El cuerpo m¨ªstico del rey
La inviolabilidad absoluta respecto a las actuaciones privadas del monarca es una reminiscencia medieval de incierto futuro
Es una vieja y obsoleta creencia. Es tambi¨¦n una doctrina jur¨ªdica que sostuvo famosamente Edmund Plowden, un insigne abogado y parlamentario bajo la dinast¨ªa de los Tudor en el siglo XVII. Y constituye, sobre todo, el n¨²cleo de un cl¨¢sico de la historiograf¨ªa, Los dos cuerpos del Rey. Un estudio sobre teolog¨ªa pol¨ªtica medieval, publicado en 1957 y salido de la sabia pluma de Ernest Kantorowicz, historiador que profes¨® en Harvard tras huir de la Alemania nazi en 1933, como tantos otros jud¨ªos alemanes.
Esta teor¨ªa es sencilla: el rey re¨²ne dos entidades en una sola persona, un...
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Es una vieja y obsoleta creencia. Es tambi¨¦n una doctrina jur¨ªdica que sostuvo famosamente Edmund Plowden, un insigne abogado y parlamentario bajo la dinast¨ªa de los Tudor en el siglo XVII. Y constituye, sobre todo, el n¨²cleo de un cl¨¢sico de la historiograf¨ªa, Los dos cuerpos del Rey. Un estudio sobre teolog¨ªa pol¨ªtica medieval, publicado en 1957 y salido de la sabia pluma de Ernest Kantorowicz, historiador que profes¨® en Harvard tras huir de la Alemania nazi en 1933, como tantos otros jud¨ªos alemanes.
Esta teor¨ªa es sencilla: el rey re¨²ne dos entidades en una sola persona, una f¨ªsica y mortal y otra m¨ªstica a imperecedera, que es la portadora de la soberan¨ªa de derecho divino. La dificultad de separar las acciones realizadas por un individuo como sujeto privado de las que realiza como instituci¨®n pol¨ªtica constituye el meollo tr¨¢gico de una de las m¨¢s c¨¦lebres piezas de Shakespeare, Ricardo II, rey obligado a abdicar y reconocer su miserable humanidad: ¡°Vivo de pan como vosotros; sufro la escasez, siento el dolor y necesito amigos. ?C¨®mo pod¨¦is decir que soy un rey?¡±.
Las sombras de la teocracia medieval se extienden hasta nuestros d¨ªas. Un monarca que reivindica el derecho a su vida privada, aun a costa de la necesaria transparencia que exigen nuestras sociedades. Unos partidarios, con frecuencia serviles, que confunden el cuerpo pol¨ªtico ahora sujeto a la ley y a la democracia con el arist¨®crata de vida fr¨ªvola y manga ancha. Unos enemigos que sufren una confusi¨®n sim¨¦trica, puesto que utilizan los presuntos delitos y faltas reales para descalificar y destruir el sistema constitucional del cual es su s¨ªmbolo personalizado.
No es una rareza espa?ola. Los fantasmas del regicidio todav¨ªa deambulan por el inconsciente republicano de Francia. El zar se ha reencarnado en Putin. Trump sortea el impeachment, el procedimiento republicano que sustituye a la guillotina como garant¨ªa de que Estados Unidos no puede ser una monarqu¨ªa.
El jefe de un Estado constitucional no puede eludir el escrutinio de la justicia, en igualdad de condiciones como cualquier otro ciudadano, para ninguna de sus actuaciones privadas de las que sea responsable. Solo los actos reglados como titular de la instituci¨®n pol¨ªtica merecen la plena cobertura de la inviolabilidad. Nadie puede pedir responsabilidades a un rey constitucional por un discurso de la corona.
Cualquier otra f¨®rmula, sobre todo la inviolabilidad absoluta en relaci¨®n con sus actos privados, es una reminiscencia medieval de incierto futuro.