Los j¨®venes retan a Macron: ¡°Sentimos que hay urgencia en arreglar las cosas, que no hay tiempo de negociar¡±
Los estudiantes, los ¨²ltimos que se han sumado a la protesta contra el retraso en la edad de jubilaci¨®n, explican qu¨¦ les mueve a salir a la calle
Sacha Coatantiec (el apellido es de origen bret¨®n) porta la bandera morada de su sindicato estudiantil, Acci¨®n Pirata. Tiene 21 a?os, melena rizada y va vestido con camiseta negra y chupa de cuero. Estudia Geograf¨ªa en la universidad y se coloca, junto a varios compa?eros, en cabeza de la manifestaci¨®n de su ciudad, Nantes. ?l es el l¨ªder y fundador del sindicato, que agrupa a 80 estudiantes. Los j¨®venes se han sumado tarde a ...
Sacha Coatantiec (el apellido es de origen bret¨®n) porta la bandera morada de su sindicato estudiantil, Acci¨®n Pirata. Tiene 21 a?os, melena rizada y va vestido con camiseta negra y chupa de cuero. Estudia Geograf¨ªa en la universidad y se coloca, junto a varios compa?eros, en cabeza de la manifestaci¨®n de su ciudad, Nantes. ?l es el l¨ªder y fundador del sindicato, que agrupa a 80 estudiantes. Los j¨®venes se han sumado tarde a estas jornadas de protesta (la de este martes 28 ha sido la d¨¦cima) contra el decreto de Emmanuel Macron que eleva la edad de jubilaci¨®n, pero ya no hay quien los apee.
Al lado de Sacha se encuentra Dragan Auverty, estudiante de Periodismo. Va con una c¨¢mara para hacer fotos y con un casco por si la cosa con la polic¨ªa se pone fea (que m¨¢s tarde se pondr¨¢). Se limpia las gafas. Comprueba que lleva l¨ªquido para echarse en los ojos contra el escozor de los gases lacrim¨®genos. Habla de la falta de democracia de Macron por haber aprobado la ley de la jubilaci¨®n por decreto, de que cada vez conf¨ªa menos en las instituciones, de la incertidumbre ante un futuro negro. Luego, se queda pensando y a?ade: ¡°?Sabe?, lo que sentimos los j¨®venes es que todo se acelera, que las crisis se aceleran. Yo he vivido ya muchas. Demasiadas: la de 2008, la pandemia, la guerra, la inflaci¨®n, la crisis general del planeta. Hay un sentimiento entre nosotros de urgencia, de que hay que arreglar las cosas r¨¢pidamente, de que no hay tiempo para negociar¡±.
La manifestaci¨®n arranca. Son las 12.00. Seg¨²n los sindicatos, hay 60.000 personas. Seg¨²n las autoridades, no llegan a 18.000. Menos, en todo caso, que los 40.000 que marcharon hace cinco d¨ªas, el jueves 23. Llegan noticias de que en Par¨ªs tambi¨¦n ha menguado la afluencia con respecto a la semana pasada.
Al pasar por la sede de la prefectura, varios j¨®venes encapuchados, vestidos de negro, los denominados black blocks, de extrema izquierda, se reagrupan, se protegen unos a otros con paraguas, conformando una gigantesca tortuga. Ocultos, pintan las paredes de la prefectura: ¡°Sainte-Soline: el d¨ªa de la venganza ha llegado¡±. La pintada hace referencia al enfrentamiento violent¨ªsimo entre polic¨ªas y ecologistas que se desarroll¨® el s¨¢bado en los alrededores del pueblo de Sainte-Soline. Hubo heridos graves por ambas partes. Uno de los ecologistas a¨²n se debate entre la vida y muerte. Una muestra m¨¢s de la deriva destructiva en la que se ve inmersa Francia.
Sacha habla de precariedad juvenil, del paro, de lo que le espera cuando acabe la carrera. Despu¨¦s, canta con los dem¨¢s un eslogan que hace menci¨®n a la uni¨®n entre estudiantes y obreros para fortalecer la protesta. Luego, se incorpora al c¨¢ntico global contra Macron. El presidente de la Rep¨²blica concita todos los odios de esta marcha, todos los reproches, todas las culpas. Hay caricaturas, insultos, consignas y decenas de pancartas alusivas a ¨¦l. Una de ellas dice, sencillamente: ¡°Manu, chau¡±. Hay una vieja frase de V¨ªctor Hugo que se ha hecho c¨¦lebre de repente y que se lleva ahora en muchas pancartas y se reproduce a toda velocidad en las redes sociales. Dice as¨ª: ¡°Ayer, erais una muchedumbre. Hoy, sois un pueblo¡±. Alude a un comentario de Macron, que afirm¨® hace d¨ªas que ¡°la muchedumbre no ten¨ªa derecho a tomar la calle¡±.
