El desmantelamiento de la democracia india
La India, a efectos pr¨¢cticos, se ha convertido en un Estado hind¨² teocr¨¢tico y corporativo, un Estado muy vigilado, un Estado temible
Agradezco a la Academia Sueca que me haya invitado a hablar en esta conferencia y por brindarme el privilegio de poder escuchar a los dem¨¢s oradores. Se plane¨® hace m¨¢s de dos a?os, antes de que la pandemia de coronavirus desencadenara todo el horror que nos ten¨ªa guardado y antes de la invasi¨®n de Ucrania por parte de Rusia.
Pero esos dos cataclismos no han hecho m¨¢s que intensificar el dilema que nos ha reunido aqu¨ª y que requiere nuestra reflexi¨®n: el fen¨®meno de las democracias que se transmutan en algo irreconocible, pero con resonancias inquietantes por lo reconocibles que resulta...
Agradezco a la Academia Sueca que me haya invitado a hablar en esta conferencia y por brindarme el privilegio de poder escuchar a los dem¨¢s oradores. Se plane¨® hace m¨¢s de dos a?os, antes de que la pandemia de coronavirus desencadenara todo el horror que nos ten¨ªa guardado y antes de la invasi¨®n de Ucrania por parte de Rusia.
Pero esos dos cataclismos no han hecho m¨¢s que intensificar el dilema que nos ha reunido aqu¨ª y que requiere nuestra reflexi¨®n: el fen¨®meno de las democracias que se transmutan en algo irreconocible, pero con resonancias inquietantes por lo reconocibles que resultan. Y la creciente vigilancia sobre lo que decimos de maneras que son muy antiguas, pero tambi¨¦n muy nuevas, hasta el punto de que el aire mismo se ha convertido en una especie de m¨¢quina punitiva a la caza de herej¨ªas. Parece que nos aproximamos r¨¢pidamente a lo que da la impresi¨®n de ser un punto muerto intelectual.
Cambiar¨¦ la secuencia sugerida por el t¨ªtulo de esta charla y empezar¨¦ por el fen¨®meno del fracaso de la democracia.
La ¨²ltima vez que visit¨¦ Suecia fue en 2017, con motivo de la Feria del Libro de Gotemburgo. Varios activistas me pidieron que boicotease la feria porque, en nombre de la libertad de expresi¨®n, se hab¨ªa permitido al peri¨®dico de extrema derecha Nye Tider montar su caseta. En ese momento expliqu¨¦ que ser¨ªa absurdo que lo hiciera porque Narendra Modi, primer ministro de mi pa¨ªs, que era (y es) bien recibido en todo el mundo, es miembro de toda la vida del RSS, una organizaci¨®n supremacista hind¨² fundada en 1925, y constituida a imagen de los Camisas Negras, la rama paramilitar formada por voluntarios del Partido Fascista Nacional de Mussolini.
En Gotemburgo observ¨¦ la marcha del Movimiento de Resistencia N¨®rdica, la primera manifestaci¨®n nazi en Europa desde la II Guerra Mundial. J¨®venes antifascistas se opusieron a ellos en las calles.
Pero hoy hay un partido de la extrema derecha que, aun no siendo abiertamente nazi, forma parte de la coalici¨®n que gobierna Suecia. Y Narendra Modi ejerce por noveno a?o como primer ministro de la India.
Cuando hable del fracaso de la democracia, hablar¨¦ principalmente de la India, no por ser conocida como la mayor democracia del mundo, sino porque es el lugar que amo, el lugar que conozco y en el que vivo, el lugar que me parte el coraz¨®n cada d¨ªa. Y tambi¨¦n me lo sana.
Recuerden que mis palabras no son un grito de socorro, porque en la India sabemos muy bien que nadie vendr¨¢ a socorrernos. No puede venir ninguna ayuda. Hablo para contarles cosas de un pa¨ªs que, a pesar de sus fallos, estuvo anta?o repleto de posibilidades singulares, un pa¨ªs que brindaba un entendimiento radicalmente diferente del significado de la felicidad, la plenitud, la tolerancia, la diversidad y la sostenibilidad al que tienen en Occidente. Todo eso se est¨¢ extinguiendo, se va apagando espiritualmente.
La democracia india est¨¢ siendo desmontada sistem¨¢ticamente. Solo quedan los rituales. El a?o que viene sin duda oir¨¢n muchas cosas sobre nuestras elecciones, tan ruidosas y coloristas. Lo que no ser¨¢ tan evidente es que la igualdad de condiciones ¨Dalgo fundamental para unas elecciones justas¨D es de hecho una escarpada pared rocosa en la que la pr¨¢ctica totalidad del dinero, los datos, los medios de comunicaci¨®n, la gesti¨®n de las elecciones y el aparato de seguridad est¨¢n en manos del partido gobernante. El Instituto V-Dem de Suecia, con sus datos detallados y exhaustivos para medir la salud de las democracias, ha calificado a la India como una ¡°autocracia electoral¡±, junto a El Salvador, Turqu¨ªa y Hungr¨ªa, y predice que las cosas probablemente empeorar¨¢n. Estamos hablando de 1.400 millones de personas que abandonar¨¢n la democracia para caer en la autocracia. O algo peor.
El proceso de desmantelamiento de la democracia comenz¨® mucho antes del acceso al poder de Modi y el RSS. Hace 15 a?os escrib¨ª un ensayo titulado La endeble luz de la democracia. En esa ¨¦poca estaba en el poder el Partido del Congreso, un partido de viejas ¨¦lites feudales y tecn¨®cratas que acababan de abrazar con entusiasmo el libre mercado. Leer¨¦ un breve pasaje de ese ensayo, no para demostrar que yo ten¨ªa raz¨®n, sino para mostrarles cu¨¢ntas cosas han cambiado desde entonces.
