La prodigiosa historia del plagio de la ¡°estatua inmaterial¡±
Un escultor italiano vendi¨® una obra inexistente y otro estadounidense le demand¨®, porque ¨¦l ya lo hab¨ªa hecho (?o ser¨ªa mejor decir ¡°no lo hab¨ªa hecho¡±?) antes ?Se nos ha ido el arte conceptual de las manos?
?Genialidad absoluta o suprema tomadura de pelo? El culebr¨®n de la estatua inmaterial no tiene fin. Cada nuevo cap¨ªtulo eleva un palmo m¨¢s el list¨®n del delirio. Todo empez¨® el pasado mes de mayo, cuando un artista pl¨¢stico de cierto recorrido, el italiano Salvatore Garau (Santa Giusta, Cerde?a, 1953), ...
?Genialidad absoluta o suprema tomadura de pelo? El culebr¨®n de la estatua inmaterial no tiene fin. Cada nuevo cap¨ªtulo eleva un palmo m¨¢s el list¨®n del delirio. Todo empez¨® el pasado mes de mayo, cuando un artista pl¨¢stico de cierto recorrido, el italiano Salvatore Garau (Santa Giusta, Cerde?a, 1953), vendi¨® por 15.000 euros una obra que no se puede ver ni palpar, porque ni siquiera existe. No es de este mundo. Ni de ning¨²n otro. Garau la bautiz¨® como Io Sono (Yo soy) e incluy¨® en el lote de venta un certificado de autenticidad e instrucciones muy precisas sobre la manera en que la pieza deb¨ªa ser instalada, exhibida e incluso iluminada. La sac¨® a subasta por un precio inicial de 6.000 euros y acab¨® obteniendo m¨¢s del doble.
Lo que hizo Garau fue, en definitiva, ponerle precio a la nada. Una nada sobre la que hab¨ªa proyectado previamente, al menos en teor¨ªa (el escultor sardo justifica la obra con confusas referencias al principio de incertidumbre de Heisenberg), su propia identidad creativa. De ah¨ª el t¨ªtulo. La estatua podr¨ªa ser descrita tambi¨¦n como una obra de arte conceptual incorp¨®rea, ausente, no perceptible, subliminal o latente. No est¨¢ ah¨ª, pero existe al menos como producto, ya que ha sido objeto de una transacci¨®n comercial libre y leg¨ªtima entre dos seres humanos: el genio o el estafador que se plante¨® venderla y el cr¨¦dulo o el visionario (un coleccionista privado residente en Mil¨¢n) que opt¨® por compr¨¢rsela. El arte contempor¨¢neo nos acostumbr¨® hace d¨¦cadas a que el concepto tiene m¨¢s valor que la ejecuci¨®n material. Pero lo que resulta revolucionario en este caso es que el concepto pase a serlo todo y la ejecuci¨®n quede reducida a absolutamente nada.
Semanas m¨¢s tarde, en un giro de guion sencillamente delicioso, otro artista con talento para la ocurrencia desprejuiciada y la disquisici¨®n bizantina, el estadounidense Tom Miller, demand¨® a Garau por plagio. Seg¨²n Miller, ¨¦l fue el autor de la primera escultura inexistente de la que se tiene constancia. Se titulaba Nothing (Nada) y fue ¡°exhibida¡± en una plaza de Florida en 2016, por lo que Garau se estar¨ªa atribuyendo la paternidad de una idea que en absoluto es suya. Miller no quiere dinero. Se conforma con que se le reconozca la patente del arte inmaterial. Quiere que quede constancia de que la nada le pertenece y que la ¨²nica aportaci¨®n original de Garau consiste en haber demostrado que esa nada puede venderse.
