A Alemania le falta mirar al Sur
Durante la presidencia semestral, Berl¨ªn debe emplearse a fondo para negociar con imparcialidad, saber identificar posiciones comunes, e insertar una ¡®S¨¹dpolitik¡¯ en su mirada a largo plazo
Pese a estar en una esquina alejada del B¨¢ltico, es f¨¢cil recorrer el centro de Tallin imaginando que uno pasea por L¨¹beck o por la vieja Hamburgo. La nobleza alemana que lleg¨® con la Hansa siempre fue la ¨¦lite social de la capital estonia, pero, como me dijo el gu¨ªa local que ense?aba la caba?a construida por el zar Pedro el Grande tras conquistarla, la ciudad siempre estuvo bajo control sueco o ruso porque ¡°Alemania nunca ha sabido ejercer el poder¡±. La frase me pareci¨® una forma brillante de resumir la Historia moderna de Europa. La naci¨®n m¨¢s grande, ubicada adem¨¢s en el coraz¨®n geogr¨¢fico...
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Pese a estar en una esquina alejada del B¨¢ltico, es f¨¢cil recorrer el centro de Tallin imaginando que uno pasea por L¨¹beck o por la vieja Hamburgo. La nobleza alemana que lleg¨® con la Hansa siempre fue la ¨¦lite social de la capital estonia, pero, como me dijo el gu¨ªa local que ense?aba la caba?a construida por el zar Pedro el Grande tras conquistarla, la ciudad siempre estuvo bajo control sueco o ruso porque ¡°Alemania nunca ha sabido ejercer el poder¡±. La frase me pareci¨® una forma brillante de resumir la Historia moderna de Europa. La naci¨®n m¨¢s grande, ubicada adem¨¢s en el coraz¨®n geogr¨¢fico y sin fronteras naturales, se habr¨ªa movido durante siglos entre una tendencia irrefrenable a la expansi¨®n y su incapacidad secular para organizarse pol¨ªticamente. Mientras todos los dem¨¢s pa¨ªses ba?ados por el Atl¨¢ntico creaban imperios globales (incluyendo a los peque?os Portugal, Holanda o Dinamarca), los alemanes quedaron atrapados por la divisi¨®n religiosa y territorial. Y, cuando por fin consiguieron un Estado tard¨ªo, solo supieron compensar su impericia en la gesti¨®n del poder atacando repetidamente y sin causa justa a todo su entorno y m¨¢s all¨¢. No es ninguna exageraci¨®n afirmar que sin una Alemania incontrolable no habr¨ªa integraci¨®n europea. Ellos son la causa, por m¨¦rito inverso, de su nacimiento.
La CECA y el Mercado Com¨²n no fueron solo los mecanismos inteligentes y magn¨¢nimos que invent¨® Francia para gestionar la agresividad de su vecino, ni tampoco el inesperado regalo que recibieron los fabricantes alemanes para llenar el continente de sus coches y neveras a partir entonces. El m¨¦todo comunitario supuso tambi¨¦n el modo institucional id¨®neo de escapar a ese aparente destino marcado por no saber ejercer el poder y tender a hacerlo por defecto o por tr¨¢gico exceso, tanto hacia fuera como hacia su propia poblaci¨®n. El proyecto supranacional, con sus equilibrios y contrapesos, era justo lo que necesitaba Alemania para reprimir su lado oscuro y ensalzar el positivo: el dominio del Derecho y el respeto a las reglas, el ahorro y la estabilidad de precios, la capacidad industrial y comercial, y una honesta vocaci¨®n de reconciliarse con sus antiguos enemigos.