¡°Mientras seguimos discutiendo sobre si hay vida despu¨¦s de la muerte, ?qu¨¦ tal si a?adimos otra pregunta? ?Hay vida despu¨¦s de la democracia? ?Qu¨¦ clase de vida ser¨¢? As¨ª pues, lo que realmente nos estamos preguntando aqu¨ª es: ?Qu¨¦ le hemos hecho a la democracia? ?En qu¨¦ la hemos convertido? ?Qu¨¦ ocurre una vez que se ha gastado la democracia? ?Qu¨¦ pasa cuando ha quedado hueca y vaciada de significado? ?Qu¨¦ ocurre cuando cada una de sus instituciones ha hecho met¨¢stasis y formado algo peligroso? ?Qu¨¦ ocurre ahora que la democracia y el libre mercado se han fusionado en un ¨²nico organismo depredador con una imaginaci¨®n estrecha y limitada que gira casi exclusivamente en torno a la idea de maximizar el beneficio? ?Es posible invertir este proceso? ?Puede algo que ha mutado regresar a lo que sol¨ªa ser?¡±.
Esto fue en 2009. Cinco a?os despu¨¦s, en 2014, Modi fue elegido primer ministro de la India. En los nueve a?os transcurridos desde entonces, la India ha cambiado hasta el punto de ser irreconocible. La ¡°rep¨²blica secular, socialista¡± consagrada en la Constituci¨®n india pr¨¢cticamente ha dejado de existir. Las grandes luchas por la justicia social y los obstinados y visionarios movimientos ecologistas han sido aplastados. Ahora raras veces se habla de los r¨ªos moribundos, del descenso de las capas fre¨¢ticas, de la desaparici¨®n de los bosques o de los glaciares que se derriten. Esas preocupaciones han sido sustituidas por un pavor m¨¢s inmediato. O euforia, dependiendo de a qu¨¦ lado de la l¨ªnea ideol¨®gica se sit¨²e cada uno.
La India, a efectos pr¨¢cticos, se ha convertido en un Estado hind¨² teocr¨¢tico y corporativo, un Estado muy vigilado, un Estado temible. Las instituciones debilitadas por el r¨¦gimen anterior, en particular los medios de comunicaci¨®n convencionales, destilan el fervor del supremacismo hind¨². Simult¨¢neamente, el libre mercado se ha dedicado a hacer las cosas que hace el libre mercado. Muy brevemente, seg¨²n el informe de 2023 de Oxfam, el 1% de la poblaci¨®n con m¨¢s ingresos de la India posee m¨¢s del 40% de la riqueza total, mientras que el 50% de la poblaci¨®n con menos ingresos (700 millones de personas) posee en torno al 3% de la riqueza total. Somos un pa¨ªs muy rico de gente muy pobre.
Pero la rabia y el resentimiento que esta desigualdad genera, en vez de dirigirse hacia aquellos que podr¨ªan ser responsables de algunas de estas cosas, se han cosechado para dirigirlas contra las minor¨ªas de la India. Los 170 millones de musulmanes que suponen el 14% de la poblaci¨®n, est¨¢n en primera l¨ªnea. No obstante, el pensamiento mayoritario traspasa las barreras de clase y casta y tiene much¨ªsimos votantes tambi¨¦n en la di¨¢spora.
En enero de este a?o, la BBC emiti¨® un documental en dos partes titulado India: La cuesti¨®n de Modi. Recorr¨ªa la trayectoria pol¨ªtica del mandatario desde su debut en 2001 como ministro principal del Estado de Gujarat hasta sus a?os como primer ministro de la India. El filme difund¨ªa p¨²blicamente por primera vez un informe interno encargado por el Ministerio de Asuntos Exteriores brit¨¢nico en abril de 2002 sobre el pogromo antimusulm¨¢n que tuvo lugar en Gujarat durante el mandato de Modi en febrero y marzo de 2002, justo antes de las elecciones a la Asamblea estatal.
El informe de investigaci¨®n, embargado durante todos estos a?os, no hace sino corroborar lo que activistas, periodistas, abogados, dos altos cargos de la polic¨ªa y testigos oculares indios llevan a?os diciendo sobre las violaciones y matanzas masivas. En el informe se calcula que ¡°al menos 2.000¡å personas fueron asesinadas. Califica la masacre de pogromo planificado con antelaci¨®n que ten¨ªa ¡°todas las caracter¨ªsticas de una limpieza ¨¦tnica¡±. Y se afirma que fuentes fiables les informaron de que cuando comenzaron los asesinatos, se orden¨® a la polic¨ªa que no interviniera. El informe culpa directamente a Modi del pogromo.
La cinta ha sido prohibida en la India. Twitter y Youtube recibieron la orden de suprimir todos los enlaces a la misma. Obedecieron inmediatamente. El 21 de febrero, las oficinas de la BBC en Delhi y Bombai fueron rodeadas por la polic¨ªa e intervenidas por inspectores fiscales. Como tambi¨¦n lo fueron las oficinas de Oxfam. Y las de Amnist¨ªa Internacional. Y los domicilios y las oficinas de muchos pol¨ªticos importantes de la oposici¨®n. Y pr¨¢cticamente todas las ONG que no est¨¢n en sinton¨ªa total con el Gobierno. Mientras que Modi ha quedado legalmente absuelto por el Tribunal Supremo en relaci¨®n con el pogromo de 2002, los activistas y agentes de polic¨ªa que se atrevieron a acusarle de complicidad, sobre la base de innumerables pruebas y declaraciones de testigos, est¨¢n en prisi¨®n o se enfrentan a procesos penales.
