¡°La homofobia no mengua con la vejez, al contrario¡±: las historias detr¨¢s de la primera residencia LGTBI espa?ola
La Fundaci¨®n 26 de Diciembre ultima la inauguraci¨®n en Madrid de un centro que acoger¨¢ a mayores LGTBI, un colectivo donde se multiplica el riesgo de marginaci¨®n y exclusi¨®n
Entre un mar de ladrillos rojos y toldos verdes, t¨ªpico del sur de Madrid, una fachada blanca con laterales violeta. Lo que antes era la Residencia y Centro de D¨ªa para Personas Mayores de Villaverde hoy tiene una nueva identidad, anunciada entre el serr¨ªn y los escombros en un folio que cuelga desnudo de una pared: ¡°Rehabilitaci¨®n de residencia especializada en personas mayores LGTBI¡±.
El edificio llevaba una d¨¦cada abandonado cuando se solicitaron las obras en 2018. Fue Federico Armenteros, en la foto con su pareja, Inocente Aguado, quien so?¨® esta nueva y casi in¨¦dita vida. Este educ...
Entre un mar de ladrillos rojos y toldos verdes, t¨ªpico del sur de Madrid, una fachada blanca con laterales violeta. Lo que antes era la Residencia y Centro de D¨ªa para Personas Mayores de Villaverde hoy tiene una nueva identidad, anunciada entre el serr¨ªn y los escombros en un folio que cuelga desnudo de una pared: ¡°Rehabilitaci¨®n de residencia especializada en personas mayores LGTBI¡±.
El edificio llevaba una d¨¦cada abandonado cuando se solicitaron las obras en 2018. Fue Federico Armenteros, en la foto con su pareja, Inocente Aguado, quien so?¨® esta nueva y casi in¨¦dita vida. Este educador social es tambi¨¦n el presidente de la Fundaci¨®n 26 de Diciembre, la cual ofrece cuidados para mayores de la comunidad LGTBI. ¡°Despu¨¦s de todo, somos un sector que ha pasado por el maltrato de una dictadura, el estigma del sida y todas las calamidades posibles. Y cuando parec¨ªa que al fin ten¨ªamos algo que celebrar, nuestra edad ha sido el factor decisivo para caer en el olvido¡±, explica. ¡°Por eso, una premisa que a algunos sonar¨¢ marciana, como es crear una residencia p¨²blica especializada, que no exclusiva, en los cuidados del colectivo, para m¨ª es tan sencilla como importante. La homofobia no mengua con la vejez, al contrario. Y un lugar donde pasar tus ¨²ltimos a?os que te obligue a volver a un armario del que te has pasado una vida escapando es la peor derrota vital¡±.
El 19,7% de la poblaci¨®n espa?ola supera los 65 a?os, seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica: m¨¢s de nueve millones de personas. Mientras, el 12% de la poblaci¨®n se declara LGTBI. Hay un mill¨®n largo de personas no heterosexuales de m¨¢s de 65 en riesgo de volver a la marginaci¨®n. ¡°La mayor¨ªa de nosotros no hemos podido vivir con libertad. Hemos sido denominados vagos y maleantes, enfermos mentales y hasta hemos tenido que escuchar que la tragedia del sida era un castigo divino a nuestros pecados¡±, resume Armenteros.
?l mismo fue criado, en el barrio madrile?o de Entrev¨ªas, en un entorno tan conservador que, cuando sali¨® del armario, su madre le denunci¨® a la polic¨ªa esgrimiendo la Ley de Peligrosidad Social de 1970. ¡°Acab¨¦ orden¨¢ndome cura para intentar olvidar mi sexualidad. Cinco a?os despu¨¦s, me expulsaron a m¨ª y a todos los sacerdotes que ten¨ªamos pluma, siguiendo las ¨®rdenes del papa Juan Pablo II¡±, cuenta. Se mud¨® a Galicia y conoci¨® a Lolita, una monitora de campamentos, la cual acabar¨ªa siendo su mujer y madre de su ¨²nica hija. ¡°Supongo que necesit¨¦ enga?arme y, en lugar de aceptar lo que sent¨ªa, lo enterr¨¦ durante m¨¢s de 36 a?os¡±. Empez¨® a reconciliarse consigo mismo haciendo terapia, volvi¨® a Madrid y ahora lidera la fundaci¨®n junto a su pareja, Inocente Aguado. La fecha, 26 de diciembre, recuerda el d¨ªa de 1978 que se despenaliz¨® la homosexualidad en Espa?a.
Su historia, lejos de ser ¨²nica, es emblem¨¢tica de lo vivido por su generaci¨®n. ¡°Por mucho que nos hayamos recompuesto, es inevitable que nuestra salud mental sea terrible en algunos casos. Y ya que algunos no llegar¨¢n a vivir nunca la vida que merecieron en su d¨ªa, lo que s¨ª merecen es paz al final¡±. Si las ¨²ltimas subvenciones lo permiten, a mediados de 2022 ese sue?o, la residencia para mayores LGTBI ¨Dun complejo de cuatro plantas con m¨¢s de 60 habitaciones, cafeter¨ªas, bibliotecas, salones multiusos para el centro de d¨ªa y un tanatorio, uno de los primeros de su especie con car¨¢cter p¨²blico en el mundo¨D, quedar¨¢ terminada.
