Bota, botijo y porr¨®n: por qu¨¦ deber¨ªamos recuperar estos tres artefactos ancestrales
Elogio de tres envases artesanos que, aparte de bonitos, siguen siendo estupendos para el agua, la cerveza o el vino
La hojalata del refresco, la tapa del caf¨¦ port¨¢til, el cart¨®n del vaso de cumplea?os. La pajita del zumo que viene adosada al tetrabrik como una lancita bengal¨ª. La ubicua botella de pl¨¢stico, el vaso de cristal para la ca?a, la jarra o la pinta, los cien modelos de copas para las presuntuosas liturgias del vino. Cuando bebemos, nos llevamos a la boca todo tipo de objetos fabricados con materiales ins¨ªpidos, pero que nos rozan los labios y la lengua, que nos tocan y condicionan el disfrute del l¨ªquido ingerido. A veces para bien, otras no tanto: algunas latas de cerveza saben a metal. ?Has probado a volcar esa misma lata en un porr¨®n? Hazlo. El sabor ser¨¢ distinto.
Este no es un art¨ªculo nost¨¢lgico sobre la arcadia perdida del ¡°mundo rural¡±. El porr¨®n, la bota y el botijo, artefactos milenarios, iconos de lo antiguo, comparten una forma de consumo, en lo individual y en lo colectivo, con un disfrute especial que merece la pena reivindicar en estos tiempos iracundos.
En primer lugar, permiten beber sin intermediarios, a chorro, dejando que el l¨ªquido rebote en la boca, convirtiendo el trago en sorpresa, y obligando a concentrarse, lo cual aumenta tu consciencia y, por lo tanto, el placer. Un placer duplicado, pues estos tres utensilios de pueblo invitan tambi¨¦n al juego: levantarlos sobre tu cabeza supone un riesgo considerable; la boca se convierte en canasta, en gua donde acertar -y no atragantarse-, lo cual requiere un pel¨ªn de arrojo y cierta habilidad. Cu¨¢ntos lamparones en la ropa, cu¨¢ntos chorretones bajando a toda velocidad por la barbilla, el cuello, de repente en el pecho. Cu¨¢ntas toses y cu¨¢ntas risas prometen estos antepasados de las botellas.
Unas herramientas sociales
La segunda virtud de esta trinidad de pitorros es precisamente esa: re¨²nen a la gente. Est¨¢n concebidos para ser compartidos, carecen de due?o, son comunes en su sentido m¨¢s amplio. El botijo se coloca en el umbral para recibir al vecino, el porr¨®n se planta en la mesa para que pase de una en uno. La bota se cuelga al hombro para ofrec¨¦rsela a compa?eros de camino. Es imposible no ponerse hortera hablando de tres inventos que, am¨¦n de su utilidad, o precisamente causa de ella, son indiscutiblemente bonitos. Tres artesan¨ªas -la alfarer¨ªa, el vidrio y el curtido de la piel- que se van restringiendo con los a?os a lo decorativo, difumin¨¢ndose su prop¨®sito primero. Recuperar ese uso no es un postureo vintage, sino otro modo de recolocar la comida como un acto social, como una celebraci¨®n que nos acerque. El porr¨®n, la bota y el botijo refrescan, justo lo que necesitamos.
¡°La verdad es que con la ola de calor estamos vendiendo m¨¢s¡±, cuenta Javier Real, impulsor de Bootijo, una empresa que desde hace tres a?os vende piezas online realizadas por alfareros de Bail¨¦n (Ja¨¦n). Su web es una peque?a enciclopedia con hitos hist¨®ricos: ¡°El botijo m¨¢s antiguo de Espa?a se conserva en el Museo Arqueol¨®gico de Murcia y tiene m¨¢s de 3.500 a?os¡±. ¡°El botijo es pionero en lo referente a sistemas de refrigeraci¨®n y probablemente el primer caso de I+D+i de la historia¡±. ¡°No existe en el mercado un producto que lo iguale en prestaciones, fiabilidad, sencillez y precio¡±.