Por otro lado, muchos de los asesinos convictos est¨¢n en libertad bajo fianza o disfrutan de la condicional. El pasado agosto, en el 75? aniversario de la independencia de la India, 11 presos salieron de la c¨¢rcel. Hab¨ªan sido condenados a cadena perpetua por la violaci¨®n colectiva de una mujer musulmana de 19 a?os, Bilkis Bano, durante el pogromo de 2002, y por el asesinato de 14 miembros de su familia, entre ellos su sobrina de un d¨ªa y su hija de tres a?os, Saleha, a la que partieron la cabeza contra una roca. Se les concedi¨® una amnist¨ªa especial. Fuera de la prisi¨®n, a los asesinos violadores se les vitore¨® como a h¨¦roes y les arrojaron flores. Una vez m¨¢s, hab¨ªa elecciones estatales a la vuelta de la esquina. La amnist¨ªa especial formaba parte de nuestro proceso democr¨¢tico.
El profesor Timothy Snyder preguntaba antes: ¡°?Qu¨¦ es la libertad de expresi¨®n?¡±. No permitan que nada de lo que acabo de contar les lleve a la conclusi¨®n de que no hay libertad de expresi¨®n en la India. Hay libertad de expresi¨®n y de acci¨®n. De sobra.
Los presentadores de las principales cadenas de televisi¨®n son libres para mentir sobre las minor¨ªas, demonizarlas y deshumanizarlas de maneras que propician que sufran da?os f¨ªsicos o sean encarcelados. Los santones hind¨²es y las turbas provistas de espadas pueden instar al genocidio y a la violaci¨®n masiva de musulmanes. Los dalit y los musulmanes pueden ser sometidos a palizas y linchamientos p¨²blicos a plena luz del d¨ªa y los v¨ªdeos se pueden subir a Youtube. Hay libertad para atacar iglesias y para apalear y humillar a sacerdotes y monjas.
En Cachemira, la ¨²nica regi¨®n de la India de mayor¨ªa musulmana, donde el pueblo lleva casi tres d¨¦cadas luchando por la autodeterminaci¨®n, donde la India mantiene la administraci¨®n militar m¨¢s densa del mundo, y donde no se permite la entrada a ning¨²n periodista extranjero, el Gobierno se ha permitido silenciar libremente casi toda expresi¨®n ¨Dya sea online o de otras formas¨D y encarcelar libremente a periodistas locales.
En ese hermoso valle cubierto de cementerios, el valle del que no salen noticias, la gente dice: ¡°En Cachemira los muertos est¨¢n vivos, y los vivos no son m¨¢s que muertos que fingen¡±. A menudo se refieren a la democracia india como ¡°endemoniada¡±.
En 2019, semanas despu¨¦s de que Modi y su partido ganasen un segundo mandato, el Estado de Jammu y Cachemira fue unilateralmente despojado de su condici¨®n de Estado y del estatuto de semiautonom¨ªa que le otorgaba la Constituci¨®n india. Poco tiempo despu¨¦s, el Parlamento promulg¨® la Ley de Enmienda de Ciudadan¨ªa. Esta nueva ley discrimina manifiestamente a los musulmanes. Con esta ley, las personas, sobre todo los musulmanes, temen ahora que les despojen de la ciudadan¨ªa.
La Ley de Enmienda de Ciudadan¨ªa complementar¨¢ el proceso de creaci¨®n de un Registro Nacional de Ciudadanos. Para la inclusi¨®n en este registro, se espera que las personas presenten un conjunto de ¡°documentos de legado¡± aprobados por el Estado, un procedimiento no muy diferente a lo que las leyes de N¨²remberg de la Alemania nazi exig¨ªan a los alemanes. Dos millones de personas del Estado de Assam han sido suprimidos del Registro Nacional de Ciudadanos y se exponen a perder todos sus derechos. Se est¨¢n construyendo enormes centros de internamiento, donde el grueso del trabajo duro muchas veces lo realizan los futuros internos, aquellos que han sido calificados como ¡°extranjeros declarados¡± o ¡°votantes dudosos¡±.
Nuestra nueva India es una India de disfraces y espect¨¢culo. Imag¨ªnense un estadio de cricket en Ahmedabad, en Gujarat. Es el Estadio Narendra Modi y tiene un aforo de 132.000 personas. En enero de 2020 se llen¨® totalmente con motivo del mitin Namastey Trump, en el que Modi felicit¨® al entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump. De pie y saludando a la concurrencia, en la ciudad en la que durante el pogromo de 2002 se hab¨ªa asesinado a musulmanes a plena luz del d¨ªa y donde decenas de miles tuvieron que huir de sus casas, y donde los musulmanes siguen viviendo en guetos, Trump alab¨® a la India por ser tolerante y diversa. Modi pidi¨® una ovaci¨®n.
Un d¨ªa despu¨¦s, Trump acudi¨® a Delhi. Su llegada a la capital coincidi¨® con otra masacre. Poca cosa en esta ocasi¨®n, una mini masacre seg¨²n la escala de Gujarat. Ocurri¨® en un barrio de clase trabajadora a pocos kil¨®metros del lujoso hotel de Trump y no lejos de donde vivo yo. Hind¨²es erigidos en vigilantes una vez m¨¢s se ensa?aron con los musulmanes. Una vez m¨¢s, la polic¨ªa les dej¨® hacer. La excusa fue que en la zona se hab¨ªan producido protestas contra la Ley de Enmienda de Ciudadan¨ªa por antimusulmana. Mataron a 53 personas, la mayor¨ªa musulmanes. Incendiaron cientos de negocios, hogares y mezquitas. Trump no abri¨® la boca.
