Serapia

SERAPIA UGALDE ?RIZ (1913-2020) Pamplona (Navarra)

Serapia Ugalde ?riz ten¨ªa 106 a?os, 7 meses y una particular f¨®rmula para la longevidad: ¡°No casarse, no tener hijos y sufrir mucho¡±. Centenarios como ella, que vivieron la guerra como adultos, hay casi 12.000. Son la parte creciente de espa?oles (se ha multiplicado por 20 en los ¨²ltimos 40 a?os) que ocupa la cima de antig¨¹edad de una pir¨¢mide de poblaci¨®n en proceso de envejecimiento. Uno de cada cinco habitantes de este pa¨ªs, m¨¢s de nueve millones, tiene m¨¢s de 65 a?os; en 1970, eran solo un 10%.

Foto familiar de Serapia Ugalde (en el centro de la imagen), su documentaci¨®n francesa y una chaqueta que le perteneci¨®.
Foto familiar de Serapia Ugalde (en el centro de la imagen), su documentaci¨®n francesa y una chaqueta que le perteneci¨®.

Serapia hab¨ªa nacido en Erro (Navarra) en 1913, cinco a?os antes de la mal llamada gripe espa?ola. El lunes 9 de marzo recibi¨® la visita de Jes¨²s, su sobrino favorito, de quien presum¨ªa ante sus amigas de la residencia por lo bien que le pintaba las u?as. ¡°De rosa claro¡±, precisa Jes¨²s, un expolic¨ªa de 62 a?os. Dieron un paseo y luego cantaron en su cuarto. Jes¨²s sol¨ªa ponerle canciones en YouTube en el m¨®vil y las cantaban juntos. Ese d¨ªa interpretaron un par de temas de Los Panchos, Clavelitos y la zarzuela de 1922 La monter¨ªa, cuyo estribillo era ¡°?Hay que ver / hay que ver / hay que ver / las ropas que hace un siglo llevaba la mujer!¡±. Despu¨¦s, como ven¨ªa ocurriendo desde que hace unos meses empez¨® a tener un mayor deterioro cognitivo, ella se desconect¨® de su sobrino y de YouTube y se puso a recitar, ausente, los himnos en lat¨ªn que hab¨ªa aprendido hace d¨¦cadas en la iglesia.

La centenaria Serapia volaba en su mente hacia un mundo extinto mientras en su geri¨¢trico de Pamplona la directora, Mar¨ªa Loperena, trataba de limitar en lo posible las visitas familiares y se apuraba con sus compa?eras a ¡°colocar hidrogeles a saco¡±, a decirle a los abuelos todo el rato que se lavasen las manos y a desinfectar por doquier con lej¨ªa. En el jard¨ªn del centro Amavir Mutilva, Mar¨ªa relata la angustia que vivieron durante lo peor de la crisis, en la que de sus 184 residentes fallecieron 11 con el virus diagnosticado. El 9 de marzo responsables de residencias se reunieron con el Gobierno de Navarra y pidieron que se prohibiese de inmediato el acceso a familiares, pero las autoridades no lo hicieron hasta que el Gobierno central decret¨® el estado de alarma el d¨ªa 14. ¡°Hubi¨¦ramos ganado una semana crucial¡±, lamenta Loperena.

Residencia de Amavir Mutilva de Pamplona en la que falleci¨® Serapia Ugalde.
Residencia de Amavir Mutilva de Pamplona en la que falleci¨® Serapia Ugalde.S. S¨¢nchez

En casa del sobrino de Serapia conservan entre otros recuerdos de ella dos tigres de porcelana que le flipaban y el trofeo de 2? clasificada del campeonato de bolos de la residencia. Tambi¨¦n est¨¢n tres de los ¨²ltimos libros que ley¨® en el geri¨¢trico: El tiempo entre costuras, de Mar¨ªa Due?as; Hacia los mares de la libertad, de Sarah Lark; y Grandes aventureras, 1850-1950.

Serapia fue una mujer que naci¨® con las virtudes de la curiosidad y el ansia de saber, aunque no en el mejor lugar ni en el mejor momento para desarrollarlos como ella hubiera querido. A los 12 a?os dej¨® la escuela. Ella hubiera deseado ser maestra. El m¨¦dico del pueblo le dijo a su padre que Serapia val¨ªa y le recomend¨® que le diera estudios, pero el se?or no quiso y la puso a ayudar a su madre en casa. En los 60 emigr¨® a Par¨ªs: una m¨¢s de los m¨¢s de tres millones de espa?oles que se fueron a trabajar a pa¨ªses m¨¢s industrializados como Francia, Alemania y Suiza entre mediados de los cincuenta y mediados de los setenta.

All¨ª sirvi¨® durante a?os a una familia de arist¨®cratas que le dio total confianza para gobernar la casa. Cuando Serapia volv¨ªa de hacer la compra, entregaba los tiques de lo que hab¨ªa gastado y monsieur los rasgaba delante de ella sin mirarlos. Los domingos ten¨ªa d¨ªa libre. Se iba a casa de su paisana Resurrecci¨®n. Pon¨ªan la radio. Bailaban solas canciones francesas. Todo lo que gan¨® lo ahorr¨® y a la vuelta se compr¨® un piso en Pamplona en el que puso un hostal para estudiantes. Lo tuvo durante los a?os de antes y despu¨¦s de la Transici¨®n y aprovech¨® la excitaci¨®n pol¨ªtica de sus hu¨¦spedes para pasarse horas por las noches charlando con ellos. Culta, con facilidad de palabra, pel¨ªn anticlerical ¨C¡±los curas te tienen comida la cabeza¡±, le dec¨ªa a su padre¨C, fue una autodidacta que entre Par¨ªs y la pensi¨®n de estudiantes dio asiento a su propia Ilustraci¨®n.

