Groenlandia: la tierra de los suicidas
La isla que Trump aspira a controlar registra una de las tasas m¨¢s altas de personas que se quitan la vida. La colonizaci¨®n y la p¨¦rdida de la identidad han creado una espiral contagiosa dif¨ªcil de romper
Todo el mundo en Groenlandia conoce a alguien muy cercano que se ha suicidado. Un buen amigo, un pariente, un hermano o un vecino. Un padre, una hermana, un compa?ero de clase o un alumno. Es imposible encontrar ¡ªeste periodista no la encontr¨®¡ª una sola persona en esta isla congelada a la que el suicidio no le haya robado a alguien en una u otra etapa de su vida. La diputada del socialdem¨®crata Siumut Doris Jakobsen, de 50 a?os: ¡°Claro que conozco. De hecho, una de las razones por las que entr¨¦ en pol¨ªtica fue por eso¡±. La licenciada en Ciencias Sociales Rikke Ostergaard, de 48 a?os: ¡°Conozco,...
Todo el mundo en Groenlandia conoce a alguien muy cercano que se ha suicidado. Un buen amigo, un pariente, un hermano o un vecino. Un padre, una hermana, un compa?ero de clase o un alumno. Es imposible encontrar ¡ªeste periodista no la encontr¨®¡ª una sola persona en esta isla congelada a la que el suicidio no le haya robado a alguien en una u otra etapa de su vida. La diputada del socialdem¨®crata Siumut Doris Jakobsen, de 50 a?os: ¡°Claro que conozco. De hecho, una de las razones por las que entr¨¦ en pol¨ªtica fue por eso¡±. La licenciada en Ciencias Sociales Rikke Ostergaard, de 48 a?os: ¡°Conozco, claro. Como cualquiera. Aqu¨ª, naces, vas al colegio, creces, te conviertes en adolescente, te fumas tu primer cigarro, tienes tu primer novio, se te suicida tu amigo, acabas los estudios¡ Forma parte de la biograf¨ªa de cada cual¡±. Poul Pedersen, trabajador social, de 30 a?os: ¡°Se suicid¨® mi mejor amiga y mi primo. Y mi mejor amiga se suicid¨® a?os despu¨¦s de que se suicidara su hermana peque?a. Cada vez que se suicida alguien aqu¨ª, nos preguntamos: ?y qui¨¦n ser¨¢ el siguiente?¡±. Maliina Abelsen, soci¨®loga, de 48 a?os: ¡°Conozco 10 personas por lo menos¡±.
Groenlandia, inmensa y vac¨ªa, del tama?o de M¨¦xico, sepultada casi por entero en hielo, habitada por 57.000 personas (los que caben en el campo del Betis) ¡ªy que Donald Trump aspira ahora a convertir en parte de Estados Unidos¡ª, registra una de las tasas de suicidio m¨¢s altas del planeta. La media mundial es de 9 personas cada 100.000 habitantes por a?o. En Espa?a ronda el 7. En Rusia, el 25, seg¨²n datos de 2019 de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. En Groenlandia, seg¨²n varios estudios, no baja del 80. Y ha sido mucho peor: en 1989 la epidemia suicida alcanz¨® un casi inconcebible 120. Durante esa ¨¦poca, los expertos consideraron que Groenlandia ostentaba el extra?o t¨ªtulo de ser el lugar de la tierra con m¨¢s suicidas.
Resulta f¨¢cil mirar alrededor y, de un modo casi autom¨¢tico, se?alar al culpable: la falta de luz, el clima extremo, la soledad, la naturaleza descomunalmente bella pero tambi¨¦n incre¨ªblemente hostil que conforma cada minuto que uno pasa en Groenlandia. En invierno amanece a las 11 de la ma?ana y no es raro ir al trabajo con una temperatura de 15 grados bajo cero y con una luna colgada de lo alto del cielo tan brillante como la que surge algunas noches de verano en Madrid a las dos de la madrugada. Los d¨ªas despejados pueden ser heladores, como el martes pasado, en que se alcanzaron 17 grados bajo cero porque soplaba un viento del norte que nac¨ªa exactamente en el Polo; los d¨ªas nublados, como el del jueves, arrastran a veces tormentas de nieve que convierten la tarea de caminar por la calle en una proeza. En d¨ªas as¨ª ¡ªen noches as¨ª¡ª no hay absolutamente nadie por la calle.
Pero la explicaci¨®n no es tan sencilla. No hay ning¨²n estudio que demuestre que los suicidios en Groenlandia se produzcan menos en los d¨ªas de verano, cuando la luz del d¨ªa no desaparece y el sol danza sobre las cabezas de los groenlandeses 24 horas.
