El placer culpable y la ardilla de Zuckerberg
Hoy, el individualismo de la sociedad postcovid nos ha tra¨ªdo la mejor culpa de todas, la que se cose con el privilegio y nos permite tragarlo a sorbos cortos de vino blanco
En el verano de la desolaci¨®n cada vez m¨¢s gente no sabe qu¨¦ hacer con su propio placer, como si le quemara en las manos. Como si no fuera digno de ser celebrado y mucho menos de ser expuesto, al menos no este a?o. Porque en el verano de 2020 la gente que est¨¢ sana en la playa o brindando con un vino en cualquier terraza siente el peso de la culpa de estar mejor que los dem¨¢s. Una culpa que es ego¨ªsta y narcisa y que forma parte del mundo individualista y ensimismado que estamos bendiciendo con esta forma snob de ¡°placer culpable¡±.
¡°Es dif¨ªcil estar bien con tanta gente sufriendo¡±, m...
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En el verano de la desolaci¨®n cada vez m¨¢s gente no sabe qu¨¦ hacer con su propio placer, como si le quemara en las manos. Como si no fuera digno de ser celebrado y mucho menos de ser expuesto, al menos no este a?o. Porque en el verano de 2020 la gente que est¨¢ sana en la playa o brindando con un vino en cualquier terraza siente el peso de la culpa de estar mejor que los dem¨¢s. Una culpa que es ego¨ªsta y narcisa y que forma parte del mundo individualista y ensimismado que estamos bendiciendo con esta forma snob de ¡°placer culpable¡±.
¡°Es dif¨ªcil estar bien con tanta gente sufriendo¡±, me dec¨ªa una colega caminando descalza por la playa. Otra se ha propuesto no publicar fotos de las vacaciones en sus redes sociales este verano. Porque este a?o, a diferencia de otros, creemos sentir a todos los que est¨¢n peor que nosotros. ?Y qui¨¦nes est¨¢n peor? La covid los ha catalogado para que no haya dudas, as¨ª que podemos nombrarlos por orden de importancia. Est¨¢n peor los muertos por el virus, los infectados, sus familiares, los que perdieron su empleo y quienes no pueden remojar ni un pie en la playa por la nueva precariedad. Todos ellos han convertido el tradicional placer veraniego, orgullo nacional en otro tiempo, en una forma de placer culpable. Mientras tanto hay muchos otros por los que no vamos a conmovernos este verano ni ning¨²n otro. Otros con nombres como c¨¢ncer, refugiados, crisis clim¨¢tica, jornaleros, hambre¡ Nombres para los que podr¨ªa existir vacuna pero no suficiente voluntad.
Siempre que la culpa aparece es hora de cuestionarlo todo dado que no existe ning¨²n sentimiento m¨¢s tramposo y manipulador. Una cosa es saber que hay mal en el mundo y otra es castigar los propios placeres a trav¨¦s de ese mal. Sin embargo, est¨¢ ocurriendo, est¨¢ en boca de todos. Si pegas la oreja a las conversaciones de cualquier chiringuito, antes o despu¨¦s alguien anuncia solemne: ¡°nosotros somos unos privilegiados¡±. Y ya tenemos la culpita narcisa en acci¨®n. Me refiero a esa clase de remordimiento que sirve para alejar a los dem¨¢s, que permite entender que el da?o de los otros est¨¢ lejos y que supone adem¨¢s que no forma parte del propio dolor. ?C¨®mo demonios puede alguien sentirse un privilegiado en un mundo como el nuestro? ?De verdad es esta sola idea posible? ?Y qu¨¦ hace uno con sus privilegios aparte de aceptarlos? La culpa es la mejor amiga de los privilegiados ensimismados. Es el maridaje perfecto entre inter¨¦s y compasi¨®n.
