Solo la nieve
En el Capitolio se ha honrado a los h¨¦roes de verdad y no cuadra su definici¨®n con el engre¨ªdo trailero que vandaliza una oficina ajena convencido por un v¨ªdeo de siete minutos
Mi infancia est¨¢ intacta en la nieve y su met¨¢fora constante es el papel como s¨¢bana de p¨¢gina en blanco. Palabra por palabra se puebla lo que para otro ha sido p¨¢ramos en llamas y en la memoria, no es m¨¢s que tejido de alabastro (que dijo la poeta) lana que serv¨ªa para recubrir las arrugas de las calles o los pliegues del tiempo. Nieve como rar¨ªsima epifan¨ªa en la ciudad de M¨¦xico y nost¨¢lgico velo sobre Madrid: nieve en las canas de mi barba y en el af¨¢n intacto con el que dejaron sus huellas como caminito pautado las pezu?as de un dromedario, un caballo blanco y un elefante memorioso en aqu...
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Mi infancia est¨¢ intacta en la nieve y su met¨¢fora constante es el papel como s¨¢bana de p¨¢gina en blanco. Palabra por palabra se puebla lo que para otro ha sido p¨¢ramos en llamas y en la memoria, no es m¨¢s que tejido de alabastro (que dijo la poeta) lana que serv¨ªa para recubrir las arrugas de las calles o los pliegues del tiempo. Nieve como rar¨ªsima epifan¨ªa en la ciudad de M¨¦xico y nost¨¢lgico velo sobre Madrid: nieve en las canas de mi barba y en el af¨¢n intacto con el que dejaron sus huellas como caminito pautado las pezu?as de un dromedario, un caballo blanco y un elefante memorioso en aquella madrugada nevada de mi infancia cuando ning¨²n adulto me crey¨® el sue?o (salvo mi padre que lo verific¨® en pantuflas) de haber visto a unos magos y sabios cruzando el mantel inmaculado que ¨Cpasado el tiempo¡ª reverdec¨ªa como alfombra de pasto. Los mismos fantasmas que dejaban un camino de caramelos hasta la punta de los zapatitos de mis hijos y las miles de noches en que les he intentado heredar el embrujo de las nieves, de los d¨ªas cortos que alientan paseos con guantes recortados en las falanges y bufandas moradas para que se adelante cada atardecer a favor de todos los libros que se abren a la improvisaci¨®n de las noches¡ porque solo la nieve trastoca el mecanismo intacto del tiempo, habiendo sido la misma lluvia que siempre transcurre en un ayer y porque la nieve recuerda como Pap¨¢ Eliseo que la lluvia es un ajeno llanto sobre mi cara, l¨¢grima de gratitudes y asombros, pero tambi¨¦n gota que se derrama sobre el vaso de lo imperdonable.
Viv¨ª en Washington D.C. de los dos a los 14 a?os de edad. La primera contemplaci¨®n y cada vista desde entonces del monumental Capitolio confunde a cualquier ni?o con la ilusi¨®n de que se trata de un inmenso templo hecho de nieve. Epicentro de la Ciudad Blanca (ir¨®nicamente poblada por una encomiable y honrosa poblaci¨®n negra desde su primer trazo), el Capitolio es la hipotenusa de un teorema de calles numeradas en lo vertical y alfabetizadas en lo horizontal, con media centena de calles que llevan el nombre de cincuenta estados federados que constituyen una uni¨®n ut¨®pica en constante construcci¨®n.
