Cada quien sus obsesiones
Hay quienes est¨¢n obsesionados con el libro como objeto, quienes lo est¨¢n con la edad de un ejemplar, es decir, con los libros antiguos, y quienes entregan su obsesi¨®n a los vol¨²menes que est¨¢n o han estado prohibidos
Sin sus obsesiones, la gente es sopor¨ªfera, sugiere Virginia Woolf en sus diarios. M¨¢s tarde, la escritora inglesa se reafirma: lo ¨²nico que siempre quiso respetar fueron las obsesiones de los dem¨¢s.
Como en tantos otros asuntos, Virginia Woolf ten¨ªa raz¨®n: a fin de cuentas, nuestras obsesiones tambi¨¦n son los rasgos de particularidad que nos permitimos mostrar ante los otros. Las grietas, pues, a trav¨¦s de las cuales cualquiera puede asomarse a la esencia de aquel que se tiene delante, sin importar que se trate de alguien con el...
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Sin sus obsesiones, la gente es sopor¨ªfera, sugiere Virginia Woolf en sus diarios. M¨¢s tarde, la escritora inglesa se reafirma: lo ¨²nico que siempre quiso respetar fueron las obsesiones de los dem¨¢s.
Como en tantos otros asuntos, Virginia Woolf ten¨ªa raz¨®n: a fin de cuentas, nuestras obsesiones tambi¨¦n son los rasgos de particularidad que nos permitimos mostrar ante los otros. Las grietas, pues, a trav¨¦s de las cuales cualquiera puede asomarse a la esencia de aquel que se tiene delante, sin importar que se trate de alguien con el que se comparte un modo de ver, sentir y estar o de alguien con el que no se comparte nada.
No existe un solo ser humano que no haya sido secuestrado, en alg¨²n momento, por una o varias obsesiones, que no haya experimentado ¡ªsi se prefiere gozar o padecer, depende de otro rasgo del car¨¢cter¡ª de ese instante en el que el mundo se transforma en un embudo por el que solo pasa una idea, un sentimiento, un objeto u otro ser.
D¨¦mosle vuelta al asunto y mir¨¦moslo un instante del rev¨¦s: sin ese embudo, sin esas grietas, sin esas obsesiones, pues, qu¨¦ quedar¨ªa de cada uno de nosotros, adem¨¢s de la semejanza, de la completa y total asimilaci¨®n. Nuestro mundo no ser¨ªa, entonces, sino el sue?o m¨¢s h¨²medo entre los sue?os de Pol Pot. Y nuestra relaci¨®n con los dem¨¢s, pero tambi¨¦n con nosotros mismos, no contemplar¨ªa nuestras falacias l¨®gicas.
¡ªHacia finales de la Segunda Guerra Mundial, los ingenieros de los ej¨¦rcitos aliados, preocupados por la cantidad de aviones que perd¨ªan en combate y agotados de revisar y de estudiar, siempre en vano, los bombarderos que consegu¨ªan atravesar las l¨ªneas enemigas y volver a salvo a sus bases, decidieron revestir su flota a¨¦rea con nuevas armaduras, armaduras que habr¨ªan de proteger a sus aviones justo ah¨ª donde estos hab¨ªan sido mayormente castigados por los nazis.
El resultado de las nuevas armaduras, sin embargo, fue el mismo: se perd¨ªa y volv¨ªa un n¨²mero casi id¨¦ntico de aviones que antes. Fue entonces que los ingenieros solicitaron el apoyo del matem¨¢tico Abraham Wald, quien cambiar¨ªa el destino de la guerra, aseverando que lo importante no eran los aviones que volv¨ªan, sino aquellos que no lo consegu¨ªan. En vez de reforzar el fuselaje marcado por el fuego enemigo, hab¨ªa que reforzar el que no mostraba marca alguna, pues era ese el fundamental. As¨ª naci¨® el sesgo de supervivencia, que hoy es el exponente m¨¢ximo de la falacia l¨®gica¡ª.
De entre las muchas obsesiones que tengo, es decir, de entre mis propios sesgos de supervivencia, que no son sino la mejor manera que hay de descubrirse, sin tener que describirse, el que m¨¢s disfruto es aquel que me obliga a buscar ¡ªdir¨ªa incluso que a rastrear, como rastrean los animales de presa o como hac¨ªa la propia Virginia Woolf¡ª libros usados, ejemplares viejos, vol¨²menes que hayan pasado por la mayor cantidad posible de lectores y de manos, no tanto porque me guste coleccionarlos como objetos o porque me interesen las primeras o segundas ediciones, sino porque soy adicto a los subrayados, a las anotaciones, a las marcas, en general, de los dem¨¢s.
