¡®Ricardo Calder¨®n: el reportero invisible¡¯

EL PA?S adelanta el primer cap¨ªtulo del libro que acaba de publicar Planeta sobre uno de los periodistas que m¨¢s corrupci¨®n ha destapado en Colombia en los ¨²ltimos 25 a?os

El periodista colombiano Ricardo Calder¨®n, en una imagen de febrero de 2020.Camilo Rozo

La muerte casi lo coge orinando. Detuvo la camioneta en la berma de la carretera que de Ibagu¨¦ conduce a Bogot¨¢, apurado por el exceso de tinto y Coca-Cola que tom¨® mientras esperaba en una cafeter¨ªa de la capital tolimense por una fuente que nunca lleg¨®: la esposa de un sargento preso en Tolemaida, la c¨¢rcel militar m¨¢s grande del pa¨ªs. ¡°Deb¨ª ir al ba?o en Ibagu¨¦¡±, pens¨®. Era primero de mayo, d¨ªa festivo, y la noche ya comenzaba a asomarse. De espaldas a los e...

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La muerte casi lo coge orinando. Detuvo la camioneta en la berma de la carretera que de Ibagu¨¦ conduce a Bogot¨¢, apurado por el exceso de tinto y Coca-Cola que tom¨® mientras esperaba en una cafeter¨ªa de la capital tolimense por una fuente que nunca lleg¨®: la esposa de un sargento preso en Tolemaida, la c¨¢rcel militar m¨¢s grande del pa¨ªs. ¡°Deb¨ª ir al ba?o en Ibagu¨¦¡±, pens¨®. Era primero de mayo, d¨ªa festivo, y la noche ya comenzaba a asomarse. De espaldas a los espor¨¢dicos carros que pasaban se baj¨® la cremallera y se dispuso a orinar cuando sinti¨® ¡ªlo alcanz¨® a ver de reojo¡ª que un sed¨¢n gris se acerc¨® a pocos metros de donde estaba. El hombre que iba en el puesto del copiloto baj¨® la ventana y grit¨® ¡°?Ricardo Calder¨®n!¡±, antes de apuntar con una pistola y disparar seis veces.

Su reacci¨®n fue tirarse hacia el pastizal que ten¨ªa enfrente, una leve pendiente donde trat¨® de esconderse como pudo. Pegado al piso, sac¨® de su pantal¨®n el tel¨¦fono, pero no sab¨ªa muy bien a qui¨¦n llamar. Vio el ¨²ltimo n¨²mero marcado, era de un general de la Polic¨ªa con quien hab¨ªa acordado verse m¨¢s tarde. Si algo dicen sus amigos es que Calder¨®n no se inmuta con nada, pero sentir la muerte tan cerca agita la vida de cualquiera. Ten¨ªa el coraz¨®n acelerado y sent¨ªa dificultad para respirar. Con el pulso tembloroso, marc¨® como pudo y sin dar mayor espacio a los detalles le dijo: ¡°Me acaban de disparar¡±.

No era la primera vez que le hab¨ªa tocado estar cerca de disparos, pero nunca como esa noche. Una vez, a?os atr¨¢s, en un reportaje de varios d¨ªas por el Catatumbo junto al fot¨®grafo Guillermo Torres, llevaban varias horas a bordo de un helic¨®ptero Black Hawk, con las dos puertas laterales abiertas, sentados sobre unas cajas de munici¨®n que les serv¨ªan de sillas. El helic¨®ptero estaba escoltando avionetas que realizaban fumigaciones de cultivos de coca en esa regi¨®n. De un momento a otro, las latas del aparato comenzaron a sonar como si se tratara de una olla de crispetas. Luego vino un estruendo en la parte de abajo y comenzaron a descender. Se agarraron de donde pudieron para no caer al vac¨ªo, mientras comenzaba otro ruido ensordecedor, esta vez dentro de la cabina: eran los dos artilleros disparando r¨¢fagas de ametralladora Minigun calibre 50 mientras la aeronave segu¨ªa perdiendo altura.