Fue el franc¨¦s L¡¯Enfant quien traz¨® el diamante de esa Ciudad Blanca en medio de marismas aleda?as al r¨ªo Potomac, pero tengo para m¨ª que el domo envidiable del Capitolio es no menos que la copa tipo Derby del alargado sombrero de Abraham Lincoln: el gigante de m¨¢rmol blanco que se sienta en medio de su Parten¨®n tiene la mirada fija en el Capitolio que le queda enfrente, con el obelisco de George Washington como manecilla al mediod¨ªa; Lincoln con las manos reposadas sobre coderas de m¨¢rmol, con las manos colgadas formando los signos de sus iniciales en la lengua de los sordomudos, pero sin sombrero en la cabeza, quiz¨¢ porque la vieja chistera exagerada que llevaba como chimenea sobre su cr¨¢neo en los discursos infinitos con los que intentaba sanar las profundas divisiones de sus compatriotas se volvi¨® el grand¨ªsimo bomb¨ªn que qued¨® como guinda sobre el Capitolio, all¨ª donde Lincoln tom¨® posesi¨®n de su cargo como presidente en dos ocasiones (la segunda, de su reelecci¨®n con su asesino en potencia como inexplicable testigo de la ceremonia) y all¨ª donde tomara posesi¨®n uno de los m¨¢s siniestros y el m¨¢s grande imb¨¦cil en la historia de los Estados Unidos de Norteam¨¦rica, llamado Donald James Trump que ahora mismo, cuatro a?os despu¨¦s de esa ocurrencia ha dado al traste no solo con el Partido Republicano de Abraham Lincoln, sino con el honor hasta ahora incorrupto del propio Capitolio de Washington, D.C.
De ni?o y casi cada a?o desde entonces, visitar el Capitolio era pretexto para visitar la Library of Congress, la biblioteca m¨¢s grande el mundo, donde mi padre en un ayer de aguanieve me present¨® a un escritor mexicano, becario de la Woodrow Wilson, que interrumpi¨® los p¨¢rrafos de una novela en ciernes para pasearnos por los pasillos de madera y rieles dorados, bajo una c¨²pula celestial entre millones de libros. Nieve de ensue?o que sirvi¨® para que yo intentara presumir al d¨ªa siguiente en la primaria gringa que la casa infinita de todos los libros era propiedad de un hombre llamado Carlos Fuentes y lo dec¨ªa ante mis compa?eritos ¨Cno pocos, futuros trumpianos, trumpudos o trumpistas¡ªcomo ribete de puro orgullo mexicano (y carcajada con sorna de los propios compa?eritos). Pero se me concedi¨® volver con mis hijos y en las entra?as de la Library of Congress seguirle la sombra a Juan Garc¨ªa de Oteyza (amigo entra?able, editor y diplom¨¢tico ejemplar) que se tir¨® al suelo ante unos estantes secretos donde se alineaban siete libros m¨ªos¡ nom¨¢s para puro orgullo mexicano.
Sobre todo, ir a la Biblioteca del Congreso siempre ha sido una confirmaci¨®n del alivio como nevada bajo un sol esplendoroso de que todo el conocimiento y toda la imaginaci¨®n, todo el cine y la m¨²sica, la infinita poes¨ªa y todos los ensayos como pensamiento andante tienen una moderna Alejandr¨ªa que no merece magullar o mancillarse con los pu?os y la baba negra de la imbecilidad. Hablo de la horda irracional que viol¨® la noci¨®n misma del sentido com¨²n, insuflada por Donald J. Trump y los suyos (incluso, los suyos m¨¢s ¨ªntimos) que descarada e imperdonablemente convencieron a 100 mil (m¨¢s setenta millones de votantes en la elecci¨®n pasada) de que el desorden irracional ha de imponerse con cuernos en la cabeza y banderas de odio y que ha de imperar sobre la intocable base de la amnesia, la ignorancia y la pura m¨¢s pura estupidez. Merece otra borrasca de p¨¢rrafos el evidente desd¨¦n del desmadre provocado, la diferencia entre la represi¨®n excesiva con la que se castiga a los manifestantes en reclamo pac¨ªfico, clamando que las vidas en negro tambi¨¦n valen, a la tibia hospitalidad con la que se permiti¨® la avalancha del desconcierto y la demencia, cost¨¢ndole la vida a una confundida aunque convencida militante de la mentira y a por lo menos, un polic¨ªa que s¨ª se tom¨® en serio la asonada en clara sedici¨®n de una equivocaci¨®n impostada.