A algunas personas se nos ha quedado grabado otra clase diferente de espect¨¢culo que se produjo en aquellos d¨ªas tan terribles: un joven musulm¨¢n yace malherido, m¨¢s muerto que vivo, en una calle de la capital de la India. Est¨¢ recibiendo una paliza y golpes y unos polic¨ªas lo obligan a cantar el himno nacional indio. Muri¨® al cabo de pocos d¨ªas. Se llamaba Faizan. Ten¨ªa 23 a?os. No se han tomado acciones legales contra esos polic¨ªas.
Nada de esto deber¨ªa tener importancia para los rectores del mundo democr¨¢tico. De hecho, nada de esto tiene importancia. Porque, a fin de cuentas, hay asuntos de los que encargarse. Porque la India ahora mismo es el baluarte de Occidente contra una China en ascenso (o eso espera), y porque en el libre mercado podemos soslayar unas pocas violaciones colectivas y linchamientos o una manchita de limpieza ¨¦tnica o una grave corrupci¨®n financiera a cambio de un suculento pedido de cazas o de aviones comerciales. O crudo comprado a Rusia, refinado, despojado ya del estigma de las sanciones estadounidenses y vendido a Europa o, por qu¨¦ no, seg¨²n nos informan nuestros peri¨®dicos, tambi¨¦n a Estados Unidos. Todos contentos. ?Y por qu¨¦ no habr¨ªamos de estarlo?
Para los ucranios, Ucrania es su pa¨ªs. Para Rusia, se trata de una colonia, y para Europa Occidental y Estados Unidos, es una frontera. (Como lo era Vietnam. Como lo era Afganist¨¢n). Pero para Modi es meramente otro escenario en el que actuar. Esta vez su papel es el de estadista-pacificador que pronuncia homil¨ªas del tipo: ¡°Ahora no es momento para la guerra¡±.
Dentro de lo que tiene cada vez m¨¢s trazas de culto, se halla una jurisdicci¨®n sofisticada. Pero no hay igualdad ante la ley. Las leyes se aplican selectivamente dependiendo de la casta, la religi¨®n, el g¨¦nero y la clase. Por ejemplo, un musulm¨¢n no puede decir las cosas que puede decir un hind¨². Un cachemir no puede decir lo que todos los dem¨¢s pueden decir. Esto hace que la solidaridad, levantar la voz por los dem¨¢s, sea m¨¢s importante que nunca. Pero eso tambi¨¦n se ha convertido en una actividad de riesgo, y eso es lo que quiero decir con el t¨ªtulo de mi conferencia: nos aproximamos a un punto muerto.
Por desgracia, justo en un momento as¨ª, la lista de cosas que no pueden decirse y de palabras que no deben pronunciarse crece por momentos. Hubo un tiempo en que los gobiernos y los principales medios de comunicaci¨®n controlaban el relato. En Occidente ser¨ªan casi siempre los blancos. En la India, son los brahmanes. Y luego, claro, est¨¢n los de las fatwas, para quienes censura y asesinato significan lo mismo.
Pero hoy la censura se ha convertido en una batalla de todos contra todos. El arte de hacerse el ofendido se ha erigido en una industria global. La cuesti¨®n es c¨®mo atajar esta m¨¢quina cazadora de herej¨ªas, con cabeza de hidra, con m¨²ltiples extremidades, ojo avizor, siempre despierta, siempre vigilante. ?Es siquiera posible, o es una marea que debe retirarse antes de que podamos hablar de esta cuesti¨®n?
En la India, al igual que en otros pa¨ªses, convertir la identidad en un arma como forma de resistencia se ha erigido en la respuesta dominante al recurso de convertir la identidad en un arma de opresi¨®n. Quienes hist¨®ricamente hemos sido oprimidos, esclavizados, colonizados, estereotipados, borrados, ignorados e invisibles precisamente a causa de nuestras identidades ¡ªnuestra raza, casta, etnia, g¨¦nero u orientaci¨®n sexual¡ª ahora nos aferramos a esas mismas identidades para enfrentarnos a esa opresi¨®n.
Se trata de un momento hist¨®rico poderoso y explosivo en el que, gracias a las redes sociales, la ira salvaje e incandescente est¨¢ echando abajo viejas ideas, viejas pautas de comportamiento, suposiciones autorizadas que nunca se han cuestionado, palabras capciosas y un lenguaje codificado con prejuicios e intolerancia. Su intensidad y brusquedad han conmocionado a un mundo complaciente oblig¨¢ndolo a repensar, reimaginar e intentar encontrar una manera mejor de hacer y decir las cosas. Parad¨®jicamente, casi incre¨ªblemente, este fen¨®meno, este ajuste, parece avanzar al paso de nuestra ca¨ªda en el fascismo.
La explosi¨®n tiene aspectos profundos y revolucionarios, as¨ª como otros absurdos y destructivos. Es f¨¢cil abalanzarse sobre los m¨¢s extremos y utilizarlos para tapar y desestimar el debate en su totalidad. (Por ejemplo, ?deber¨ªamos llamar ahora a las mujeres ¡°personas que menstr¨²an¡±? Una profesora de Arte de Estados Unidos que ense?a la rica diversidad del islam, ?tendr¨ªa que ser despedida sin contemplaciones por mostrar a sus alumnos un cuadro del siglo XIV en el que apareciera el profeta Mahoma tras anunciar que iba a hacerlo y excusar de la clase a todos los estudiantes que pudieran sentirse ofendidos o molestos por ello? ?Deber¨ªa existir una jerarqu¨ªa establecida e inmutable del sufrimiento hist¨®rico que todo el mundo tuviera que aceptar?).
