Armida
Nunca he sabido de d車nde viene el nombre y ahora que se me esfuma entre llantos pienso que la etimolog赤a deber赤a consignar su sonrisa y esa manera de andar sin ver
Armida hered車 el nombre de su madre y llevaba por delante la Rosa de su madrina longeva, tan longeva que cuando unos geront車logos de Par赤s viajaron a Michoac芍n para entrevistar ancianos, la t赤a Rosa, de noventa y tantos a?os, tuvo a bien decirles que en el pueblo de San Jos谷 de Gracia ※no hay viejos, que yo sepa# quiz芍 o si acaso, busquen a Artemio que creo que ya tiene m芍s de cien a?os§. En realidad, nunca he sabido de d車nde viene el nombre de Armida y ahora que se me esfuma entre llantos pienso que la etimolog赤a deber赤a consignar su sonrisa y esa manera de andar sin ver, concentrada en las a...
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Armida hered車 el nombre de su madre y llevaba por delante la Rosa de su madrina longeva, tan longeva que cuando unos geront車logos de Par赤s viajaron a Michoac芍n para entrevistar ancianos, la t赤a Rosa, de noventa y tantos a?os, tuvo a bien decirles que en el pueblo de San Jos谷 de Gracia ※no hay viejos, que yo sepa# quiz芍 o si acaso, busquen a Artemio que creo que ya tiene m芍s de cien a?os§. En realidad, nunca he sabido de d車nde viene el nombre de Armida y ahora que se me esfuma entre llantos pienso que la etimolog赤a deber赤a consignar su sonrisa y esa manera de andar sin ver, concentrada en las aceras de cuadritos de su amado Madrid o en el paisaje l芍nguido de San Jos谷 de Gracia, donde Michoac芍n es ya sin車nimo de eternidad.
Armida ante un paisaje de colinas verdes y cerros ocres que cubre hasta donde alcanza la vista. Aunque parece que se ha ido andando por un p芍rrafo de La Mancha, s谷 que se queda ya para siempre en M谷xico; exactamente en el 迆ltimo rinc車n de Michoac芍n que colinda con Jalisco. San Jos谷 de Gracia que parece flotar entre casitas bajas con techos de teja, las torres de la parroquia y todo ese ruido que es el silencio, al pie de un cerro que podr赤a llamarse Luvina aunque se llame de Larios. Ladran unos perros flacos a lo lejos, al momento en que Armida vuelve a entrar a una casa que siempre me pareci車 m赤a. Al fondo del corredor que rodea al primer patio de flores con sus columnas de madera la espera sentada en un equipal de cuero viejo su madre, Do?a Armida de la Vara, con un libro de cuentos en la mano y una sonrisa que confirma la etimolog赤a de su nombre.
Armida sigue por el corredor de siglos, andando hacia el patio trasero, que en la arquitectura de mis abuelos en Guanajuato correspond赤a a la huerta y el corral, aunque hace m芍s de cien a?os alberg車 una rica biblioteca decimon車nica. Aqu赤 es al rev谷s: en donde antes hubo un duraznero, aguacate, n赤spero, limonero, pi?車n, chabacano, maguey, nopal, higuera, granado y una palma han construido una biblioteca de ensue?o, coronada por una alta torre de color morado que parece ser minarete del pueblo o vig赤a de tantos silencios.
All赤 donde antes fue troje y hogar para dos caballos, dos vacas con sus becerros, media docena de cerdos y una docena de gallinas, est芍 la entra?able biblioteca donde he le赤do todas las p芍ginas de un libro de arena que escribi車 un ciego vidente, enormes minucias de un sabio ingl谷s y no pocos versos de un caballero que tambi谷n habit車 una torre. Aqu赤 no transcurre el tiempo del mundo.
Armida se acerca al escritorio y como si no lo hubiese distra赤do, levanta la vista D. Luis Gonz芍lez y Gonz芍lez. Su padre intemporal mira fijamente con su ojo derecho y sonr赤e: en unos segundos, ha vuelto a demostrar entre la historia may迆scula con lente microsc車pico y el ancho amor de una familia ejemplar y entra?able. Es el amoroso contenido de los cuentos de su madre y el oficio amoroso del historiador monumental que fue el padre de la microhistoria; entre ambos, veo a Armida con la mano siempre tendida para ayudar a los dem芍s, a sus hermanos y ancha prole, a los viajeros de div芍n psicol車gico y a los estudiantes y acad谷micos del amplio oc谷ano de todos los saberes. La escucho coordinar y cuadricular todo lo que cuadriculaba y coordinaba en la Universidad de Guadalajara y en la inmensa FIL de libros y lectores donde nos ve赤amos todos los a?os, sabiendo que la eternidad est芍 en San Jos谷 de Gracia donde ahora la veo llegar intacta como quien camina por la calle de la Princesa en un Madrid de nieve y neblina que no amaina la inevitable tristeza de esta despedida tan llena de gratitud por todas las hojas verdes que pegaba Armida en las paredes de esa vieja casona como enredadera eterna y en la bisuter赤a constante de su conversaci車n, el tes車n inquebrantable de su voluntad contra la enfermedad y el pesado sentido com迆n contra toda banal ligereza de lo necio.
Ahora se me afigura que Armida es nombre de quien cuida un jard赤n encantado, capaz de enfrentar a oponentes de armadura y serenar el atardecer con el secreto de la tregua que ahora ha de abrazar para siempre, lejos de todo dolor y desventura, en el nido invaluable de la querencia.