El piloto, que no ten¨ªa m¨¢s de veinticinco a?os, recuper¨® h¨¢bilmente el control justo cuando iban a tocar las copas de los ¨¢rboles. Mientras tomaban altura nuevamente, vieron cuatro helic¨®pteros m¨¢s lanzarse en picada ametrallando la selva para cubrir la retirada. Parec¨ªa una escena de Platoon. Al aterrizar, lejos de ah¨ª, comprobaron los impactos que ten¨ªa el helic¨®ptero. Por debajo, se ve¨ªa un hueco enorme producto de un rocket disparado desde un lanzacohetes que, por suerte, estall¨® contra una l¨¢mina blindada. Fue un susto grande, s¨ª, pero no tanto como el que sinti¨® al borde de esa carretera apenas quince minutos despu¨¦s del peaje de Chicoral.

El general le pregunt¨® si estaba bien y si ten¨ªa alguna idea de qui¨¦n hab¨ªa sido. Calder¨®n no lograba organizar sus pensamientos. No sab¨ªa bien si los disparos proven¨ªan de alguien del Ej¨¦rcito en represalia por lo que hab¨ªa publicado en la revista Semana unos d¨ªas antes, o de alguien m¨¢s, algunos de esos malquerientes que ha sabido ganarse por cuenta de un oficio que se convirti¨® en su raz¨®n de ser. Desde su improvisado escondite, a escasos metros de la v¨ªa de la que hab¨ªa rodado, lo invadi¨® por segundos una mezcla de rabia, miedo, angustia y ansiedad. ?Y si los tiradores todav¨ªa estaban ah¨ª?

No se ve¨ªa mucho a su alrededor en medio de la oscuridad, arriba de esa peque?a pendiente por la que acababa de resbalar titilaban las luces y escuchaba el ruido de unos pocos carros que flu¨ªan por la v¨ªa. Se asom¨®, sin levantar demasiado la cabeza, para ver si todav¨ªa hab¨ªa alguien. A medida que pasaban los minutos, se percat¨® de que el sed¨¢n gris con vidrios oscuros ya no estaba. Subi¨® la pendiente con cautela para confirmar que no hab¨ªa nadie. Vio las llaves pegadas al switch y su otro tel¨¦fono celular en la silla del copiloto. No se trataba de un robo.

El periodista colombiano Ricardo Calder¨®n, en su oficina de la revista 'Semana', el 18 de febrero de 2020.Camilo Rozo

El general segu¨ªa al otro lado de la l¨ªnea esperando a que le diera una ubicaci¨®n para enviar ayuda, pero no pod¨ªa decirle nada porque no hab¨ªa ning¨²n punto de referencia, no hab¨ªa una tienda, una casa, un restaurante, no hab¨ªa algo para decirle ¡°estoy enfrente de¡­¡±. Encendi¨® el motor y aceler¨® hasta donde le dio el pie. Solo quer¨ªa escaparse de ah¨ª lo m¨¢s r¨¢pido posible. A m¨¢s de ciento cincuenta kil¨®metros por hora, rebasando a tope los pocos carros y camiones que le estorbaban, pensaba en mil cosas a la vez: ¡°?C¨®mo putas termin¨¦ yo en esto?¡±. ¡°?Qu¨¦ voy a decir en la casa?¡±. ¡°?Ser¨¢ que la se?ora que no lleg¨® a la cita tiene que ver con esto y me tendi¨® una trampa?¡±.

Apenas vio una variante, gir¨® a la derecha sin precauci¨®n. Por la velocidad que llevaba, perdi¨® el control del carro y golpe¨® el separador. Dio un trompo y fren¨® en seco. Qued¨® atravesado en la mitad de la v¨ªa con el motor apagado. ¡°Ahora me voy a quedar ac¨¢ tirado¡±, pens¨®. El tel¨¦fono con el que ven¨ªa hablando con el general se cay¨® al suelo y cuando intent¨® recogerlo vio acercarse un sed¨¢n similar desde el que le hab¨ªan disparado. Pas¨® de largo. No eran los mismos.

Nada parec¨ªa salirle bien esa noche: prendi¨® la camioneta Ford Escape de nuevo y pis¨® el acelerador tan fuerte que se qued¨® pegado al fondo mientras retomaba el camino para ubicarse por fin. Estaba sobre la v¨ªa que conduce a Melgar, a pocos kil¨®metros del balneario Piscilago, no muy lejos del Club Militar y de Tolemaida. Busc¨® desesperadamente una patrulla o un ret¨¦n de Polic¨ªa. Era normal ver varios en esa v¨ªa; de hecho, en alguna oportunidad le hab¨ªan puesto infracciones por exceso de velocidad en esa ruta, pero esa noche en que manej¨® m¨¢s r¨¢pido que nunca no hab¨ªa ninguno.

