Civilizaci¨®n
El mundo de hoy se niega a aceptar sin resistencia la formaci¨®n de una monta?a de cad¨¢veres
Tomemos un poco de distancia. Intentemos ver m¨¢s all¨¢ de ese edificio o de esos arbolitos frente a nuestra ventana, imaginemos que nuestros ojos son los de un p¨¢jaro que sobrevuela ciudades y campos. ?Qu¨¦ es lo que estamos contemplando? Por supuesto, asistimos a un terrible desastre. Pero tambi¨¦n asistimos al que tal vez sea el mejor momento de la humanidad.
Si existiera algo como la ¨¦tica colectiva, ese algo se encontrar¨ªa en su hora suprema. La facilidad con que Gobiernos y sociedades han aceptado enormes sacrificios y un da?o econ¨®mico cuya profundidad a¨²n estamos lejos de imaginar, ...
Tomemos un poco de distancia. Intentemos ver m¨¢s all¨¢ de ese edificio o de esos arbolitos frente a nuestra ventana, imaginemos que nuestros ojos son los de un p¨¢jaro que sobrevuela ciudades y campos. ?Qu¨¦ es lo que estamos contemplando? Por supuesto, asistimos a un terrible desastre. Pero tambi¨¦n asistimos al que tal vez sea el mejor momento de la humanidad.
Si existiera algo como la ¨¦tica colectiva, ese algo se encontrar¨ªa en su hora suprema. La facilidad con que Gobiernos y sociedades han aceptado enormes sacrificios y un da?o econ¨®mico cuya profundidad a¨²n estamos lejos de imaginar, en nombre de la vida y la seguridad de todos (aunque sepamos que muchos no saldr¨¢n con vida de la pandemia, aunque los m¨¦dicos se encuentren con el dilema horroroso de elegir a qui¨¦n salvan y a qui¨¦n no), demuestran que somos algo m¨¢s que un conjunto de pa¨ªses y de mercados: somos una civilizaci¨®n. Hace un siglo, el mundo asisti¨® a una terrible matanza, la Gran Guerra, cuyas razones fueron francamente est¨²pidas. El mundo de hoy se niega a aceptar sin resistencia la formaci¨®n de una monta?a de cad¨¢veres. No me parece poca cosa.
Las sociedades donde la reacci¨®n pol¨ªtica inicial fue distinta, porque se plante¨® de inmediato la disyuntiva entre la bolsa (de todos) y la vida (de algunos), empiezan a virar tambi¨¦n hacia lo segundo, hacia la mayor preservaci¨®n posible. Ser¨ªa el caso, por ejemplo, del Reino Unido o Pa¨ªses Bajos. Veremos de qu¨¦ lado cae Estados Unidos, la hiperpotencia err¨¢tica.
El instinto colectivo, por m¨¢s excepciones que se incluyan, ha sido el correcto. Cada vida cuenta, sin calcular el precio que cueste preservarla. Lo cual no suprime la disyuntiva que antes cit¨¢bamos. Ciertamente, esta pandemia y las medidas para sofocarla van a tener un coste alt¨ªsimo. Y es leg¨ªtimo el debate sobre c¨®mo compaginar la defensa de la salud con la defensa de la econom¨ªa, que en much¨ªsimos rincones del mundo supone tambi¨¦n la defensa de la vida: cientos de millones de personas est¨¢n perdiendo la posibilidad de trabajar y de comprar alimentos. En ?frica o Latinoam¨¦rica se dan situaciones ¨¦ticamente complejas, porque renunciar a la bolsa en nombre de la vida puede implicar, para los m¨¢s d¨¦biles, la p¨¦rdida de ambas.
Una civilizaci¨®n est¨¢ obligada a debatir sobre las distintas opciones. Y a mantener la cr¨ªtica. Resulta penoso observar c¨®mo algunos pol¨ªticos tratan de ara?ar votos futuros haciendo electoralismo en estas semanas oscuras, pero hace falta. Incluso cuando no se proponen alternativas. Incluso cuando se miente. Por m¨¢s que atribuyamos las mejores intenciones a los dirigentes, ¨¦stos se equivocan, inevitablemente, cada d¨ªa. De eso tenemos que ser conscientes, nosotros y ellos. No valen las unanimidades belicistas porque no estamos en guerra contra nadie. A un virus le da igual nuestro estado de ¨¢nimo o nuestra propaganda. La obligaci¨®n de ser prudentes, de no contagiarnos para no contagiar, es perfectamente compatible con nuestra obligaci¨®n de pensar, de opinar y de contribuir al debate sobre qu¨¦ futuro queremos dise?ar para ma?ana, cuando una gente distinta, nosotros mismos, salga de casa y encuentre un mundo distinto.
Mientras tanto, protej¨¢monos para proteger a los dem¨¢s. Eso es lo que hace de nosotros una civilizaci¨®n.