El Capitolio aleda?o a la biblioteca infinita es un pastel monumental de blanca reposter¨ªa que en medio de la bruma de borrasca parece nieve de siglos en constante construcci¨®n como bola rodante sobre el abrigo del c¨¦sped y visitar sus C¨¢maras he de provocar siempre la discusi¨®n y el di¨¢logo en torno a tantas palabras que se han escrito sobre la escarcha ¨CLibertad, Democracia, Igualdad, y muchas m¨¢s¡ªpero jam¨¢s merece el eco de los c¨¢nticos rumiantes, la ecolalia de los necios que enga?an por ganancia propia. Es el lugar ideal para tomar ejemplo y poner en tela de juicio el concepto mismo de ese inmenso galimat¨ªas que es pa¨ªs o constructo o invento o proyecto, pero jam¨¢s el santuario para que desfilen maniqu¨ªes maquillados de pat¨¦tico populismo, guiados por la adrenalina eg¨®latra de un caudillo advenedizo.
En el Capitolio se ha honrado a los h¨¦roes de verdad y no cuadra su definici¨®n con el engre¨ªdo trailero alcoholizado que vandaliza una oficina ajena convencido por un v¨ªdeo de siete minutos en internet de haberse convertido en pensante; en el Capitolio hemos honrado a historiadores y novelistas, autores de todas las p¨¢ginas y pensadores de todo pret¨¦rito con un af¨¢n de escalinata donde se forman los mejores pensamientos y proyectos para futuro y no la avalancha desvergonzada de la demencia, de la clara y pr¨ªstina pendejez en quien de veras cree que participa en una revoluci¨®n asentada sobre la mentira para honra y gloria de una selfie rociada con gas lacrim¨®geno.
De ni?o, y en cada nevada que le he sumado a mi infancia, visitar el Capitolio de Washington era pretexto para honrar de lejos el inexistente Capitolio de la Ciudad de M¨¦xico, que qued¨® como domo del Monumento hueco a la Revoluci¨®n Mexicana ¡ªsuma de rebeli¨®n, revuelta y reyertas¡ª pero aut¨¦ntica primera Revoluci¨®n con may¨²scula en el mundo del siglo pasado y no la podrida pantomima imperdonable que incendia la verborrea c¨ªnica y el peluqu¨ªn falso de un fascista, racista, supremacista, mentiroso, macho acosador, inepto imperdonable, millonario en constante bancarrota, traidor a s¨ª mismo que no merece amanecer ni un solo d¨ªa m¨¢s como presidente de un pa¨ªs cuyo ombligo emblem¨¢tico es una mole magn¨¦tica y blanca que reposa sobre una colina nevada por tanta historia y tant¨ªsimas mujeres y hombres buenos, toda la m¨²sica y cada uno de los libros, tanta belleza al ¨®leo y en video, tanta cultura del blues como escarcha o el rock como borrasca o la sinfon¨ªa monumental del ocre oleaje interminable de sus trigos y los morados cerros al atardecer y el vasto territorio entre oc¨¦anos donde humanos de todas las naciones volvieron a encontrar hogar lejos de su hogar, all¨ª bajo un inmarcesible domo de cristal o pl¨¢stico que agita la mano de un ni?o para que parezca que nieva sobre un Capitolio en miniatura que cabe en una manita, ahora pisapapel y souvenir, memento mori : has de evocar cada instante de tu infancia le¨ªda en cada p¨¢gina de larga vida que escribas, como quien asume que ha de morir sin olvidar todas las huellas que dejas para leer tu traves¨ªa, una m¨²sica callada y c¨¢lida que se escucha en tus pasos cuando hacen craquelar el helado algod¨®n compacto y reci¨¦n ca¨ªdo de un cielo sin nubes en una especie de milagro que ¡ªen realidad¡ªsolo lo entiende la nieve.