El periodista gal¨¦s Chris King ha terciado en los ¨²ltimos d¨ªas en tan inaudita pol¨¦mica. Suyo fue uno de los primeros art¨ªculos sobre la venta de Io Sono que se public¨® en los Estados Unidos y a ¨¦l se dirigi¨® Tom Miller para hablarle de Nothing y de la verdadera g¨¦nesis de las esculturas que no existen. King precisa que Garau ya ha presentado en sociedad otro par de obras inexistentes, una en Nueva York, Aphrodite Piange (El llanto de Afrodita), y otra en Mil¨¢n, un Buda en actitud contemplativa de, en teor¨ªa, grandes dimensiones, para el que se dej¨® un espacio vac¨ªo en la puerta de una galer¨ªa de la plaza de la Scala. ¡°Pese a todo¡±, afirma King, ¡°la obra hecha de nada de que habla Miller es bastante anterior. Fue inaugurada con todos los honores en la plaza Bo Diddley de Gainsville, Florida, en 2016, y el ayuntamiento local extendi¨® un certificado que as¨ª lo prueba¡±. Eso s¨ª, el acto tuvo asistentes, pero no testigos. Nadie est¨¢ en condiciones de certificar la presencia en ¨¦l de una escultura que, en definitiva, es lo nunca visto. Pese a todo, Miller conf¨ªa en que Garau acceda a un acuerdo amistoso, pero ya ha recurrido a los servicios de un abogado italiano por si esta discrepancia sobre derechos de propiedad intelectual se acaba enconando. ¡°Por fin una demanda sobre un tema de verdadera importancia¡±, ha dejado escrito Miller, con el humor jactancioso que le caracteriza, en sus perfiles en redes sociales.
Para el periodista y escritor estadounidense Eli Federman, la pol¨¦mica entre lo que ¨¦l describe como ¡°un par de oportunistas sin verdadero talento¡± es completamente absurda y no tiene ning¨²n recorrido. Ni artista ni jur¨ªdico. En opini¨®n de Federman, ¡°vender arte invisible es un simple fraude¡±. Se tratar¨ªa de ¡°una transacci¨®n deshonesta y francamente preocupante. Las casas de subastas no deber¨ªan tolerar desprop¨®sitos as¨ª si pretenden ser tomadas en serio, no se puede poner un precio en dinero real a algo que ni siquiera existe¡±. Federman compara la ¡°c¨®mica supercher¨ªa¡± de Garau con desprop¨®sitos como los intentos de algunas personas de vender su alma en eBay: ¡°La plataforma puso freno a esos intentos con un argumento tan de sentido com¨²n que nadie deber¨ªa perderlo de vista: si el vendedor no puede proporcionar al comprador el producto por el que est¨¢ pagando, la transacci¨®n no es legal¡±. Es decir, si me vendes tu alma, aseg¨²rate de que yo la reciba en mi domicilio en la fecha acordada.
Llueve sobre mojado
Algo m¨¢s indulgente se muestra la cr¨ªtica de arte Eileen Kinsella. Para ella, ¡°el arte conceptual siempre se ha movido en esa dif¨ªcil encrucijada entre la genuina vanguardia, la provocaci¨®n (bien o mal entendida) y el fraude alevoso¡±. Despu¨¦s de todo, la escultura de Garau intenta dialogar con una muy s¨®lida tradici¨®n de transgresiones minimalistas que se remonta a la escuela francesa de los llamados ¡°incoherentes¡± de finales del siglo XIX, a los lienzos monocromos del suprematista Kazimir Mal¨¦vich (su lienzo negro de 1915 y su lienzo blanco sobre blanco de 1918) o el c¨¦lebre urinario del dada¨ªsta Marcel Duchamp. Tambi¨¦n estos pioneros fueron acusados en su d¨ªa, seg¨²n Kinsella, de ser vulgares impostores, de incurrir en monumentales tomaduras de pelo, cuando no alevosas estafas piramidales, pero hoy su obra forma parte del canon de las artes pl¨¢sticas contempor¨¢neas. Aunque tal vez una de las diferencias principales entre Garau y ellos consista en que aquellas obras de arte rupturistas ten¨ªan una existencia material, por muy reducida a la m¨ªnima expresi¨®n que esta fuese, ¡°pod¨ªan contemplarse, analizarse y disfrutarse desde una perspectiva intelectual o est¨¦tica¡±. Aunque lo que se ofreciese a la vista no fuese m¨¢s que una superficie vac¨ªa.