Por un instante pens¨® en lo absurdo de la situaci¨®n: no lo hab¨ªan matado las balas, pero iba a terminar estrellado contra un poste. No supo c¨®mo, pero se inclin¨® y con la mano derecha forcejeando con el pedal, logr¨® soltar el acelerador. Al incorporarse, a los pocos metros, vio una subestaci¨®n de Polic¨ªa y fren¨® en seco dejando no solo un rastro de las llantas en el asfalto sino tambi¨¦n un rastro de su angustia. Los tres polic¨ªas que estaban ah¨ª salieron apresurados a ver qu¨¦ pasaba.

Se baj¨® tembloroso y sinti¨® un corrientazo en el est¨®mago que lo hizo doblar, no pod¨ªa ponerse de pie: la gastritis le peg¨® un pu?o que lo dej¨® sin aire. Los polic¨ªas se acercaron a socorrerlo mientras les contaba lo que hab¨ªa pasado. Se sent¨® en un and¨¦n mientras trataba de recomponerse. ¡°Le tiraron duro, la sac¨® barata¡±, dijo uno de ellos con un gesto de asombro mientras caminaba alrededor del veh¨ªculo. La Ford Escape de su esposa ten¨ªa cinco agujeros repartidos en las puertas laterales del conductor, en la del ba¨²l y en una ventana que ahora luc¨ªa estallada. Para colmo de males, la camioneta no ten¨ªa seguro y faltaban tres a?os de cuotas para terminar de pagarle al banco.

Otro polic¨ªa le ofreci¨® un yogur para calmar el dolor que sent¨ªa en la boca del est¨®mago; otro, un cigarrillo, que acept¨® feliz a pesar de que era lo que menos necesitaba para la gastritis. Fumar siempre ha sido para Calder¨®n un arma contra la ansiedad. En la ¨¦poca en que public¨® los informes sobre c¨®mo el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) espiaba ilegalmente a pol¨ªticos, periodistas, magistrados, entre tanta gente, lleg¨® a fumarse m¨¢s de tres paquetes diarios. En medio de las amenazas y la incertidumbre, fumar ha sido un alivio para el estr¨¦s, un vicio que no ha podido superar, aunque lo haya intentado varias veces.

Al mirar la camioneta, les dijo a los agentes que hab¨ªa o¨ªdo seis disparos, de a grupos de a dos. D¨ªas despu¨¦s, expertos en bal¨ªstica le explicar¨ªan que eso se llama double tap, una t¨¦cnica que consiste en hacer dos disparos a la vez, un recurso propio de los entrenamientos de las fuerzas militares. Se ve¨ªan cinco agujeros en la camioneta, faltaba uno. En ese momento Calder¨®n alcanz¨® a pensar que el sexto disparo le pudo haber hecho algo y por la adrenalina no lo sinti¨®. Se toc¨® todo el cuerpo, se levant¨® la camisa y se subi¨® el pantal¨®n hasta las rodillas para comprobar que efectivamente no le hab¨ªan dado. Solo ten¨ªa un peque?o rasp¨®n en la pierna por la ca¨ªda al pastizal.

Mientras intentaba recuperar la tranquilidad, entr¨® un mensaje de texto en uno los dos tel¨¦fonos que ten¨ªa esa noche. Era del periodista F¨¦lix de Bedout, con quien habla cada tanto sobre las noticias y la situaci¨®n del pa¨ªs, sobre las cosas que van en curso sin importar el d¨ªa, por eso no le sorprendi¨® ver su nombre en la pantalla del tel¨¦fono. Le contest¨® un breve texto apurado y le cont¨® lo que hab¨ªa pasado: aparte de algunos miembros de la Polic¨ªa, era la primera persona que se enteraba del atentado. ?l conoc¨ªa lo que hab¨ªa publicado sobre los extravagantes privilegios de los militares condenados por diferentes delitos como secuestros, falsos positivos, extorsiones, entre otros, en la c¨¢rcel militar en Tolemaida, una de las bases m¨¢s emblem¨¢ticas del pa¨ªs, no muy lejos de la subestaci¨®n de Polic¨ªa donde se encontraba.