Serapia dio positivo por covid-19 el domingo 5 de abril. Expir¨® diez d¨ªas despu¨¦s por la noche. Su sobrino fue por la tarde a despedirla. Se sent¨® en su cama. Ella no estaba consciente. Apenas respiraba. Jes¨²s le acarici¨® los pies.

Jes¨²s Ugalde, sobrino de Serapia Ugalde, fallecida por coronavirus a los 107 a?os.
Jes¨²s Ugalde, sobrino de Serapia Ugalde, fallecida por coronavirus a los 107 a?os.

Cap 4.

?leos sagrados

BENITA DE LA ORDEN MOLINA (1931-2020) TOMASA BARRIOS PE?A (1927-2020) Vinuesa (Soria)

¨CDicen que la madre del cura, Tomasa, se muri¨® de pena ¨Ccomenta Carmen en la tienda de su hija Sandra. Es una de esas magistrales tiendas de pueblo donde tanto puedes comprar un queso como un casquillo de bombilla como el Hola!

¨CSandra ¨Cle dice a su hija¨C. Llama al cura, que venga y le cuente.

Vinuesa es un pueblo con una atractiva mezcla de caserones y arquitectura popular soriana. La residencia donde falleci¨® la madre del cura es un palacio del siglo XVII. En la calle de Pocito est¨¢ la casa de otra mujer que muri¨® con coronavirus, Benita de la Orden Molina, de 89 a?os. Benita se hab¨ªa quedado sola despu¨¦s de que en enero falleciera su hermano Niceto. Sus padres, Nicanor y Pr¨¢xedes, murieron j¨®venes y Niceto y Benita, solteros y sin hijos, siempre hab¨ªan vivido juntos. ¡°Aqu¨ª se pasaban los dos las tardes en verano, los pobres¡±, dice Sandra en el patio de la vivienda, que ya se ha llenado de altos hierbajos que forman una fresca melena ondulante.

El virus se llev¨® a Benita el 11 de abril, S¨¢bado Santo, en la cercana residencia Benilde de El Burgo de Osma. Lleg¨® all¨ª en marzo, ya en fase de estado de alarma, derivada de un hospital soriano en el que hab¨ªa estado convaleciendo tras una operaci¨®n de cadera. El director de la residencia a la que lleg¨®, Javier G¨®mez, le pregunt¨® al hospital si estaban seguros de que Benita no estaba infectada. Le dijeron que s¨ª. D¨ªas despu¨¦s, Benita dio positivo en el geri¨¢trico y fue una de sus 19 v¨ªctimas mortales durante marzo y abril ¨Cla mayor¨ªa sin haber sido diagnosticadas¨C. G¨®mez no sabe si Benita lleg¨® con la covid o si la cogi¨® en su centro, pero lo que puede decir por experiencia de lo ocurrido es que fue todo ¡°un desastre may¨²sculo¡±. Pone el ejemplo de otro centro de su grupo al que enviaron desde un hospital a un anciano, confirmando tambi¨¦n que no ten¨ªa el virus; d¨ªas despu¨¦s, recibieron una llamada del mismo hospital diciendo que s¨ª lo ten¨ªa. ¡°Se nos cay¨® el alma a los pies¡±, dice G¨®mez, de 74 a?os, protegido con una mascarilla FFP2 con capacidad de filtraci¨®n del 95%. El director dice que las ¨²nicas indicaciones que recibieron del sistema sanitario fueron que tuvieran a los mayores ¡°con paracetamol, quietos y aislados¡±. ¡°Nos quedamos solos¡±, lamenta.

Bajando una calle empedrada de Vinuesa aparece al fin el padre Jos¨¦ Antonio Ines Barrios. Lleva un paraguas y una bolsa con dos t¨²per. El sacerdote perdi¨® a su madre y a su padre en dos semanas. Su padre, Cayo, que estaba en la misma residencia que su madre, Tomasa, muri¨® el 24 de marzo en un hospital por una obstrucci¨®n intestinal. Ella, el 6 de abril en el geri¨¢trico, pero no de pena, como dec¨ªa Carmen la de la tienda, sino con coronavirus. En la casa parroquial, donde vivi¨® con sus padres, Jose Antonio se pone a mirar las fotos y los relicarios de su madre y se conmueve. Luego recobra el ¨¢nimo en la iglesia, contando los pormenores de su retablo hasta que se da cuenta de que se est¨¢ enrollando:

¨CDisculpad. Hac¨ªa demasiado tiempo que no entraba nadie.

El Domingo de Ramos, Jos¨¦ Antonio recibi¨® el aviso final de la residencia y acudi¨® junto a Tomasa ¡°para darle la unci¨®n de enfermos en su cuarto con los ¨®leos sagrados y orar junto a ella por su alma¡±. Lo hizo equipado con guantes, mascarilla y una bata sobre la sotana. A los pies de su cama, el sacerdote ve¨ªa a su madre morir, pensaba en toda la gente que se estaba yendo y se repet¨ªa la frase de Jes¨²s en la cruz: ¡°Dios m¨ªo, Dios m¨ªo. ?Por qu¨¦ me has abandonado?¡±. Finalmente, se levant¨®, mir¨® a Tomasa llorando, le hizo la se?al de la cruz en la frente y abandon¨® el cuarto.