Este es el combustible que utiliza la extrema derecha para consolidarse. Pero rendirse a ¨¦l temerosa e incondicionalmente, como hacen muchos que se consideran liberales y de izquierdas, es tambi¨¦n faltar al respeto a esta transformaci¨®n. Porque la pol¨ªtica de la identidad suele contener un eje importante, una bisagra que cuando gira sobre s¨ª misma empieza a reforzar, as¨ª como a reproducir, todo aquello a lo que desea resistirse. Eso ocurre cuando la identidad se disgrega y se atomiza en microcategor¨ªas.
Incluso estas microidentidades desarrollan entonces una jerarqu¨ªa de poder y una micro¨¦lite, normalmente localizada en las grandes ciudades y en las grandes universidades, con capital en las redes sociales, que inevitablemente reproduce el mismo tipo de exclusi¨®n, borrado y jerarqu¨ªa que se combat¨ªa en origen.
Si nos encerramos en las celdas de las etiquetas e identidades que nos han sido dadas por quienes siempre han tenido poder sobre nosotros, en el mejor de los casos podremos escenificar una revuelta carcelaria. No una revoluci¨®n. Y los carceleros no tardar¨¢n en aparecer para restablecer el orden. De hecho, ya est¨¢n en camino. Cuando aceptamos una cultura de proscripci¨®n y censura, al final siempre es la derecha, y por lo general el statu quo, el que saca beneficios desproporcionados.
Recluirnos en comunidades, en grupos religiosos y de casta, en etnias y g¨¦neros, reducir y uniformizar nuestras identidades y embutirlas en dep¨®sitos impide la solidaridad. Contradictoriamente, este era y es el objetivo ¨²ltimo del sistema de castas hind¨² en la India: dividir a un pueblo en una jerarqu¨ªa de compartimentos impenetrables, y que ninguna comunidad pueda sentir el dolor de otra, porque est¨¢n en permanente conflicto.
Un sistema que funciona como una intrincada m¨¢quina autom¨¢tica de administraci¨®n y vigilancia en la que la sociedad se administra y se vigila a s¨ª misma, y en el proceso garantiza la pervivencia de las estructuras dominantes de opresi¨®n. Todo el mundo, excepto los de arriba y los de abajo del todo ¨Dunas categor¨ªas dentro de las cuales existe tambi¨¦n una minuciosa escala¨D, est¨¢ oprimido por alguien y tiene alguien a quien oprimir.
Una vez tendido este laberinto de cables trampa, casi nadie puede pasar la prueba de la pureza y la correcci¨®n. Ciertamente, casi nada de lo que en otros tiempos se consideraba buena o gran literatura. Shakespeare no, desde luego. Tampoco Tolstoi. Dejando aparte su imperialismo ruso, imag¨ªnense atreverse a suponer que pod¨ªa entender la mente de una mujer llamada Anna Kar¨¦nina. Ni Dostoievski, que se refiere invariablemente a las mujeres mayores como ¡°vieja bruja¡±. Seg¨²n su criterio, yo tambi¨¦n lo ser¨ªa. Aun as¨ª, me gustar¨ªa que la gente lo leyera.
O, si quieren, intenten leer las Obras completas de Mahatma Gandhi. Puedo garantizarles que, sea cual sea el tema, les va a horrorizar: la raza, el sexo, la casta o la clase. ?Significa esto que se deber¨ªa prohibir a Gandhi o reescribir sus obras? Ni siquiera Jane Austen dar¨ªa la talla. Ni que decir tiene que, seg¨²n estos criterios, los libros sagrados de todas las religiones no pasar¨ªan la prueba.
Envueltos en el aparente ruido del discurso p¨²blico, nos acercamos velozmente a una especie de punto muerto intelectual. La solidaridad nunca puede ser inmaculada. Debemos cuestionarla, analizarla, discutirla, calibrarla. Al imposibilitarla, reforzamos aquello contra lo que decimos que luchamos.
?Qu¨¦ consecuencias tiene esto para la literatura? Como autora de ficci¨®n, pocas cosas me perturban m¨¢s que la palabra ¡°apropiaci¨®n¡±, uno de los gritos de guerra de la nueva censura. En este contexto, apropiaci¨®n, dicho sin ambages, se refiere a los depredadores, incluso a los depredadores contritos que intentan escribir, o representar, las historias de sus presas; hablar de ellas o, en realidad, contarlas en su nombre. Algo bastante repugnante, y un principio ¨²til a tener en mente cuando se critica algo.
Pero no una buena raz¨®n para prohibir o censurar. Es verdad que se ha monopolizado el micr¨®fono. Es verdad que hemos o¨ªdo demasiado a un tipo de personas y demasiado poco a otras. Pero la red de la vida es densa e intrincada, sus criaturas y sus actos no pueden reducirse a una esencia ni catalogarse con tanta facilidad y tan poca inteligencia.
En lo que se refiere espec¨ªficamente a la ficci¨®n, no puede haber ficci¨®n sin apropiaci¨®n, porque los autores de ficci¨®n tambi¨¦n somos depredadores. Si los asesinos en serie son soci¨®patas despiadados, los novelistas somos apropiadores sin piedad. Para construir nuestros mundos de ficci¨®n nos apropiamos de todo lo que se cruza en nuestro camino y lo ponemos todo en juego. Eso es lo que convierte a las grandes novelas en algo peligroso y revelador.