Jia Tolentino recupera una an¨¦cdota oscura y clarificadora en su libro Falso espejo a este respecto. Cuando en una circular interna sobre la creaci¨®n de Facebook?s New Feed, Mark Zuckerberg se?al¨®: ¡°Una ardilla muri¨¦ndose frente a tu casa puede ser m¨¢s relevante para tus intereses en este momento que la gente que est¨¢ muriendo en ?frica¡±. Zuckerberg no solo hablaba en serio sino que sab¨ªa de lo que hablaba. ?l tiene m¨¢s informaci¨®n que la mayor¨ªa, sabe c¨®mo siente el planeta y distingue lo que nos conmueve y lo que no. Adem¨¢s, se dedica a monetizar nuestros sentimientos as¨ª que el margen de error es peque?o.
El mundo es global pero la ¨¦tica del mercado es local y ha inventado un nuevo tipo de compasi¨®n ligada a nuestros intereses. No tenemos piedad ni siquiera pensamientos para lo que no nos toca. Y para colmo hemos confundido lo que nos toca y lo que no. De hecho lo que parece m¨¢s lejano es lo que m¨¢s nos afecta, como ha demostrado el propio virus. Pero vivimos convencidos de que solo nos incumbe lo que est¨¢ cerca. La interconexi¨®n de todo con todo es un sentimiento que nuestra cultura intenta expulsar una y otra vez. Porque, si sinti¨¦ramos por un instante nuestra simbiosis con el todo, entonces tendr¨ªamos que rebelarnos y no aceptar¨ªamos ni por un segundo el mundo tal y como es.
Yo cre¨ª que la cat¨¢strofe de la Covid nos despertar¨ªa y nos recordar¨ªa que el dolor de los otros es el nuestro, que la carne de murci¨¦lago que otros comen es la misma que mastican nuestros abuelos, que los jornaleros que trabajan en condiciones infrahumanas hacen que nuestra vida sea infrahumana. Pero no ha sido as¨ª. El dolor de unos se ha relacionado con el privilegio de otros, ese peligro. Cuando el mal ajeno despierta culpabilidad no es porque seamos buenos, es porque somos culpables. O porque estamos equivocados. Cuando nos sentimos privilegiados por lo que creemos que nos pertenece, olvidamos que el ¨²nico privilegio con sentido es el de cuidar el lugar al que pertenecemos. Ese cuidado es lo que Chantal Maillard ha llamado ¨¦tica en este mismo peri¨®dico.
En la Antig¨¹edad el exceso era lo ¨²nico que se castigaba. Y el juicio sobre dicho exceso era ¨ªntimo y estaba relacionado con el car¨¢cter. Cada uno era entonces responsable de su propio placer. Despu¨¦s, la cultura judeocristiana nos trajo un cat¨¢logo de pecados y un intermediario entre el placer y la culpa. El sacerdote explicaba el cat¨¢logo y era quien los sancionaba o perdonaba. Hoy, el individualismo de la sociedad postcapitalista o de la sociedad postcovid nos ha tra¨ªdo la mejor culpa de todas, la que se cose con el privilegio y nos permite tragarla a sorbos cortos de vino blanco. Basta con no alardear de nuestra buena suerte y aceptarla con un poco de culpa cristiana para sentirnos bien. Sin embargo, esa falsa empat¨ªa es el origen de muchos de nuestros males.
La idea de herir a los otros con la propia felicidad nace del narcisismo. En realidad la visi¨®n de la felicidad y la alegr¨ªa de los otros no produce ning¨²n mal. El mal lo trae la ardilla de Zuckerberg. La loca idea de sentir que el mundo entero est¨¢ m¨¢s triste o es m¨¢s fr¨¢gil si nosotros nos sentimos m¨¢s tristes o m¨¢s fr¨¢giles. Eso es tan falso como que podemos vivir alejados del dolor que palpita en el mundo si no lo vemos o si no est¨¢ cerca. Tan falso como que el privilegio puede ser ¨¦tico si es lo suficientemente discreto. Esa ardilla es la raz¨®n por la que no nos sentimos responsables de nada, ni siquiera de nuestro propio placer. Esa ardilla vive acurrucada al calor de nuestras mejores intenciones. Y esa ardilla, dig¨¢moslo de una vez, merece morir. Disparen si la ven y disfruten todo lo que puedan de este verano. Tambi¨¦n de este.