Jos¨¦ Antonio Ines, p¨¢rroco en Vinuesa e hijo de Tomasa Barrios.

Tomasa Barrios Pe?a falleci¨® a los 93 a?os, 20 minutos despu¨¦s de la medianoche. ¡°No s¨¦ c¨®mo tengo huesos¡±, sol¨ªa decir en sus ¨²ltimos a?os despu¨¦s de toda una vida trabajando, desde ni?a. De peque?a ya sacaba las ovejas. Cuando era adolescente trabajaba en verano en la siega y en invierno en casa del m¨¦dico de El Burgo de Osma. Lo malo del invierno era que se helaba el r¨ªo, y ten¨ªan que romper el hielo para lavar la ropa. M¨¢s tarde fue a servir a una casa de Zaragoza. Cuando se cas¨® con Cayo se fueron un tiempo a Barcelona pero pronto regresaron al pueblo, de vuelta a pastorear el ganado, a cultivar la vid, el trigo, el centeno, la avena, la cebada. Tomasa trabajaba con Cayo en el campo y se ocupaba de la casa. ¡°Las mujeres a¨²n trabajaban m¨¢s que los hombres en el pueblo, porque ten¨ªan que estar a una cosa y a la otra¡±, dice su hijo. En verano, fundidos por el sol tras segar toda la ma?ana, Cayo se echaba un rato a descansar a mediod¨ªa pero Tomasa ten¨ªa que ir a casa ¨Ca un par de kil¨®metros de sus tierras¨C a preparar la comida y regresar al campo con ella y un botijo de agua. Su hijo dice que era ¡°una mujer curtida y alegre¡±. Cuando Jos¨¦ Antonio estaba estudiando para sacerdote, una vez al mes ella recorr¨ªa m¨¢s de 20 kil¨®metros, ida y vuelta, desde el pueblo al seminario para llevarle en una bolsa la ropa limpia y volverse con la sucia.

Cap 5.

?Qui¨¦n era Fraga?

EDUARDO CIERCO S?NCHEZ (1931-2020) Madrid

Eduardo Cierco S¨¢nchez naci¨® en 1931 en Valencia en el seno de una familia acomodada. De profesi¨®n abogado, especializado en Derecho Mercantil, fue un intelectual comprometido con el di¨¢logo pol¨ªtico para salir del franquismo.

¨CEso es lo que nos falta ahora, capacidad de di¨¢logo ¨Cdice su nieto Fabi¨¢n, de 18 a?os, en casa de sus padres¨C. Hoy es todo blanco o negro, no hay consenso. Y los j¨®venes no estamos aprendiendo lo que tuvieron ellos, el hablar horas cara a cara. Somos la generaci¨®n de los dos segundos de atenci¨®n y de la opini¨®n unilateral.

Fabi¨¢n Cierco Medina, de 18 a?os, nieto de Eduardo Cierco, en su habitaci¨®n.

Fabi¨¢n era su mano derecha. Eduardo ten¨ªa p¨¢rkinson y hac¨ªa tiempo que no pod¨ªa escribir en su m¨¢quina Hermes International. Para facilitar su cuidado diario, viv¨ªa en una residencia a 50 metros de su casa, donde segu¨ªa su esposa, Ana, y de la de su hijo Juan, el padre de Fabi¨¢n.

El nieto iba a verlo todo el rato y su abuelo le dictaba art¨ªculos que deb¨ªa enviar por mail a la revista de pensamiento El Ciervo.

Otras veces le ped¨ªa que le buscase informaci¨®n en Internet. Eduardo usaba ese material para preparar conferencias que ofrec¨ªa a sus compa?eros de residencia. Fabi¨¢n recuerda que dio una que relacionaba el mito de Eva con el descubrimiento de la australopiteco Lucy y otra sobre Trump y Obama. A Fabi¨¢n lo que m¨¢s le gustaba era hablar de pol¨ªtica con ¨¦l. A ambos les encantaba Bernie Sanders. En febrero hubo un l¨ªo en un caucus dem¨®crata que se retras¨® varias horas. Eduardo, impaciente, apremiaba a su nieto.

¨C?Oye! ?No han salido a¨²n los resultados de Iowa?

¨CNo abuelo, ha habido un problema.

Fabi¨¢n Cierco y su abuelo Eduardo en una foto facilitada por la familia.
Fabi¨¢n Cierco y su abuelo Eduardo en una foto facilitada por la familia.

