Gobiernos vacunados
La nueva normalidad es el regreso a la vieja. Ese es el programa con el que Donald Trump pretende ganar en las urnas
La nueva normalidad es el regreso a la vieja. Y ese es el programa electoral con el que Donald Trump pretende ganar en las urnas. El presidente de los Estados Unidos lleva tiempo d¨¢ndole vueltas, pero al final se ha decidido. El virus no le interesa. Quiere pasar p¨¢gina, dejar que los muertos entierren a los muertos, y resucitar la econom¨ªa. Se lo piden los grupos de presi¨®n que le financian, las petroleras, los fabricantes de armas y aviones, los cruceristas, los hoteleros entre los que ¨¦l mismo se cuenta¡ Se lo exige tambi¨¦n la esperanza de una victoria el 3 de noviembre.
No se puede...
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La nueva normalidad es el regreso a la vieja. Y ese es el programa electoral con el que Donald Trump pretende ganar en las urnas. El presidente de los Estados Unidos lleva tiempo d¨¢ndole vueltas, pero al final se ha decidido. El virus no le interesa. Quiere pasar p¨¢gina, dejar que los muertos entierren a los muertos, y resucitar la econom¨ªa. Se lo piden los grupos de presi¨®n que le financian, las petroleras, los fabricantes de armas y aviones, los cruceristas, los hoteleros entre los que ¨¦l mismo se cuenta¡ Se lo exige tambi¨¦n la esperanza de una victoria el 3 de noviembre.
No se puede hacer campa?a contando muertos, ni dando consejos para no morir. Menos todav¨ªa respondiendo a preguntas impertinentes de periodistas memoriosos. Solo hay que dar buenas noticias y anunciar que su pa¨ªs ser¨¢ el primero en recuperarse. No importa que lo desmientan las cifras de infectados y muertos, la curva de infectados que nunca se aplana, ni las cifras de decrecimiento y paro. Como la realidad no interesa, hay que ocultarla.
Si no son posibles los debates electorales, en los que Trump se mueve como pez en el agua, menos ¨²tiles e incluso perjudiciales ser¨¢n las comparecencias diarias con cient¨ªficos empe?ados en matizar las verdades trumpistas y desaconsejar las f¨®rmulas milagrosas. Cuando el equipo m¨¦dico no sirve, se le echa.
Trump dudaba entre la redenci¨®n correctora de Boris Johnson, abrumado por su propia experiencia de contagiado, y la intransigencia desafiante de Jair Bolsonaro, sin contagio a pesar de sus esfuerzos por infectarse. Ahora ya da por hecho que habr¨¢ vacuna este a?o y que el Remdesivir mata los virus mejor que la lej¨ªa, a pesar de los educados desmentidos de Anthony Fauci. Admite la distancia social y las mascarillas, pero ¨¦l y su vicepresidente se abstienen de tales pr¨¢cticas sospechosas que tanto aprecian las izquierdas. Asunto zanjado.
Si algo anda mal, Trump tiene resuelta la papeleta: por si la curva no se aplana, por si hay nuevos e incluso m¨¢s virulentos brotes e incluso por si sube hasta dos millones la cifra de los muertos previstos, China es culpable. Y tiene que pagar la factura, literalmente. El Estado de Misuri ya ha presentado la primera demanda contra el Partido Comunista de China, y Trump barrunta pedir indemnizaciones como hac¨ªan los vencedores al final de una guerra con la potencia derrotada.
Es toda una iron¨ªa que el mayor impedimento para una demanda como esta sea la inmunidad soberana, reconocida como un principio del derecho internacional que establece un trato igual de los Estados ante los tribunales. Si Washington pretendiera salt¨¢rsela, Pek¨ªn tambi¨¦n podr¨ªa ensayar una maniobra sim¨¦trica y llover¨ªan las demandas de todos contra todos, con Arabia Saud¨ª en cabeza por el asesinato de Khashogi y los atentados del 11-S.
Los Gobiernos ya est¨¢n vacunados, aunque Trump pretenda que solo el suyo sea soberanamente inmune. Los que no estamos vacunados, ni contra el coronavirus ni contra las ilegalidades soberanas de algunos Gobiernos, somos los ciudadanos.