Justo un a?o atr¨¢s hab¨ªa publicado en Semana el informe ¡°Tolemaida Resorts¡± al que le siguieron varios art¨ªculos sobre lo mismo; y 15 d¨ªas antes de ese primero de mayo de 2013, una segunda parte llamada ¡°Tolemaida Tours¡±: militares supuestamente presos saliendo a Melgar, Ibagu¨¦, Bogot¨¢, de fiesta, de trabajo, de paseo, como si no pasara nada, como si no estuvieran pagando sus penas. La primera publicaci¨®n en 2011 llev¨® a la destituci¨®n de varios integrantes del Ej¨¦rcito; y la segunda, la de un general, tres coroneles, el cierre definitivo de esa prisi¨®n y el traslado de casi trescientos presos a otras c¨¢rceles como La Picota y Bello, donde perdieron los privilegios que tuvieron por a?os. Era obvio que los militares no lo quer¨ªan mucho por esos d¨ªas.

Cuatro diferentes ediciones de la revista 'Semana', con reportajes de Calder¨®n.Ricardo Mazalan (AP)

¡°MUCHA ATENCI?N. El periodista Ricardo Calder¨®n de Semana result¨® ileso luego de sufrir un atentado en su contra en las ¨²ltimas horas¡±, escribi¨® F¨¦lix de Bedout en su cuenta de Twitter. ¡°Yo sab¨ªa que ¨¦l estaba trabajando sobre ese tema, sobre el abuso de los detenidos. ?l me dijo que se iba a ver con una fuente y que iba a bajar hasta all¨¢. Estaba en esas cuando en alguna conversaci¨®n por mensaje de texto me cont¨® que hab¨ªa llegado a una subestaci¨®n de Polic¨ªa, que le hab¨ªan disparado. Le pregunt¨¦ que si me autorizaba a poner un trino. ?l no estaba en comunicaci¨®n con nadie en ese momento, incluso no se sab¨ªa si los que hab¨ªan disparado segu¨ªan cerca. ?l estaba reticente, pero lo logr¨¦ convencer porque as¨ª podr¨ªa generar una alerta; y as¨ª fue, escrib¨ª el trino y esto empez¨® a hacer ruido en los medios¡±, recuerda sobre el episodio De Bedout.

Ese mensaje desat¨® las llamadas de colegas y amigos, pero no era momento de contestar. Un capit¨¢n de la Polic¨ªa se ofreci¨® a manejar su carro hasta Bogot¨¢ y otros agentes se fueron en una patrulla para escoltarlos. Calder¨®n se sent¨® en el puesto del copiloto y lo primero que pens¨® fue c¨®mo contarle a Sonia, su esposa, sin que se angustiara. No quer¨ªa que le dijera una vez m¨¢s que estaba cansada de su trabajo, que odiaba a Semana, que viv¨ªa en riesgo innecesariamente, que ya era hora de parar ah¨ª, que se dedicara a otra cosa. Esa conversaci¨®n la tuvieron tantas veces que ya hab¨ªa perdido la cuenta. ?l mismo se ha hecho la pregunta de c¨®mo ser¨ªa una vida sin hacer periodismo, pero no hay respuesta. Eso s¨ª, la gastritis siempre parec¨ªa estar con Sonia, como si quisiera decirle ¡°hace a?os hasta tu cuerpo te lo reclama, ded¨ªcate a otra cosa¡±.

Marc¨® su n¨²mero y le habl¨® con voz neutra, como casi siempre lo hace, y en un tono pausado, aunque sus palabras narraban lo contrario, se limit¨® a decirle: ¡°Ya voy para la casa, pero tuve un peque?o problema. Le dispararon al carro¡±. Antes de que se alarmara, le dijo rest¨¢ndole toda la importancia que alguien quer¨ªa asustarlo, pero que no hab¨ªa sido nada grave. Ella no cre¨ªa nada. Lo conoc¨ªa de sobra. Desde que se casaron en mayo de 1999 tuvo que soportar amenazas, seguimientos, sufragios con im¨¢genes de ¨¢ngeles, arc¨¢ngeles y frases como ¡°El se?or Ricardo Calder¨®n descansa en paz¡±.

(...)