Cierco fue uno de los integrantes del grupo de intelectuales que dieron vida a principios de los sesenta a la revista Cuadernos para el Di¨¢logo como una plataforma de ideas ¨Cde moderadas a socialistas¨C que convergiesen en el objetivo de democratizar Espa?a. ?l parti¨® de una posici¨®n democristiana progresista y con los a?os, pasada la Transici¨®n, fue adoptando un enfoque socialdem¨®crata. Pese a que no fue radical, a Eduardo su intensa actividad pol¨ªtica durante el franquismo le cost¨® ser represaliado, como a tant¨ªsimos otros ¨Ccon diversos grados de dureza¨C de los obreros, estudiantes, profesionales liberales, pensadores, artistas y ciudadanas y ciudadanos cr¨ªticos, en cualquiera de sus formas, que dieron el arriesgado paso adelante de plantar cara al r¨¦gimen. Seg¨²n Juan, su padre siempre dec¨ªa que Fraga lo meti¨® en la c¨¢rcel de Carabanchel y a la semana fue el propio Fraga quien lo sac¨® a petici¨®n de Joaqu¨ªn Ruiz-Gim¨¦nez, exministro de Educaci¨®n franquista y m¨¢s tarde fundador de Cuadernos para el Di¨¢logo. Un atractivo l¨ªo de hace medio siglo que al nieto le pilla lejos.

¨C?Sabes qui¨¦n era Fraga?

¨CUf... Dejar¨ªa la pregunta en blanco. Es que justo la Transici¨®n la ¨ªbamos a dar en el tercer trimestre y pas¨® lo del virus.

Sobre la mesa de la casa hay libros de Eduardo. En las Obras completas de Ortega y Gasset, anot¨® a l¨¢piz cosas como ¡°Adoptar el punto de vista abstracto es una quimera¡± o ¡°Met¨¢foras preciosistas y mon¨ªsimas¡±, y en su Diccionario de citas subray¨® un mont¨®n como ¡°Ninguna locura es m¨¢s gravosa que la locura del idealismo intolerante¡± (Churchill), ¡°Trato de ser breve / y me vuelvo oscuro¡± (Horacio).

Samuel S¨¢nchez

Eduardo Cierco dio positivo por coronavirus e ingres¨® con poca capacidad pulmonar el 5 de abril en una cl¨ªnica. Muri¨® el 11 de abril, S¨¢bado Santo.

En la segunda mitad de su vida, su pensamiento fue cambiando y termin¨® separ¨¢ndose de la religi¨®n.

¨CPerdi¨® la fe ¨Cdice su hijo.

¨C?En la Iglesia o en un sentido metaf¨ªsico?

¨CNo s¨¦. Nunca habl¨¦ de eso con ¨¦l en profundidad. Ahora lo lamento.

Cap 6.

Mariage d¡¯amour

Jos¨¦ Merino Merino (1931-2020) Mari Luz Teillet Quintana (1936-2020) Villaverde (Madrid)

A mediados de los setenta, Jos¨¦ Merino Merino y Mari Luz Teillet Quintana se compraron su primer coche, un Simca 1200, que fue elegido Coche del A?o en Espa?a en 1975. Fue el primer y ¨²ltimo veh¨ªculo que tuvieron, porque en los ochenta Jos¨¦ desarroll¨® una retinosis pigmentaria que lo dej¨® ciego.

Jos¨¦, de oficio tornero, era un hombre estajanovista. Su lema era: ¡°Nunca tengas las manos en los bolsillos delante de alguien que est¨¢ trabajando¡±. Pens¨® que perder la vista era volverse in¨²til, improductivo, inactivo ¨Csu peor pesadilla¨C. Su ¨¢nimo se resinti¨®, pero en la ONCE encontr¨® soluci¨®n. Le ense?aron a usar el bast¨®n, a leer braile y lo animaron a recuperar su vieja afici¨®n por la m¨²sica. Jos¨¦ se compr¨® un piano y volc¨® su energ¨ªa en aprenderse partituras.

Sus hijos ¨CAlejandro, Mari Luz, Conchi¨C dicen que sus padres eran dos personas muy vitales y que eso les permiti¨® reinventarse en la tercera edad pese a los reveses que sufrieron. A Mari Luz, ama de casa, le apareci¨® en 2012 un s¨ªndrome parkinsoniano que le har¨ªa perder el habla y la movilidad. Empez¨® a tomar clases de pintura y le pill¨® tanto gusto que ha dejado una obra que su hijo Alejandro cuantifica en ¡°unos 25 cuadros entre paisajes, bodegones y personajes¡±. ?l tiene en su casa la versi¨®n de su madre de Arearea o El perro rojo (Paul Gauguin, 1892), un dibujo meritorio para alguien que se inici¨® en el arte ya octogenaria y con una grave enfermedad del sistema nervioso.

¡°Para ella la clase de pintura fue como una peque?a tabla de salvaci¨®n que le permit¨ªa transmitir sus emociones¡±, cuenta su hijo.

Mari Luz y Jos¨¦ se hicieron novios en Villaumbrales (Palencia). ?l se form¨® como de tornero en la Escuela de Aprendices de la F¨¢brica de Armas de Palencia. En los cincuenta emigr¨® a Madrid y lo contrataron como oficial de primera en Marconi, un fabricante de productos electr¨®nicos. Una vez consigui¨® ese puesto, fue al pueblo y le pidi¨® a Mari Luz que se casaran y se trasladaran a vivir a la capital. Su generaci¨®n protagoniz¨® el boom del ¨¦xodo rural dentro de un cuarto de siglo ¨Cde 1950 a 1975¨C en el que para escapar de sus penurias y alimentar el desarrollismo diez millones de espa?oles se mudaron a otras partes del pa¨ªs, sobre todo Catalu?a, Pa¨ªs Vasco, Madrid y zonas tur¨ªsticas. Mari Luz y Jos¨¦ se instalaron en uno de los pisos nuevos que ofrec¨ªa Marconi a sus trabajadores en su Colonia Marconi. M¨¢s tarde Jos¨¦ emigr¨® un a?o a Alemania para perfeccionar su t¨¦cnica de tornero. A la vuelta mont¨® su propio taller de mecanizado y se ech¨® a?os trabajando de lunes a domingo. Los fines de semana, Mari Luz iba con los ni?os a llevarle la comida.

