Un pa¨ªs convertido en dos tribus
La polarizaci¨®n entre dem¨®cratas y republicanos lo explica casi todo en EE UU: valores, identidad, percepciones sobre la realidad y, con ello, la disposici¨®n de seguir apoyando a Trump
En la historia reciente de EEUU, ning¨²n presidente ha logrado mantener una popularidad tan estable como la de Donald Trump. Es cierto que su aprobaci¨®n es notablemente baja, siempre por debajo de la mitad de la poblaci¨®n. Pero no lo es menos que su suelo parece hecho del mismo material que su techo, sobre todo comparado con sus predecesores.
El material del que est¨¢ hecho este estrecho pero s¨®lido hogar pol¨ªtico que habita el candidato a la reelecci¨®n es la polarizaci¨®n. No s¨®lo Trump es el presidente con niveles m¨¢s ...
En la historia reciente de EEUU, ning¨²n presidente ha logrado mantener una popularidad tan estable como la de Donald Trump. Es cierto que su aprobaci¨®n es notablemente baja, siempre por debajo de la mitad de la poblaci¨®n. Pero no lo es menos que su suelo parece hecho del mismo material que su techo, sobre todo comparado con sus predecesores.
El material del que est¨¢ hecho este estrecho pero s¨®lido hogar pol¨ªtico que habita el candidato a la reelecci¨®n es la polarizaci¨®n. No s¨®lo Trump es el presidente con niveles m¨¢s estables durante su mandato desde la II Guerra Mundial: tambi¨¦n es el que cuenta con una mayor aprobaci¨®n entre los votantes de su propio partido, y desaprobaci¨®n por parte de los rivales.
No es ¨¦ste un fen¨®meno nuevo, ni mucho menos: la divisi¨®n partidista lleva d¨¦cadas creciendo en EEUU. Lo llamativo es c¨®mo ha logrado Trump hacer de ella un escudo contra un sinn¨²mero de fracasos y esc¨¢ndalos, incluyendo el proceso m¨¢s duro al que se puede enfrentar un presidente: el intento de destituci¨®n (impeachment). Noticia tras noticia, titular tras titular, analistas y rivales se preguntaban si ese ser¨ªa el momento en el que finalmente caer¨ªa en desgracia. Pero nunca sucedi¨®, haciendo cierta la bravuconada que el entonces candidato solt¨® en campa?a: ¡°Podr¨ªa disparar a alguien en mitad de la Quinta Avenida y no perder¨ªa a ning¨²n votante¡±. Quiz¨¢s Trump ten¨ªa en mente una legi¨®n de seguidores admirados ante sus cualidades cuando dijo aquello, pero la raz¨®n por la que su premonici¨®n se ha demostrado cierta es bastante m¨¢s sombr¨ªa: la visi¨®n de los ciudadanos estadounidenses del partido contrario al que suelen apoyar es tan negativa que cualquier cosa en el suyo les parece m¨¢s aceptable.
? Rivales inaceptables
Pocas entidades en EEUU cuentan con el prestigio y la calidad en sus encuestas del Pew Research Center. Es una organizaci¨®n sin ¨¢nimo de lucro dedicada a iluminar la silueta de la opini¨®n p¨²blica en el pa¨ªs, y su mayor historia en los ¨²ltimos a?os ha sido sin duda el relato de la polarizaci¨®n. Su rasgo esencial: la afiliaci¨®n a un partido se ha convertido en un predictor inmejorable de los valores de cada individuo, mucho mejor que la raza, el nivel educativo, el sexo o la edad.
Por supuesto, las simpat¨ªas pol¨ªticas correlacionan con todo lo anterior. Sabemos que los afroamericanos son mayoritariamente dem¨®cratas, mientras los hombres blancos sin estudios universitarios se acercan cada vez m¨¢s al Partido Republicano (dibujando con ello una grieta en la clase obrera estadounidense marcada por el color de piel). Pero al final el destilado de la tribu es rojo, o azul.
Los propios estadounidenses lo tienen claro: cuando Pew les pregunta qu¨¦ divisi¨®n social ven como la que genera m¨¢s conflictos, responden abrumadoramente con el color pol¨ªtico.
La polarizaci¨®n basada en distintas maneras de ver el mundo, sus problemas y las soluciones que necesita no es necesariamente mala: durante la primera parte del siglo XX, dem¨®cratas y republicanos no se diferenciaban notablemente entre s¨ª en c¨®mo abordar las cuestiones de la raza o de la inequidad; la consecuencia de todo ello era un pa¨ªs segregado y desigual. La reordenaci¨®n ideol¨®gica marcada por dos decisiones clave del Partido Dem¨®crata, el New Deal de Roosevelt en los a?os treinta y la aprobaci¨®n de la Ley de los Derechos Civiles de Johnson en los sesenta, favoreci¨® el desplazamiento republicano hacia la derecha, pero tambi¨¦n ayud¨® a dar salida a demandas hist¨®ricas bloqueadas por un pacto de ¨¦lites.
