Elogio de la forma
Habitamos, como actores o espectadores, en la b¨²squeda continua del ¡°zasca¡±, esa onomatopeya cuya elocuencia sonora indica con claridad el prop¨®sito de tanta intervenci¨®n hiriente, afilada o violenta
Dec¨ªa Joan Mir¨® que una forma nunca es algo abstracto, ¡°es siempre un hombre, un p¨¢jaro o algo m¨¢s¡±. El artista se refer¨ªa a la forma como trazo, como gesto del pincel o continente del color, pero sus palabras sirven tambi¨¦n como met¨¢fora para nombrar otras formas, hoy de peor fama, que quiz¨¢ merezca la pena reivindicar. El arte, no lo olvidemos, no es un simple salto de la imaginaci¨®n: nos procura tambi¨¦n herramientas que podemos aplicar en otros ¨¢mbitos y lugares, y ahora que nuestro insaciable apetito por el ruido y la furia es alimentado sin descanso desde tantos lugares reales e imaginari...
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Dec¨ªa Joan Mir¨® que una forma nunca es algo abstracto, ¡°es siempre un hombre, un p¨¢jaro o algo m¨¢s¡±. El artista se refer¨ªa a la forma como trazo, como gesto del pincel o continente del color, pero sus palabras sirven tambi¨¦n como met¨¢fora para nombrar otras formas, hoy de peor fama, que quiz¨¢ merezca la pena reivindicar. El arte, no lo olvidemos, no es un simple salto de la imaginaci¨®n: nos procura tambi¨¦n herramientas que podemos aplicar en otros ¨¢mbitos y lugares, y ahora que nuestro insaciable apetito por el ruido y la furia es alimentado sin descanso desde tantos lugares reales e imaginarios, acaso sea el momento de reivindicar la pausa, el sosiego y el silencio, esos espacios que nos permiten reinventar y recrear el mundo, detenernos a escuchar al otro y responder con algo m¨¢s que una simple arenga o un terrible grito de guerra.
Habitamos, como actores o espectadores, en la b¨²squeda continua del ¡°zasca¡±, esa onomatopeya cuya elocuencia sonora indica con claridad el prop¨®sito de tanta intervenci¨®n hiriente, afilada o violenta. Un zasca es, sencillamente, un golpe, un sopapo, un detener de ra¨ªz cualquier posibilidad de comunicaci¨®n por medios expeditivos, aunque sean ling¨¹¨ªsticos. Porque el lenguaje, si solo es apelaci¨®n, incitaci¨®n o arenga, se convierte en instrumento o medio de otros fines que acaban por definirlo y parasitarlo. Sucede, as¨ª, eso que Walter Benjamin denomin¨® ¡°la primera ca¨ªda¡±, al olvidar que el habla es tambi¨¦n un fin en s¨ª mismo, que es placer, gozo, amor y conocimiento. ?Ven algo de esto en el Congreso, en las zafias palabras de tantos y tantas portavoces envanecidas, o incluso en nuestros medios, entre el desprecio o la guasa militante de la legi¨®n de voces expertas y opinadoras?
En pol¨ªtica, el lenguaje es un arma que se emplea para zaherir al otro, y en esto, me temo, frente a lo que muchos afirman, parece evidente que nuestros pol¨ªticos nos representan. ?Vaya que s¨ª! ?Por qu¨¦ si no emulan el lenguaje que prima en las redes sociales, donde se emplean las palabras para violentar al oponente? El sarcasmo, ese terrible humor que hiere, campa a sus anchas por los peligrosos caminos digitales, pavone¨¢ndose como un adolescente y ocupando el lugar que, en otros tiempos menos febriles, tuvo ese otro humor sutil y exigente que contiene en s¨ª mismo un espacio para la duda. ?D¨®nde habita hoy la iron¨ªa? Resulta dif¨ªcil encontrarla en la plaza p¨²blica, tal vez porque ¡°esa tristeza que no puede llorar y sonr¨ªe¡± precisa siempre de alg¨²n grado de humildad: la iron¨ªa es siempre autoiron¨ªa. Funciona, en cierto modo, como m¨¢gica vacuna contra el ego, y por eso la vemos u o¨ªmos tan poco, porque es el ego envanecido el verdadero impulso de nuestros campeones y campeonas de la pol¨ªtica, pero tambi¨¦n el alimento exiguo y hechizante de nuestro torpe caminar por la vida y por el superficial espejo convexo de nuestras tontas, vacuas redes sociales.
Reivindicar otra forma de mirar, de escuchar, de referirnos al otro, implica una apuesta por la esperanza y precisa, tambi¨¦n, de cierto grado de convicci¨®n y aprendizaje, pero tambi¨¦n de modestia, pues en el fondo, las formas, la educaci¨®n, el civismo, nos guardan y protegen contra nosotros mismos. Por eso la democracia es ese entramado complejo de f¨®rmulas de cortes¨ªa, de normas y turnos de palabra, de ceremonias y ritos de paso. Esas formas que muchos quieren esquivar, apelando a la unanimidad del pueblo enardecido, a la patria, la gente, la clase o a cualquier otra expresi¨®n de colectivismo reductor o interesado, son, precisamente, la salvaguarda contra nuestra com¨²n tendencia al exceso, a la unanimidad, a la simplicidad salv¨ªfica de la oraci¨®n, el serm¨®n, el alegato, el eslogan o la soflama. Y por eso es preciso reivindicar las formas, tan denostadas, porque son las que nos permiten encontrar ese lugar intermedio, verdaderamente com¨²n, donde encontrarnos con otras ideas y miradas.