Alejandro Merino, en su casa en Madrid. Sus padres, Jos¨¦ y Mari Luz, murieron por coronavirus.

Mari Luz empez¨® a tener los primeros s¨ªntomas del coronavirus el s¨¢bado 28 de marzo. Dos d¨ªas despu¨¦s, ya los ten¨ªa tambi¨¦n Jos¨¦. El jueves 2 de abril Mari Luz ya estaba agonizando. Los hijos creen que Jos¨¦, sin decirlo, eligi¨® hacerse a un lado para facilitar que la hija que estaba con ellos, Mari Luz, se centrase en cuidar a su esposa y opt¨® por ser trasladado a un hospital. Una ambulancia se lo llev¨® a las tres y media de la tarde. Mari Luz muri¨® a los 84 a?os a las cinco y media, 120 minutos despu¨¦s de que saliera por la puerta la persona con la que hab¨ªa estado casada 64 a?os. Jos¨¦, que ten¨ªa 89 a?os, falleci¨® en el hospital dos d¨ªas despu¨¦s. ¡°Los dos vivieron juntos toda su vida y se fueron juntos, como muchas veces hab¨ªan dicho que les gustar¨ªa marcharse¡±, dice Alejandro. ?l los visit¨® el jueves 26 de marzo sin saber que nunca m¨¢s los volver¨ªa a ver. Su madre estaba merendando y su padre estaba tocando el piano. Ensayaba su ¨²ltima pieza, una composici¨®n l¨ªrica y melanc¨®lica del franc¨¦s Paul de Senneville, llamada Mariage d¡¯amour.

Cap 7.

A¨²n huele a ella

ISABEL LORENZO LUIS (1949-2020) Igualada (Barcelona)

El s¨¢bado 7 de marzo en Igualada hac¨ªa buen tiempo. Isabel le dijo a Jes¨²s: ¡°Jes¨²s, ?vamos al baile?¡±. A Jes¨²s no le apetec¨ªa. Isabel insisti¨®. A las seis de la tarde llegaron al centro c¨ªvico Can Papasseit. Estuvieron hasta las nueve. Una chica cantaba. Un chico estaba al teclado. Salsa, bachata, pasodobles. ¡°M¨²sica de jubilados¡±, dice Jes¨²s en el piso donde viv¨ªa con su esposa. La sala, escueta y luminosa, est¨¢ tan pulcra y ordenada como el mismo d¨ªa de estreno tras comprarlo de obra nueva hace 30 a?os por ocho millones de pesetas ????¨C48.000 euros¨C, y lo di¨¢fano del espacio, sin ella presente, remarca su desamparo: sus hombros ca¨ªdos, sus manos en los bolsillos, sus zapatillas de casa, el rostro viudo con los labios cosidos de pena. ?l cree que cogieron el virus all¨ª.


Jes¨²s Gonz¨¢lez, de 73 a?os, con dos de sus tres hijos, Ana y Jes¨²s, en el sal¨®n de su casa de Igualada.

El jueves 12 de marzo, la Generalitat de Catalu?a ordena el confinamiento de 70.000 habitantes en un ¨¢rea que incluye al municipio de Igualada. El virus estallaba en esta zona, que se volver¨ªa uno de los epicentros de la pandemia en Europa. La comarca de Anoia, donde se encuentran los municipios afectados por el cierre, tuvo la mayor tasa de mortalidad de Catalu?a: 42 muertos por cada 10.000 habitantes, casi el doble que la de Madrid (22,7). M¨¢s, incluso, que el punto negro italiano: la regi¨®n de Lombard¨ªa (16,4).

Aquel jueves, Jes¨²s le dijo a Isabel:

¨CIsabel, creo que no me encuentro bien.

Llam¨® al centro de salud. Le respondieron:

¨CEso debe de ser gripe.

El viernes 20, Isabel se levant¨® de noche para ir al ba?o y sufri¨® un desmayo. Jes¨²s, debilitado, la devolvi¨® a la cama como pudo. A la ma?ana siguiente al levantarse lo primero que hizo fue llamar al centro de atenci¨®n primaria.

¨CEso fue un desvanecimiento ¨Cle dijeron.

Un d¨ªa despu¨¦s, Isabel Lorenzo Luis fue trasladada de urgencia al hospital de Igualada. Ante la saturaci¨®n del centro, la condujeron a un hospital privado en San Cugat del Vall¨¦s donde se hab¨ªan habilitado 180 camas para enfermos de coronavirus. Isabel ingres¨® con 71 a?os y un correcto historial m¨¦dico. Siempre se hab¨ªa cuidado. Hab¨ªa aprendido a nadar a los 57 a?os, sobreponi¨¦ndose al miedo que desde chica le hab¨ªa tenido a sumergirse en el agua. Isabel hab¨ªa nacido tierra adentro, en un pueblo de Portugal en la frontera con Extremadura, y creci¨® del otro lado en el pueblo cacere?o de Moraleja, donde tambi¨¦n viv¨ªa Jes¨²s, dos a?os mayor que ella. Cuando ella cumpli¨® 18 empezaron a salir juntos. Una noche estaban charlando a la entrada de su casa. Jes¨²s, ¡°muy nervioso¡±, se aproxim¨® y le dio un beso en los labios.

