O entusiasmados, o exhaustos: ?por qu¨¦ ya nadie tiene una relaci¨®n normal con su trabajo?
Por un lado, los trabajadores que se sienten explotados y viven en la precariedad. Por otro, los que han buscado un camino alternativo creyendo que ser¨¢ diferente si explotan su talento por cuenta propia. Todos tienen algo en com¨²n: no dejan de hablar de ello
Hay una escena de Una historia del Bronx (1993) que cada pocos meses vuelve a ser viral. En ella Lorenzo, un humilde conductor de autob¨²s interpretado por Robert De Niro, se enfrenta a Sonny, un jefe de la mafia. Sonny ha comenzado a usar a Calogero, el hijo de nueve a?os de Lorenzo, como chico de los recados, y el padre, indignado, exige al mafioso que deje al ni?o en paz. Despu¨¦s, explica a su hijo que lo valiente no es dejarse corromper por los lujos que rodean a los criminales, sino ¡°madrugar cada d¨ªa y vivir de un trabajo¡±. ¡°El obrero es el aut¨¦ntico tipo duro¡±, afirma el personaje de De Niro en lo que podr¨ªa ser la formulaci¨®n hollywoodiense de la expresi¨®n ¡°pobre pero honrado¡±. La pel¨ªcula se desarrolla en los sesenta y, precisamente con esa escena, ilustra un orgullo obrero muy propio de aquellos tiempos, durante los que el trabajo proporcionaba tambi¨¦n una identidad y un sentido para la vida de los trabajadores.
No obstante, pocos minutos m¨¢s adelante, cuando han pasado varios a?os, vemos a Calogero perfectamente integrado en la banda de Sonny. Los esfuerzos del padre no dieron resultado: el chico eligi¨® el camino f¨¢cil. ¡°El hijo no quiere ser un tipo duro que madruga, no quiere ser un explotado. ?Es esto necesariamente malo? Lo es porque la alternativa es la mafia, pero no lo son las motivaciones que lo impulsan; algo similar ocurre con el neoliberalismo¡±, explica Jorge Moruno, soci¨®logo y autor de No tengo tiempo, geograf¨ªas de la precariedad.
Desde que en julio de 2020 se comenzase a hablar de la Gran Renuncia se ha discutido mucho sobre por qu¨¦ el mundo del trabajo convencional ya no ofrece incentivos para los j¨®venes. Como Calogero, cada vez m¨¢s j¨®venes eligen alternativas (no necesariamente delictivas) al que hasta hace pocos a?os fue el camino que abr¨ªa las puertas de la a?orada y nunca del todo delimitada clase media. En estos casos, la voluntad se suele confundir con la necesidad y es que cuando la precariedad y la incertidumbre acechan, todas las alternativas parecen deseables: desde las m¨¢s realizables (unas oposiciones o el autoempleo como freelance que explota un talento o vocaci¨®n art¨ªstica) hasta las m¨¢s descabelladas (confiar en quienes prometen que se puede escapar del sistema mediante inversiones dudosas).
El problema no es del todo nuevo. Por ejemplo, el soci¨®logo Richard Sennet ya alertaba en su ensayo La corrosi¨®n del car¨¢cter (Anagrama, 1998) sobre c¨®mo la flexibilidad laboral impuesta por el capitalismo de finales del siglo XX estaba impactando en el car¨¢cter de quienes trabajaban bajo sus condiciones. Pero si esa corrosi¨®n ya se notaba hace 20 a?os, actualmente es mucho m¨¢s grave porque la precariedad que la provoca y que, en muchos casos, agota la fuerza ps¨ªquica de los empleados en sostener su mera supervivencia, ha avanzado mucho. En paralelo, tambi¨¦n han proliferado las novelas y la conversaci¨®n sobre ella. Remedios Zafra ha analizado los efectos de la precariedad en los trabajadores de las industrias culturales, David Graeber defendi¨® que buena parte de los empleos que nos ocupan est¨¢n compuestos por tareas in¨²tiles, Mark Fisher denunci¨® la burocratizaci¨®n de todas las ocupaciones, Elena Medel o Bibiana Collado han escrito sobre las vidas exhaustas de las mujeres de clase obrera y Beatriz Serrano desde Madrid o la americana Anna Wiener desde Silicon Valley lo han hecho sobre las din¨¢micas casi inhumanas de las oficinas. ?Hablamos m¨¢s sobre el trabajo que nunca? Quiz¨¢ no, porque lo laboral siempre ha sido el ¨¢mbito del conflicto y la pol¨ªtica. Pero han cambiado las estrategias: si hace d¨¦cadas situaciones similares de explotaci¨®n y desposesi¨®n se abordaron mediante el sindicalismo y la lucha colectiva, el nuestro es el tiempo del des¨¢nimo, las alternativas individuales m¨¢s o menos imaginativas y el ¡°s¨¢lvese quien pueda¡±.