Hay viejas historias inuit. Cuentan que cuando los ancianos se sent¨ªan in¨²tiles se dirig¨ªan a un precipicio y se lanzaban al mar a fin de no constituir una carga para el resto de la comunidad. Pero, aunque todo el mundo las conoce aqu¨ª, los especialistas advierten de que son solo eso: historias. De hecho, las personas que m¨¢s se quitan la vida en la isla son hombres j¨®venes de 20 a 24 a?os. Los suicidios, eso s¨ª, son m¨¢s frecuentes entre los inuit, que constituyen el 90% de la poblaci¨®n, que en el resto. Otro factor apuntado es el de la masiva presencia de armas de fuego en manos de un pueblo de h¨¢biles cazadores de renos, focas o carib¨²es que saben muy bien c¨®mo usarlas. Pero los estudios demuestran que el m¨¦todo m¨¢s habitual de suicidio en Groenlandia es el ahorcamiento.
Las tasas de suicidio se disparan actualmente en los pueblos y localidades de la zona este de la isla, las m¨¢s atrasada, la m¨¢s remota. En Groenlandia no hay carreteras m¨¢s all¨¢ de las que enlazan la capital Nuuk con las afueras y que terminan, por ejemplo, en la universidad o en el cementerio, que en los d¨ªas de invierno est¨¢ completamente cubierto de nieve, con las desconcertantes cruces blancas de las tumbas sobresaliendo por encima. La comunicaci¨®n entre poblaciones repartidas a lo largo de la costa y alejadas cientos o miles de kil¨®metros entre ellas depende de barcos, de avionetas o de helic¨®pteros que, como el pasado mi¨¦rcoles, pueden quedarse en tierra debido a una repentina tormenta de nieve.
Nuuk, de 20.000 habitantes, cuenta con varios restaurantes, varias tiendas, muchas sedes de empresas, un museo nacional, una universidad, un centro cultural, un centro comercial y varios supermercados. Hay hasta puestos callejeros en los que se venden aparatos electr¨®nicos y gorros de lana, abrigos o plum¨ªferos. Todo se coloca en el suelo sobre una plancha de cart¨®n para que no se estropee con la nieve. La vida es cara, pero los sueldos son tambi¨¦n equiparables a los de Dinamarca ¡ªpa¨ªs al que pertenece este territorio aut¨®nomo¡ª.
En las ciudades y aldeas del este no hay nada parecido. La tasa de alcohol y los problemas derivados del alcohol llegaron a ser tales que las autoridades prohibieron por ley hace a?os la venta de bebidas con m¨¢s de 15 grados en determinadas localidades del este de la isla. Pero funciona el mercado negro. Una botellita de vodka puede llegar a costar m¨¢s de 60 euros. Paralelamente a las altas tasas de alcohol, existen altos registros de abuso sexual y violencia machista.
Para tratar de entender el fen¨®meno hay que rastrear el origen. Porque no siempre fue as¨ª. Un informe publicado en marzo de 2023 en la revista BMC Psychiatry y que analizaba los suicidios en Groenlandia desde el punto de vista hist¨®rico conclu¨ªa que las personas que se mataban a s¨ª mismas comenzaron a hacerlo de manera masiva solo a partir de los a?os sesenta. En los setenta la tasa alcanzaba ya el 28,7. No par¨® de subir hasta el citado pico de 1989, en el que se alcanz¨® el 120. Tanto en Nuuk como en el resto de la isla. Con el tiempo, la tasa baj¨® ¡ªsobre todo en la capital¡ª hasta estabilizarse, de media, en el actual 80 del pa¨ªs.
Ha habido varias campa?as del Gobierno groenland¨¦s para tratar de atajar el problema. Tambi¨¦n se han implantado medidas como el auxilio telef¨®nico para personas que tengan pensamientos o compulsiones suicidas. Pero hasta ahora no se ha logrado bajar la ratio. El estudio a?ade que la escalada de suicidios iba emparejada a la progresiva modernizaci¨®n y occidentalizaci¨®n de la isla, al hecho de dejar de ser una comunidad de pescadores y cazadores inuit y convertirse en otra cosa.
Identidad arrancada
La soci¨®loga Maliina Abelsen ha estudiado durante muchos a?os la cuesti¨®n y tiene claro de d¨®nde viene: ¡°Yo he viajado a Australia y a Nueva Zelanda, y a Canad¨¢, y en todas las sociedades colonizadas ha pasado lo mismo, y tienen unas tasas parecidas de suicidio. Y en Australia hace sol. Y no hace fr¨ªo. Como en Nueva Zelanda. Cuando te arrancan de tu propia lengua, de tu propia cultura, de tu propia identidad, te sientes alienado hacia la sociedad y hacia ti mismo. Y en vez de sacar esa frustraci¨®n hacia afuera y desencadenar una revoluci¨®n, pues la vuelcas hacia dentro y te culpas a ti mismo por no ser lo suficientemente bueno¡±.
Abelsen relata historias de inuit enviados a Dinamarca a estudiar, ¡°como mi propio padre¡±, que tras pasar m¨¢s de 10 a?os en Copenhague, sacarse el bachillerato y una carrera, volv¨ªan a Groenlandia desarraigados y sin saber muy bien qu¨¦ lugar ocupar en la sociedad porque no se sent¨ªan daneses por entero pero tampoco groenlandeses del todo. ¡°Mi padre estuvo a punto de perder nuestra lengua¡±, explica.