En cuanto a m¨ª misma, he intentado aprender mi oficio no solo de escritores irreprochables pol¨ªticamente como Toni Morrison y James Baldwin, sino tambi¨¦n de imperialistas como Kipling, y de fan¨¢ticos, racistas, alborotadores y granujas que escriben de maravilla. ?Se les deber¨ªa reescribir ahora para marchar al paso de alg¨²n estrecho manifiesto?
La reciente decisi¨®n de reeditar la obra de Roald Dahl. Dios m¨ªo, ?qui¨¦n ser¨¢ el pr¨®ximo? ?Nabokov? ?Tendr¨¢ que desaparecer Lolita de nuestros estantes? ?O ser¨¢ recreada en forma de activista preadolescente encubierta? ?Se repintar¨¢n las viejas obras maestras? ?Se eliminar¨¢ de ellas la mirada masculina? Qu¨¦ triste es el mero hecho de tener que decir todo esto. ?D¨®nde nos dejar¨¢? ?En una orilla sin huellas? ?En un mundo sin historia?
Si la literatura queda inmovilizada por esta red formada por mil hilos enmara?ados, se convertir¨¢ en una especie de manifiesto r¨ªgido y plomizo. Y, por desgracia, quienes participan con tanto entusiasmo en la vigilancia, no solo petrifican a los dem¨¢s, sino que se petrifican tambi¨¦n a s¨ª mismos. Plantan minas terrestres que saben que pisar¨¢n sin remedio. En las mentes desconfiadas y recelosas no puede haber baile. Solo el paso pesado y cauteloso de ese nuevo lenguaje. La nueva jerga.
En cualquier caso, ocultar las cosas no har¨¢ que desaparezcan. Sin lugar a dudas, si estos debates pueden tener lugar sin la intimidaci¨®n y el resentimiento que los acompa?an, junto a la habitual mezcla ca¨®tica de intolerancia, racismo y sexismo aparecer¨¢n nuevas voces magn¨ªficas contando historias nunca contadas y poniendo en evidencia a gran parte del pasado.
Dicho esto, nunca est¨¢ de m¨¢s prestar atenci¨®n a las palabras. Porque a veces una palabra puede representar un universo.
Por ejemplo, cuando empec¨¦ a publicar novelas, la mayor¨ªa de las veces que hablaba en p¨²blico fuera de la India me presentaban como ¡°india, mujer y escritora¡±. (En la India ser¨ªa ¡°la primera mujer del pa¨ªs en ganar el premio Booker¡±). Cada vez que eso ocurr¨ªa, sent¨ªa un estremecimiento dentro de m¨ª y me asombraba esa manera de etiquetar a alguien.
?Era necesario, o era una manera de limitar y circunscribir a la persona? Al fin y al cabo, est¨¢bamos hablando de literatura, no de una solicitud de visado. Me estremec¨ªa porque los hombres privilegiados y con derechos me daban lecciones constantemente, no solo en privado, sino tambi¨¦n desde las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos, de c¨®mo escribir, qu¨¦ escribir, qu¨¦ tono adoptar, y qu¨¦ temas ser¨ªan adecuados para una (mujer) escritora como yo. Los cuentos infantiles eran la propuesta m¨¢s frecuente. La ficci¨®n no parec¨ªa molestarles tanto como la no ficci¨®n, aunque en principio estuvieran de acuerdo con lo que yo dec¨ªa.
En una ocasi¨®n, el Tribunal Supremo de la India me acus¨® de desacato por un texto que escrib¨ª sobre las grandes presas. Durante el juicio, sus se?or¨ªas, los jueces del tribunal, se refer¨ªan a m¨ª como ¡°esa mujer¡± mientras se pasaban furiosos mi art¨ªculo, como si yo no estuviera all¨ª, delante de ellos. Yo me llamaba a m¨ª misma en secreto ¡°la puta que gan¨® el premio Booker¡±. Cuando me negu¨¦ a pedir disculpas al tribunal, me dijeron que no me estaba comportando como ¡°un hombre razonable¡± y me mandaron un d¨ªa a prisi¨®n.
Las cosas han cambiado desde entonces. Hoy en d¨ªa, cada una de las palabras de mi tarjeta de presentaci¨®n ¡ªindia, mujer y escritora¨D es materia de un interrogante nervioso y dif¨ªcil y de un conflicto casi irreconciliable. ?A qui¨¦n nos referimos cuando decimos una mujer? ?O, de hecho, cuando decimos un ser humano? ?Qu¨¦ es un pa¨ªs? ?Qui¨¦n es un ciudadano? Y, en la era de OpenAI y de ChatGPT, ?qui¨¦n o qu¨¦ es un escritor?
Actualmente, sabemos, aunque muchos no lo acepten, que la frontera entre lo masculino y lo femenino es fluida, y no lo que las convenciones han supuesto que es. Pero, ?qu¨¦ hay de la frontera entre el ser humano y la m¨¢quina, entre el arte y la codificaci¨®n, entre la inteligencia artificial y la conciencia humana? ?Las tenemos tan interiorizadas como cre¨ªamos?