Pero ?hay alguna forma agradable de ganarse la vida?
¡°Ahora mismo, muchos trabajadores que se ve¨ªan como clase media comienzan a entender que su relaci¨®n con el poder implica que tambi¨¦n son obreros. El programador de videojuegos podr¨ªa tener m¨¢s en com¨²n con el conductor de Uber de lo que pensaba¡±, escribe Sarah Jaffe en su ensayo Trabajar: un amor no correspondido, reci¨¦n publicado por Capit¨¢n Swing. Ning¨²n sector se libra, ni siquiera aquellos que ofrecen mejores salarios: hoy las empresas consumen tanto tiempo y tanta energ¨ªa de sus trabajadores que estos llegan agotados al final de la jornada, con fuerzas, como mucho, para escribir una de esas peque?as quejas en redes sociales que tanto ¨¦xito tienen entre semana: ¡°Se me han secado las plantas por no regarlas¡±, ¡°mi jefe me ha vuelto a escribir de madrugada¡± u ¡°otra noche que no preparo el t¨¢per de ma?ana¡±. Son las pildoritas que concentran el desencanto de la que se ha llamado la generaci¨®n fatigada.
¡°La vocaci¨®n es otro invento ideol¨®gico para convencerte en un S¨ªndrome de Estocolmo: te diremos que te dejes explotar en aquello en lo que disfrutes y amar¨¢s que te exploten. ?Deja de ser un yugo si es uno mismo el que se lo pone?¡±
Cuando el hartazgo alcanza l¨ªmites insoportables, aparecen los problemas de salud mental o las soluciones originales, como aquella Gran Renuncia de la que hoy queda poco o distintas fantas¨ªas solo presuntamente antisistema. El soci¨®logo Mariano Urraco, profesor en la Universidad Complutense de Madrid, explica que atravesamos un contexto social en el que ¡°madrugar, entre comillas, da un poco igual, porque las cartas est¨¢n repartidas te levantes a la hora que te levantes¡±, as¨ª que ¡°es leg¨ªtimo que los j¨®venes cuestionen y problematicen ese tipo de valores relacionados con la abnegaci¨®n y el trabajo duro y que cada uno busque soluciones alternativas o v¨ªas de escape frente al discurso de ?hay que esforzarse?, que ya no funciona¡±.
¡°Muchos soci¨®logos han hablado de que el sistema actual es como una estaci¨®n fantasma por la que ya no pasan trenes; mucha gente sigue comprando billetes, sigue sacrific¨¢ndose, sigue trabajando duro, sigue estudiando hasta una edad muy avanzada, pero en realidad los trenes no pasan¡±, a?ade Urraco.
?Y qu¨¦ hacen aquellos que ya se han hartado de esperar en vano, aquellos para los que el malestar (encadenando trabajos precarios o no logrando ninguno) es ya insufrible? Intentar escapar del trabajo por cuenta ajena. ¡°El objetivo es recuperar el control sobre nuestras vidas, en un momento en que todo es una vor¨¢gine de incertidumbre. Esto es lo que hace que la gente fantasee, sue?e o se implique de manera brutal con el estudio de oposiciones o con otras alternativas como puede ser mudarse al campo y, de repente, convertirse en un neorrural. Fundamentalmente se hace por sentir que se tiene control sobre la vida propia, algo que el trabajo por cuenta ajena ya no permite¡±, responde el soci¨®logo, que insiste: ¡°Aqu¨ª no se trata de una nostalgia con respecto a los tiempos pasados, es que est¨¢ constatado que a buena parte de los j¨®venes les encantar¨ªa tener vidas estables, lineales, previsibles, trabajos para toda la vida como los de sus padres¡ y de ah¨ª el ¨¦xito de las oposiciones¡±.
M. M. es una fil¨®sofa y polit¨®loga de 24 a?os que oposita al cuerpo de profesores de secundaria (y prefiere usar sus iniciales para que sus declaraciones no puedan influir en el proceso). ¡°Heredo una profesi¨®n. Mis dos padres son docentes y es un trabajo que me resulta cercano y con el que ya estoy, literalmente, familiarizada. Pienso que es el camino que se compatibiliza mejor con mi vida, con eso que es la vida realmente, lo que hay despu¨¦s del trabajo¡±, comenta. Eso s¨ª, es consciente de que tambi¨¦n desde el sector p¨²blico se reproducen (e imponen) muchas din¨¢micas indeseables: ¡°Tratar¨¦ de hacer lo mejor con lo que mis circunstancias me permitan, pero no dejo de pensar que tambi¨¦n es trabajo asalariado. No me dignificar¨ªa ninguno. Tenemos la educaci¨®n dise?ada para el modelo productivo en que vivimos. No es una esfera separada, no hay lugares inmaculados y s¨¦ lo que implica ser profesora¡±, reconoce.
