Los tres entierros que desgarraron Tepuxtepec
El brutal asesinato de tres j¨®venes mixes en Phoenix, Arizona, revela la fragilidad de las vidas migrantes en Estados Unidos y la violencia del tr¨¢fico de personas a ambos lados de la frontera
Los cuerpos aparecieron en un lote abandonado de la avenida 99, a las afueras de Phoenix, Arizona, pero ellos eran de all¨¢, de hasta arriba de la sierra, de Oaxaca, de M¨¦xico. Los encontraron a finales de febrero cerca de una gran avenida, en un bald¨ªo lleno de arena y peque?as rocas, pero ellos crecieron donde crecen pegados los pinos. Eran tres migrantes an¨®nimos m¨¢s: tuvieron que ser identificados por las huellas dactilares. A Herminio P¨¦rez, Isauro Mart¨ªnez y Abimael Jim¨¦nez los mataron en Estados Unidos, pero les lloran lejos.
Con el sol de mediod¨ªa en lo alto, las campanas de la i...
Los cuerpos aparecieron en un lote abandonado de la avenida 99, a las afueras de Phoenix, Arizona, pero ellos eran de all¨¢, de hasta arriba de la sierra, de Oaxaca, de M¨¦xico. Los encontraron a finales de febrero cerca de una gran avenida, en un bald¨ªo lleno de arena y peque?as rocas, pero ellos crecieron donde crecen pegados los pinos. Eran tres migrantes an¨®nimos m¨¢s: tuvieron que ser identificados por las huellas dactilares. A Herminio P¨¦rez, Isauro Mart¨ªnez y Abimael Jim¨¦nez los mataron en Estados Unidos, pero les lloran lejos.
Con el sol de mediod¨ªa en lo alto, las campanas de la iglesia de Santo Domingo Tepuxtepec repican por ellos este jueves de principios de marzo. El pueblo de 6.000 habitantes se ha convertido en una comunidad de mujeres, ni?os y emigrantes. Desde hace cinco a?os, los j¨®venes salen en riadas hacia el norte. Las autoridades reconocen que hay d¨ªas que se van grupos de hasta 50 personas. Antes casi siempre eran hombres, pero ahora tambi¨¦n se van ellas. Como en muchas poblaciones de M¨¦xico condenadas a la pobreza, arriesgarse a cruzar la frontera y ganar en d¨®lares es la ¨²nica opci¨®n para vivir entre paredes de cemento. En el primer a?o de la pandemia, casi 36.000 oaxaque?os se fueron a EE UU.
Esa necesidad es la que empuj¨® a migrar a los tres j¨®venes mixes asesinados. Herminio P¨¦rez, el mayor del grupo, de 28 a?os, se hab¨ªa ido a Wisconsin en 2011. Se despidi¨® emocionado de su familia y de sus maestros. All¨ª se cas¨® y tuvo dos hijos. Con el dinero que ganaba en una f¨¢brica pag¨® las puertas y las ventanas de la iglesia azulada de su comunidad, Llano Crucero. De ah¨ª tambi¨¦n era Isauro Mart¨ªnez, de 21 a?os. Hab¨ªa dejado el municipio en 2017 para irse con su novia y su hijo a Le¨®n, Guanajuato, a trabajar como taquero. Reci¨¦n este 4 de febrero decidi¨® ir m¨¢s arriba. Estuvo vivo en suelo estadounidense apenas un par de d¨ªas. Abimael Jim¨¦nez, el m¨¢s peque?o de los tres, estaba obsesionado con que su madre dejara de vivir en una casa de chapa y se fue del pueblo el 27 de enero de este a?o. Su t¨ªo Emeterio L¨®pez insiste en que alcanz¨® a trabajar algunos d¨ªas en California. Regres¨® seis semanas despu¨¦s en una caja gris de madera. Ten¨ªa 16 a?os.
Cuando se reunieron el 19 de febrero en Los ?ngeles ten¨ªan por delante un largo viaje hacia el este, hasta Milwaukee, una ciudad cerca de la frontera con Canad¨¢ donde residen los hermanos de los tres j¨®venes, y que ha tejido con los a?os una fuerte comunidad de Tepuxtepec. Hicieron una parada en Phoenix. Ah¨ª termin¨® el camino.
El parte policial recoge que recibieron impactos de bala, que Herminio ten¨ªa una marca en la mu?eca izquierda ¡ªparec¨ªa que hab¨ªa estado atado¡ª y que presentaba un fuerte golpe en la cabeza. El documento es escueto. Los rostros que llegaron a Tepuxtepec tuvieron que ser reconstruidos para ocultar las heridas y las magulladuras antes de ser colocados bajo el cristal de los ata¨²des. Pero nunca es suficiente maquillaje para una madre.