Menos simples de lo que cre¨ªamos
Los de Bootijo tienen raz¨®n: en 1995, los profesores de la Escuela de Ingenier¨ªa Industrial de la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid (UPM) Gabriel Pinto y Jos¨¦ Ignacio Zubizarreta publicaron un art¨ªculo en la revista estadounidense Chemical Engineering Education sobre el sistema de enfriamiento de un objeto que, parad¨®jicamente, siempre hab¨ªamos considerado prosaico: ¡°eres m¨¢s simple que el mecanismo de un botijo¡±, miente el dicho. La porosidad de la arcilla aclimata el agua con una eficacia asombrosa, reduciendo hasta 15 grados la temperatura ambiente, gracias a un sistema similar al de la sudoraci¨®n humana. Pero hay que saber trabajar esa arcilla, claro: ¡°Nosotros vendemos botijos de arcilla roja y blanca, y tanto a la web como al packaging le hemos dado una imagen m¨¢s moderna: yo soy dise?ador gr¨¢fico, y me daba pena que se perdiera algo tan nuestro por parecer viejo¡±, reflexiona Javier.
¡°Es verdad que lo tradicional no se usa ya¡±, coindice To?o Naharro, alfarero desde hace 40 a?os y que, desde hace veinte, dirige el estudio-taller Alma de c¨¢ntaro en Navarrete (La Rioja). All¨ª realiza piezas por encargo y forma a futuros ceramistas. O futuras, m¨¢s bien, porque b¨¢sicamente se apuntan chicas: ¡°De 50 alumnas, solo hay tres hombres¡±. To?o vende piezas tradicionales ¡°a las que les doy una peque?a vuelta de tuerca: un botijo sin asa, otro con tres asas. Un botijo con una historia escrita encima... son piezas fieles y numeradas¡±. Sin embargo, invita a usarlas, a llenarlas, agarrarlas y ofrecerlas. ¡°Si llenas un botijo y no lo usas en 24 horas, el agua se calienta¡±, recuerda.
Mantener las tradiciones
Como el porr¨®n o la bota, estos recipientes dan vida cuando la reciben, cuando forman parte de tus rutinas. ¡°En Catalu?a a¨²n mantenemos la tradici¨®n del porr¨®n. El peque?ito para el vino de los postres, con su platito para los frutos secos, por ejemplo¡±, dice Pepi Granell, esposa de Ram¨®n Nualart, uno de esos ¨²ltimos maestros que dibujaban el cristal con plumilla, marcando el contorno con oro y rellenando con pintura. Ram¨®n ha hermoseado a lo largo de su vida cientos de porrones, ¡°sobre todo del Pueblo Espa?ol, donde hab¨ªa muchos sopladores¡±. De hecho, algunos investigadores emplazan el nacimiento de este invento en esa industria vidriera catalana anta?o tan pr¨®spera.
Pero 30 a?os despu¨¦s, artesan¨ªas como las de Nualart, sita en Castellar del Vall¨¨s (Barcelona), no dan dinero suficiente: ¡°Mi marido ya se ha jubilado y solo hace piezas para amigos. Tenemos una hija de 32 a?os, pero ha visto que con esto no te ganas la vida, y eso que llegamos a tener ocho personas trabajando aqu¨ª. Hac¨ªamos tambi¨¦n botijos de cristal, el normal y el de cinco picos... Hoy los ves en los rastros, cogidos de los pisos que han vaciado, con su tap¨®n y su cadenita de plata, y nadie se da cuenta de lo que costaban¡±.
Existe una paradoja en esa memoria olvidada en los desguaces callejeros: el 60% de los encargos que recibe To?o en Alma de C¨¢ntaro son de ¡°restaurantes con estrellas Michelin¡±, que buscan vajilla exclusiva, artesana y con firma. Los clientes, cuando nos ponemos en modo gourmet, apreciamos esos objetos ¡®antiguos¡¯, porque arraigan de una forma inefable la comida que sustentan. En el restaurante los vemos elegantes, sin embargo, no se nos ocurre adquirirlos para el uso dom¨¦stico.