Hay quienes est¨¢n obsesionados con el libro como objeto, quienes lo est¨¢n con la edad de un ejemplar, es decir, con los libros antiguos, y quienes entregan su obsesi¨®n a los vol¨²menes que est¨¢n o han estado prohibidos, as¨ª como hay quienes se obsesionan con los libros que guardan alg¨²n error de edici¨®n o con los testigos, troballes o tripas, que son aquellos objetos que de tanto en tanto aparecen entre las p¨¢ginas de un ejemplar: una fotograf¨ªa, una postal, una flor seca, un dibujo... Mi embudo, sin embargo, es otro, mi embudo, ya lo dije, son las grietas que me dejan ver a trav¨¦s de los dem¨¢s, esos otros que tambi¨¦n fueron lectores de ese mismo ejemplar que de repente est¨¢ en mis manos y que nunca es, claro est¨¢, un libro al azar.
Busco, rastreo a los lectores de los libros que tambi¨¦n a m¨ª me obsesionaron y dejo que mi embudo se recree en el del otro, que mis grietas se traslapen con las de ese alguien m¨¢s: una palabra entre corchetes, uno o m¨¢s renglones subrayados, un p¨¢rrafo atrapado en un recuadro que fue marcado con la misma emoci¨®n con la que yo lo habr¨ªa marcado, o una p¨¢gina recargada sobre una l¨ªnea que la prisa de otra mano traz¨® ah¨ª, cayendo verticalmente al tiempo que aquello que marcaba ca¨ªa dentro del subrayante. Se trata, lo s¨¦, de una obsesi¨®n que no conduce m¨¢s que a un placer ef¨ªmero, que dura apenas nada, que tiene, por decirlo de otro modo, un cl¨ªmax meramente instant¨¢neo.
¡ªSeg¨²n el Diccionario Cambridge, el significado de la palabra bathos es el siguiente: ¡°transici¨®n abrupta de lo exaltado a lo com¨²n, que por lo general produce un efecto rid¨ªculo. Aunque a menudo es involuntario, el bathos tambi¨¦n puede ser utilizado para generar un efecto o un giro humor¨ªstico. Cuando el bathos resulta evidente, se debe describir como burlesco o simuladamente heroico. El bathos no debe confundirse con el pathos, que es un modo de persuasi¨®n dentro de la ret¨®rica destinado, mayoritariamente, a suscitar emociones de simpat¨ªa y compasi¨®n¡±.
Utilizado por primera vez por Alexander Pope (pero se?alado, curiosamente, por el padre de Virginia Woolf), el bathos naci¨® para describir un intento divertida o pat¨¦ticamente fallido de la grandeza art¨ªstica. Con el paso de los siglos, sin embargo, el bathos pas¨® a ser utilizado, fundamentalmente, para referirse a un anticl¨ªmax, es decir, para apuntar el tr¨¢nsito de lo sublime a lo com¨²n y corriente, en otras palabras, a lo ordinario, que es lo mismo que decir de lo elevado a lo vulgar¡ª.
La verdad, pens¨¢ndolo bien, asumi¨¦ndolo, pues, mi obsesi¨®n, mi embudo personal, mi sesgo de supervivencia, no sea sino ese bathos. Nada que ver pues ni con los libros que rastreo como animal ni con las marcas que otros han dejado en estos ni con las grietas que presuntamente me permiten asomarme al interior de aquellos que parec¨ªan compartir conmigo determinadas falacias l¨®gicas.
De entre todas las obsesiones que tengo, de entre todas las maneras que he encontrado de descubrirme sin tener que describirme, entonces, la que m¨¢s disfruto es el bathos, el anticl¨ªmax de encontrar algo cuyo placer apenas dura un segundo, el paso veloz de lo que deseaba sublime y en realidad era ordinario.
Eso explicar¨ªa, por ejemplo, que me guste tanto leer los diarios de Virginia Woolf, donde el bathos de alguna de sus obsesiones marca el comienzo de todos sus descensos al infierno: justo antes de cada periodo de locura hay un anticl¨ªmax espec¨ªfico y ef¨ªmero. Como tambi¨¦n explica, por ejemplo, por qu¨¦ goc¨¦ tanto, hace tan solo unos meses, al encontrar, dentro de un libro de Revueltas, un ensayo ¡ªtres hojas, por ambos lados¡ª escrito a mano, en hermosa letra manuscrita, con tinta azul y fechado en 1981.
Y es que ya no s¨¦ si lo que goc¨¦ fue pensar ¡ªtras la primera lectura¡ª que aquel era un ensayo genial o ¡ªtras mi segunda lectura¡ª que era un ensayo com¨²n y corriente. El asunto, sin embargo, es este: mi obsesi¨®n es caer, siempre, de lo sublime a lo ordinario. Incluso si el riesgo es descender un tiempo al imperio de la decepci¨®n.