A eso se suma el desplazamiento casi forzoso, a lo largo de los a?os setenta, de miles de pescadores y cazadores provenientes de las aldeas que tuvieron que irse a vivir a la capital. ¡°Muchos sent¨ªan que estaban viviendo como en un zoo¡±, asegura Abelsen. ¡°Y cuando despojas a alguien de eso de lo que est¨¢ hecho y ese alguien pierde su identidad lo que sigue es el alcohol, y los abusos y la violencia y el suicidio¡±, a?ade.
Esa escalada de suicidios, a juicio de esta especialista, cre¨® en la sociedad groenlandesa una espiral negativa, una suerte de enfermedad contagiosa que fue saltando de generaci¨®n en generaci¨®n. ¡°Los suicidios se convirtieron en un patr¨®n, en una epidemia. En una salida conocida. En algo acostumbrado. Conozco muchos j¨®venes cuyo mejor amigo se suicid¨® y eso les llev¨® a pensar a ellos tambi¨¦n que no hab¨ªan sido buenos amigos, que no merec¨ªan vivir por eso, y acababan suicid¨¢ndose ellos tambi¨¦n. Con lo que la enfermedad se expande. Eso es lo que yo llamo la espiral negativa. Como la bebida¡±.
?C¨®mo se sale de eso? ¡°Pues abriendo la sociedad para curar todos los traumas que arrastramos, tanto individuales, como la culpa o el alcoholismo o la falta de identidad, como los colectivos, que tienen que ver muchas veces con nuestra relaci¨®n con Dinamarca, porque hemos creado una sociedad basada en la noci¨®n de que nosotros no somos tan buenos como los daneses. Eso es lo que mi generaci¨®n cree. Pero las nuevas generaciones ya no piensan as¨ª¡±.
El trabajador social Paul Pedersen est¨¢ de acuerdo en esta especie de efecto domin¨®: ¡°Un caso empuja a otro y ese otro contagia a otro y as¨ª. No se sabe cu¨¢ndo va a acabar¡±. No es partidario de llevar a cabo una generalizaci¨®n, pero apunta una causa que se hunde en el car¨¢cter profundo del pueblo inuit. ¡°Yo he vivido en Dinamarca. Algunos a?os. Y me dejaba estupefacto el grado de previsi¨®n en todo. ?Hab¨ªa veces que alguien te citaba para tomar un caf¨¦ con tres meses de adelanto! Nosotros no somos as¨ª. Tal vez por el clima, pero sabemos que no merece la pena planificar todo tanto porque el clima puede cambiar de repente y volverlo todo del rev¨¦s. No se puede mirar mucho m¨¢s all¨¢. Y por eso, cuando alguien est¨¢ mal, psicol¨®gicamente mal, pues no ve la salida, no ve el futuro y acaba mat¨¢ndose. Somos un pueblo impulsivo. Estoy de acuerdo con Abelsen: si arrancas una flor de una planta y la trasplantas a otra, no ser¨¢ muy feliz. Pero no estoy seguro de que sea solo por eso. Creo que hay algo m¨¢s, que no s¨¦ qu¨¦ es. Es algo intrigante y aterrador¡±. Pedersen y su hermana se prometieron hace a?os que, pasara lo que pasara y les pasara lo que les pasara, jam¨¢s se suicidar¨ªan.
En la parte antigua de Nuuk, cerca de la casa del fundador de la ciudad, el cl¨¦rigo Hans Egede, llegado en 1721, se encuentra una mujer inuit de no m¨¢s de 25 a?os. Est¨¢ fumando uno de esos cigarrillos electr¨®nicos. El d¨ªa es claro. No muy lejos se ve el mar gris y las monta?as blanqu¨ªsimas abarrotadas de nieve. La mujer trabaja de gerente en una empresa que confecciona trajes tradicionales, hechos con pieles de reno y de carib¨². No son trajes para turistas. Son trajes destinados a la gente de aqu¨ª. Para que las pieles se curtan y se sequen es necesario que permanezcan todo el invierno extendidas, atadas a un tablero, al aire helado que sopla desde el norte. Ella procede de una aldea del este. Cuenta que en verano no es nada raro ver ballenas pasar desde la ventana de la casa. Ahora trabaja en Nuuk.
Tambi¨¦n conoce varias personas cercanas que se han suicidado. Dice que respeta su decisi¨®n. Que ellos deciden. Y a la pregunta de por qu¨¦ lo hacen explica que no sabe bien, que tal vez esas personas hubieran necesitado hablar¡ Pero luego, fuma del modern¨ªsimo cigarro electr¨®nico mientras mira al mar y luego al viejo tablero con la piel de reno. Y a?ade: ¡°?Sabes? No s¨¦ explicarlo en ingl¨¦s. Para tratar de explicarlo y estar segura de lo que quiero decir necesitar¨ªa dec¨ªrtelo en mi lengua. Por eso prefiero parar aqu¨ª. Por eso prefiero que no pongas mi nombre¡±.