¡°Ese es mi hijo, ya me enter¨¦. Cuando me dijeron que estaba muerto, yo pensaba: ¡®Tal vez no es cierto, tal vez est¨¢ vivo, tal vez fue otro, tal vez se muri¨® otro¡¯. Ahora, mira, ya no se ve all¨¢ donde est¨¢ la cara, mira c¨®mo lo hicieron, mira, aparece su nariz, aparece su ojo, lo patearon aqu¨ª en su ojo, est¨¢ muy morado, sali¨® sangre, mira su boquita. Ese es mi hijo¡±, exclama Roselia Dom¨ªnguez, madre de Isauro, que ronda descarnada el cuerpo que le devolvieron. ¡°?C¨®mo es posible que ya est¨¦ muerto mi hijo?¡±.
La atrocidad ha doblado al pueblo. Entre los cientos que han migrado en los ¨²ltimos a?os hab¨ªan tenido muertos: ahogados por la corriente del r¨ªo Bravo, sofocados por el calor del desierto, accidentados o alcoholizados en Estados Unidos, pero nunca asesinados con sa?a. El triple homicidio tambi¨¦n se ha convertido en un quebradero de cabeza para la polic¨ªa de Phoenix, que atraviesa una crisis reputacional por esc¨¢ndalos internos y por la escasez de uniformados, lo que ha derivado en un aumento de los delitos. El Departamento se top¨® con un crimen at¨ªpico, incluso para un Estado fronterizo: tres migrantes asesinados a 290 kil¨®metros de la frontera. Los viajeros ya hab¨ªan pasado lo peor, incluso el ¨²ltimo ret¨¦n de migraci¨®n, ubicado en Casa Grande, Arizona. ?Qu¨¦ hab¨ªa pasado?
¡°Me devolvieron a mi hijo, pero ya muerto¡±
A la regi¨®n mixe de la sierra Norte de Oaxaca se llega por una carretera reci¨¦n construida. Serpentea vigilada por las sombras de los cerros: Le¨®n, Metal, Lucerillo, el cerro Trampa. La bienvenida a Tepuxtepec, a 90 kil¨®metros al este de la capital, la dan nidos de casas de hormig¨®n, muchas sin terminar todav¨ªa, construidas con d¨®lares. Es la arquitectura de remesas que salpica la sierra.
El entierro de Abimael Jim¨¦nez, en el centro del pueblo, se ha convertido en un evento comunitario. La comitiva f¨²nebre avanza al tiempo que marca la banda; se escuchan los clarinetes, los saxos y los trombones, y a ese paso caminan. Son casi doscientos. Primero suben la cuesta que sale del templo y despu¨¦s bajan apretados la ladera, donde se estrecha el sendero. Algunos hombres llevan el ata¨²d que abre la marcha, son los t¨ªos y los primos de Abimael. Esa¨² y Dami¨¢n, de 12 y seis a?os, todav¨ªa no tienen fuerza para cargar a su hermano y acompa?an detr¨¢s a su madre, Silvia Romero, que est¨¢ rota: ¡°S¨ª me devolvieron a mi hijo, pero ya muerto¡±.
Dice su prima Brisa Mart¨ªnez, de 15 a?os, que so?aban con estudiar criminolog¨ªa juntos, aunque a ella le gustaba m¨¢s la astronom¨ªa y ¨¦l se tuvo que ir antes de empezar la preparatoria. ¡°Necesitaban el dinero¡±, explica. Desde que su padre los dej¨®, Abimael estaba siempre al lado de su madre y a todos dec¨ªa: un d¨ªa ¨¦l le construir¨ªa una casa, con sus cuartos y su techo y sus paredes de concreto. La que ten¨ªan ahora no contaba con mesa ni colchones, por eso algunas veces dorm¨ªan y com¨ªan en la de Jazm¨ªn Ju¨¢rez y su padre, que era coordinador de la banda de m¨²sica de la iglesia. Abimael tocaba la tambora desde los ocho a?os. El d¨ªa de su entierro todav¨ªa estaba el pomo de croch¨¦ verde encima del instrumento.
De camino al pante¨®n flotan los gladiolos y los alcatraces. La familia, desconsolada y creyente, se resigna: solo Dios sabe por qu¨¦ pas¨®.
Estos d¨ªas, los ni?os son los ¨²nicos que corretean y juegan a la pelota, ajenos a la tristeza que invadi¨® la sierra. En Tepuxtepec hay unos 1.500 menores de 15 a?os; para ellos, solo el b¨¢squet y la m¨²sica ocupan las horas. ¡°El ¨²nico medio de distracci¨®n que tienen es la cancha y la banda de la iglesia. Nada m¨¢s, no tienen otras oportunidades¡±, cuenta la maestra Sof¨ªa V¨¢zquez, que reconoce que en el pueblo no hay dinero ni para entrenadores ni para profesores de solfeo.