Ana Gonz¨¢lez lleva en su mano la alianza de su madre Isabel.
Ana Gonz¨¢lez lleva en su mano la alianza de su madre Isabel.

El martes 24, al d¨ªa siguiente del ingreso de Isabel, Jes¨²s estaba confinado en casa, solo, con tos y fiebre. Llam¨® al centro de salud y le enviaron una ambulancia. Despu¨¦s de esperar horas en las urgencias colapsadas de Igualada lo derivaron a la misma cl¨ªnica donde hab¨ªan hospitalizado a su esposa. Ella estaba en la planta 2. ?l en la 4.

Jes¨²s trabaj¨® duro desde ni?o hasta que se jubil¨®, pero nada le result¨® nunca tan crudo como los ¨²ltimos d¨ªas de vida de su mujer. El s¨¢bado 28 de marzo, las enfermeras del hospital, sabiendo que Isabel se mor¨ªa, le llevaron la bandeja al cuarto de ella para que cenasen juntos. Pasaron una hora uno al lado del otro, ¨¦l en una silla y ella encamada en silencio. A veces Jes¨²s intentaba hacerle un cari?o. Ella lo rechazaba. ¡°No me toques, no me toques¡±, le dec¨ªa, por miedo a infectarlo. ¡°Yo nac¨ª en la miseria, pero esto ha sido lo peor que me ha pasado en la vida¡±, afirma Jes¨²s. Dos d¨ªas m¨¢s tarde, mor¨ªa Isabel Lorenzo Luis. ¡°Siempre nos preguntaremos si realmente se hizo por ella todo lo posible, o si la dejaron evolucionar sin darle la oportunidad de ser atendida en la UCI por tener m¨¢s de 70 a?os¡±, dice su hija Ana.

Isabel fue una mujer laboriosa. Tanto en talleres como en casa cosi¨® y confeccion¨® cantidades ingentes de ropa. Lo ¨²ltimo que hizo para su nieto de siete a?os fue un mu?eco de ganchillo con una gorra verde del rev¨¦s, como de rapero. No lleg¨® a d¨¢rselo en persona. Ya enferma, se lo ense?¨® por videollamada durante la cuarentena d¨ªas antes de ser ingresada. Cuando su hija Ana volvi¨® a entrar al piso de sus padres despu¨¦s de fallecer su madre, recogi¨® el mu?eco. El ni?o, al ver a su madre desolada con el mu?eco en brazos, le dijo: ¡°Te lo regalo¡±. Ana lo ha guardado en su vestidor. ¡°No hay d¨ªa que no lo bese y lo huela. A¨²n huele a ella¡±.

Cap 8.

150 canelones

CARMEN CANO AGUILERA (1931-2020) Vilanova del Cam¨ª (Barcelona)

David busca en Google cada vez que su padre le dice el nombre de una de las hierbas que com¨ªa su abuela en la posguerra. Las tagarninas, que eran una especie de cardillo silvestre. Los jaramagos, unas plantas invasivas de hojas ¨¢speras y arrugadas que son comunes entre los escombros. O las collejas, que nacen en tierras incultas.

¨CTuvo una vida jodida tu abuela ¨Cle dice Antonio.

Antonio Cosano, hijo de Carmen Cano, fallecida a los 89 a?os en una residencia.
Antonio Cosano, hijo de Carmen Cano, fallecida a los 89 a?os en una residencia.

Carmen Cano Aguilera muri¨® a los 89 a?os el 15 de abril en la residencia Amavir de Vilanova del Cam¨ª, un pueblo pegado a Igualada e incluido en su tr¨¢gica ¨¢rea de confinamiento. En este geri¨¢trico de 180 plazas perdieron la vida 55 mayores durante la crisis, seg¨²n datos de la Generalitat de Catalu?a. En un correo, esta compa?¨ªa, que dirige 43 residencias en Espa?a, considera ¡°muy injusto que se est¨¦n utilizando los datos para culpar a las residencias de los fallecidos, porque hemos tenido que enfrentarnos a esta pandemia sin recursos sanitarios, sin test y con much¨ªsimos problemas (y en ocasiones imposibilidad) para que atendieran a nuestros mayores en hospitales¡±. El hijo de Carmen no culpa al centro de lo que sucedi¨® ¨C¡±nadie se esperaba algo as¨ª¡±¨C pero cree que sus gestores no fueron ¡°transparentes¡± con las familias; y pone en su tel¨¦fono m¨®vil un audio de aquellos d¨ªas en el que se dec¨ªa que en el centro estaba ¡°todo correcto¡±.

En su ¨²ltimo mes de vida, Antonio solo pudo ver a su madre en un par de videollamadas. Ense?a un v¨ªdeo que les envi¨® una empleada. Esta le pide que mande un saludo a su familia. Carmen, sentada en una silla, est¨¢ desfondada y apenas consigue acercarse la mano a la boca para lanzar un beso flojucho. En sus d¨ªas finales de agon¨ªa ya no quer¨ªa comer. ¡°Se muri¨® del virus y de no poder vernos¡±, dice su hijo.