La era de los simuladores de conversaci¨®n ya est¨¢ aqu¨ª, y algunos califican la inteligencia artificial de cuarta revoluci¨®n industrial. ?Iremos desapareciendo los escritores, los periodistas, los artistas y los compositores de la misma manera que han desaparecido los tejedores, los artesanos, los trabajadores de las f¨¢bricas y los agricultores del viejo mundo? (Quiz¨¢, al igual que las prendas de vestir y los artefactos ¡°hechos a mano¡± y ¡°tejidos a mano¡±, las novelas volver¨¢n a ser ¡°escritas a mano¡± y vendidas en ediciones limitadas como obras de arte, y no como literatura). ?Producir¨¢n mejor literatura ChatGPT, Sydney o Bing?
El gran ling¨¹ista Noam Chomsky piensa que no. Si lo entiendo bien, sostiene que un programa de aprendizaje autom¨¢tico puede producir falsa ciencia o falso arte procesando un volumen de datos casi infinito a gran velocidad, pero nunca podr¨¢ sustituir las complejas capacidades del instinto humano.
Un motivo de gran inquietud es lo que podr¨ªa pasar si OpenAI consigue abrirse paso en el mundo sin las regulaciones ni las barreras imprescindibles.
En lo que respecta a la literatura, me preocupa menos si los programas de simulaci¨®n de conversaci¨®n van a sustituir a los escritores. (Tal vez soy demasiado vieja y demasiado vanidosa para eso. O a lo mejor es solo que no veo la literatura como un producto. El dolor, el placer y la pura locura del proceso son la ¨²nica raz¨®n por la que escribo). Lo que me preocupa es que, dada la cantidad de datos e informaci¨®n que los escritores humanos ¨Df¨ªjense, lo he dicho, he dicho ¡°escritores humanos¡±¨D tienen que procesar hoy en d¨ªa, y considerando el laberinto de cables trampa que se ven obligados a sortear para no cometer errores y ser perfectos pol¨ªticamente, el peligro es que los escritores pierdan su instinto y se conviertan en chatbots. Quiz¨¢ entonces se produzca un trasvase de almas, y los chatbots parezcan almas reales, y las almas reales sean chatbots que simulan.
En medio de toda esta fluidez y esta porosidad, las ¨²nicas fronteras que parecen endurecerse son las fronteras entre los Estados nacionales. Esos confines siguen vallados s¨®lidamente y vigilados. Cuando los traspasa un ej¨¦rcito, lo llamamos guerra. Cuando los traspasan personas, lo llamamos crisis de refugiados. Cuando los traspasa la circulaci¨®n no regulada de capital lo llamamos libre mercado. El Estado nacional moderno es, junto con Dios, una idea por la que merece la pena matar o morir. Pero actualmente, en la era digital, ?nos dirigimos hacia un nuevo tipo de Estado? El Estado Electr¨®nico, o lo que se ha dado en llamar el Estado en un Tel¨¦fono Inteligente. Un Estado Avatar, por as¨ª decirlo.
Con la financiaci¨®n de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en ingl¨¦s) y el apoyo de las grandes tecnol¨®gicas ¨DAmazon, Apple, Google, Oracle¨D, el Estado Avatar est¨¢ casi a la vuelta de la esquina. En 2019, el Gobierno de Ucrania puso en marcha DIIA, una aplicaci¨®n de identificaci¨®n digital para tel¨¦fonos m¨®viles. Adem¨¢s de proporcionar m¨¢s de 100 servicios oficiales, DIIA puede albergar pasaportes, certificados de vacunaci¨®n y otros documentos de identidad. La ciudad DIIA es su capital financiera extraterritorial, una especie de centro de capital riesgo en el que los ciudadanos pueden registrarse y hacer negocios.
Tras el inicio de la guerra, DIIA, concebido inicialmente como una herramienta burocr¨¢tica para garantizar la ¡°transparencia y la eficiencia¡±, ¡°se reorient¨® para la guerra¡±, en palabras de Samantha Power, administradora de USAID. Desde todos los puntos de vista, DIIA ha prestado un enorme servicio al valiente pueblo ucranio. Actualmente, cuenta con un canal informativo oficial que funciona 24 horas al d¨ªa siete d¨ªas a la semana para que los ciudadanos reciban las ¨²ltimas noticias sobre la guerra. Los refugiados pueden utilizarlo para registrarse y presentar solicitudes de indemnizaci¨®n. Al parecer, los ciudadanos tienen la posibilidad de colgar informaci¨®n sobre colaboradores y fotograf¨ªas del movimiento de las tropas rusas. Es una especie de red p¨²blica de espionaje y vigilancia inmediatos gestionada por ciudadanos de a pie.
Cuando empez¨® la guerra, los datos privados de los ciudadanos ucranios almacenados en DIIA se transfirieron para su custodia a discos duros militares de Amazon llamados bolas de nieve AWS ¨Del equivalente terrestre de la Nube¨D, se transportaron fuera de Ucrania y se subieron a la Nube. En una guerra tan devastadora como la que los ucranios est¨¢n librando y soportando, si un pueblo est¨¢ alineado totalmente con su Gobierno, tener a su Estado en el tel¨¦fono m¨®vil seguramente tenga ventajas asombrosas. Pero, ?esas mismas ventajas siguen si¨¦ndolo en tiempo de paz? Porque, como sabemos por Edward Snowden, la vigilancia es una calle de doble sentido. Nuestros m¨®viles son nuestros enemigos ¨ªntimos; ellos tambi¨¦n nos esp¨ªan.
A fin de ¡°proteger el mundo democr¨¢tico¡±, USAID tiene intenci¨®n de llevar DIIA o su equivalente a otros pa¨ªses. Lugares como Ecuador, Zambia y Rep¨²blica Dominicana son los primeros de la cola. Lo preocupante es si, una vez ¡°reorientada para la guerra¡±, una aplicaci¨®n como DIIA puede ¡°volver a orientarse¡± para la paz. ?Se puede revertir la conversi¨®n de una ciudadan¨ªa en un arma? ?Es posible desprivatizar los datos privatizados?