El exdirector de la Polic¨ªa ?scar Naranjo, que hac¨ªa parte del equipo negociador del gobierno en las conversaciones de paz con las Farc, estaba en La Habana ese d¨ªa. ¡°Me preocup¨¦ much¨ªsimo. Tuve la sensaci¨®n en ese momento de que Ricardo se hab¨ªa convertido en el objetivo de muchos malos y que era, digamos, el blanco perfecto y que, por lo tanto, ese atentado pod¨ªa provenir de cualquier sector aprovechando la coyuntura tan especial que se estaba dando con las investigaciones que ¨¦l adelantaba en esa unidad militar. Siempre consider¨¦ que los magnicidios y asesinatos efectivos aqu¨ª son el resultado de crear condiciones para que una persona parezca que la mat¨® alguien y el verdadero responsable esconderse. Para m¨ª, ese era el temor m¨¢s grande en ese momento. Pero cuando habl¨¦ con ¨¦l me dijo: ¡®No, ah¨ª unos tiros, no pas¨® m¨¢s¡¯¡±.

Ya en la Dij¨ªn le dijeron que a primera hora partir¨ªa una comisi¨®n de esa entidad, del Gaula y la Direcci¨®n de Inteligencia de la Polic¨ªa para buscar pruebas o pistas. Calder¨®n les pidi¨® que lo llevaran, quer¨ªa ir a investigar sobre su propio atentado. Y as¨ª fue. A la ma?ana siguiente desayun¨® temprano con Alejandro Santos [director de Semana en esa ¨¦poca] y el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinz¨®n, quien la noche anterior pidi¨® verlos para saber detalles de lo ocurrido. Los recibi¨® muy amablemente en su apartamento, en el norte de Bogot¨¢, cerca del centro comercial Unicentro, y les ofreci¨® toda su ayuda en la investigaci¨®n, sorprendido de todo lo que hab¨ªa pasado.

Justo despu¨¦s, Calder¨®n se encontr¨® con esa comisi¨®n de expertos para hacer el mismo recorrido que hizo desde Ibagu¨¦ hacia Bogot¨¢. Cada tanto los polic¨ªas se detuvieron buscando c¨¢maras en el camino o realizando entrevistas. D¨ªas m¨¢s tarde le mostraron que ese sed¨¢n gris con vidrios oscuros, al que no se le vieron las placas nunca, siempre estuvo cerca de ¨¦l: desde que almorz¨® en un Kokoriko de Ibagu¨¦ hasta que se sent¨® a esperar en una cafeter¨ªa a tomar tinto y Coca-Cola a la espera de la esposa del sargento Castellanos, miembro del Ej¨¦rcito, preso en Tolemaida, una fuente que quer¨ªa contarle m¨¢s de las irregularidades de la c¨¢rcel militar, pero que nunca lleg¨®. Debi¨® haber orinado en esa cafeter¨ªa y no en la carretera. Trat¨® de ubicar con los polic¨ªas el sitio exacto por donde cay¨®, pero no sirvi¨® de mucho. Ese pastizal donde se escondi¨® se extiende kil¨®metros enteros, es parte de un paisaje permanente. Caminaron por la berma en busca de los casquillos de bala, pero no hab¨ªa nada.

Lo que encontraron y lo que concluyeron semanas m¨¢s tarde qued¨® registrado as¨ª, textualmente, en el informe de la Fiscal¨ªa:

Con los correspondientes consentimientos de la v¨ªctima y autorizaci¨®n de jueces de garant¨ªas, peritos en inform¨¢tica forense del centro cibern¨¦tico de la DIJ?N establecieron que por lo menos dos de los accesos a las cuentas de correo electr¨®nico de Ricardo Calder¨®n Villegas fueron interceptados de manera ilegal d¨ªas antes de la publicaci¨®n y del atentado, cuando ya la c¨²pula militar ten¨ªa conocimiento de las l¨ªneas de investigaci¨®n del periodista y de su intenci¨®n de publicarlas. Sin embargo, aun cuando en principio se se?al¨® que estos accesos se hab¨ªan generado desde la Central de Inteligencia Militar ¨C CIME, ubicada al norte de Bogot¨¢, posteriormente los investigadores informaron que las direcciones IP desde donde se accedi¨® al correo del periodista aparec¨ªan reportadas en el exterior, por lo que es posible que hayan sido ¡°enmascaradas¡± para evitar su detecci¨®n¡­ Se hicieron varios recorridos sobre la misma ruta que hizo el periodista el d¨ªa del atentado y se detectaron todas las celdas de comunicaci¨®n de los cinco operadores de telefon¨ªa celular, los filtros, links y las b¨²squedas selectivas en bases de datos, han permitido establecer hasta el momento que en el mismo recorrido y a las mismas horas en que Ricardo Calder¨®n Villegas pas¨® por determinados puntos, tambi¨¦n lo hizo el usuario del celular n¨²mero 31034923XX, n¨²mero que a su vez hizo 36 comunicaciones que llevan a la celda denominada Danubio, que para el operador Claro cubre el sector donde queda ubicada la C¨¢rcel La Picota. Otras b¨²squedas permitieron conocer que este tel¨¦fono registra enlaces con el 32127531XX que ha sido uno de los utilizados por el Cr ? Luis Fernando Borja Aristiz¨¢bal actualmente preso en la c¨¢rcel Picota y quien tiene ya varias condenas por delitos relacionados con ejecuciones extrajudiciales. Este sujeto fue uno de los que resultaron trasladados del Centro de Reclusi¨®n Militar de Tolemaida, a ra¨ªz de la publicaci¨®n hace dos a?os del art¨ªculo titulado ¡°Tolemaida Resorts¡±¡­ Algunas fuentes mencionan la posible participaci¨®n del detenido My ? Juan Carlos Rodr¨ªguez a. ¡°Zeus¡± y del Cr ? Bayron Carvajal. El primero de ellos tambi¨¦n tiene condenas por delitos relacionados con ejecuciones extrajudiciales y el segundo por los hechos conocidos como la masacre de Jamund¨ª. Ambos comparten patio con Borja Aristiz¨¢bal y en reclusi¨®n son usuarios irregulares de tel¨¦fonos celulares y redes de internet.

Daniel Coronell dice que ¡°Ricardo ha antepuesto su tranquilidad personal, su tranquilidad familiar, su salud, a la misi¨®n de seguir investigando, que es algo muy admirable. Por muchas cosas menores, hay gente que ha decidido decir ¡®ya estuvo bien¡¯. Yo le ped¨ª al director de Semana en ese momento que me permitiera proponerle a Ricardo que viniera a Estados Unidos a pasar un tiempo, trabajando o no trabajando, como ¨¦l quisiera, que estuviera un tiempo en Univisi¨®n, m¨¢s con el prop¨®sito de apartarlo de eso y darle unos meses de tranquilidad, nadie pretend¨ªa que se quedara para siempre, pero s¨ª unos meses de distancia; que se enfriara la situaci¨®n. Alejandro me dijo que estaba de acuerdo. Pero despu¨¦s de ese acuerdo fui a propon¨¦rselo a Ricardo y me dijo ¡®no, te agradezco mucho, s¨¦ que lo haces pensando en m¨ª, pero yo no puedo dejar la investigaci¨®n a mitad de camino¡¯. Yo le dec¨ªa, ¡®pero es que te pueden matar¡¯, y ¨¦l respond¨ªa ¡®yo me cuido¡¯, como si fuera una an¨¦cdota, como si estuviera hablando de otra persona. Y se qued¨® enfrentando la terrible incertidumbre¡±.

En la madrugada del atentado, Calder¨®n lleg¨® a su apartamento en una patrulla de la Polic¨ªa y escoltado. La camioneta baleada se qued¨® en la Dij¨ªn. Aunque se neg¨®, lo obligaron a tener escoltas un buen tiempo. Sonia estaba con el pap¨¢ de Ricardo, ¨¦l ya sab¨ªa lo ocurrido y decidi¨® ir a acompa?arlo. Entr¨®, los salud¨®, y no le dio importancia a nada para no preocuparlos m¨¢s. Hablaron del carro y de que tocar¨ªa llevarlo al taller apenas pasara todo. Sonia lo mir¨® agradeciendo que estuviera bien, pero tambi¨¦n angustiada porque sab¨ªa que eso no terminar¨ªa ah¨ª. Calder¨®n mir¨® por la ventana y sobre la carrera 11 con calle 97, donde viv¨ªa, permanec¨ªan las patrullas. Le dijo a su pap¨¢ que se quedara esa noche con ellos. Sinti¨® que el miedo se hab¨ªa ido para dar paso a una infinita rabia, le dieron ganas de soltar un grito de ira y golpear la pared hasta tumbarla. Lo pens¨®, pero no lo hizo. Nunca ha sido muy bueno para expresar sentimientos. Ni siquiera en ese momento en que vio a Sonia y a su pap¨¢ tan vulnerables. Se meti¨® al ba?o. Pens¨® que una buena ducha lo ayudar¨ªa a enfriar la mente. Era justo lo que necesitaba para seguir adelante.

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