Morante en las nubes
Asumo el riesgo de nuestro tiempo donde escribir de toros es ya un tema pol¨ªticamente incorrecto
Asumo el riesgo de nuestro tiempo donde escribir de toros es ya un tema pol¨ªticamente incorrecto, pero en tanto se homogenice la cultura y seamos todos teutones sin paella, convencidos del ma¨ªz transg¨¦nico y de la asepsia hasta en las formas de hablar entre pr¨®jimos, parto una lanza a favor de la apasionada adrenalina que elev¨® el domingo pasado Jos¨¦ Antonio Morante de la Puebla en la Monumental Plaza de Toros M¨¦xico. En tanto no surja el grupo progre que demonice incluso a la filatelia o el gusto culpable por cantar por lo bajito algunos palos de flamenco, declar¨® sin miedo la ¨ªntima emoci¨®n rebosada de met¨¢foras con las que Morante volvi¨® a elevar su tauromaquia a nivel de g¨¦nero literario: el mesurado ensayo de las ver¨®nicas a media altura, apenas logrando bajar la mano en una media que termin¨® por hundir en la arena el hocico de un debilitado toro con reminiscencia de bravura; el poema de las chicuelinas m¨¢s lentas con el broche de un suspiro de desd¨¦n y una leve sonrisa en los labios; lances de relato y el andar pausado de quien sabe mejor que nadie su cuento. Luego, la novela que empieza rodilla en tierra, sin despeinarse, midiendo el galimat¨ªas de un toro que ¨Ca falta de presencia espeluznante se debat¨ªa entre nobleza aborregada (que enga?a precisamente a quienes se proclaman antitaurinos) con ecos de una casta (que enga?¨® incluso al Juez de Plaza, quien concedi¨® un arrastre lento, luego de tartamudear su miop¨ªa al conceder las orejas).
Fueron varias tandas de derechazos para trazar la secreta geometr¨ªa en contraquerencias, el giro sobre los talones de quien se sabe ya situado en el eje del universo por un instante en el que puede pasarse los pitones (dudosamente intactos), m¨¢s all¨¢ de lo que el escaso p¨²blico asistente llegaba a digerir: estaban ante un concertino de toreo a la alta escuela en una tarde en la que Octavio Garc¨ªa El Payo hab¨ªa realizado ya en el segundo de la tarde una faena abiertamente morantista como quien rinde homenaje al primer espada que sonr¨ªe en el burladero. Ya en el ruedo, en su toro y en plena novela, Morante se pasaba la muleta a la mano izquierda como quien remata un p¨¢rrafo perfecto sabiendo que escribe en un mundo donde los mortales distra¨ªdos con sus tel¨¦fonos, los militantes de protesta y los protestantes de otras culturas en realidad no entienden que no entienden: aqu¨ª est¨¢ un hombre vestido de un azul que parece obispo con oros en filigranas que romp¨ªan con los tradicionales alamares, de medias largas de agujeta y flecha ascendente, el cante hasta en el peinado y el gui?o de un kikirik¨ª en blanco y negro; aqu¨ª un pase de pecho que rompe con la ya aburrida horizontalidad del mundo, pas¨¢ndose la vida entera por la faja hasta desahogar por arriba y encima del hombro. Callar al mundo y cuadrarse, y sin importar los posibles defectos de la estocada, despedir de esta realidad a un animal que fue creado para precisamente para lidiarse y morir a estoque en medio de un vendaval de nuestros tiempos enrevesados donde los enemigos de la ¨®pera han de denostar toda aria como gritos sin sentido y abandonar los teatros por preferir las cintas grabadas en fibras ¨®pticas y olvidarse del cine en sepia pues fardan m¨¢s las guerras de las galaxias como en parque de diversiones con comida chatarra y una cada vez m¨¢s generalizada ignorancia que alimenta a la ignorancia misma.
Se abarata la Plaza M¨¦xico con la quejosa media entrada de apenitas que conformaban los afortunados testigos de una faena intemporal; abaratamiento que contrastar¨¢ con el llenazo que se espera el pr¨®ximo 31 en cuanto vuelva a la luz vestido de luces Su Majestad Jos¨¦ Tom¨¢s para que los tendidos del morbo y del mundo se llenen hasta el reloj con entradas cuyos precios de reventa garantizan que los verdaderos aficionados hemos de quedarnos con el eco, con la larga distancia donde de vez en cuando se ve volar a lo lejos a un artista entre nubes, un gitano que no ha perdido el duende con el que embeles¨® a la Maestranza aquella tarde que vest¨ªa de grana y oro y los guardias impidieron que lo llev¨¢ramos en hombros hasta la Puebla, todos nosotros improvisados capitalistas, costaleros de su paso, que ya viejos y de lejos jale¨¢bamos en la madrugada de Espa?a una insinuaci¨®n al ¨®leo en cuanto Morante desplegaba su capote, un brochazo de acuarela y el rel¨¢mpago de un trincherazo bien dado, como para helar toda opini¨®n sesuda y cada respiraci¨®n at¨®nita. Una locura trasatl¨¢ntica de un arte que d¨ªa con d¨ªa vive el peligro de su extinci¨®n, sabiendo que quiz¨¢ llegar¨¢ muy pronto la tarde en que haya que intentar poner en palabras el milagro de una faena, que ir¨®nicamente conjuga en todos sus pases las mejores met¨¢foras para aliviar el tedio y confusi¨®n de un mundo que se entretiene en tantas otras cosas.
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