¡°S¨²bale, s¨²bale¡± al bus que agoniza
La Ciudad de M¨¦xico anuncia la extinci¨®n de 35.000 viejos microbuses. Esta es la otra cara del transporte p¨²blico mexicano
Israel Neri, de 38 a?os, lleva el cansancio pintado en los ojos. Trabaja m¨¢s de 12 horas para poder pagarle al "patr¨®n", echarle gasolina al autob¨²s y vivir. O "sobrevivir", como apunta ¨¦l. Conduce un microb¨²s en la Ciudad de M¨¦xico, esos veh¨ªculos viejos que se han convertido con los a?os en parte del folclore capitalino, pero tambi¨¦n en la causa de muchos de sus problemas. El Gobierno ha prometido su extinci¨®n. Esta es la otra cara del transporte p¨²blico mexicano.
Cuando el jefe de Gobierno de la Ciudad de M¨¦xico, Miguel ?ngel Mancera, anunci¨® este mes la destrucci¨®n de 35.000 peseros como parte de su compromiso ambiental, muchos ciudadanos se preguntaron seriamente c¨®mo iban a desplazarse si eso ocurr¨ªa. Otros ni siquiera se lo creyeron ¡ªMancera ha prometido m¨¢s veces esa medida desde 2012¡ª. A bordo de estas "chatarras", como las llaman algunos, viaja diariamente el 60% de la poblaci¨®n, que en una de las urbes m¨¢s grandes del mundo se traduce en m¨¢s de 12 millones de personas.
A bordo de estas "chatarras", como las llaman algunos, viaja diariamente el 60% de la poblaci¨®n
Los peseros ¡ªsu nombre viene del peso, el precio de un pasaje en sus inicios¡ª se mueven por las calles principales de la capital a gran velocidad y sin cerrar las puertas. Otros ni siquiera disponen de una. La mayor¨ªa tiene m¨¢s de 20 a?os, cinco m¨¢s de la "vida ¨²til" permitida por el reglamento. La explosi¨®n repentina del escape asusta a los viandantes, que adem¨¢s soportan el humo negro que muchos desprenden. No hay paradas, as¨ª que cruzan de carril en carril buscando pasajeros en las aceras como si fueran taxis. No importa que la v¨ªa por la que se mueven vaya llena de coches y supongan un peligro para los dem¨¢s, su objetivo est¨¢ en alcanzar r¨¢pidamente la mano levantada de un interesado. Los conductores los odian, los ciclistas los odian, los taxistas tambi¨¦n.
"Tenemos una famita de que corremos y que ponemos en peligro a la gente. Yo no voy a negar que corro cuando es necesario, porque peleamos el pan de cada d¨ªa. Si no llenas [el autob¨²s], no ganas", reconoce Neri. Con esa ecuaci¨®n grabada a fuego en sus ojos cansados, intenta subir a la mayor cantidad de gente posible. Si caben 23, el aforo puede duplicarse. A algunos no les queda otro remedio que llevar parte de su cuerpo asomando por la puerta delantera y aguantar las sacudidas aferrados a un tubo de hierro. El precio del boleto va de los tres pesos hasta los seis (de 15 c¨¦ntimos de d¨®lar a 30), y dependiendo del trayecto puede aumentar.
En M¨¦xico el delito m¨¢s com¨²n es el robo o asalto en transporte p¨²blico, seg¨²n las cifras del Instituto Nacional de Estad¨ªstica. Las asociaciones de transportistas del Estado de M¨¦xico, entidad que abraza a la capital, denunciaron en mayo de este a?o el aumento de un 300%, desde 2008 hasta la fecha, de la inseguridad. La capital no recoge cifras concretas sobre este tipo de delito, pero casi a diario las p¨¢ginas de denuncia ciudadanas publican un video de un microb¨²s asaltado, especialmente en la periferia. En este contexto trabaja Neri y viaja la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. Contra esto quiere luchar el Ejecutivo, adem¨¢s de evitar el mill¨®n y medio de toneladas de contaminantes que emiten, pero no queda clara la alternativa.
Una de las opciones que se plantea es ampliar una l¨ªnea de Metrob¨²s ¡ªde 160 a 240 pasajeros de capacidad¡ª que sustituya a los viejos peseros. Pero los m¨¢s esc¨¦pticos sospechan que, como las dem¨¢s l¨ªneas, no llegar¨¢ a todas partes. Una de las ventajas del microb¨²s es que comunica las zonas m¨¢s aisladas con las l¨ªneas principales de Metro. Un estudio del Centro Mario Molina alerta que es en las zonas conurbadas donde reside el 55% de los habitantes y s¨®lo un 15% vive cerca de una estaci¨®n de transporte masivo de pasajeros.
Otra opci¨®n m¨¢s inminente es que se modernicen. "No habr¨¢ nuevos microbuses ni concesiones, si alguien quiere una ser¨¢ con un veh¨ªculo ecol¨®gicamente sustentable", se?al¨® el jefe de Gobierno. Actualmente cualquiera puede disponer de varios peseros y rentarlos para que los trabajen los choferes, estas concesiones no ten¨ªan en cuenta que la mayor¨ªa de ellos eran viejos, inseguros y muy contaminantes. No hay una asociaci¨®n ¨²nica que agrupe estos veh¨ªculos, como s¨ª ocurre con los taxis, y que sea responsable de la seguridad de los pasajeros.
Tenemos una famita de que corremos y que ponemos en peligro a la gente. Si no llenas [el autob¨²s], no ganas
Israel Neri, conductor
Neri, como sus compa?eros, tiene miedo a quedarse sin trabajo. Las condiciones en que lo hace son, adem¨¢s, precarias. No tiene seguro m¨¦dico ni un contrato formal. "Lo peor es que falle el motor, entonces est¨¢s hasta cinco d¨ªas sin trabajar y ah¨ª no recibes nada", cuenta preocupado. ?scar Fern¨¢ndez, otro ch¨®fer de microb¨²s, reconoce que hay d¨ªas que debe pagarle m¨¢s al "patr¨®n" de lo que saca por los pasajes. Y si llega tarde a la estaci¨®n, su jefe, un se?or que comprueba los tiempos en una libreta, lo castiga con una hora sin transitar.
Las estaciones de estos autobuses se mantienen en unas condiciones casi insalubres. El olor dulz¨®n de la gasolina se mezcla con el de los tacos de los puestos vecinos. El detergente con el que los puestos de comida limpian sus trastes corre como r¨ªos de agua sucia bajo las aceras. En las primeras horas de la ma?ana, se amontonan miles y miles de personas que luchan por conseguir un lugar. Viajar sentado es un lujo para unos pocos afortunados. "?S¨²bale, s¨²bale! ?Lleva lugares!", animan a gritos los ayudantes de los choferes.
Dentro del veh¨ªculo de Neri hay cuatro rosarios y suena cumbia. La mayor¨ªa est¨¢n decorados con extravagantes V¨ªrgenes y crucifijos y otros pintan a mano mensajes en la parte trasera. Uno de los s¨ªmbolos m¨¢s folc¨®ricos de la capital mexicana tiene los d¨ªas contados.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.