Los menores conviven con sus madres y sus abuelas, solteras o viudas de hombres que murieron o ya no regresaron; ellas son las que no migraron, las que siguen trabajando el ma¨ªz y el frijol, las que cuidan solas y mantienen, con el rebozo puesto, una comunidad a flote. Es la historia que se repite con las madres de los muertos.
Sentadas e inm¨®viles, ellas se han convertido en centinelas. Al preguntarle por Isauro, el desgarro de Roselia lo ocupa todo: ¡°Yo he sufrido mucho con mi hijo. Lo crec¨ª: le daba quelites, atolito nam¨¢s, tortilla nam¨¢s. Yo trabajaba m¨¢s que para dar de comer a mi hijo, que se muri¨®, apenas lo crec¨ª. Sufri¨® mucho de hambre, por eso el ni?o se enter¨® de c¨®mo ganar dinero y se fue all¨ª, a donde se gana dinero. No se fue para morir, se fue para mantener a su madre, a su familia¡±.
Su hermano Mois¨¦s Mart¨ªnez, de 26 a?os, reconoce que ve¨ªa mucho riesgo en el viaje: ¡°Nosotros viv¨ªamos juntos, jug¨¢bamos b¨¢squet en las tardes. Yo no quer¨ªa que se fuera a EE UU¡±. Abimael e Isauro cruzaron la frontera a cr¨¦dito, con el dinero fiado; ahora las familias deben hasta 200.000 pesos (unos 10.000 d¨®lares) a quienes les ayudaron a entrar en el pa¨ªs. Todav¨ªa no saben c¨®mo van a encargarse de la deuda.
Una trabajadora del Gobierno traduce, de forma parca, a la madre biol¨®gica de Herminio P¨¦rez, Salom¨¦ Ram¨ªrez, y a la mujer que lo cri¨®, Adelaida Guadalupe, que se expresan en mixe. Las dos recuerdan a un muchacho amable, que les mandaba dinero a ambas, y piden que se encuentre a los responsables de su asesinato.
Nadie contesta, pero todos susurran: los principales sospechosos del brutal crimen son de Tepuxtepec. Uno est¨¢ detenido en Arizona. Otro ha sido visto en las carreteras de la sierra, rondando el sepelio. Y, aunque su hijo la mande callar, la madre de Isauro se atreve a hablar en alto: ¡°Tengo miedo, ?me van a matar a m¨ª tambi¨¦n?¡±.
1843 East Monroe, Phoenix, Arizona
Los j¨®venes se reunieron en Los ?ngeles a mitad de febrero. Herminio P¨¦rez fue a recogerlos en una camioneta Tahoe blanca del 2009. ?l llevaba algunas semanas parando en Phoenix. Los testimonios recopilados por EL PA?S apuntan que, desde enero, Herminio hab¨ªa estado ¡°pasando gente por la frontera¡±. El joven llevaba a?os empleado en una f¨¢brica de revistas, pero a comienzos de este a?o el trabajo empez¨® a escasear y solo hab¨ªa turnos tres o cuatros d¨ªas a la semana. Se vincul¨® con otros dos hombres de Tepuxtepec que se dedicaban al tr¨¢fico de migrantes. ¡°No iba a ser mucho tiempo, porque sab¨ªa que era peligroso¡±, dice una persona que lo conoc¨ªa bien y que pide, por miedo, mantenerse en el anonimato.
Hizo el primer viaje con ellos el 10 de enero, despu¨¦s le siguieron varios m¨¢s. En un momento determinado se apart¨® de esos dos coyotes y se puso a trabajar para otro. ¡°Lo amenazaron de muerte. Dijeron que Herminio los chapuline¨® [salt¨® de un grupo a otro rival], que si no trabajaba con ellos, no trabajaba con nadie¡±, a?ade la misma fuente.
Esta se ha convertido en una de las principales l¨ªneas de investigaci¨®n de los homicidios. El parte policial indica que Herminio coment¨® a su novia, antes de dejar Wisconsin, ¡°que estaba preocupado porque dos sujetos llamados Chico y Jon¨¢s lo quer¨ªan matar en Phoenix¡±. Antes de irse le dej¨® los tel¨¦fonos de los hombres y una direcci¨®n: 1843 East Monroe, al oeste de la ciudad.