En sentido estricto, ni Garau ni Miler pueden reclamar la paternidad del arte latente (o ausente). Es un concepto en el que las vanguardias art¨ªsticas llevan trabajando desde hace d¨¦cadas. Ya en 1957, el vanguardista franc¨¦s Yves Klein realiz¨® una exposici¨®n de lo que el llamaba ¡°sensibilidad pict¨®rica inmaterial¡± que, en esencia, consist¨ªa en cuatro paredes desnudas sobre las que se invitaba al p¨²blico a proyectar sus propias im¨¢genes mentales. Klein teorizar¨ªa en a?os posteriores sobre ¡°la arquitectura del aire¡± (y no hablaba de rascacielos, sino de complejas estructuras perge?adas por la mente) y una de sus disc¨ªpulas m¨¢s c¨¦lebres, Yoko Ono, hered¨® de ¨¦l su inter¨¦s por las proyecciones inmateriales sobre lienzos vac¨ªos. Tambi¨¦n iba en la misma direcci¨®n una de las m¨¢s c¨¦lebres travesuras del expresionista pop Robert Rauschenberg, que consisti¨® en borrar un dibujo previamente realizado por Willem de Kooning y exhibir el vac¨ªo resultante, es decir, ¡°la huella imperceptible del arte despu¨¦s del arte¡±. Artistas como Robert Barry, Claes Oldenburg o John Cage incurrieron tambi¨¦n en similares ejercicios de un minimalismo extremo, gratuitos en opini¨®n de algunos y sugerentes y de un indiscutible valor te¨®rico para otros.
Comparada con precedentes tan ilustres, la escultura inmaterial de Garau casi parece una broma pesada. Si a algo recuerda es a uno de los fakes m¨¢s c¨¦lebres de esta nueva era de digitalizaci¨®n acelerada del arte contempor¨¢neo. Se trata de la pintura invisible de Lana Newstrom, presunta artista canadiense de la que se dijo, en 2014, que se hab¨ªa embolsado cerca de 10 millones de d¨®lares vendiendo obra inmaterial a coleccionistas privados a trav¨¦s de algunas de las m¨¢s prestigiosas galer¨ªas neoyorquinas. La CBC public¨® la noticia reforz¨¢ndola con declaraciones en las que la artista aseguraba, supuestamente, que ¡°el valor de los cientos de horas de trabajo creativo dedicado a cada pieza concreta no queda anulado porque los espectadores no puedan ver ning¨²n resultado¡±. La historia fue compartida en redes sociales por miles de usuarios que en ning¨²n momento dudaron de su veracidad. Dio pie a un encendido debate que se centr¨®, en gran medida, en el esnobismo, la frivolidad y la estupidez del pu?ado de ricos que hab¨ªan pagado aut¨¦nticas fortunas por aquellas ¡°obras¡±.
Al final, todo acab¨® resultando una elaborada broma de dos humoristas de la cadena de radio CBS. Newstrom no exist¨ªa y su arte invisible nunca hab¨ªa estado a la venta. Pero, tal y como explicaba David Mikkelson, en la revista Snopes, ¡°la historia resultaba hasta cierto punto cre¨ªble, porque satirizaba de manera muy certera los excesos y las pretensiones del arte conceptual contempor¨¢neo¡±. El periodista Jonathan Jones aportaba otro argumento en un art¨ªculo de The Guardian: ¡°mucha gente eligi¨® creerse aquello porque les daba un buen pretexto para expresar su odio a la arrogancia de los ricos¡±. La imagen de un coleccionista multimillonario paseando la mirada por las paredes desnudas de una galer¨ªa de arte completamente vac¨ªa resultaba ¡°demasiado deliciosa para no ser cierta¡±. Una imagen, por cierto, que hoy se ha hecho realidad: en alg¨²n lujoso ¨¢tico del Mil¨¢n m¨¢s pudiente, un seguidor del arte conceptual contempor¨¢neo disfruta de la presencia ausente de una escultura que nunca podr¨¢ ver ni tocar y por la que pag¨® 15.000 euros. El arte tiene razones que la raz¨®n no entiende.