Ser¨¢ la culminaci¨®n de un sue?o largo, que ya ha dado tumbos antes (la propia fundaci¨®n intent¨® abrir otra, la Casa de Txema Roa, en M¨®stoles), pero que responde a una necesidad social urgente. ¡°Cualquier mayor debe ser atendido sin tener la m¨¢s m¨ªnima duda de que no va a sufrir discriminaci¨®n, ni una mala mirada o una broma fuera de lugar, en base a su orientaci¨®n sexual o identidad de g¨¦nero¡±, sentencia Boti Garc¨ªa Rodrigo, legendaria activista y hoy directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI en el ministerio de Igualdad.
La primera en tener habitaci¨®n propia ser¨¢ Viola Saulite (Letonia, 65 a?os), la m¨¢s veterana de la fundaci¨®n. Su rostro es conocido en el centro de Madrid: mendig¨® durante a?os por la Gran V¨ªa, sobre todo por la esquina del edificio de Telef¨®nica, donde interioriz¨® tanto el rechazo que ni los voluntarios pod¨ªan ayudarla al principio. Ella es incapaz de verbalizarlo: lo expresa solo con su mirada recelosa. Siendo una mujer transexual en la indigencia, hab¨ªa sufrido todo tipo de vejaciones, desde gente que la persegu¨ªa para gritarle de todo a individuos que llegaron a tirarle piedras. ¡°Viv¨ªa acostumbrada al maltrato¡±, ilustra Armenteros.
Ella asiente y balbucea en acento let¨®n hasta que se le escucha una frase n¨ªtida: ¡°Solo quiero que me ayuden a tener calma, solo eso, por favor¡±. Lo que m¨¢s parece importarle es si tendr¨¢ el teclado al que dedica horas tocando cl¨¢sicos. El de Viola es un ejemplo de la visi¨®n de Armenteros: ¡°Si alguien que apenas soportaba el contacto f¨ªsico y pensaba que una invitaci¨®n a caf¨¦ era una trampa para envenenarla hoy se siente querida, es que las causas perdidas no existen¡±.
El enfermero Antonio Ruiz (Madrid, 64 a?os) tambi¨¦n se mudar¨¢ aqu¨ª. Es justo el barrio donde naci¨® y donde se dio cuenta de su homosexualiad a los cinco a?os. ¡°?C¨®mo lo he llevado? Bien, siempre que bien incluya ocultarlo¡±, resume. Comunicarse con sus padres era imposible. ¡°No es que no habl¨¢ramos de sexo, o recibi¨¦ramos educaci¨®n sexual, que por supuesto era impensable; es que siempre vi c¨®mo mis hermanos se echaban novias y yo recib¨ªa la cantinela del qu¨¦ le pasar¨¢. La ¨²nica forma de salir de aquella c¨¢rcel fue mudarme con una pareja, con la fractura que supuso¡±.
Ruiz recuerda esos a?os como un c¨®ctel de felicidad conyugal y marginaci¨®n. En 1981 lleg¨® el VIH a Espa?a. Supondr¨ªa, seg¨²n el Ministerio de Sanidad, m¨¢s de 60.000 muertes en los siguientes 40 a?os. ¡°Est¨¢bamos ante el fin de la dictadura, plet¨®ricos porque nuestra mera existencia era legal finalmente. A partir de 1979, comenz¨¢bamos a vivir con algo menos de miedo y a salir de nuestras peque?as cuevas. Y llega el sida¡±. A Ruiz se le diagnostic¨® en 1987. ¡°Conviv¨ªa con dos hombres, y fue Javier quien se atrevi¨® a dar el paso de acudir a hacernos las pruebas¡±. Recuerda el vac¨ªo de informaci¨®n en el Hospital del Rey de Madrid. ¡°Javier falleci¨® poco despu¨¦s, en 1992. Jos¨¦ y yo hemos sobrevivido gracias a tenernos el uno al otro¡±, contin¨²a. ¡°Habr¨¢ a quien le sorprenda hablar de trinomios en los noventa, pero qu¨¦ iluso aquel que crea que el poliamor es una cuesti¨®n moderna¡±.
Ruiz convive con el virus gracias al tratamiento antirretroviral que m¨¢s 120.000 personas que reciben en Espa?a. Cree que el estigma se ha mitigado, pero la proclama de aquella manifestaci¨®n neonazi que tuvo lugar el pasado septiembre por Chueca ¨D¡±fuera, sidosos, de nuestros barrios¡±¨D todav¨ªa retumba en su cabeza. ¡°Gestos as¨ª siguen d¨¢ndose a diario, los he vivido en el metro o en las calles de mi barrio. Yo mismo, de peque?o, tuve que asumir un rol de mat¨®n para no ser yo el agredido. Es importante que no se nos olvide de d¨®nde venimos. Y no hablo de m¨ª, sino de las generaciones que ahora pisan nuestras huellas. Los derechos no se valoran hasta que no se pierden¡±, advierte.
