La parroquia de la Soledad, el refugio de más de un millar de migrantes en Ciudad de México
Ante la saturación de los albergues, esta iglesia, una de las más grandes y antiguas de la capital mexicana, ha abierto sus puertas a todos los que en su camino hacia Estados Unidos optan por hacer una escala en la ciudad
Por las noches, el suelo de la parroquia de la Soledad está completamente cubierto con colchonetas. Mientras las bancas y el resto de mobiliario esperan apilados en las orillas, más de un millar de migrantes utiliza este espacio para descansar, alimentarse y recibir atención médica y ayuda legal. En este templo, uno de los más grandes y antiguos de Ciudad de México, ya no se celebran bodas, primeras comuniones ni bautizos; únicamente se ofician misas dominicales y alguna otra entre seman...
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Por las noches, el suelo de la parroquia de la Soledad está completamente cubierto con colchonetas. Mientras las bancas y el resto de mobiliario esperan apilados en las orillas, más de un millar de migrantes utiliza este espacio para descansar, alimentarse y recibir atención médica y ayuda legal. En este templo, uno de los más grandes y antiguos de Ciudad de México, ya no se celebran bodas, primeras comuniones ni bautizos; únicamente se ofician misas dominicales y alguna otra entre semana. Prácticamente todos los esfuerzos de su párroco y de los tres voluntarios que lo apoyan son para auxiliar a quienes por diferentes razones han optado por abandonar su país. En los últimos a?os, ante la creciente presencia de grupos de migrantes en la capital, esta iglesia, ubicada en el céntrico barrio de La Merced, en la alcaldía Venustiano Carranza, se ha convertido en uno de los principales albergues para quienes en su camino hacia Estados Unidos hacen una parada en Ciudad de México.
Minutos antes de las cinco de la tarde del 27 de octubre, alrededor de 50 personas hacen fila junto a una de las puertas laterales de la parroquia. La iglesia está llena, pero esto no importa, las 50 personas van a entrar. Benito Torres Cervantes es el párroco de La Soledad. Originario de Ciudad de México y sacerdote desde hace 18 a?os, dedica casi la totalidad de su tiempo a atender a los cientos de migrantes que llegan semana a semana al templo en busca de ayuda, ya sea brindándoles apoyo espiritual u ofreciéndoles refugio y comida. Su lema es claro y lo repite con frecuencia a los voluntarios y brigadistas que prestan sus servicios a la iglesia: “Hasta el último migrante”. El padre Benito llegó a esta parroquia en 2015, y desde entonces abrió las puertas de la iglesia para auxiliar a las personas en situación de calle. Algunos de los que llegaban eran extranjeros desplazados que no tenían cómo subsistir en Ciudad de México, pero por lo general no eran más de un par de familias. Todo cambió con el acaecimiento de las caravanas provenientes de Centroamérica y Venezuela, y, más recientemente, con el fin del Título 42 en Estados Unidos. El sacerdote calcula que actualmente hay alrededor de 1.300 migrantes albergados en el templo.
Esa noche, el padre Benito solo pudo dormir un par de horas. La lluvia los obligó a él y a los voluntarios a reacomodar a un grupo de migrantes que dormían en el estacionamiento de la parroquia. Después tuvo que llevar al hospital a una mujer venezolana y a su hija peque?a, que tenía problemas para respirar. Y, por último, tuvo que separar a dos hombres que habían iniciado una reyerta porque uno supuestamente le había robado un reloj al otro. En sus ojos se nota un cansancio extremo, pero, al mismo tiempo, en su hablar se evidencia un exceso de voluntad: “Ante la situación de estas personas, no podemos voltear y actuar como si no pasara nada. Son hombres y mujeres que buscan que su dignidad ya no sea pisoteada. Buscan un nuevo amanecer, y nosotros vamos a darles cualquier ayuda que esté en nuestras manos”, explica el párroco.
El refugio de los más necesitados
La parroquia de la Soledad fue construida a principios del siglo XVII por hermanos de la Orden de San Agustín. Es la séptima más antigua de la capital mexicana. El padre Benito explica que esta iglesia fue levantada con la idea de siempre estar al servicio de los más necesitados. “Este templo estaba orientado para las personas que llegaban desde Texcoco o Xochimilco con la intención de vender mercancías en la Merced. Mientras la catedral estaba pensada para los espa?oles, La Soledad recibía a los indígenas que venían en busca de ayuda espiritual”, cuenta el párroco. “Ahora quienes acuden en busca de auxilio son los migrantes, y La Soledad siempre va a tener las puertas abiertas para ellos”.
Parte de la labor del párroco y de los voluntarios de La Soledad consiste en recorrer mercados y bancos de alimentos en busca de donaciones. Solo así ha logrado subsistir este albergue improvisado, ya que los ingresos de la iglesia se han reducido al mínimo al no poder oficiar ceremonias como bodas y bautizos. Todos los días, el Gobierno de Ciudad de México envía alimentos preparados a la parroquia; sin embargo, estos alimentos no siempre llegan a la hora que se requieren, o bien tienen ingredientes a los que los migrantes no han logrado acostumbrarse, como picante o verduras. A pesar de apoyos como este, el párroco considera que el actuar de las autoridades ha sido deficiente para atender una crisis que empeora día con día: “Cuando haces una obra bonita, todo mundo te aplaude, pero cuando empieza a haber problemas, tú eres el culpable. El Gobierno deja que instituciones como la Iglesia atiendan crisis que ellos ya no pueden controlar. Para el Gobierno lo más fácil es lavarse las manos y dejar que otros hagan lo que ellos no pueden. Lo podemos ver con el incendio que ocurrió en marzo en el centro de detención de migrantes de Ciudad Juárez. Decenas de personas murieron por la inacción de las autoridades”, condena el sacerdote.