Hay familias, pero se ven pocos ni?os porque todos saben que esto va a estallar en un momento u otro. Hay millares de sindicalistas, con el chaleco naranja y rojo de la CGT. Y tambi¨¦n se cuentan por miles los estudiantes, muchos vestidos con las batas azules de los m¨¦dicos o las enfermeras. Por los laterales se deslizan los black blocks, de negro, con sus paraguas y sus mascarillas, se escurren por callejuelas que discurren paralelas a la avenida principal por la que camina el grueso de la marcha. Uno de ellos va recogiendo piedras por el camino. Se las guarda en los bolsillos de la sudadera negra. Otro vuelca contenedores y los coloca a modo de barricadas. Otro se ha subido a un poste y, en medio de una ovaci¨®n estruendosa, derriba a golpes una c¨¢mara que grababa la manifestaci¨®n.
Tituan Guihd, de 21 a?os, estudiante de Historia, tambi¨¦n del sindicato estudiantil Acci¨®n Pirata, los defiende: ¡°No rompen las cosas por romper. Solo van por s¨ªmbolos capitalistas, como una oficina bancaria o los anuncios publicitarios. Tienen una ideolog¨ªa detr¨¢s. No son b¨¢rbaros simplemente. Y si se quema un contenedor, bueno, pues tampoco pasa nada. Es peor la violencia que viene del otro lado, la de la polic¨ªa, que alimenta la otra¡±.
Los antidisturbios se alinean a ambos lados. Cada vez son m¨¢s numerosos. Van con cascos oscuros, porras, protecciones en el cuerpo azules y escudos de pl¨¢stico transparente. Se van reuniendo por pelotones, avanzan a la carrera.
Al lado de una camioneta con un sistema de megafon¨ªa, un joven explica a gritos que los derechos nunca se ganaron mediante la ley. ¡°Desde la Revoluci¨®n Francesa al voto de las mujeres, todo se conquist¨® en la calle, es aqu¨ª donde se ganan esas batallas¡±. Sacha aplaude. Titouan, tambi¨¦n. Al lado, dos black blocks empujan un contenedor vac¨ªo lleno de cascos de botellas y lo llevan a una esquina.
A las 14.00, la calle se ha convertido en un campo de batalla. Al fondo, los manifestantes m¨¢s violentos desaf¨ªan a los polic¨ªas lanz¨¢ndoles piedras, botellas vac¨ªas o peque?os cohetes. Los antidisturbios contestan a porrazos, con bombas lacrim¨®genas. Por la acera pasan seis manifestantes cargando a un herido que tiene la cabeza vendada, la cara llena de sangre y la mirada perdida. Todo se vuelve del color blanquecino y aparece un olor ¨¢cido del humo de las bombas lacrim¨®genas.
Muchos manifestantes se refugian en bares, en tiendas o en portales desde donde, enmudecidos, observan la guerra, grabando todo con el tel¨¦fono m¨®vil. Uno de ellos, a la pregunta de por qu¨¦ toda manifestaci¨®n en Francia termina en desastre, responde, con una sonrisa: ¡°Est¨¢ dentro de nuestra cultura, como la baguette¡±.
Hay m¨¢s j¨®venes que rodean al grupo de Sacha, situado lejos de los enfrentamientos, un poco a retaguardia. Ad¨¨le Gratadon, estudiante de Literatura, sabe perfectamente por qu¨¦ est¨¢ ah¨ª: ¡°Lucho porque el Gobierno desprecia a la gente que se manifiesta, porque no escucha. Y tambi¨¦n porque, aunque mi jubilaci¨®n est¨¦ lejos, hay que pelear por la de los dem¨¢s, por la de las generaciones mayores. No se trata de mi jubilaci¨®n, ni de la de nadie. Se trata de la sociedad en general, de todo¡±.
Por la tarde, la ciudad se ha convertido en una locura de guerra de guerrillas. Decenas de j¨®venes encapuchados llegan a una esquina, apilan en medio de la calzada la basura acumulada en tantos d¨ªas de huelga, a?aden carritos que encuentran en un supermercado cercano y pal¨¦s hallados no se sabe d¨®nde y prenden fuego a la monta?a de desperdicios y de acero que arde como una pira alcanzando casi un piso de altura.
Mientras, al fondo, al lado de una de la hoguera, pasa Sacha y su panda de amigos (ninguno con la cara tapada, ninguno con piedras ni c¨®cteles molotov), llevando lo m¨¢s alto que pueden la banderita morada de Acci¨®n Pirata.
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