En esta futura residencia tambi¨¦n existir¨¢n afectos labrados durante a?os Jos¨¦, Luis y Eric comparten uno de los pisos tutelados que la fundaci¨®n gestiona en la capital, aunque provengan de trasfondos dispares. Luis Canda (Madrid, 72 a?os) viene del mundo burgu¨¦s del barrio de Salamanca, donde recibi¨® una educaci¨®n relativamente liberal, que aun as¨ª no le impidi¨® rechazar su identidad, evidente para ¨¦l desde los 13 a?os.
¡°Mi padre muri¨® cuando yo ten¨ªa 19 y su sue?o era que hubiera estudiado Derecho para opositar despu¨¦s a juez. Su ausencia y mi sexualidad descolocaron mi vida, y aunque pude ejercer de profesor en la academia Adams y tener una vida ciertamente acomodada, no estaba nada preparado para lo que vendr¨ªa despu¨¦s¡±. En 1985, se le diagnostic¨® como uno de los primeros homosexuales portadores del VIH en Espa?a. ¡°Era impensable que pudieras cont¨¢rselo a tu familia: el estigma te persegu¨ªa toda tu vida. Quiero pensar que hemos mejorado, pero temo que se haya olvidado lo que vivimos¡±.
Su compa?ero de piso, Jos¨¦ Mar¨ªa Chicote (Cuenca, 73 a?os), creci¨® bajo el acoso constante de sus compa?eros de colegio en Osa de la Vega, un pueblo de 500 habitantes. ¡°Era el juguete de todos, hac¨ªan lo que quer¨ªan conmigo. Me obligaban a hacerles mamadas, a bailar, y luego se iban corriendo y me dejaban en el suelo. Pensaba que mis padres me defender¨ªan, pero todo lo contrario¡±, recuerda, y le caen l¨¢grimas al hacerlo. ¡°Llegaba a mi casa contando lo que me hac¨ªan, pero me encontraba con un padre que me trataba como si tuviera el tifus¡±.
Se traslad¨® a Madrid en cuanto pudo. Se instal¨® en una pensi¨®n de Ant¨®n Mart¨ªn y en un trabajo en un almac¨¦n. Los a?os ochenta llegaron con sensaci¨®n de optimismo y cambio. Inici¨® una relaci¨®n de 45 a?os con un hombre que muri¨® el a?o pasado de un infarto. ¡°Esta fundaci¨®n ha llegado como un milagro. No s¨¦ que har¨ªa el resto de mi vida con esta soledad¡±. Tiene un c¨¢ncer terminal que puede hacerle imposible la mudanza al nuevo hogar. ¡°Si no consigo vivir aqu¨ª, me gustar¨ªa que fuera al menos un legado de sufrimiento, el m¨ªo, pero tambi¨¦n de esperanza. Morir en paz deber¨ªa ser un derecho¡±.
Tambi¨¦n estar¨¢n en la residencia Antonio S¨¢nchez (Sevilla, 74 a?os) y Fabio Capello (Italia, 51). Se conocieron en septiembre de 2017, en un evento de la fundaci¨®n. Se casaron en julio. De Antonio dice Fabio: ¡°Parte de su carisma viene de haber sobrevivido a tantos a?os de dictadura, le ha dado una fuerza que a mi generaci¨®n nos falta¡±. Y de Fabio dice Antonio: ¡°Nunca es tarde para enamorarse, me gustar¨ªa que ese mensaje calara en todos los homosexuales¡±. Antonio lleg¨® a recibir electrochoques para curarle su homosexualidad. Este ser¨¢ su segundo matrimonio, el primero con un hombre.
Su historia es un oasis de esperanza, de los pocos dentro de la epidemia de soledad gay, algo que Juan Carlos Aguiar (La Habana, 68 a?os), voluntario de la fundaci¨®n, achaca al culto a la juventud. ¡°El hecho de envejecer es, para muchos gais, lo m¨¢s dram¨¢tico que existe. Se basa todo en la belleza f¨ªsica, la juventud eterna, el acto constante de presumir. Observo que, cuando pasan los a?os y llegan las primeras canas o los achaques psicol¨®gicos de una vida en la sombra, esa obsesi¨®n con la belleza se convierte en una depresi¨®n y falta de amor propio terribles. Hay que aceptar la vejez como un per¨ªodo final, no terminal. Esta residencia no ser¨¢ m¨¢s que un acto de justicia para todos aquellos que antes vivieron en el armario, victimizados, excluidos, o sencillamente eliminados. Un hogar para vivir y no tener que volver nunca jam¨¢s a la oscuridad¡±.
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