Vacunaci¨®n a la mexicana
Tenemos fama de ser un pa¨ªs desorganizado, en realidad funcionamos con otra l¨®gica
Mientras hac¨ªa fila esperando la primera dosis de la vacuna AstraZeneca pensaba que en M¨¦xico somos una sociedad de contrastes. Como el clima: los que esperaban bajo la sombra de un ¨¢rbol padec¨ªan fr¨ªo y a quienes nos toc¨® estar en el rayo del sol nos est¨¢bamos calcinando.
Una cola mexicana. Hac¨ªa once meses que estaba enclaustrado. Cuando llegu¨¦ al centro de vacunaci¨®n me pusieron el n¨²mero 250 en la mano izquierda; una forma sencilla de frenar a los t¨ªpicos colados. Durante las cuatro horas transcurridas constat¨¦ la fuerza de algunos rasgos distintivos de la mexicanidad...
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Mientras hac¨ªa fila esperando la primera dosis de la vacuna AstraZeneca pensaba que en M¨¦xico somos una sociedad de contrastes. Como el clima: los que esperaban bajo la sombra de un ¨¢rbol padec¨ªan fr¨ªo y a quienes nos toc¨® estar en el rayo del sol nos est¨¢bamos calcinando.
Una cola mexicana. Hac¨ªa once meses que estaba enclaustrado. Cuando llegu¨¦ al centro de vacunaci¨®n me pusieron el n¨²mero 250 en la mano izquierda; una forma sencilla de frenar a los t¨ªpicos colados. Durante las cuatro horas transcurridas constat¨¦ la fuerza de algunos rasgos distintivos de la mexicanidad. Tenemos fama de ser un pa¨ªs desorganizado. En realidad funcionamos con otra l¨®gica. Aunque ya sab¨ªamos que la espera ser¨ªa prolongada e incierta, nadie iba preparado tal vez porque conocemos la solidaridad espont¨¢nea y a los vendedores ambulantes. Al poco tiempo de llegar, algunos vecinos compasivos empezaron a sacar sillas para prestarlas a los ancianos m¨¢s maltratados por la vida. Cuando se acercaba la hora de la comida aparecieron los micro emprendedores ofreciendo todo tipo de vituallas. Los m¨¢s audaces desafiaron al coronavirus con la misma temeridad que a las infecciones gastrointestinales saboreando unos exquisitos tacos de canasta (instituci¨®n gastron¨®mica capitalina digna de otra cr¨®nica).
Los rifles de asalto. Estamos en una guerra contra los c¨¢rteles de la droga, un hecho que se manifiesta en el momento y circunstancias menos esperadas. Nos hemos acostumbrado a convivir con la violencia. Nadie resping¨® o se inquiet¨® cuando se hicieron presentes dos guardias nacionales preparados para el combate. Portaban cascos, fusil ametralladora, pistola de nueve mil¨ªmetros al alcance de la mano y chaleco blindado. Con uniforme camuflado, su prioridad era el per¨ªmetro donde las enfermeras aplicaban la preciada vacuna. Se agradec¨ªa su presencia porque algunos de los 500 c¨¢rteles que merodean por M¨¦xico ya encontraron una fuente de ingresos en el robo de vacunas y medicamentos.
La lucha por el poder. M¨¦xico est¨¢ en efervescencia porque est¨¢ reconstruyendo ¨Cde manera un tanto ca¨®tica¨C su sistema pol¨ªtico. El presidente, Andr¨¦s Manuel L¨®pez Obrador, ha creado un grupo llamado Servidores de la Naci¨®n: son 23.000 personas que recorren el pa¨ªs distribuyendo ayudas a los m¨¢s necesitados como forma de difundir el nebuloso evangelio de la Cuarta Transformaci¨®n y la generosidad del presidente. Los servidores fueron adosados a la campa?a nacional de vacunaci¨®n y en Campeche, un Estado gobernado por un partido opositor, tomaron el control de la operaci¨®n. Lo esperable es que hicieran lo mismo en la capital donde gobierna Claudia Sheinbaum, de Morena, el partido del presidente. Estaba equivocado.
En las cuatro horas que hice cola pude observar el sutil forcejeo entre los de chaleco verde, empleados por el Gobierno capitalino, y los de chaleco guinda, los servidores del presidente. Ganaron los verdes porque adem¨¢s de controlar el proceso se ganaron el agradecimiento por su empat¨ªa hacia quienes hac¨ªamos la cola. Cuando arreciaba el sol sacaron sillas para sentar a los ancianos.
La pausa chilanga. Los capitalinos nos hemos ganado a pulso la fama de gru?ones y criticones (algunos encuestadores toman en cuenta ese factor cuando interpretan los resultados de alg¨²n levantamiento). Hab¨ªa algunas cr¨ªticas, por supuesto, pero ten¨ªamos claridad que M¨¦xico es c¨®mo es y que nuestra ¨²nica alternativa era sobrellevar las horas y vacunarnos. Volv¨ª a mi encierro pensando que somos una sociedad de claroscuros, criticamos sin miramientos lo que nos molesta y reconocemos lo que est¨¢ bien hecho. Necesitamos un guardia armado para evitar que alguien se robe una vacuna y somos, al mismo tiempo, capaces de compartir la sombra de un paraguas para no derretirnos mientras aguardamos, esperanzados, una vacuna que acabe pronto con una pesadilla que tambi¨¦n hemos compartido.
Sergio Aguayo es polit¨®logo y profesor investigador de El Colegio de M¨¦xico.
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