Sobre la mesa de la sala est¨¢n los paquetes de tabaco de Antonio y David y el certificado de defunci¨®n de Carmen. ¡°Causa inmediata: Insuf. respiratoria aguda. Causa inicial o fundamental: covid-19 positivo¡±. Falleci¨® a las cinco de la madrugada y por la ma?ana Antonio se vio con una madre muerta, sin un cuerpo que despedir y con un tipo de una funeraria mand¨¢ndole por WhatsApp fotos de f¨¦retros para escoger.

Carmen naci¨® en Almedinilla, C¨®rdoba, en una familia pobre. Fue ni?a durante la guerra y adolescente durante la posguerra. Se cas¨® con un hombre que ¡°era una buena persona, pero demasiado dominante¡±. Tuvo siete hijos varones. Emigr¨® con su familia de Andaluc¨ªa a Catalu?a para que su prole buscase trabajo. En 2015 se le fueron en solo dos meses su marido de un ictus y un hijo de un c¨¢ncer. Se qued¨® sola, derrumbada en casa. Al cabo de unos meses, entr¨® en la residencia de Vilanova del Cam¨ª.

¨C?Qu¨¦ aficiones ten¨ªa?

¨CNo s¨¦ ¨Cmira David a su padre¨C. Yo creo que no ten¨ªa as¨ª ninguna afici¨®n.

¨CBailar le gustaba ¨Cdice Antonio¨C, pero mi padre no la llevaba.

Como ten¨ªa poco dinero, el d¨ªa de la mona de Pascua, t¨ªpico en Catalu?a, a David en vez de regalarle un huevo de chocolate le regalaba pesti?os hechos por ella, t¨ªpicos de Andaluc¨ªa, y se disculpaba con el nieto por no haberle podido comprar un huevo. No pod¨ªa darle un huevo de Pascua a sus 17 nietos y sustitu¨ªa sus l¨ªmites econ¨®micos con capacidad de trabajo. En fin de a?o iban tantos a comer a su casa que ya ten¨ªa tomada la medida: hac¨ªa siempre 150 canelones. David, en paro, recuerda aquellos canelones fum¨¢ndose otro cigarro en la terraza. Se?ala a la esquina de la calle, donde est¨¢ una oficina de una agencia de empleo, y dice: ¡°Mira, ya abri¨® Randstad¡±.

En la terraza de enfrente hay una bandera. "Llibertat presos pol¨ªtics".

Cap 9.

¡®Bohemian Rhapsody¡¯

LAURA CABALLERO MARCIAL (1932-2020) Meco (Madrid)

Juan Antonio extra?a a Laura, sobre todo por la noche, cuando echa la mano a su lado y se encuentra un hueco. ?l siempre se acostaba m¨¢s temprano y Laura le ped¨ªa que le fuese calentando la cama, porque sol¨ªa tener las manos fr¨ªas. Laura se quedaba viendo la tele hasta m¨¢s tarde. Cuando llegaba a la cama, Juan Antonio le dec¨ªa: ¡°Trae las manos que te las caliento¡±. A veces ya las ten¨ªa calientes, y ¨¦l se sorprend¨ªa: ¡°Qu¨¦ manos calientes tienes, Lauri¡±. ¡°S¨ª, hoy las tengo muy calienticas¡±, respond¨ªa ella.

?l fue el primero en enfermar hacia finales de marzo. Un d¨ªa se le dispar¨® la fiebre a casi 40 grados. Isabel, la hija de Laura, llam¨® al 061. Le dijeron que pod¨ªa tener el coronavirus. Que le diese paracetamol. La fiebre se le fue en un d¨ªa, pero cumpli¨® con las dos semanas de cuarentena sin salir de casa. Se qued¨® en su dormitorio, Laura pas¨® al de su hija e Isabel al sof¨¢. Isabel fue la siguiente que tuvo s¨ªntomas. Durante unos d¨ªas perdi¨® el gusto y el olfato. Laura empez¨® a tener dolores de est¨®mago a mediados de abril. Isabel llam¨® al 061. Le dijeron que deb¨ªan de ser gases. Unos d¨ªas despu¨¦s segu¨ªa igual y le dijeron que tal vez era un atasco intestinal. Esa tarde tom¨® un nolotil y cen¨® bien, una tortilla francesa y una pera, pero al ir a la cama Isabel le vio la lengua morada.

El piso est¨¢ en Meco, Madrid. La sala est¨¢ llena de souvenirs que se tra¨ªa Laura Caballero Marcial de los viajes que hac¨ªa ¡°fundi¨¦ndose la pasta de la jubilaci¨®n¡± ¨Cr¨ªe su hija¨C, a veces con Juan Antonio, Juanito, a veces ¡°a su bola¡±. Una mezquita azul de Estambul, una torre de Pisa, una m¨¢scara veneciana y de por medio detalles aportados por Juan Antonio como un San Gabriel Arc¨¢ngel o un espantoso drag¨®n encadenado.

A la ma?ana siguiente de que su hija le viese la lengua morada, Laura se levant¨® y al intentar caminar ¡°se ca¨ªa como un trapito¡±. Su doctora fue a verla y decidi¨® que deb¨ªa ser hospitalizada. Ingresa. Le hacen la placa. Le detectan una neumon¨ªa grave. Pasan dos d¨ªas y ha evolucionado a peor. El m¨¦dico llama a Isabel para que vaya a ver a su madre. Cuando Laura la ve llegar con Juan Antonio, les dice:

¨C?Pero qu¨¦ alegr¨ªa! ?Y c¨®mo os han dejado entrar!