La India tambi¨¦n ha recorrido un buen trecho en esta direcci¨®n. Durante el primer mandato de Modri como primer ministro, Reliance Industries, entonces la mayor empresa del pa¨ªs, lanz¨® JIO, una red inal¨¢mbrica de datos gratuita que ven¨ªa acompa?ada de un tel¨¦fono inteligente muy barato. Una vez que la compa?¨ªa consigui¨® expulsar del mercado a la competencia, empez¨® a cobrar una peque?a tarifa. JIO ha convertido a la India en el mayor consumidor de datos inal¨¢mbricos del mundo, m¨¢s que China y Estados Unidos juntos.
En 2019 hab¨ªa 300 millones de usuarios de tel¨¦fonos m¨®viles. Aparte de los innegables beneficios que les proporciona estar conectados a internet, esos millones de personas se han convertido autom¨¢ticamente en la audiencia receptora de los mensajes de odio con efectos radiactivos para la sociedad y de las infinitas noticias falsas que llegan sin cesar a sus m¨®viles a trav¨¦s de las redes sociales. Es all¨ª donde se puede ver a India desnuda de cualquier adorno.
Es all¨ª donde se amplifican los llamamientos al genocidio y a la violaci¨®n en masa de musulmanas. Donde se difunden v¨ªdeos de guerreros hind¨²es vengadores que masacran a musulmanes, y v¨ªdeos falsos de musulmanes que asesinan a hind¨²es y de vendedores de fruta que profesan el islam y escupen en su mercanc¨ªa a escondidas para propagar la covid (igual que se acusaba a los jud¨ªos en la Alemania nazi de propagar el tifus), todo con el objetivo de empujar a la gente a un delirio de rabia y odio. Los canales de los supremacistas hind¨²es en las redes sociales son para los medios de comunicaci¨®n lo que una milicia de vigilancia es para un ej¨¦rcito convencional: las milicias pueden hacer cosas que son ilegales para el ej¨¦rcito oficial.
La revoluci¨®n digital en la India es el mejor ejemplo de la coincidencia perfecta entre los intereses de las grandes empresas y la supremac¨ªa hind¨². A medida que millones de ciudadanos del pa¨ªs son dirigidos al universo digital, vidas enteras se viven a trav¨¦s de internet: la educaci¨®n, la atenci¨®n m¨¦dica, los negocios, la banca, la distribuci¨®n de raciones de alimentos a los pobres. Las empresas de redes sociales tienen que estar cada vez m¨¢s atentas al Gobierno, que controla esa alucinante cuota de mercado.
Porque cuando ese Gobierno no est¨¢ contento, como suele ocurrir, sencillamente puede cerrarlo todo. Estamos a la espera de la nueva y draconiana Ley Digital India de 2023, que otorgar¨¢ al Gobierno poderes inimaginables sobre internet. La India ya impone m¨¢s cierres de la Red que cualquier pa¨ªs del mundo.
En 2019, los siete millones de habitantes del valle de Cachemira fueron sometidos a un cerco generalizado a las telecomunicaciones y a internet que dur¨® meses. Ni llamadas, ni SMS, ni mensajes, ni contrase?as de un solo uso, ni internet. Nada de nada. Y no hab¨ªa nadie cerca para lanzarles un sat¨¦lite Starlink.
Hoy, mientras hablo, el Estado de Punyab, con una poblaci¨®n de 27 millones de habitantes, sufre su cuarto d¨ªa consecutivo de cierre de internet porque la polic¨ªa busca a un fugitivo pol¨ªtico y teme que consiga apoyos.
Se calcula que, en 2026, la India tendr¨¢ 1.000 millones de usuarios de tel¨¦fonos m¨®viles. Imag¨ªnense ese volumen de datos en una aplicaci¨®n DIIA hecha a medida para el pa¨ªs. Imag¨ªnense todos esos datos en manos de empresas privadas. O, desde otra perspectiva, imag¨ªnenselos en manos de un Estado fascista y de sus partidarios adoctrinados y armados.
Supongamos, por ejemplo, que tras aprobar una nueva ley de ciudadan¨ªa, determinado pa¨ªs produce millones de refugiados a partir de su propia poblaci¨®n. No puede deportarlos ni tiene dinero para construir c¨¢rceles para todos ellos. Pero ese pa¨ªs no necesitar¨¢ un gulag ni campos de concentraci¨®n. Puede limitarse a desconectarlos. Puede desconectar el Estado de sus m¨®viles. Entonces podr¨ªa disponer de una vasta poblaci¨®n de servidores, algo as¨ª como una subclase de trabajadores sin derechos, ni a salario m¨ªnimo, ni a voto, ni a asistencia sanitaria, ni a raciones de comida.
No tendr¨ªan que aparecer en los libros. Mejorar¨ªan enormemente los indicadores estad¨ªsticos del pa¨ªs. Podr¨ªa ser una operaci¨®n bastante eficaz y transparente. Incluso podr¨ªa parecer una gran democracia.
?A qu¨¦ oler¨ªa un Estado as¨ª? ?A qu¨¦ sabr¨ªa? ?A algo irreconocible? ?O a algo muy reconocible?
Gracias por su paciencia. Por ahora, perm¨ªtanme dejarlos con estas reflexiones: ?qu¨¦ es un pa¨ªs?; ?qu¨¦ es un Estado?; ?qu¨¦ es un ser humano?, y ?qui¨¦n o qu¨¦ es un escritor?
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