Y usted a qui¨¦n le cree
El poder en una democracia necesita ser contrapesado. Y el periodismo representa algo como los anticuerpos con los que una sociedad se defiende ante la posibilidad de ser avasallaba
Parecer¨ªa una distinci¨®n simpl¨ªsima pero algunos, hoy en d¨ªa, no son capaces de hacerla. Y es esta: un periodista de verdad no puede ser un militante pol¨ªtico ni un ¡°convencido¡± defensor de un poder. Y tampoco puede ser el justificador de los dislates o el cantor de las gestas de un gobierno. Esto no significa, desde luego, que deba carecer de ideario o, peor a¨²n, que se muestre indiferente ante los conflictos de la sociedad a la que intenta mantener informada. Tampoco quiere decir que no pueda intervenir de forma congruente en la cobertura de temas pol¨ªticos. Para nada. Los valores de miles d...
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Parecer¨ªa una distinci¨®n simpl¨ªsima pero algunos, hoy en d¨ªa, no son capaces de hacerla. Y es esta: un periodista de verdad no puede ser un militante pol¨ªtico ni un ¡°convencido¡± defensor de un poder. Y tampoco puede ser el justificador de los dislates o el cantor de las gestas de un gobierno. Esto no significa, desde luego, que deba carecer de ideario o, peor a¨²n, que se muestre indiferente ante los conflictos de la sociedad a la que intenta mantener informada. Tampoco quiere decir que no pueda intervenir de forma congruente en la cobertura de temas pol¨ªticos. Para nada. Los valores de miles de reporteros y editores en este oficio existen y son muy claros: defensa de los derechos humanos, cr¨ªtica de la desigualdad y las diversas violencias, denuncia de la corrupci¨®n, etc¨¦tera. Y, por ello, un buen periodista debe ser capaz de mostrarse emp¨¢tico, e incluso de establecer lazos cordiales y solidarios con quienes profesen esos valores, entre los ciudadanos o en las instituciones.
Pero eso no significa que el periodismo sea una profesi¨®n de fe, ni mucho menos que cualquier militante que da o comenta noticias se convierta en periodista porque s¨ª. Todo lo contrario. Porque el periodista debe ser, por principio, un esc¨¦ptico. Debe hacer preguntas inc¨®modas y leer entrelineas los discursos y no dejarse engatusar jam¨¢s por la alocuci¨®n de un l¨ªder o funcionario. El periodista no est¨¢ ah¨ª para quemar inciensos. Es, y debe ser, un aguafiestas. Porque incluso los m¨¢s eficaces, mejor intencionados y m¨¢s inteligentes hombres y mujeres de poder son susceptibles de cometer errores, torpezas y tropel¨ªas. Y el periodista est¨¢ ah¨ª para recordarnos que un mandatario tambi¨¦n es capaz de hundir la pata hasta el cuello, desviar fondos, aceptar sobrecitos o acosar. Est¨¢ ah¨ª, en suma, para encontrar y se?alar las contradicciones e incongruencias entre los dichos y hechos del poder.
Y cuando un periodista se compromete con un l¨ªder, movimiento o partido, renuncia expl¨ªcitamente a su misi¨®n verdadera: la de poner la informaci¨®n al servicio del ciudadano com¨²n mediante el escepticismo documentado, es decir, de sostener una visi¨®n inc¨®moda para el poder. La militancia pol¨ªtica est¨¢ en el extremo contrario del espectro ¨¦tico e intelectual. Los partidos o movimientos no tienen ninguna clase de compromiso con la verdad. Un militante mentir¨¢ con toda la boca si considera que su causa lo requiere y no reconocer¨¢ las mentiras de los suyos ni siquiera debajo de un bombardeo de pruebas. A eso lo llama convicci¨®n.
El poder en una democracia necesita ser contrapesado. Y el periodismo, en ese sentido, representa algo como los anticuerpos con los que una sociedad se defiende ante la posibilidad de ser avasallaba y dominada por una hegemon¨ªa institucional (o econ¨®mica o hasta criminal). Por eso ning¨²n poderoso mira con simpat¨ªa a la prensa cr¨ªtica y a?ora medios repletos de simpatizantes. Pero en una sociedad abierta y democr¨¢tica, la libertad de cuestionar se sobreentiende como indispensable. Si desaparece, junto con ella se van tambi¨¦n los derechos humanos, las garant¨ªas individuales y, en fin, todo aquello que el poder considere prescindible con tal de magnificarse y afianzarse a¨²n m¨¢s.
Por eso, los ciudadanos acr¨ªticamente convencidos de que la prensa miente y sim¨¦tricamente incapaces de reconocer las cotidianas mentiras de los pol¨ªticos y los voceros de sus causas, le prestan un mal servicio a sus sociedades. Son los antivacunas y los terraplanistas de la informaci¨®n. Pues renunciar a la cr¨ªtica en pos de la ¡°causa¡± es renunciar al discernimiento b¨¢sico.
No cabe duda de que muchos pol¨ªticos contempor¨¢neos (y varios presidentes del continente son ejemplos fulgurantes de esto), ser¨ªan felices de gobernar pa¨ªses en los cuales nadie tuviera dudas y en los que todos obedecieran sin chistar. Decida usted: ?prefiere tener pensamiento cr¨ªtico (y el mero derecho de tenerlo) o prefiere ser un g¨®lem que siga a los poderosos a donde quiera que lo lleven?