Alemania administr¨® en los primeros a?os su pertenencia de modo comprensiblemente timorato. Dispuesta a contribuir m¨¢s que el resto al presupuesto com¨²n y c¨®moda en la cesi¨®n del protagonismo pol¨ªtico a los dem¨¢s. Pero a partir de la reunificaci¨®n empez¨® a verse m¨¢s fuerte en el espejo y, cuando lleg¨® la crisis de deuda, gestionada de modo lamentablemente intergubernamental, aparecieron los viejos fantasmas de su torpeza al ejercer el poder: demasiado agresiva con los m¨¢s d¨¦biles de la eurozona y, al mismo tiempo, dubitativa a la hora de asumir su obligaci¨®n de proteger los mandamientos de la ley europea que desde 1950 tambi¨¦n se resumen en dos: no humillar¨¢s y buscar¨¢s soluciones que generen sumas positivas para todos. Por suerte, a partir de 2012-2013, con un italiano en Fr¨¢ncfort y una gran coalici¨®n en Berl¨ªn, el clima intelectual empez¨® all¨ª a cambiar, con pedagog¨ªas correctas sobre lo que se espera del principal pa¨ªs miembro. Que no es ser un hegem¨®n reluctante, sino un l¨ªder emp¨¢tico y convencido.
Ahora estamos en las puertas de otra recesi¨®n, tal vez m¨¢s terrible que aqu¨¦lla, y el azar del calendario ha querido poner a Alemania al frente del Consejo de la UE en este semestre tan trascendental (que se une al hecho de tener a una compatriota al frente de la Comisi¨®n). No se suele conceder mucha importancia al papel de las presidencias semestrales, sobre todo despu¨¦s de que el Tratado de Lisboa limase sus competencias, pero nos equivocar¨ªamos al despreciar el importante margen del que va a disponer esta presidencia rotatoria para encauzar la gobernanza del plan de recuperaci¨®n acordado tras largu¨ªsimas sesiones en el Consejo Europeo. Los estudios europeos concuerdan que hay Estados peque?os o exc¨¦ntricos mal capacitados para el semestre, o que solo persiguen favorecer su agenda nacional oculta. Alemania, en cambio, no se puede permitir esto y tendr¨¢ que emplearse a fondo en las otras tres tareas que se esperan de una gran Presidencia: ser imparcial en las negociaciones (broker honesto), ser eficiente al identificar posiciones comunes (buen organizador) y mirar a largo plazo (l¨ªder con visi¨®n).
?C¨®mo podemos ser de utilidad en esa tarea? Pues mucho m¨¢s de lo que pensamos. Tambi¨¦n nosotros tenemos deberes y la UE necesita que los cumplamos. Y no pienso ahora, o no solo, en reformas estructurales por realizar o estabilidad fiscal que cumplir. Me refiero a un papel mucho m¨¢s pol¨ªtico y que conecta nada menos que con la Historia apuntada al comienzo de estas l¨ªneas. Alemania naci¨® a finales del siglo XIX indudablemente inclinada hacia el norte prusiano. Luego, tras siglo y medio de desorientaci¨®n belicista, supo mirar al Oeste, y reconciliarse con franceses y anglosajones generando las bases de su prosperidad y seguridad (que han sido las de todo Occidente). A?os m¨¢s tarde, su diplomacia se orient¨® al Este y de aquella Ostpolitik sali¨® derribado el Muro que divid¨ªa al pa¨ªs y atrajo a Europa una decena de nuevas, aunque a veces mejorables, democracias. Pero a Alemania le falta mirar al Sur. Ha de hacerlo ahora. Y conceder a esa apuesta la misma que ha hecho antes con los dem¨¢s puntos cardinales.
Esa S¨¹dpolitik es trascendental, porque un Sur roto por los efectos de la pandemia y con percepci¨®n de abandono ser¨ªa el fin de la integraci¨®n. Pero tambi¨¦n nos toca demostrar a esta Alemania, que parece haber aprendido las lecciones de la anterior crisis, que ha acertado en su honrosa apuesta por alejarse de los ¡°frugales¡±. Ahora nos necesitamos mutuamente. Espa?a tiene, adem¨¢s, una responsabilidad especial. Tal vez porque es el ¨²nico Estado miembro que no ha librado guerras contra los alemanes en los ¨²ltimos tres siglos y donde la admiraci¨®n se impone claramente a los agravios. Tal vez porque compartimos con ellos un europe¨ªsmo instintivo que identifica la integraci¨®n como la v¨ªa para encontrar la mejor versi¨®n de nosotros mismos. Y el que quiera la peor, puede visitar en un museo de Madrid el contra-icono universal de las relaciones bilaterales que en su d¨ªa pint¨® Picasso.
Ignacio Molina es profesor en la UAM e investigador en el Real Instituto Elcano.