La mayoría de los albergues para migrantes en Ciudad de México están saturados. Espacios como Casa Tochán o Cafemin, en las alcaldías ?lvaro Obregón y Gustavo Madero, respectivamente, superan hasta siete veces el máximo de su capacidad. Lo mismo ocurre con el albergue improvisado de La Soledad, que según el padre Benito inicialmente estuvo pensado para un máximo de 80 personas. La nave principal de la iglesia ya está atiborrada, en los patios interiores no cabe nadie más y las pocas habitaciones con las que cuenta, todas ellas reservadas para los enfermos, no tienen más espacio. El padre Benito y los voluntarios que lo auxilian han tenido que vaciar algunas de las bodegas del templo para poder ubicar ahí a más migrantes. De momento, con eso ha bastado, aunque no descartan que en las próximas semanas tengan que vaciar más espacios para seguir alojando gente.
Ciudad de México, una nueva escala de la ruta migrante
Claudia Torres es la coordinadora del albergue de La Soledad. Tiene 48 a?os, es madre soltera y es originaria de Ciudad de México. Entre una lista interminable de labores, ella es la encargada de recibir a todo el que llegue a la parroquia en busca de refugio. A cada persona que ingresa, Torres le informa que solo podrá pasar de dos a tres a días en el albergue. Idealmente en este tiempo los migrantes logran conseguir algún trabajo u otro alojamiento. Son pocos los que optan por seguir avanzando hacia la frontera con Estados Unidos. Así lo explica la coordinadora del albergue: “Es muy peligroso para ellos ir hacia el norte. Prefieren quedarse en Ciudad de México, donde pueden generar ingresos con mayor facilidad y donde las familias se sienten más seguras”. Para los migrantes es más conveniente esperar en Ciudad de México a que las autoridades estadounidenses les asignen una cita a través de la aplicación CBP1, en vez de personarse en alguno de los puntos fronterizos y arriesgarse a que los deporten a sus países de origen.
Algunos de los migrantes han logrado alargar su estadía en La Soledad ofreciéndose como voluntarios o brigadistas. Estas personas colaboran organizando simulacros, preparando los alimentos o ayudando en las tareas de limpieza. Este es el caso de Jason Oliveros, un joven de 26 a?os originario de la ciudad venezolana de Maracaibo. Oliveros y su familia llevan 21 días en el albergue. ?l colabora acomodando las colchonetas y distribuyendo a la gente para que todos puedan tener un sitio donde dormir.
Para Oliveros, fue diez veces más fácil cruzar la selva del Darién que atravesar México. Así lo explica el venezolano: “Aquí nadie te ayuda. Si un pasaje a una ciudad cuesta 25 pesos mexicanos, cuando ven que uno es migrante, le cobran hasta 150. La gente se aprovecha mucho de nosotros. Además, las autoridades no nos apoyan, nos bajan de los transportes y nos devuelven hacia Tapachula, y si te regresan pierdes mucho tiempo y dinero”. Oliveros llegó a La Soledad por recomendación de su hermano, quien pasó por la iglesia hace ocho meses. En un principio pensaba que el albergue lo sostenía el Gobierno; sin embargo, después de hablar con el padre Benito, se percató de que la ayuda es voluntaria. Su objetivo es quedarse en Ciudad en México, conseguir un trabajo formal, arrendar un espacio y estabilizarse, al menos en lo que consigue una cita por medio del CBP1. “No me importa que tarde un mes, cuatro meses o un a?o, yo no me quiero mover de esta ciudad hasta que no tenga una cita. Me da mucho miedo que en el camino me regresen. No quiero haber nadado tanto para morir en la orilla”, remata el joven venezolano.
En los alrededores de la iglesia, en un espacio conocido como la Plaza de la Soledad, se ha formado un campamento compuesto por más de un centenar y medio de carpas y tiendas de campa?a. En ellas habitan migrantes que en su mayoría ya han pasado por la iglesia y que no han logrado ubicarse en algún otro albergue ni han podido juntar los medios suficientes para alquilar un alojamiento. El padre Benito calcula que en la plaza hay cerca de 400 personas, todas a la espera de una cita con las autoridades estadounidenses.
El campamento se asemeja a un peque?o poblado, con negocios como puestos de comida, regaderas improvisadas y barberías. No obstante, el miedo de que las autoridades lo desalojen es una constante entre sus habitantes. Funcionarios de la alcaldía Venustiano Carranza acudieron a este espacio el pasado 27 de octubre. Enfundados con chalecos color guinda, conversaron con los migrantes y recabaron sus datos. Rápidamente comenzó a correr un rumor: el campamento sería levantado al día siguiente. Para fortuna de los habitantes de este espacio, eso no ocurrió. Sin embargo, ante desalojos recientes como el de la plaza Giordano Bruno, en la alcaldía Cuauhtémoc, los migrantes se niegan a bajar la guardia. Muchos albergues están llenos, las oportunidades de trabajo escasean, y ante las limitaciones de espacios como la parroquia de La Soledad, a los habitantes de la plaza no les queda más que revisar constantemente sus teléfonos celulares, confiando en que pronto llegará una notificación de la aplicación CBP1.
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