Esa vivienda es la ¨²nica descuidada en una manzana de residencias de una planta con patios traseros. Las ventanas no tienen cortinas, sino que est¨¢n tapadas con pedazos de pl¨¢stico y una manta. Un hoyo en una de estas deja ver el interior: hay decenas de botellas de cervezas en el piso de una sala que tiene una mesa como ¨²nico mueble. Solo hay un par de sillas port¨¢tiles, de camping. Sobre la mesa hay un papel de aluminio, un cargador de tel¨¦fono y botellas de agua. En la parte de atr¨¢s hay un coche blanco chocado. Inservible.
La ¨²ltima vez que Beatriz Mart¨ªnez logr¨® hablar con su hermano Isauro eran las cinco de la tarde del 19 de febrero. No obtuvo respuesta ni a las ocho ni a las 10 de la noche. A las 23.06, la se?al del tel¨¦fono de Herminio lo ubica en 1843 East Monroe. A las 00.30 est¨¢ ya en el descampado donde los j¨®venes fueron asesinados. La polic¨ªa cree que a esa hora se cometi¨® el crimen. El 20 de febrero a las 13.33, la polic¨ªa recibe una llamada: se han encontrado tres cuerpos en el n¨²mero 2650 de la avenida 99.
La investigaci¨®n policial de los datos del tel¨¦fono de Herminio llev¨® a detener a Juan Manuel Vargas, un inmigrante mexicano indocumentado de 22 a?os. Es el principal sospechoso del crimen. Una fuente asegura a EL PA?S que se trata de un nombre falso. ¡°Hay una persona arrestada, pero se est¨¢ buscando a otras personas involucradas¡±, afirma a este peri¨®dico el c¨®nsul mexicano en Phoenix, Jorge Mendoza.
Las pruebas apuntan a que en el asesinato participaron m¨¢s personas. Los peritajes confirman que aquella noche fueron usadas dos armas. El 27 de febrero, la polic¨ªa encontr¨® la camioneta Tahoe de Herminio afuera de un motel. Estaba siendo utilizada por una pareja ¡ªque ha sido detenida y es investigada¡ª, quien asegura haberla comprado a dos hombres por 2.500 d¨®lares, un precio muy por debajo de su valor.
El¨ªas, un vecino del barrio, recuerda el operativo de la polic¨ªa para capturar a Vargas en el 1843 de East Monroe. Comenz¨® a las seis de la ma?ana del 2 de marzo con la vigilancia de varios coches. A las 10 lleg¨® un convoy fuertemente armado. El se?or cree haber o¨ªdo algunos disparos, por lo que se escondi¨® en su casa. Dice que lleg¨® a conocer quien ocupaba la vivienda. Uno de estos era Juan Vargas y otro era un tipo bajo y gordo, que a¨²n no ha sido identificado oficialmente.
Ese otro individuo es el que los vecinos de Tepuxtepec identifican como c¨®mplice del crimen. Alguien que asesin¨® a tres de los suyos y ahora ha vuelto all¨ª a esconderse. El activista Joaqu¨ªn Galv¨¢n, que ha acompa?ado el caso con las familias, ha tenido que solicitar protecci¨®n estatal ante las amenazas: ¡°Al recorrer la carretera previa a la comunidad, nos topamos de frente con el comando que transporta al l¨ªder de la red de traficantes que los asesinaron¡±. Galv¨¢n incide en c¨®mo la alta migraci¨®n ha hecho mutar a estas redes ¡ªantes m¨¢s comunitarias¡ª hacia estructuras aliadas con otros grupos criminales: ¡°Eso evoluciona en una nueva forma de violencia hacia las personas que tratan de buscar una vida m¨¢s digna en Estados Unidos. Se ampl¨ªan los riesgos que se enfrentan¡±.
En Tepuxtepec se ha instalado el miedo. Temen las represalias y la venganza. Las autoridades, los vecinos y las familias tienen la misma pregunta: ?Cu¨¢l va a ser el desenlace de esta historia?
Mientras, en el pante¨®n, el hueco para el ata¨²d de Abimael ya est¨¢ abierto. A un lado, esperan los integrantes de la banda de m¨²sica Alfa y Omega. Son unos 20, el m¨¢s peque?o tiene menos de 10 y los hay mayores de edad; se mezclan y ense?an entre todos las partituras. Han aguantado firmes durante cinco horas con el cad¨¢ver de su amigo al lado. Ahora ya acaba todo. El cura dice unas palabras para despedir al chico. La familia se quiebra. Entre una explosi¨®n de buganvilias y floripondios bajan la caja. Y la banda entonces toca y llora y llora mientras sopla y llora mientras golpea. Cae el sol con la sierra enverdecida de fondo. Antes de que todos se marchen, una madre recoge tierra con una pala para echarla sobre la tumba de ese hijo, de ese migrante, que aunque se parezca al hijo, al migrante, hoy no es el suyo.
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