M. tampoco es del todo optimista respecto a los cauces o fantas¨ªas m¨¢s comunes por los que se conduce la insatisfacci¨®n. Ni siquiera considera que el reciente despertar de ese malestar ¡°sea un buen signo¡±. ¡°Me da v¨¦rtigo ese consenso en la insatisfacci¨®n, dado que en la mayor¨ªa de casos, agrupar a una masa hastiada bajo el mismo lema de que algo tiene que cambiar, escondi¨¦ndose en esa masa distintos sectores e intereses¡ no ha salido muy bien¡±. En su opini¨®n, por desgracia, todas las opciones y v¨ªas de escape constituyen una trampa: ¡°La vocaci¨®n es otro invento ideol¨®gico para convencerte en un S¨ªndrome de Estocolmo: te diremos que te dejes explotar en aquello en lo que disfrutes y amar¨¢s que te exploten. ?Acaso estamos escapando si lo que ejercemos son nuevas formas de autoexplotaci¨®n bajo la falsa idea de que al menos somos nosotros los que tenemos en control? ?Deja de ser un yugo si es uno mismo el que se lo pone? La trampa com¨²n para todos es el modelo productivo insostenible e incompatible con la vida bajo el que vivimos. Un modelo que abarca desde las opciones m¨¢s prestigiosas hasta Onlyfans o el problema de la ludopat¨ªa y las casas de apuestas¡±, reflexiona la joven.
Pero qu¨¦ es exactamente lo que queremos
En su Elogio de la ociosidad, publicado en 1932, el fil¨®sofo y matem¨¢tico Bertrand Russell alertaba de que, hasta entonces, trabajadores, empresarios y gobernantes hab¨ªan sido ¡°unos necios¡±. ¡°Pero no hay raz¨®n para seguir necios para siempre¡±, a?ad¨ªa. La necedad a la que se refiere es la jornada laboral de ocho horas y, si el brit¨¢nico era optimista, es porque consideraba que en el futuro ser¨ªa posible, gracias a la tecnolog¨ªa ¡°democratizar el tiempo libre¡±?implantando una jornada laboral de solo cuatro horas. ¡°En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar m¨¢s de cuatro horas al d¨ªa habr¨¢ felicidad y alegr¨ªa de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia. El trabajo exigido bastar¨¢ para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir agotamiento. Puesto que los hombres no estar¨¢n cansados en su tiempo libre, no querr¨¢n solamente distracciones pasivas e ins¨ªpidas¡±, defend¨ªa el pensador. Como ¨¦l o como el economista Milton Keynes, que en la misma d¨¦cada predijo que alrededor de 2030 estar¨ªa instaurada la semana laboral de 15 horas, muchos intelectuales han llegado a la conclusi¨®n de que el progreso tecnol¨®gico desembocar¨ªa en sociedades en las que el tiempo libre dejar¨ªa de escasear.
Sin embargo, aunque la digitalizaci¨®n del mundo, con su aumento de la productividad asociado, no deja de avanzar, est¨¢ ocurriendo justo lo contrario. ¡°Esta fase en la que estamos de giro neoliberal no es un giro, es parte de la ruta. El sistema de producci¨®n de mercanc¨ªas, es tambi¨¦n el empe?o reciente por acelerarlo todo. No creo que haya vuelta atr¨¢s, y no creo que sea tampoco la ¨²ltima estaci¨®n: habr¨¢ m¨¢s estaciones y de nuevo habr¨¢ m¨¢s malestar y m¨¢s problemas de salud mental¡¡±, explica Urraco.
M., en sinton¨ªa con muchas personas de su edad, solo ve una opci¨®n: ¡°desear la abolici¨®n del trabajo asalariado¡± que, aclara, ¡°no es desear dejar de hacer cosas¡±. ?Y mientras tanto? ¡°Seguiremos buscando las alternativas o las soluciones bajo un punto de vista individualista, porque, si algo han demostrado soci¨®logos como Sennet es que los v¨ªnculos y las identidades son mucho m¨¢s fuertes y colectivistas cuando se basan, precisamente, en un trabajo estable que cuando se basan en cuestiones m¨¢s ocasionales como las pautas de consumo¡±, concluye Urraco. As¨ª que, sin una respuesta colectiva, fen¨®menos como el de los cryptobros, las inversiones que prometen la ¡°libertad financiera¡± y la autoexplotaci¨®n solo seguir¨¢n creciendo y reforzando aquello frente a lo que se presentan como salvavidas.