Pon un botijo, un porr¨®n o una bota en tu vida. Con el botijo dispondr¨¢s de agua vivificante. Con el porr¨®n, calimocho o cerveza. La bota ser¨¢ el hogar de tu vino cotidiano. Los tres envases te durar¨¢n d¨¦cadas, abrir¨¢n los disfrutes de la lengua, reir¨¢s con la gente a la que aprecias y, con su compra, sostendr¨¢s unos oficios que se apagan.
El arte de la boter¨ªa
¡°En Espa?a solo quedamos cinco o seis boteros que sepamos hacer todos los procesos que conlleva una bota, y todos andamos por los cincuenta a?os. Cuando nos jubilemos, se acabar¨¢¡±, lamenta Ismael P¨¦rez, de la Boter¨ªa Mairal, fundada en 1898 en Sari?ena (Huesca) y con cuatro generaciones encadenadas. ¡°Esta boter¨ªa la abri¨® el abuelo Luis Mairal cuando volvi¨® de la guerra de Cuba¡±. Una contienda para la que precisamente el Gobierno espa?ol orden¨® que los soldados destinados recibiesen una bota de vino como parte de su equipo reglamentario. El dise?o de aquellas botas castrenses fue obra del catal¨¢n Juan Naranjo, quien estandariz¨® la forma.
¡°Los boteros seguimos el mismo proceso que entonces. En Sari?ena hab¨ªa muchos olivos y el aceite se transportaba en pellejos, que volv¨ªan rotos o pinchados. Esas pieles se curt¨ªan y de ellas se sacaban las botas¡±. As¨ª trabajan ahora en Mairal, con pieles de cabra, m¨¢s flexible e id¨®nea para que agarre la pez, la mezcla resinosa que impermeabiliza la bota y que permite preservar el vino. ¡°Tambi¨¦n las hacemos de serraje, un derivado de la piel de ternera, y desde hace unos a?os, con materiales sint¨¦ticos¡±. Se pueden meter en la nevera y llenarla con burbujas, caso de la gaseosa que aligera el vino en verano y que la bota de piel, la tradicional, no tolera.
Con variedades de ese tipo mantienen la empresa, as¨ª como con serigraf¨ªas para personalizar sus productos. Y aqu¨ª, otra paradoja: ¡°Empezamos escribiendo los nombres, o las frases que nos encargaban, a mano. Pero muchos clientes se quejaban porque si ped¨ªan m¨¢s de una, l¨®gicamente no nos sal¨ªan todas exactamente iguales¡±. Cuando justamente en dicha distinci¨®n reside el valor del oficio manual: no hay dos piezas iguales. El desprecio a ese azar nace de la misma idiocia que nos hace elegir la caja de los tomates id¨¦nticos en lugar de los verdirojos o abollados. ¡°Al final, lo importante es conocer el valor que tienen las cosas, el trabajo que hay detr¨¢s¡±, sentencia Pepi Granell.
No solo es lo que bebemos, es c¨®mo lo bebemos
En su revelador ensayo Gastrof¨ªsica, el catedr¨¢tico de Psicolog¨ªa Charles Spence explora la cantidad de condicionantes neurol¨®gicos que, m¨¢s all¨¢ del gusto propiamente dicho, condicionan nuestra percepci¨®n del sabor. Al analizar la bebida, concluye que la mayor¨ªa de los envases contempor¨¢neos impiden disfrutar del olor, disminuyendo la satisfacci¨®n del cerebro. Las latas, las pajitas o la ranurilla voyeur de la tapa del caf¨¦, una bebida ¡°que ofrece uno de los aromas m¨¢s apreciados en todo el mundo¡±, pero que perdemos al consumirla encapsulada para que no se derrame al andar, con nuestras prisas de cafe¨ªna y orfidal.
?C¨®mo calmarnos? ?C¨®mo devolverle a nuestras lenguas y narices lo que les roba el pl¨¢stico, el lat¨®n y el cart¨®n? Puedes dejando que el agua, la cerveza o el vino restallen en tu boca. Que el botijo nos refresque la vecindad, que el porr¨®n sustituya el botell¨ªn individual, y que de la bota saquemos lo que ninguna copa riedel conseguir¨¢ nunca: un trago comunal.
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