Pero los costes de la polarizaci¨®n superan a sus ventajas cuando comienza a filtrar a los rivales de partido en t¨¦rminos morales absolutos. Seg¨²n Pew, para aproximadamente la mitad de las personas identificadas con uno de los dos grupos, el contrario merece la calificaci¨®n de ¡°inmoral¡±. En consecuencia, la proporci¨®n de partisanos que miran hacia el otro lado de la trinchera y ven all¨ª algo en todo punto inaceptable no ha hecho sino aumentar.
Que una divisi¨®n entre partidos excesiva acabase con la Rep¨²blica fue una preocupaci¨®n permanente para los fundadores de las instituciones estadounidenses. La Guerra Civil por la esclavitud a finales del siglo XIX les vino a dar la raz¨®n. Abraham Lincoln concentr¨® el dilema en una frase que recuper¨® de la Biblia antes de ser presidente durante la contienda: ¡°Una casa dividida contra s¨ª misma no se puede mantener en pie¡±. La cita resultar¨ªa premonitoria entonces, y muchos temen que vuelva a serlo. Trump, su suelo y su techo electoral solo son la expresi¨®n m¨¢s extrema del proceso seg¨²n el cual las brechas se vuelven insuperables.
? Con tu gente (y tus hechos)
Cuando la polarizaci¨®n adquiere tintes que son a la vez afectivos y absolutos se vuelve cada vez m¨¢s irreversible. Cada uno, empezando por los m¨¢s ideol¨®gicos pero siguiendo por los dem¨¢s, va cortando v¨ªas de comunicaci¨®n con el otro lado. En EEUU, por ejemplo, es m¨¢s raro que normal tener amigos del partido contrario para aquellos que se sienten n¨ªtidamente identificados con uno de los dos.
Ante la elecci¨®n actual, la frecuencia con la que los votantes que ya saben a qui¨¦n van a apoyar (una mayor¨ªa, por cierto: apenas hay un 3% o 4% de indecisos) declaran tener ¡°muchos¡± amigos que votar¨¢n como ¨¦l y ¡°pocos¡± que optar¨¢n por el rival es alarmante.
Estos valores no son puramente sim¨¦tricos: mientras los pro-Trump tienen mayor proporci¨®n del mismo color, los dem¨®cratas tienen menor del color contrario. Este ¨²ltimo rasgo se repite cuando Pew Research pregunta por relaciones sentimentales entre solteros de ambos partidos. Es a los Dems a los que parece constarles m¨¢s imaginarse en una relaci¨®n con alguien del otro lado.
La animadversi¨®n es mucho mayor cuando la pregunta no es por el partido, sino por el voto; y, sobre todo, por el voto a Trump. Aqu¨ª cristaliza la idea de que el candidato a la reelecci¨®n es el producto m¨¢s perfeccionado de la polarizaci¨®n partidista extrema: alguien que es visto como tan t¨®xico por parte de los dem¨®cratas que tres cuartos de ellos no estar¨ªan siquiera dispuestos a salir con alguien que hubiera votado por ¨¦l.
Si odias al otro lo normal, lo inevitable, es que se consolide la afinidad hacia el propio grupo: los sentimientos positivos hacia las personas del propio partido han aumentado y se han hecho sensiblemente m¨¢s profundos en los ¨²ltimos meses.
Esta es la materia prima de la que se construyen las c¨¢maras de eco; y la ciudadan¨ªa estadounidense es bien consciente de ello: para una aplastante mayor¨ªa de ambos lados del espectro, es imposible ponerse de acuerdo con el otro ni siquiera en los hechos b¨¢sicos que definen la realidad.
Si ni siquiera se puede compartir qu¨¦ es cierto y qu¨¦ no (el gusto de Trump por la coletilla ¡°fake news!¡± no es casual), ?c¨®mo se le puede pedir a nadie ya convencido que se cambie de orilla en el voto? Abandonar a Biden, o a Trump, equivaldr¨ªa a encontrar algo que niegue toda una cosmovisi¨®n que va de lo moral a lo factual, pasando por lo rutinario y cercano: independientemente de lo c¨®modos o inc¨®modos que est¨¦n con su candidato, lo que desde su punto de vista vislumbra un votante convencido (y lo est¨¢n 29 de cada 30) solo puede describirse como el abismo.
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