¨CPorque me he ligado al m¨¦dico ¨Cbromea su hija.

Esa madrugada reciben en casa la llamada que les comunica que Laura ha muerto. Isabel todav¨ªa estaba despierta. ¡°Yo para mis adentros a¨²n ten¨ªa la esperanza de que lo superara. Como hab¨ªa superado tantas cosas en su vida¡±, dice, y reflexiona con amargura sobre c¨®mo esta crisis ha machacado tanto a la gente mayor. ¡°Me duele que les hayamos fallado tanto. Hemos tirado de ellos siempre para todo y ahora los hemos dejado ir casi como si esto fuese una cosa de selecci¨®n natural¡±.


Juan Antonio Calvo e Isabel O'Connor, pareja e hija, respectivamente, de Laura Caballero.

Laura naci¨® en 1932 en Madrid. Le contaba a su hija que en la guerra ella y otros ni?os iban a un campamento de los nacionales a sisarles mondas de patatas cuando estaban distra¨ªdos para llev¨¢rselas a casa y hacer sopa. En los cincuenta emigr¨® a Inglaterra y se puso a trabajar en un bed & breakfast propiedad de un irland¨¦s llamado Ernest O¡¯Connor. Con el tiempo, Laura y O¡¯Connor, 23 a?os mayor que ella y separado de otra mujer, iniciaron una relaci¨®n. Laura se qued¨® embarazada. O¡¯Connor le dijo que deb¨ªa abortar, pero Laura se neg¨® y tuvo a una ni?a a la que puso el nombre de May Elizabeth. Una May Elizabeth o Mar¨ªa Isabel que hoy nos cuenta la historia de su madre en su casa de Meco con el pelo tintado de rubio y vestida con una camiseta impresa con una pintura de Gustav Klimt, y cuyo relato de la vida y la personalidad de Laura perfila a una espa?ola arrojada y de naturaleza almodovariana, a la que hab¨ªa una cosa que no le gustaba nada, nada: las pel¨ªculas de la Guerra Civil; y a la que hab¨ªa una cosa que le gustaba cantidad: las que iban de estrellas del rock brit¨¢nicas como Bohemian Rhapsody, sobre Freddie Mercury, o Rocket Man, sobre Elton John. Laura Caballero Marcial ten¨ªa una mentalidad libertaria no muy frecuente entre las mujeres de su generaci¨®n. Cuando se iba con Juanito a Torrevieja le dec¨ªa a Isabel, hija ¨²nica y quien siempre vivi¨® con ella: ¡°Aprovecha y s¨²bete a alguno a casa¡±.

Juan Antonio, protegido con una mascarilla, apenas dice palabra mientras habla Isabel. Permanece en el sof¨¢ con su bat¨ªn de algod¨®n. En el pecho lleva varias cadenas. Una de Jes¨²s de Medinaceli, un Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s, una cruz con un Cristo y otra con un colgante plateado en forma de l¨¢grima que guarda cenizas de Laura.

El viudo de Laura Caballero muestra entre sus cadenas una peque?a c¨¢psula con las cenizas de ella.
El viudo de Laura Caballero muestra entre sus cadenas una peque?a c¨¢psula con las cenizas de ella.

Cap 10.

Nochevieja


Jes¨²s Gonz¨¢lez e Isabel Lorenzo cenaron en casa de su hija Ana, en Igualada. Isabel ayud¨® a Ana a lavar los platos porque era incapaz de irse a la cama sin hacerlo. Carmen Cano Aguilera sali¨® de la residencia para ir a casa de su hijo Jos¨¦, tambi¨¦n en Igualada. Se fue a dormir despu¨¦s de las uvas. Tomasa Barrios Pe?a cen¨® en su residencia de Vinuesa con su marido, Cayo, y con su hijo Jos¨¦ Antonio. Entrantes de jam¨®n y queso, langostinos y pescado. Todo muy bueno. Aplaudieron a la cocinera. En Madrid, Eduardo Cierco se acost¨® antes de las campanadas. Hab¨ªa compartido mantel con su esposa Ana en la residencia. La centenaria Serapia se qued¨® en su geri¨¢trico de Pamplona y Josefa Sala Va?¨® en el suyo en Alcoi. Alfonso Alaiz y M¨¢rtires Carrasco regresaron de su para¨ªso de Benidorm para pasar la noche en Basauri en casa de su hija Marisol y de su nieta A?cha. Vieron dar las uvas a Cristina Pedroche y despu¨¦s salieron al balc¨®n con unas bengalas. Laura Caballero, Juan Antonio e Isabel pasaron el fin de a?o en Torrevieja. ?l, como siempre, prepar¨® una pi?a alicorada. Esta vez con ron porque no ten¨ªa Cointreau. Como cada Nochevieja, Laura e Isabel pusieron un anillo de oro dentro del vaso para que les trajera suerte.

Ese d¨ªa, el 31 de diciembre de 2019, China notific¨® a la Organizaci¨®n Mundial de la Salud la existencia de un nuevo tipo de coronavirus probablemente originado en un mercado de pescados y mariscos de la ciudad de Wuhan, situada a 10.000 kil¨®metros de Torrevieja, de Basauri, de Alcoi, de Pamplona, de Madrid, de Vinuesa, de Igualada.



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